martes, noviembre 23, 2010

Donde lloran las luciernagas


Lunes 4 de mayo.

Un hombre recoge una piedra frente a una laguna en algún parque de algún lugar del mundo. La ve, la acaricia y, luego que una lágrima termina de caer por su mejilla, la arroja. La piedra sale disparada de las manos del hombre....

Mientras tanto, a unos minutos de distancia, un niño trata de despertar a su padre, quien yace sumergido sobre su cama en un sueño eterno. Los brazos estirados señalando una botella vacía que descansa sobre la alfombra mientras una gota de saliva resbala por la comisura de sus labios. En la puerta de la habitación una madre mira al hijo y al padre: rompe en llanto; sus gritos molestan a los vecinos, quienes dejan lo que tienen encima para averiguar qué es lo que sucede.

En la avenida norte que conecta con el distrito central, una adolescente termina su cerveza, sube el volumen de la radio y besa al novio de turno, él, a su vez, la ve con lujuria y acelera el auto para llegar a su casa donde le espera su primera relación sexual -o al menos eso piensa o eso quiere creer-.

Cruzan una intersección...

En ella un anciano lleva a su nieto a un parque y tiene que detenerse de súbito pues el automovil casi termina con la vida de ambos...

Y el viento, por la rapidez del vehículo, ruge con fuerza y golpea a quien aparezca. Por ello, un señor que sostiene un cheque de su jubilación después de veinticinco años de servicio se ve despojado de él y lo ve volar a un rumbo desconocido y con él todas sus esperanzas para un negocito donde pasar su pronta vejez con su mujer y sus hijos.

El papel vuela y un mendigo también lo ve irse desde unos metros: decide correr a buscarlo.

Corre...

Un hombre lee su diario mientras espera el ómnibus...

Una mujer parece pelear con alguien por teléfono. Camina presurosa y no se da cuenta que un depravado vuelve el rostro, saborea con sus labios y su lengua la curvilínea figura de aquella mujer que algún suertudo debe tener todas las noches sobre su cama...

Un perro ladra. El dueño del can lo sostiene con fuerza...

Una mujer llevando a su bebe en brazos...

Una pareja cruza la avenida rápidamente para no verse arrollados por el automovil, cuyo conductor observa con lascivia las piernas adolescentes de su copiloto...

El semáforo en rojo...

Los otros autos con hombres, mujeres, niños, ancianos...

Un transporte escolar...

El viento ruge...

La avenida norte...

El distrito central...

Las personas vienen y van...

El parque...

La laguna...

Un hombre llora mientras recuerda a su padre muerto sobre la cama, ebrio o drogado o las dos cosas, y ve como se sumerge la piedra que acaba de arrojar.

martes, noviembre 02, 2010

eFeCtOs SeCuNdArIoS: eL IdIoTa


Nota: Una buena, mediana o mala lectura suele ser bien digerida acompañada con una buena canción. La anterior, busca cumplir con ese objetivo. Abrazos y más.


eFeCtOs SeCuNdArIoS, reza el título que ella termina de leer. Paola me dejó una gran lección, dice. Cuál, pregunta él, asustado. Las apariencias engañan. Él no contesta, prefiere contemplar su rostro, besar sus labios y su frente y hacer de cuenta que algo bueno aprendieron esa noche. De todas formas, piensa, un día sin aprender es un día desperdiciado aunque la enseñanza venga desde ese lado y de un cuentito sin sentido.


Cierran la web, apagan el ordenador, las manos de entrelazan mientras los cuerpos tiemblan ante la certeza de estar cerca del otro. Ella le dice que lo ama. Piensa él: yo también. Y tú, me amas, pregunta ella. Si, amor, te amo aunque a veces esté tan enojado para recordartelo o tu insistas en no creerme. Juega con su pelo, acomoda un mechón detrás de su oreja, la besa una y otra vez. Ella dice: necesito escucharlo de vez en cuando. ¿De vez en cuando?, arquea una ceja él, sintiéndose ofendido por esa mujer que no para de besarlo. Quiere recriminarle, decirle que está equivocada, que busque en su memoria, que sus palabras no solo son mentiras sino también ofensivas, que él, aunque agotado por tanto trabajo e impotente ante tantos problemas, trata de demostrarle de todas las maneras posibles que nunca dejó de amarla y que por más dificultades que se presenten ese sentimiento no va a cambiar. Sin embargo, calla, no habla y ya no besa y ya no le dice que la ama y ya no juega con su cabello y solo piensa mientras ella vuelve a buscar sus labios teniendo como resultado una caricia, un susurro de lo que fue hace unos instantes. No lo entiendes, dice él. Qué debo entender, pregunta ella, que ya no me amas, que estás otra. Ella esconde una lágrima. No lo entiende, piensa él. Piensa: no entiende lo que es ser hombre, lo difícil que es sobrellevar tantos problemas; no todo es besos y abrazos, caray.


