sábado, septiembre 25, 2010

Digamos casada


-Siempre quise casarme por religioso, don. Una boda donde papá vista de etiqueta, y las flores y el buffet y mi amorcito al lado y los invitados y un vestido así de largo con una cola larga, larga, como la de tía Marina en su segundo matrimonio, don. Ser feliz estaba en mis planes. Almuerzos en casa de mis suegros, cena en casa de Anita, mi amiga de infancia. Una, dos, tres, cuatro de la mañana bailando y riendo y siendo feliz y así, don.



-Y qué pasó.



-Pasó nada pues.



-A qué te refieres.



-¡Ay!, don, tampoco le voy a contar todita mi vida. Ya, ya, no me mire de esa forma que se me eriza la piel. Ve, ve, mire como hinca. Mi marido paga la terapia porque me cree loca y no lo estoy. Aunque, ahora que lo pienso, quizá el loco sea él y quiere despistar a la familia mandandome con una persona como usted pa que me quite la cordura y me vuelva más loca que una cabra. Porque, ¡hombre!, los psicólogos no tienen buena reputación ni aquí ni en la China.



-Uhmm...



-En fin, don. Me case en una capillita llamada "La santa cruz", el 12 de octubre de 1989. Diecinueve añitos, don, recién salida del instituto de secretariado, a punto de firmar un gran contrato. Me casé enamorada. Y no se confunda, aun estoy enamorada pero ya ando demasiado desactualizada al respecto, no sé si me entiende. En fin. Usted solo sabe apuntar y mover la cabeza. Igualito a las películas y novelas, de esas que pasan por el canal 4, don, las mexicanas. ¡Ay!, si una vez la Sonia, la vecina, me contó que vio una novela igualitita a mi his...



-Qué opinas de tu esposo, Karina.



-¿De Ismael?... Es un imbécil egoísta y ambicioso y gordo que solo piensa en él y sus pedos a mitad de la noche, don. Y me va a disculpar bastante, pero la verdad es la verdad. Si tiene plata es porque yo me raje y raje y sude y le pedí a papá que le hiciera un préstamo pa poner el negocito en la avenida Grau, pues, don. Y el jijuna no sabe reconocer lo que su mujer hizo por él, don. El Ismael es un gordo egoísta y por mi que lo coman los gusanos con cuchara y tenedor.



-Uhmm...



-Yo le amaba, don. Me casé jovencita y enamorada como una condenada. Dejé al Franklin, trabajaba en el banco de la nación, bastante feo pero me quería bien y tenía carro y casa en Zarate y sabía llevarme a comer rico en la avenida Tacna y hasta a Miraflores, don, así de platudo era el Franklin, don. Pero yo lo dejé porque me enamoré del Ismael. Me conquistó con su vocecita de locutor de radio. Carijo, cómo bailaba Triller; el pasito para atrás, el gritito "¡Ay!, ¡Au!"... Igualito a Jacko, don. Pobre que murió. Buenos tiempos. Pero le deje por ese mal hombre, por ese gordo panzón que se desparrama todas las noches en el colchón. Disculpe las lágrimas, soy una chillona que llora por todo... Es que el Ismael no comprende que paso por una etapa difícil, don.... Él solo piensa en su plata y en la querida.


-Y cómo se siente al respecto.


-Usted no me está escuchando, don.


-Mi nombre es Gabriel.


-No me escucha don Gabriel, o doctor Gabriel o psicólogo Gabriel o como quiera.


-Uhmm...


-El Ismael es un gordo que tiene plata gracias al dinero que papá nos presto después de la boda. Nos fuimos a vivir al Centro de Lima a un cuartito. Papá estaba molesto y dio el grito al cielo cuando se enteró. Le prestó la plata. Trabajamos el negocito y todo salió muy bien pues. Mi gordo es bueno en las cuestiones de ventas, sabe, doctor, don Gabriel, perdón. Es un sabio, como se dice pues, un nacido pa hacer dinero. Me compró una casita en Lince y le puso muebles y todo y cuando llegaron los hijos los mandó a estudiar a un colegio particular. Yo sabia que se entendía con la Julia y la chata horrorosa de Flor María. No me importaba, doctor. Yo le amaba y estaba orgullosa de saberle con plata pa llenarle la panza a los niños, doctor don Gabriel.


-Uhmm...


