sábado, agosto 24, 2013

No bailo, gracias.




Efectivamente, nací con dos pies izquierdos. No es una confesión, ojo.  Es una declaración sincera, como la que hacemos por amor o por presión. Y qué importa si me insisten por ahí que de pequeño movía los pies como trompo al son de la rumba. No me acuerdo de eso, al fin y al cabo. Supongo que ya superé el trauma. Además, las personas que me conocen saben muy bien que no me gusta bailar.

Como todo en mi vida –o casi todo-, no ha sido una decisión tomada a la ligera. Me costó unos  años aceptar que talento para la expresión corporal y movimientos de caderas circulares no tengo ni tendré. Aceptarlo no fue tarea fácil. Pero en el camino de aquel doloroso descubrimiento de ‘negación’, primero,  ‘resignación’, segundo, y ‘aceptación’,  tercero y finalmente último, encontré distintas personas optimistas y alegronas que no dudaron ni por un instante en introducirme en la titánica y esplendorosa materia de ser bailarín de  reuniones y discotecas. La misión principal era no quedar mal en las fiestas. 

Sin embargo, pocos minutos pasaron para que dejaran de lado esa loca tarea. 'Eres un caso perdido', terminaron por decir. 

Creo que con Amelia, mi hermana, la cosa fue distinta. La recuerdo levantándome un sábado muy temprano en la mañana para pedirme que la acompañe hasta la sala porque me enseñaría a bailar aunque sea lo último que haga en su vida.

-No me gusta bailar- le había dicho.

 -Cuando eras más pequeño bailabas mucho y hasta en tu colegio sales en las actuaciones a bailar. Estrella dice que no lo haces mal.

- Estrella está loca y ya no soy un niño- sentencié, impertérrito.

De poco o nada me sirvió. Cuando Amelia estaba convencida de algo no había poder en el mundo que la hiciera echarse para atrás. Entonces, resignado ya a vivir una clase de baile intensivo con mi hermana, la acompañé hasta la mitad de la sala.

Escogió una salsa.

 Me paró frente a ella y me pidió que la siguiera.

 Con el ‘un, dos’ y ‘un, dos’ no me fue nada mal. Amelia sonreía ampliamente. Tal vez si lo estaba logrando. Era razonable que muy en el fondo yo tuviera cierta pasta de bailarín puesto que toda mi familia se divertía durante horas  y horas moviéndose al ritmo de la salsa de Héctor Lavoe, y las exageraciones de ciertos salseros que aparecían a diario en las radios y programas de televisión.

Yo también sonreí.  

-¿Y con esto podré conquistar a las chicas? – le pregunté.

-Por supuesto.

Mi mundo se desmoronó cuando me dijo que era momento de moverme. Con los ‘más lento’ y los ‘sigue el ritmo’ perdí la paciencia. No me sentía cómodo con tanto estrés. Por un lado era la esperanza de conquistar corazones con pasos de baile inigualables, hacer feliz a mi hermana y cumplir con su reto; y por otro el estrés que tanta presión junta me provocaba. Al final, tiré la toalla. ‘Yo no he nacido para esto’, le grité.
Amelia, mi hermana, como ya lo mencioné antes, no es de las personas que suelen tirar la toalla a la primera. Ella tenía un afán extraño de convertirme en un chico con visiones artísticas. Por eso me convenció a aprender ballet y danza contemporánea. Para ese momento yo seguía clases de actuación y circo. Todo recomendado por ella, claro. Y hasta me había presentado en un par de casting en Miraflores para ver si tenía suerte en la televisión. No negaré que salir al escenario a representar un personaje me alegraba sobremanera, pero bailar con mallas muy ajustadas y zapatitos extraños era el colmo de toda exageración. Era el ejercicio máximo de la libertad que solía tener mi hermana sobre mí. Al menos Amelia participaba conmigo en el taller. Aunque esto no era garantía de masculinidad.

Fueron meses dolorosos.

Eran estiramientos inhumanos y saltos imposibles…  ¿Cómo una persona podía someterse a tanto dolor y disfrutar con ello? El mundo estaba loco, definitivamente; y lo peor de todo es que mi hermanita me hacia participe de tamaño sufrimiento. Un par de conquistas no podía valer tanto, joder. Digamos, no soy muy guapo ni particularmente entretenido pero a esto… Amelia había enloquecido.
Afortunadamente pude salir airoso –y completo- del trance.

