He visto a
tantos pasar por este parque que haber llevado la cuenta, y con todos los
años que pesan sobre mí, hubiese sido
odioso y hasta irracional. Basta con decir que cuando joven los rostros, el
andar, y las formas, eran diferentes. Hasta los gritos de los niños, corriendo
hacia mí, hacia el otro lado de la calle, o hacia cualquier lado, se escuchaba con frecuencia.
No negaré que a mi vejez gozar de un poco de
paz es reconfortante.
Mi cuerpo no es el mismo y las fuerzas casi se me han ido; y aunque todavía conservo la figura imponente de entonces, luchar ya contracorriente carece de sentido. No es lamentable, es real, pues uno aprende que no todas las batallas están para ser luchadas y que no todas las derrotas tienen que ser tristes. Uno aprende que la vida es en esencia vida, y que al final de nuestros días buscar regocijo y descanso es necesario.
Mi cuerpo no es el mismo y las fuerzas casi se me han ido; y aunque todavía conservo la figura imponente de entonces, luchar ya contracorriente carece de sentido. No es lamentable, es real, pues uno aprende que no todas las batallas están para ser luchadas y que no todas las derrotas tienen que ser tristes. Uno aprende que la vida es en esencia vida, y que al final de nuestros días buscar regocijo y descanso es necesario.
Pero ¡cuántas historias se han escrito en este
parque!... Cuántas veces he visto al amor nacer, crecer y caer en tardes como
estas. Llantos desesperados y gritos de jubilo, dolor y placer casi tan largos
que hubiera conmovido al corazón más duro. A niños sonreír, y ancianos
entregarlo todo a causas que los jóvenes consideraron perdidas pero que ellos,
en sabiduría y armonía, incentivaron con vehemencia. He visto el inicio de la
vida y el camino de la muerte. He visto a una ciudad volverse enorme, llegar a
los cielos y seguir por ese camino sin fin. A animales bordear la esquina más
próxima y maquinas arrojando sonidos que se volvían cada vez más estridentes y
agobiantes, pero conducidos por hombres honorables, incapaces tal vez de ver
que la voluntad de la naturaleza no es la abundancia de ciencia sino de amor,
camaradería y placer.
No todo fue bueno (no todo en el universo
tiene que ser o parecer bueno) pues las llamas de la indiferencia y la sin
razón atacaron con fiereza a las almas que pulularon por este parque,
condenándose, o condenando a otras, a vidas llenas de lágrimas, amarguras y
muerte. Los he visto morir por causas banales, y robarle la vida a su similar
con armas que primero brillaron con el sol
pero que luego se volvieron más y más oscuras. Y esas armas, escupiendo
fuego de sus bocas, llenaron el parque de llanto, de hombres disfrazados de
autoridades y mujeres, niños, ancianos, arrojados sobre cuerpos inertes,
repletos de sangre y saliva.
A mí llegaban noticias de revoluciones, de
conspiraciones contra mandatarios y dictaduras. Y ante mí el mundo se vistió de
rojo, de blanco, de negro y de gris. Y vi como la tierra tembló muchas veces
y como de los cielos caía agua que
inundaba todo pero que traída consigo soplos de esperanza.
¡Cuántas historias, ciertamente! Y tan poca
audiencia para escucharlas.
Alguna vez el parque fue tan grande que mi
visión de ella no alcanzaba a abarcar todo el territorio. Con los años, y el
crecimiento constante de la ciudad, el parque fue quedándose sin habitantes y
sin riquezas. Hoy pequeños seres me acompañan en el camino, aunque sé muy bien
que mi historia aquí está llegando a su fin. Tal vez algún buen recuerdo dejaré
en aquellos que la memoria no les falle, y si no, me voy sabiendo que viví lo suficiente para ser plenamente feliz.