-Es gracioso, sabe, yo quería mucho a mi gordito y ahora estoy con él solo porque paga las cuentas. Y, ¡bah!, no me arrepiento de sacarle la vuelta, doctor. Vaya corra a contarle, ya que me importa. Ismael lo merece por tenerme tanto tiempo descuidada, caray. Ese jijuna se reía de mí y de mis criaturas mientras se la metía a una fulana en la calle. Usted me disculpara de nuevo pero solo le digo la verdad.


-Es comprensible que...


-Es comprensible nada, oiga usted. Oiga usted, nada es comprensible en este mundo de locos, don. Ese gordo me traicionó y ya. Y ahora me trata como loca mandándome a un loquero porque disque tengo achaques de locura y de mujer fuera de la razón. Y, oiga usted, deje de apuntar tanto y mejor hable más que ya me estoy volviendo loca de verdad de tanto verlo apuntar y apuntar y mover la cabeza como loco.


-Bueno... el tiempo ha llegado a su fin. La próxima semana la espero de nuevo para seguir platicando...


-Ya, ya, ya... Me voy antes que me boten.


-Buenas tardes, señora.


-Buenas tardes, doctor.

jueves, septiembre 16, 2010

El señor de los libros


Es sábado, voy a buscar a Erika. Como para no perder la costumbre, y sin que ella vea, huela o se entere, prendo un cigarrillo y me meto un Halls a la boca. Luego medito o trato de meditar o trato de pensar en algo que me distraiga media hora, que es el tiempo que falta para que mi chica salga de "¡Listas!" , el salón de belleza donde trabaja. Erika es estilista y a ella le debo lo que es mi pelo ahora: una especie de agujas colocadas de forma diagonal de tal manera que se encuentren en las puntas y otras cosas que no sé describir o que no quiero hacerlo por no pasar la vergüenza que creo que paso todos los días por considerarlo demasiado moderno para mí, pero que mi chica asegura nunca me vi más lindo de lo que me veo ahora. No lo pongo a discusión, si ella afirma o niega que algo me queda bien o mal es porque así es.

Entonces medito o trato de meditar, mientras camino por la avenida La Marina, una pitada larga y el humo al cielo como me enseñó mi tía, sobre una prometedora oferta que mamá me hizo esa misma tarde, en el almuerzo.

-Cómo vas en el trabajo, cariño.

-Jodido, vieja.

-Sigues escribiendo- inquirió, llevando un plato de estofado de pollo a la mesa, invitándome a seguirla, sacando una cocacolita de la nevera y vertiendo su refrescante contenido a un vaso que ya tiene preparado para mi -me preocupa, Alexito, que dejes de hacer lo que te gusta.

Mamá, al igual que papá, nunca estuvo del todo de acuerdo con mi afán desenfrenado de ser escritor. Aprendió con el tiempo a respetarlo, a compartir conmigo ese delirio, ese sueño.
Cuando medito -o trato de hacerlo, ojo- no suelo ver por donde ando. Por ello, me sorprende de pronto ver tantos jóvenes reunidos a unos metros de distancia. La puta, una revuelta, pienso, asustado. Pero una revuelta no suele ser tan organizada ni mucho menos mirando a un escenario. Abro los ojos, limpio los lentes, respiro hondo: "Rock en tu parque", dice un letrero, "Organizado por la municipalidad de San Miguel", al lado un cartel gigante con la cara alcalde y la frase marquen por la "L".

-Deberías buscarte otro trabajo, hijito.

-No, vieja, no es fácil encontrar chamba en estos tiempos de perros. Además, necesito el dinero. Sabes que con Erika intentamos arreglárnosla con nuestro sueldo, y a duras penas llegamos a fin de mes. Estamos jodidos, caray.

Mamá no volvió a hablar por unos minutos, prefirió verme almorzar y darle esporádicas miradas a la televisión. Una mujer lloraba por un hombre diciéndole que lo ama mientras éste la sacudía con la fuerza de sus brazos. Entonces, cuando casi he terminado -nunca tengo tiempo para almorzar en casa de mis padres, y cuando voy ellos ya lo hicieron y yo debo regresar corriendo al trabajo si no quiero patear latas-, mamá me dijo: te gustaría estar al frente de un negocio. Volví la cabeza. En la televisión el hombre empujó a la cama a la mujer luego sale de la habitación visiblemente irritado. Pues..., traté de contestar. Yo te ayudo, me cortó mamá. Pero no le digas a tu padre, yo se lo diré.

Me acerco al pequeño concierto. La banda toca un cover de Héroes del Silencio, las chicas parecen querer subir al escenario en medio de gritos y jaladas de cabello. Intuyo entonces que es por la apariencia del vocalista y la euforia del rock. Tengo algunas vivencias sobre tales acontecimientos.