Con el tiempo llegó el Punk Rock a mi vida. En los conciertos y ‘pogos’ encontré la fuerza que buscaba para escapar a las metrallas de críticas –y miradas despiadadas - que solían darme en las fiestas por mi negación rotunda a mover un solo pie en la pista de baile.   Fue en ese mundo oscuro que escapé de lo sicodélico y ‘normal’.  Pasé al instante de ser el ‘antisocial’ y ‘aburrido’ para convertirme en el ‘chico punk’ de la familia. Olvidé mi etapa de saltitos y mallas y dejé paso a los cabellos largos y correas con púas. Al fin todo encajaba.

En esas anduve, si me permiten mencionarlo, hasta la maravillosa llegada de una señorita de sonrisa eterna y mirada soñadora que no suele pedirme que baile con ella pero que veo como vive plenamente cuando se sabe reina de la pista. No me ha insistido intentarlo frente al mundo,  pero si que probemos en privado pequeñas sesiones de entrenamiento. Me gusta decirle que si porque sé que con eso la haré feliz. No importa ya cuanto me niegue a aceptarlo: bailar esta en mi presente y en mi futuro. A ver cómo me va pues…


     

domingo, agosto 18, 2013

Escribir de nuevo



A Vivian, por ese 'te quiero' que suele decirme al final de cada conversación.  
  

Escribo con la esperanza de volver más cortas las horas, de no tener que depender de la voluntad del tiempo –enemigo caprichoso del amor real-, de ese paso lento e indiferente que suelen ser los días, las semanas, los años. Escribo para no desfallecer en la espera, para no dejarme llevar por la desesperación de ir a verla, para permitir que el amor fluya tan libre y espontaneo como cuando éramos niños en busca del sentido del amor. 

Escribo para no raptarla, para no llevarla a la fuerza a mi mundo de libros y ficciones, de Rock N’ Roll y cabellos multicolores, de largas caminatas e interminables charlas. 

Escribo para no aburrirla con mis problemas, con ese conflicto eterno que me atormenta y que suele enfrentarse día a día a la ciudad gris que suele ser Lima –pero que ella le ha dado un nuevo color-. 

Escribo con la esperanza que lea esta carta y consiga así robarle una sonrisa o dos -de repente con eso llegue más rápido a su corazón-. 

Escribo porque es lo único que me da valor para confesar mis sentimientos. Escribo porque soy un cobarde redomado, incapaz de gritarle al mundo mi amor.

Escribo porque escribir es más fácil, más seguro, menos doloroso pero no menos intenso ni menos sincero.  

Escribo porque así me dicta el alma, las entrañas, el corazón. 

Escribo por ella y para ella. 

Escribo en la soledad de mis pensamientos evocando la euforia de sus besos, sus caricias, sus sueños y alegrías. Y escribo, aunque esto suene ya repetitivo, para amarla sin medidas, sin control. 

Escribo, entonces, para hacer las cosas bien.

 Mis dedos digitan presurosos los recuerdos que terminaron por conquistarme aquella noche inesperada, buscando una forma simple de contar lo vivido. Pero es en vano.  Supongo que nada es más complejo que hablar de ella. Y nada es más simple que quererla.  Y mientras las ideas vuelan sin control y adquieren vida propia, y ya no soy más dueño de ellas,  una parte de mí se detiene en su inagotable energía y en esas vueltas que suele dar una y otra vez mientras se hace dueña de la pista de baile. No me invita a bailar porque sabe que no lo haré. 

‘Son los años que pasé en conciertos y subterráneos’, suelo decirle a modo de explicación.

Ella, tan bella y comprensible, solo sostiene mi mano y sonríe ampliamente asegurando que eso no es problema porque se encargará de enseñarme a bailar.  Entonces  soy feliz por su ocurrencia. 

‘Buena suerte’, termino por decirle.

Verla moverse, sin embargo, con esa libertad propia de un pez en el agua, esa superioridad natural que solo tienen los que nacieron para maravillar al mundo y volver con eso nuestro efímero paso por la tierra menos desagradable, menos tormentoso, menos aburrido, me hace irreversiblemente dichoso.

