Luego de una larga batalla contra si mismo, el ángel regresó
por el camino más oscuro. No iba solo. Con él andaban sus sueños más optimistas,
sus mejores historias, sus penas más grandes. Cerca el ‘bum bum bum’ de los
tambores seguían rugiendo con fiereza. Había abandonado el campo de batalla una
vez el último de sus enemigos cayó sobre sus pies. No agitó las alas para alzarse junto a sus
compañeros sobrevivientes, tampoco silbó el canto de pena por la vida de los
suyos. Simplemente corrió. Corrió fuerte y lejos. Lo hizo por miedo. No quería
seguir una guerra que había perdido sentido. No quería luchar contra nadie
porque nadie era culpable que algunos los mandaran a matar, a defender ideas
que no compartían, a conseguir la falsa gloria de la muerte. En el fondo de su
alma sentía que había sido creado por
amor y para el amor. La guerra, entonces, aunque escondiera sentimientos de paz
y libertad, no tenía sentido.
Protegido por la noche, y corriendo entre los viejos arboles de aquel
bosque, trataba de ocultarse de la mirada acusadora de la luna. Pronto se darían cuenta
que había huido y vendrían a buscarlo para que presentara sus motivos frente a
los grandes. Pero no me llevarían con
facilidad, se dijo. No sería participe de sus guerras ni sus buenas
intenciones. No daría muerte a nadie más. Por ello se internó en la espesura
del bosque, ahí donde lo prohíben los ancianos y donde los niños de todas las eras
y especies han temido; ahí donde ni la guerra más cruel ni la causa más justa llegarían.
Cortaba una a una las ramas que impedían su paso, sin importar que lastimaran sus alas, y esquivaba a los animales nocturnos que lo veían
con recelo mientras se preguntaban, quizá, cómo aquel ser extraordinario había caído tan bajo,
cómo había decidido abandonar su eternidad para acompañarlos en la decadencia
perpetua, cómo podía si en el infinito
todo le era permitido y todo le era concedido.De pronto empezaron a agitarse,
moviéndose de sus sitios para cruzar por su camino, para espantarlo, para hacerle saber sus
odios, sus dudas. Chillaban con voces incompresibles. Pero el ángel los ignoraba tratando de
concentrarse en la tarea de hallar el lugar ideal para sanar sus heridas.
- Una cueva
o la copa de un árbol - les dijo - déjenme que solo necesito desaparecer.
No le importaba ni el frío ni las embestidas de sus enemigos porque había sido capacitado para morir.
Cerca de una pendiente, justo antes de comenzar
a subir, el ángel notó la presencia de un gran árbol. Parecía el más longevo de
sus vecinos. Sus ramas se estiraban hacia el cielo en todo lo largo como débiles
brazos. El viento silbaba entre sus hojas, levantando un ligero olor a dulce,
meciendo su forma de un lado para el otro con la delicadeza de un danzante al amar.
Se quedó mirando su baile por unos momentos, preguntándose qué melodía estaría
sonando en el silencio, qué lograba crear tamaña belleza, qué situación podría
llevarla a mostrarse con esa paz. Quiso acercarse a preguntarle pero temió su
rechazo.
Decidió solo mirarla moverse eternamente en el juego de sus alegrías ocultas,
sin entender cómo se podía encontrar orden en el caos, sin preguntarle cual era
la formula para coexistir en armonía en un ambiente tan deprimente y hostil
como el suyo, cómo podía ser feliz amando al viento y la luna sin temores si
había sido destinado a la oscuridad, al frío, a la pena. Cómo podía luchar en
medio de todo y en medio de nada. Cómo ser feliz cuando las situaciones no
dejan de cambiar, cuando los sueños parecen irse de sus manos, cuando se cansa
de luchar una guerra de pocos, cuando detesta ver un hermano caer por el fuego
enemigo, cuando sus energías se debilitan ante la adversidad de la indiferencia,
ante la fatalidad de la paz y el amor, ante la decadencia del ser, ante la
mediocridad de los mediocres y el constante sabor a ambición a costa del
hermano, del prójimo, del ser. Por qué luchar y ser feliz como aquel poderoso árbol
cuando se luchó y se ganó y eso supo a derrota. Cómo continuar con la búsqueda
si ya todo parece perdido.
Quería preguntarle todo
esto y más, quería suplicarle un espacio a su lado, quería pedirle que
al menos lo dejara soñar el largo sueño de la muerte, sintiendo su aroma
a dulce y vida, siendo acariciado por un instante por la sabiduría de sus
acciones. Quería aprender su lección. Quería llorar a gritos. Quería pero sus
compañeros de optimismo y odio no le permitían.
El ángel continuó la marcha siendo ya solo un hombre,
sabiendo que pronto sería cazado por sus hermanos y llevado a confrontar sus
propios temores.
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