-Qué te gusta hacer- me preguntó mamá. Sonreí pensando que mamá ya estaba envejeciendo por no recordar mis gustos o tal vez buscaba hacerme una broma o hacerme entender un mensaje profundo, digno de recordar -qué sabes hacer- replanteó su pregunta.

Nunca me había puesto a pensar en ello, o al menos no con tanto interés. Al fin contesté lo único que se me vino a la mente: leer y escribir... ¡Ah! y me gusta el café. Ya sabes que negocio poner, sentenció, levantando el plato, haciendome señas para que vaya a lavarme los dientes, para que la dejase ver su telenovela sin interferencias. En la televisión la mujer dejó de sollozar ruidosamente y ahora va en busca del hombre..

La banda toca, las chicas se alborotan, los chicos miran que serenazgo no los vean bebiendo licor. Prendo otro cigarrillo, otro Halls. Pienso: siempre quise hacer algo productivo con mi vida, algo interesante, algo de lo que me sienta orgulloso. Siempre supe que escribir me daría efímeras alegrías, que demoraría mucho tiempo para sentirme realizado como escritor, que quizá nunca llegaría a ser leído por nadie -salvo mamá y Erika-, que la inquietud de la que estoy condenado a padecer me haría infeliz por no haber nacido con el talento suficiente para ser leído y reconocido. Siempre supe también que mi vida, de una u otra manera, me llevaría por ese sendero: escribir hasta el día de mi muerte. Sin embargo, había un punto del que no estaba del todo consciente -por considerarlo poco importante en esa búsqueda. Grave error, vale recalcar-: la maldición de leer y leer y leer hasta altas horas de la noche, y en el autobús, en el trabajo, en los parques y en cuanto lugar pudiera acomodar mis regordetas posaderas.

La banda sigue tocando. Sin querer me contagio de la euforia colectiva y ahora aplaudo cual quinceañera enamorada el final de la canción.

Visto con sinceridad solo sé -y medianamente- leer y escribir. Si a esas dos inquietudes le agrego una más sería mi notable sensibilidad por la cafeína, adicción que tengo el placer de padecer desde que tengo uso de razón y le robaba unos sorbos a papá y mamá y a escondidas me preparaba una taza o dos. Puestos a ser más sinceros aún: no creo tener otra habilidad ni otra inquietud, y si ese no fuera el caso no me interesaría averiguarlo porque ando dichoso de hacer lo que hago mientras tomo una buena taza de café -en cualquiera de sus presentaciones, y si la acompaña un buen puchito pues la cosa se pone del carajo-. Conociendo entonces mis virtudes decido: una librería cafetería. Moderna, juvenil, ágil, cultural y demás mierda. Una donde me sienta feliz de levantarme temprano, donde pueda leer hasta que me aburra -y es un decir, poco probable además-, donde pueda embriagarme con harto café, donde envejezca y donde escriba mis cuentitos que nadie recordará en unos años y termine, por fin, maldita sea, esa novela que me tiene loco.

La música, los gritos, la conciencia de una buena idea, las ansias de vivir muchos años para concretarla. Todo en conjunto me incentiva, me llena de vida. Corro, de pronto, a toda velocidad, sin mirar a los costados. Corro a contarle a Erikita, a besarla, a abrazarla, a decirle que la amo y que me amará más en cuanto escuche lo que le tengo que decir. Corro llorando de felicidad. Corro sintiendo que tengo ahora otro motivo para dar lo mejor de mí, para saber que puedo ser importante después de todo.

Erika ya salió de la peluquería y camina por donde yo corro como alma que lleva el diablo. La abrazo, la beso, le cuento lo que hablé con mamá. Ella se muestra dudosa, me dice que en el Perú las personas no leen, que son muy pocos, que solo yo y unos cuantos, que en Argentina o España quizá resultaría, que mejor piense en otra cosa. Le digo: sé que es idealista, estúpido y loco y que solo un idealista, estúpido y loco podría pensar que algo así funcionaría. Por todo eso, amor, cumplo con todos los requisitos. Al final me entiende, me promete su apoyo. Y yo termino por besarla y recordarle que la amo, por si las dudas.

Ahora, señores, solo me encuentro con un dilema: ¿qué nombre le pongo a la librería....? ¡ Ayuda!, por favor.

viernes, septiembre 10, 2010

Bacteria Terrenal



"Casi mereces vivir, porque tu vida es una muerte lenta y dolorosa".
Santiago Roncagliolo, Abril Rojo.


