A Vivian Sanchez Chumbe, por su complicidad en cada una de estas líneas.
Lujuria: del latín luxus: 'abundancia', 'exuberancia'.
Tus labios acariciándome, encerrando en tu aroma los años de
vida que me quedan.
Cerrando lentamente los ojos mientras juegas al juego de la pasión, del deseo, del
amor.
Viviendo la confusión asfixiante de las caricias que me
regalas cuando me deseas; y esa mirada
que fijabas en mí, que me llevan al cielo y al infierno. Nuestros corazones palpitando al compás de
tus besos. Y tus besos al ritmo de la desesperación, del temor al tiempo y a
las limitaciones del cuerpo.
Amándote en silencio.
Me recibes complaciente sobre tu cuerpo mientras cuento las
veces que cediste a mis historias de hombre enamorado, a los mensajes de texto llenos de poemas
subidos de tono que dejaba en tu celular y que jamás respondiste -No sé si en el fondo lo odiaste. Pero no podías
controlar la pasión que desbordaba -
Tal vez me amaste esa noche y escapaste al amanecer. No dejabas que te hablara
de amor por temor a sentir lo mismo. O no lo sé. De repente era la sensación de amar por un momento, de
entregar tu vida al efímero acto de complacer, que te llevaron a ir y venir por
los senderos de mi vida.
Ahora es tu cuerpo hablando por ti, besando mi pecho y
bajando lentamente por mi vientre. Son
tus suaves dedos los que bajan el cierre de mi pantalón, los que lo
desabotonan, los que me lo quitan y luego acarician con bondad y dulzura mi
sexo descubierto. Son esos mismos dedos que desnudan tu cuerpo mientras una
media sonrisa se dibuja en tu rostro. Es eso caliente y húmedo que me haces
sentir ahí, antes de pedirme que haga lo mismo contigo, que me devuelve el
orgullo perdido, que me da la satisfacción de sentirme amado y complacido; y la seguridad que la vida puede ser muy cabrona pero que
contigo nada puede salir mal.
Y no me importa si se termina rápido porque lo único que en verdad
me interesa es que puedas ser feliz.
Sé que lo estás cuando te escucho gemir en silencio,
estirando en cruz tus manos para jalar la sabana; tocando luego con una mi cabeza mientras la
otra, quizás, se acomoda en tu frente.
Sé que lo eres pues
tus piernas no han dejado de moverse, de abrirse para juntarse de nuevo.
Sé que de alguna
manera soy cómplice de tu momentánea felicidad.
Sé que no lo dirás y
eso ya no importa.
De pronto, estiro la cabeza: tienes los ojos cerrados.
Termino por quitarme la camisa.
No es necesario que abras los ojos para contarme tu día,
pienso. De qué valdría en este momento. De qué valdría en cualquier otro
momento.
Me estiro hacia tu anatomía para penetrarla como otras
veces. Como lo esperaba, estás
dispuesta.
Me dejas entrar.
Entonces muevo rítmicamente la pelvis sintiendo tu interior
entre mis piernas. Entonces, ya no soy dueño del momento.
Entonces, me entrego a ti.
Y quiero que llenar mis oídos con tus experiencias. Y quiero que te rías de mis bromas. Y quiero que
sepas que si me entrego a este momento es para no dejarlo ir. Y quiero
confesarte que tenerte entre mis manos es la ruta más segura a la muerte, que
haciéndolo es la única manera posible de vivir una vez muerto, que ya no me
importa nada más en este momento.
Sé que esto es nuevo para ti, que estas acostumbrada a
llevar el control, que esperas que yo esté al lado del teléfono solo para
contestar tus llamadas pero que no confiese nunca que las aguardé con el
corazón en la mano.
Sé que no me perdonarías que te las contara.
Sé que no lo haré.
Sé que amarte una o dos veces a la semana es mejor a que
huyas de mí y nunca más vuelva a verte.
Sé que te amo.
Sé que me deseas.
Sé que quiero ser parte de tu vida.
Sé que no quieres compromisos.
Sé que estar en este instante contigo es eterno.
Sé que no lo merezco.
Y, sobre todo, sé que el final está cerca porque mi cuerpo
me lo dice. Y sé que te decepcionaré. Pero siempre habrá otra oportunidad pues
tú, aunque no lo sepas admitir, me amas con la misma pasión y locura que yo a
ti.