Tal vez por eso no hago más que rendirme a los encantos que esta nueva pasión ha traído a mi vida, a esa ilusión que había jurando no volver a sentir, a ese mágico sueño de caballeros y princesas, de cuentos de hadas y rescates valientes a las torres más altas. O tal vez sea su profunda inteligencia, o esa maravillosa manía que tiene de hacerme reír todo el tiempo, o esa vida que suele darle a la vida, o ese no sé qué en su sonrisa que me tiene soñando con un universo solo para nosotros. 

Tal vez sea la mañana, que hoy se muestra inesperadamente soleada. O esos recuerdos que divagan una otra vez en mi cabeza y que me obligan a escribir.  O no lo sé. Y ya no importa porque la vida es nuestra y la vamos a vivir con la misma esperanza de antes, de ahora, de siempre.  

lunes, agosto 05, 2013

PaLaBrAs PuNzOcOrTaNtEs (I)


Sé que no  pudiste estar conmigo no porque no querías sino porque no podías acompañarme. No creas que son un reproche o un berrinche. En realidad ya dejé de quejarme de todo. Ahora busco resolver. Pero no te mentiré: la caída ha sido dura. Sin embargo, no estuve solo. Sucede que quería que estuvieras a mi lado. Eso es todo.

-Estoy a tu lado.

No me hubiera importado que te quedaras callado viéndome sufrir. Que solo hablaras para pedirme que tome los problemas ‘deportivamente’ –para tomar las cosas de manera deportiva siempre fuiste un experto. Inclusive cuando decidí abandonarme a la inseguridad y a la desdicha me diste la seguridad,  la calma y los ánimos para nunca rendirme-. Tal vez hubieras asegurado que la vida puede parecer una mierda, pero que ese no es motivo suficiente para sufrir; y ‘ser feliz debe ser tu única preocupación’. Seguro terminarías la lección del día diciéndome que me ponga las pilas. Y yo no te haría caso.

-Debes ponerte las pilas. Los años siguen pasando.

Creo que en verdad no dirías nada. O supongo que es lo que me hubiera  gustado escuchar de ti en  estos momentos. Ya no tiene importancia. O no lo sé. Es culpa de esa gran imaginación que dicen que tengo.

-¿Por qué estás llorando?

Mamá me contó que te preguntó una vez si fuiste feliz en tu vida. ‘Yo siempre he sido feliz’, fue tu respuesta.

-Siempre he sido feliz.

Yo creo que la felicidad está en aquellos momentos –por lo general breves- de alegría y optimismo. Creo que se puede encontrar en la sonrisa sincera de un niño, y en un largo silencio luego de una amena conversación.  En el tierno abrazo de un amor perdido, o de uno encontrado.  Se puede hallar en la cómplice mirada de unos ojos negros y soñadores. Y yo la podría encontrar tomando una taza de café o fumando un cigarro. O en el rock.

-¿’Pan francés’?

Porque aun amo el rock. Recuerdas que me decías ‘pan francés’  por mi fascinación a la música Punk.  Y me pedías que no caminara con los cabellos alborotados y sin peinar. Que las zapatillas sucias no se veían bien.  Que me preocupara solo en estudiar. Que yo era tu hijo y tu mi padre,  y siempre estarías a mi lado. ¿Recuerdas que lo prometiste?  

-Nunca me he ido.

Pero es una promesa que no puedes cumplir. Así como no cumpliste en llevarme al estadio a ver jugar a la ‘U’. Tuve que ir solo.  Y en esas experiencias en la tribuna rugí con odio mi impotencia. Y grité más fuerte para que me escucharas cantarle al equipo de tus amores. Y volví una y otra y otra vez la cabeza buscándote en la multitud. Pero no estabas.  Y solo los años me enseñaron a entenderte. Y ese equipo se volvió mi equipo. Y ese amor se volvió mi amor.
-…

No pienses que te reprocho. De todas formas, ya no puedes escucharme.

-No llores. No te voy a dejar.  

¿Cómo pudiste haberte ido?,  ¿por qué me dejaste solo, y con toda esta carga? , ¿Por qué no cumpliste con tu promesa?  

-…


Juro que te perdonaría todo esto si volvieras.  Pero creo que ya no importa. Es una noche fría. Iré a dormir.