-Cuentame más acerca de Bacteria Terrenal, tío Alejandro.

Camina hasta la mesita, donde una jarra de limonada y unas cuantas galletas con chispas de chocolate reposan encima. Alejandro suspira al ver marchar a Vivi Pastor, la hija de la ama de llaves, que finge no ver el gesto que le hace el señor con la boca cuando se marcha. Se sienta, busca una galleta, un sorbo del líquido verduzco y pregunta: ¿de Bacteria Terrenal? No tengo nada que contar.

-Vamos, tío.

Alejandro mira al muchacho: tiene aproximadamente quince años -quizá menos, quizá más, cómo podría saberlo si la memoria le falla-, es hijo de su única hermana -seis años menor que él-. Es bajo, cabello corto y usa lentes. Había escuchado por ahí que quería ser abogado pero que ahora quiere escribir novelas como Vargas Llosa o como Tomás Eloy Martínez. Además, aseguraban que desde que llegó a sus oídos las aventuras de su tío -aquel viejo verde y cascarrabias hermano de su mamá- alrededor del mundo y del extraño sobrenombre de sus amigos no había parado de preguntar y tomar apuntes.

-Bacteria estaba loco, tanto o más que Tati o que yo o que la mayoría de personas en el globo. Joder, si tenía la cabeza en cualquier parte menos en el mundo real.

En realidad todos teníamos la cabeza en cualquier parte, piensa. Pero Ricardo Gonzales del Prado solía tener excesos. Solían andar de un lado para otro bajo su sugerencia pues tenía la idea que mientras más conozcan el mundo menos tiempo de vida les quedaría para disfrutarlo, y lo que él deseaba era morir lo antes posible para no soportar ni un minuto más el peso de ser quien era. Por eso, su consejo los llevó desde el sur de Chile hasta el norte de México, de salto improvistos en barcos y aviones -gracias a la cooperación de amigos, enemigos, familiares y la aguda inteligencia de Luz de Medianoche- a Europa, algo de África y algo de Asia. Bacteria los mantenía con vida a sus amigos, les indicaba siempre el camino correcto y pensaba rápidamente en cualquier solución para cualquier problema que se presentara.

-Entiendo...

-No, no entiendes.

Lo llevó por el rumbo de la música, les conseguía contratos. A menudo tocaban en los parques y reunían una cantidad importante de público, al final de la tocada pasaba una gorra donde recolectaba todo el dinero que fuera posible. Bacteria decía que no había mejor forma de morir que haciéndolo por placer, y que si moría mañana ya no le importaba, a la mierda, coño.

-Cómo era, tío.

Sus ojos pequeños, sus cabello largo, sus trenzas, su barba semi poblada, su mochila amarilla y sus ánimos para vivir como bien le parezca, hacían de Ricardo un nombre difícil de entender. Solo Tati y Alejandro lo entendían. Solo ellos lo veían llorar por las noches, cuando tenía miedo de morir, cuando se enfermaba y les agarraba fuerte las manos para evitar que la muerte, puta de mierda, se lo llevase, ahora que vamos a viajar. Entonces Ricardo hablaba rápidamente. Su infancia en La Victoria, su casa en Manco Capac, el incendio, el final de sus padres y hermanos, su estancia en el hospital, la prensa -pobre niño; las autoridades velaran por tu bienestar; nada te faltara-, los años en el orfanato, una familia que nunca tuvo. Pero ahora estoy yo, Bacteria, decía Luz de Medianoche, y Alejandro. Si, efectivamente, ahora el colorao y Tati velaban por él. Ahora la vida te sonríe, huevas .

-Sobrino, puedes traerme a Doña Pacha, necesita algo de aire.

El sol ha salido. Alejandro ve el jardín, la nueva piscina. Toma otro sorbo de limonada y busca con la mirada a la pequeña Vivi -ya caerás, cholita-. Se agarra los testículos, se acomoda el calzoncillo, trata de buscar una erección pero no puede -carajo, la vida es muy injusta-. Mira a su sobrino correr con Doña Pacha hasta donde él está. Le dice que mamá ya se levantó, que en un momento sale. Alejandro piensa: pobre mujer, soltera, con el marido bajo tierra y con la millonaria herencia de la familia, que mi padre no me dejó por cabrón y pendejo.

-Volviste a ver a Bacteria- pregunta el chico -luego de... bueno, tu entiendes, tío.

Si, lo volvió a ver, cuatro años después en la avenida Javier Prado cuando Alejandro iba en busca de Geminita Carrera, su nueva conquista.