Enojada y decepcionada ella sale de la habitación escuchando detrás a aquel hombre que pretende adornar su cama, su casa y su vida como le reclama su actitud infantil, sus ganas de arruinar los buenos momentos, su plena disposición para la autodestrucción y la peliculina. Eso es lo que eres, carajo, una peliculera. No eres el hombre del que me enamoré. Y tu no eres la mujer de mi sueños; todo está cagado, coño. Entonces ella baja las escaleras, se sienta al lado de su abuela, quien mira una telenovela de algún canal mexicano; esto ella no lo sabe pues no mira la televisión ni escucha a su abuela hablarle ni le presta atención a su perrita. Ya nadie existe, se dice mientras ahoga un sollozo.

La convivencia mató el amor, el respeto y la pasión. Piensa él: ya ni siquiera dejamos de insultarnos. Peleamos de todo y por todo. Ella no entiende cuan complicado es llevar todo este peso encima, cuan difícil es sobrevivir ante tantos problemas: las cuentas a fin de mes, las deudas, las tres comidas diarias, las largas horas de un trabajo mal remunerado, la impotencia ante la mediocridad en la que siente se está quedando sin quererlo, los dolores de cabeza y de estomago, la poca atención a sus metas personales y a volver a sentirse joven de nuevo, vivo, lleno de energías. Ella solo sabe llorar. Ella solo piensa en cariño y cariño y no me ayuda y no me deja avanzar y no entiende cuan complicado es y no piensa que debemos luchar y que debe ser paciente porque todo lleva un esfuerzo, un tiempo. Ella no sabe o no quiere saber o simplemente prefiere hacer de cuentas que el hombre es el encargado de solucionar todos los problemas cuando yo creo que una pareja sale adelante ante el esfuerzo conjunto.

Quiere llorar, pero no puede: olvidó cómo, expulsó de su memoria el sabor de las lágrimas, se volvió rudo, fuerte e impaciente, el que todo lo quiere perfecto, el que se dice superior por saber solucionar cuando no ha solucionado nada, cuando sigue sumergido en la pusilánime idea del todo lo puedo y nada hago. Quiere escribir y no puede. Quiere leer y olvidó cómo. Quiere gritar pero no puede: no es su casa. Quiere ser fuerte y se siente débil. Quiere golpear pero teme al dolor. Quiere y no puede y se enoja y se echa en la cama y mira el techo y se golpea la cabeza y ya nada es como antes, piensa, y nada fue lo que pensé, maldita sea, y todo el mundo tenía razón cuando aseguraron cuan difícil es vivir con alguien y cuan complicado el primer año y el segundo y la san puta madre. Donde está el amor, a donde se fue. Pero...

De pronto, se siente idiota. Siente que perdió el tiempo enojado, que esto lo lleva a empeorar y nunca a lo contrario. Soy un idiota, se dice.

Corre las escaleras: donde está, señora, pregunta a la anciana que mira atenta la televisión. En el baño... No espera que termine de hablar, corre al baño y, sin tocar la puerta, abre la cerradura con una llave que guarda siempre en el bolsillo del pantalón.!Ay!, está ocupa... Soy yo, lo siento. No la ve, una puerta de vidrio los separa. Qué quieres, pregunta ella. Verte. Me estoy bañando, vete. No, dice él. Vete, repite ella. Se vuelve a negar. Quiero hablar contigo. Se acerca a la puerta, la abre: ella tiene un jabón en las manos, mira el piso y parece haber llorado. Él ve su cuerpo, aquellas curvas que ya no son más de adolescente, como suele recordarlas, sino maduras, de una mujer que vive y duerme con alguien y que su anatomía olvidó ya la timidez de ser descubierta. No llores, le dice, te amo y lo sabes. Es todo lo que te pido, dice ella. Lo siento, le pide él. Entonces, se quita la ropa, entra con ella, la abraza, la besa y, en ese efímero momento, la hace suya mientras una lágrima recorre lentamente su mejilla recobrándolo a la vida, recordando el sabor del amor, haciendolo sentir idiota de nuevo.