sábado, noviembre 23, 2013

El idiota



Escucho en tus labios una melodía que parece música y solo es poesía: 'te amo'. 

Estamos solo los dos, sentados en el sillón de la sala de tu casa. Me das un tierno beso en los labios y luego sumerges tus cansados ojos negros en las imágenes que el televisor nos devuelve. 

Te abrazo por la espalda para que tu cuerpo repose sobre el mío. Entonces solo somos tú, yo, el sillón y el televisor.

Pero yo ya no quiero estar ahí.

Tal vez quiera viajar a un mundo que no logres comprender, recorrer sus calles y plazas en busca de eso que llaman lucidez y madurez. Tal vez quiera aprender de las formas y los matices, y a ser valiente cuando la valentía necesite de mí y nunca al revés. Tal vez  busque un escape o un camino, o tal vez una vida que no se parezca a la mía; una vida que te sorprenda, que consiga enamorarte en verdad y en mentira; tal vez una vida que se parezca a la tuya sin ser tuya; tal vez una vida que grite en demasía historias que en mi vida no podría contarte sin caer en la mentira. Tal vez sea eso o solo los miedos a demonios que no me han dejado. O no lo sé.

Te abrazo más fuerte y tu solo sonríes.

Caigo en la pena de no tener el valor para pedirte que me mires porque hay algo que tengo que decirte. Aunque sé que haciéndolo te perdería. Sé que hablando besaría la estupidez y la soberbia, pues sé que mi verdad es una verdad de vanidad. Sé que al final sonaría a lamentos y no a verdades en medio de mentiras.  Lo sé y por eso miro contigo las ficciones que las imágenes nos imponen, ignorando los sollozos que se asoman presurosos a mi alma, deteniendo las lagrimas que podrían obligarte a separarte de mi, a romper sin lamentos ese momento mágico de paz y silencio, a tener que obligarme a regresar al mundo donde vives para buscar en palabras una razón real y convincente que pueda satisfacer tu curiosidad, a tener que abrir algo más que mi corazón solo por temor a asustarte, lastimarte o confundirte. Sé que callándome aseguro tu amor. Sé que con tu amor volveré verdades mis mentiras.

Y sé que soy un idiota.

Pero ser un idiota no ha sido una labor fácil, ni siquiera con el talento innato que tengo para serlo. Ser un idiota me volvió escritor en años de soledad y rebeldía. Ser un idiota se volvió una constante en mis días. Ser un idiota se volvió una mascara capaz de protegerme del exterior, de esos humanos que señalan con el índice creyéndose dueños de la verdad y los sueños, asegurando que su camino es el camino del  progreso  y el éxito.  Ser un idiota me protegió cuando más lo necesitaba. Y siendo un idiota tropecé una y otra vez para luego levantarme más rápido y más fuerte.  Siendo un idiota aprendí a sonreírles a otros idiotas, a aplaudir sus ánimos para la patanería y la discordia, a convivir con el resto para no sucumbir en la agonía que es la soledad. Siéndolo  sobreviví en el mundo donde vives.  Y siéndolo me enamoré de ti.

Sé que buscas palabras y confesiones que te ayuden a entender a los idiotas como yo. Pero no existen tales palabras, o alguna confesión capaz de satisfacer tu mente. Todo lo que fui y soy lo has descubierto,  porque  me desnudaste sin darme chance a protegerme, porque te aseguraste de conocerme bien, porque procuraste buscar los detalles en cada una de las frases que te decía o que te escribía, porque me llevaste a tu mundo sin temor de descubrir pronto el mío, porque me diste la confianza para ser quien soy cuando lo que soy no es más que estas líneas.  

Me volviste sabio y reflexivo. Me obligaste a creer en mí sin pedírmelo. Me enseñaste el camino a la felicidad sin sentirme merecedor de ir por ese lado. Me llevaste de la mano a conocer las verdades de la vida, y con eso las verdades del amor. Fuiste y eres la primera vez en todas las maravillosas experiencias que tu mundo puede ofrecerme. Y tal vez sea por eso que busco mentiras que puedan enamorarte un poco más de lo que ya estás.

No me he dado cuenta pero te estoy mirando.

De mi mente se borró el tiempo que llevo haciéndolo.

De pronto, vuelves la vista y preguntas:

‘¿Sucede algo?’

Mi respuesta, ahora lo sabes, es una mentira:

‘Nada. Solo te estaba mirando.’

Sin decir otra palabra, devuelves tu atención al televisor. 

miércoles, noviembre 13, 2013

Felicidad





A Vivian, porque todas mis letras son suyas



En el amanecer del primer día del mes, la princesa se acerca sigilosamente a su ventana.

‘Ha llegado el momento’, piensa.

Corre las cortinas, busca un cepillo y arregla su cabello mientras detiene la mirada en el horizonte. 

Ya no tiene miedo. El temor que el día anterior se había apoderado de su cuerpo se acaba de ir dejando paso al optimismo que representa buscar una nueva vida.

¿Cómo podría tener miedo si esta vez el amor estaba de su lado?, ¿cómo retroceder si la vida le estaba dando la oportunidad de volver a creer, de dejar de someterse a los caprichos del mundo?, ¿cómo hacerlo si el universo le regalaba mil alternativas, mil formas nuevas de vivir?

Había llegado su momento.

La princesa respira hondo.

Una sonrisa, de pronto, se dibuja en su rostro.

El tiempo estaba cerca. Esta vez su corazón no la traicionaría, y sus piernas responderían por fin a los mandatos de su alma.

Deja el cepillo a un lado. Regresa sobre sus pasos para buscar bajo la cama una maleta que estuvo preparando las últimas dos noches. Lleva lo indispensable para sobrevivir.

Al final, había entendido que la felicidad no consistía en los bienes materiales que los ‘bien intencionados’ le ofrecían con afán, ni siquiera en el pobre recuerdo de una ilusión que jamás se cumpliría, ni en un momento de lujo o en la admiración de los demás. La felicidad consistía en cumplir con amor, humildad y optimismo aquellos pequeños sueños que solo en el fondo de su alma se proyectaban. Hasta el silencio más largo, luego de una amena conversación, era un episodio de felicidad. Hasta un tierno abrazo en el día más soleado o la noche más oscura, significaba felicidad.

La felicidad estaba en los detalles, en la acción más pequeña de bondad, en la sonrisa sincera de un niño; y en el grito espontaneo de amor.

La princesa entendió que lo mejor de la vida no viene de las cosas más grandes sino de las pequeñas que se dan por amor, por amistad; por ese único sentimiento libre y desinteresado.

Por ello, la princesa regresa a la ventana.

El sol empieza a salir y se escuchan ya el primer canto de los pájaros. 

Detiene su mirada en el celeste del paisaje, mientras unos finos rayos de luz acarician suavemente sus mejillas y una silueta masculina se dibuja en el horizonte.

‘Ha llegado’, piensa. Piensa: ‘El camino recién  comienza.’