-Pero si es el colorao- Alejandro no supo como reaccionar. Iba a correr, gritar, pedir ayuda, rogar por su vida. Sostuvo a sus espaldas con fuerza a Doña Pacha, le dijo en susurros que todo estaba bien, Bacteria no les hará nada, no ahora que pasaron los años. Eh, Bacteria Terrenal, qué sorpresa...


-Se pelearon, tío.


Se dieron un abrazo, caminaron hasta El Olivar, se sentaron en el gras, recordaron viejas aventuras, prendieron unos porritos y fumaron ante la mirada asustada de unos niños con sus niñeras que jugaban fútbol a unos metros. Se rieron de todo. Alejandro olvidó ir a buscar a Gemina. Bacteria Terrenal se mostraba simpático, agradable, buen amigo. Te acuerdas de Tati, colorao. Alejandro se calla, pasa saliva, los niños se alejaron y ahora juegan en otra parte. Se murió, fíjate. No dice nada. El silencio le calcina los huesos. En un accidente, sabes. Mira lo que es la vida de mierda, colorao, Tati me había jurado que no moriría antes que yo y mira lo que pasó. Yo..., quiso hablar pero no pudo. No digas nada, colorao. Tati ya no estaba a su lado, ya no volvería porque ahora se la comían los gusanos. Bacteria Terrenal sollozaba. Alejandro le puso una mano en el hombro: pobre Tati, pobre Luz de Medianoche, era tan... Entonces se calló llevándose una mano a la boca ensangrentada. Ricardo lo golpeó una y otra y otra vez, rugiendo maldiciones, queriéndolo matar -tú te iras antes que yo, puto de mierda, tú antes que me coman las ratas-.


Saca a Doña Pacha, acaricia su cuerpo, revisa sus cuerdas. Suspira.


Tranquilo, Bacteria. Trató de hablar, de escapar de la arremetida de su amigo, de la metralla de golpes y patadas. Los niños ya no jugaban, corrían hasta donde sus niñeras quienes gritaban desesperadas "serenazgo, policía, auxilio". De pronto, Bacteria Terrenal, se detuvo, masculló unas disculpas. Estás loco, imbécil.


Quiere volver a tocar pero su sobrino continua con las preguntas. Quiere saberlo todo, cada detalle, cada una de las palabras y reacciones.


Caminaron un buen rato. Alejandro había dejado de quejarse por los golpes, cansado de escuchar las disculpas de su amigo. Fueron a Barranco, bajaron hasta la playa y prendieron los últimos bates que le quedaban. Tati no me amaba, colorao, dijo Bacteria Terrenal, era una puta. Silencio. Lo era y siempre lo supe, pero la amaba como el carajo, colorao, y por eso me dolió que tirara con mi pata de toda la vida, con el único huevón que se tomó la oportunidad de conocerme. Deja ya el rollo, dijo Alejandro. Tati era una puta, una puta redomada y por eso merece estar muerta, por eso merecía morir en aquel accidente, por eso merecía que yo apretara el acelerador para morir con ella. Silencio sepulcral. Pero mira como es la vida de puta, colorao: yo la amaba y quería morir con ella pero ella se murió primero dejándome solo con una pequeña fractura. Una noche, prosiguió Bacteria Terrenal, soñé con Tati, me la tiraba en la playa, luego ella dijo tu nombre y la volví a asesinar. En ese momento supe que debía buscarte.


-Papi, ven, cariño, que es hora de hacer las tareas- grita una mujer desde adentro de la casa.


-¡Ya voy!


-Anda, mañana termino.

Bacteria Terrenal se fue. No volvieron a hablar. Alejandro decidió hacer el último viaje. Tomó el primer autobús a Tacna. Ahí conoció a Grimaneza Herrera, viuda y con dos hijos, mantuvo una relación larga y, al final, de regreso por fin a Lima, el autobús se estrelló con otro que venía en dirección contraria. Pasó varias semanas en el hospital. El único sobreviviente. Es usted un afotunado, un bendecido, le habían dicho los médicos, los hombres de prensa. Su hermana lo reconoció en la televisión, corrió a buscarlo.

-Entonces la cojuda de mi hermana me trajo a vivir a su casa- Se dice. Piensa: Bacteria murió dos años después de sobre dosis -o al menos eso le contó una amiga en común, luego que le hiciera el amor en su casa-. Pobre Doña Pacha, anda a mirar cómo lloró cuando se enteró. Carajo, cómo pasan los años.