Ocurre que las circunstancias se
oscurecen, cambian y parecen volar sin sentido. Ocurre que una mirada
puede poner tu mundo de cabeza, y entonces las decisiones que te
enseña a tomar parecen no coincidir con tu forma de vivir. Ocurre,
quizá, que descubres que tu mismo no te conocías, que el sacrificio
que inevitablemente cediste no vale tanto la pena. Ocurre que una
sonrisa, acompañada de un largo silencio, puede llegar a
ilusionarte, a enamorarte, a hacerte pensar que la noche, por más
oscura y fría, llega a su fin. Ocurre que esa mirada, esa sonrisa,
esas palabras te devuelven la vida. Ocurre, entonces, que
vuelves a respirar.
La chica que me gusta no tiene nombre,
no sabe reír si no tiene un motivo, no sabe amar con egoísmo, pero
sus ojos brillan cuando recuerda esa sensación. La chica que me
gusta no sabe como parar de hablar, de contar sus experiencias, de
enredarse con sus palabras. La chica que me gusta está llena de
vida, de alegría, de euforia. Ella no teme
ensuciarse las manos, y es amante de los jeans y las zapatillas, los
perfumes y el arte, la música hippie y las noches largas. No le
teme a nada. Ella sonríe cuando trato de filosofar y perdona con
bondad esa curiosa insinuación que acostumbro darle.
La chica que me gusta habla de su
pasado. Parece huir sin hacerlo. Yo le digo que no puede ni debe, que pensar es los buenos momentos y recordar el por qué del
final conseguirá que comience de nuevo, que ya lo peor ha pasado,
que arrepentirse de lo vivido es en vano, que es una importante
lección, que, ¡por el amor de dios!, no se rinda en el intento. Y
mientras trato de convencerla que su única obligación es ser feliz
, sus ojos brillan por unas lagrimas que parecen querer salir; y yo
quiero abrazarla, decirle que todo estará bien, que estoy a su lado,
que la entiendo porque también he pasado lo mismo, que no esta sola,
que me tiene a mi para lo que necesite. Pero la chica que me gusta
cambia de tema y eso ya no importa, y yo pienso que así es mejor,
que tenerla a mi lado es suficiente.
La chica que me gusta juega con su largo cabello mientras mira de reojo a las personas pasar, mientras todas mis intenciones se concentran en sus
acciones, mientras sueño despierto en un mundo solo para nosotros. Y
ella mueve los labios y yo sé que algo importante me está contando
pero es demasiado tarde porque ya estoy perdido, porque no encuentro
la manera de regresar a la tierra mientras aquel ser maravilloso siga
conmigo. Y no me avergüenzo si le digo que después de todo debe
hacer las cosas que la hagan feliz, que si su felicidad está del
lado más lejano del mundo es necesario recorrer el camino. No temo
que se vaya de mí para siempre si con eso consigo que jamás oculte
la vida que le regala a la vida. No me detengo cuando me llama amigo
pues serlo es lo que me ha mantenido de pie. Y no le digo que sus
llamadas a las doce de la noche fueron el abrigo que necesitaba
cuando la fría soledad de la madrugada me hacía llorar. No le digo
que sus mensajes de texto a cualquier hora del día, justo cuando el
recuerdo de una vida pasada me lastimaba con afán, cuando sentía
temor con lo que me esperaba, cuando parecía estar feliz y tranquilo
pero por dentro añoraba con locura la vida que había estado
llevando, aunque esa vida me estuviera matando, fueron el puente al
reino de la fantasía, al camino que estuve buscando para
reencontrarme, para andar eternamente en el sin miedo ni complejos
ni dudas. No le digo que ocupa un espacio en mi vida. No le digo que
me gusta. No le digo que gracias a ella, a su amistad, he
sobrevivido.
La chica que me gusta quiere ser mi
amiga, quiere salir conmigo y que no le hable de amor porque de eso
ya tuvo mucho. Y aunque al principio no consigo entender cómo puede pedírmelo comprendo que el mejor regalo que me puede dar en este
momento, y en todos los demás momentos, es su amistad, es ese
pequeño espacio en su vida. Entonces sonrío, llego a casa y vuelvo
a renacer entre los viejos papeles para rehacer las historias, y para
no abandonarlas nunca más.
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