Soy un hombre simple de gustos simples: no me
gustan las discotecas, ni los lugares con muchas personas. Prefiero una taza de
café, un buen libro o una interesante conversación; un cigarro y, si se la
situación es propicia, y tengo buena suerte, ver una película en la televisión.
Estas actividades, dicho sea de paso, no me han generado una larga lista de
amigos en Facebook, ni tantos ‘Me gusta’ en mi muro con los que pueda
presumir. Valgan verdades, nadie quiere
mucho a un amigo cibernético. También tiene sus ventajas: así como carezco de
amigos, carezco -¿o padezco?- de enemigos. Insisto: nadie puede amar a un chico
que sólo aparece en momentos, ni mucho menos odiarlo. Visto así, tal vez mi
firme idea de mantenerme siempre de incógnita, tras bambalinas, no sea tan malo
como se piense.
Tengo la firme idea que no hay nadie que
pretenda ir por el mundo ocultando sus manías (salvo que su manía sea asesinar
personas, o cometer delitos a diestra y siniestra). Y es que somos víctimas de aquella sensación arbitraria
y esquizofrénica que a menudo nos impulsa y/u obliga a actuar de acuerdo a sus
mandatos. La voluntad humana suele ser
insuficiente para negarse a ello. Nos sometemos, simplemente, a los que nos
diga.
Por ello, no me sorprende ver en las redes
sociales a tantas señoritas rendir pleitesía a caballeros con los pelos parados
y sonrisas angelicales. Son sus ídolos. Y una de las manías más comunes de
nosotros, los homo sapiens, es crear ídolos, saltar hasta desfallecer, y cantar
como loquillos detrás de ellos. El desmayo, las lágrimas, las obsesiones
escalofriantes, sólo son parte del paquete.
Hacemos todo y de todo para hacerle saber al ídolo –y al mundo- nuestra
admiración. No importa si ello implica hacer largas colas en los conciertos, o
pedir prestado para comprar el último álbum discográfico, o portarnos bien toda
la semana para que papá y mamá nos de permiso para visitar el hotel donde se
hospedan. Todo es valido cuando se trata de demostrar aprecio.
Ahí no queda la cosa. Una de las manías más
recurrentes es el arte del buen vestir. ¡Ay, vamos! No se pongan así. No me
digan que nunca han mirado con cierto recelo al fulano de la otra calle sólo
porque no supo combinar las zapatillas con la polera, o el saco con el pantalón.
No me digan que nunca se han detenido a pensar qué ropa es la adecuada para tal
o cual situación o acontecimiento. Hasta
para ir a la panadería nos detenemos a revisar qué indumentaria es la adecuada.
No digo que esté mal. Tampoco digo que esté bien. Sólo lo digo porque no se
puede hablar de manías si no se reconoce como una el hecho de querer siempre
vernos bien (exageradamente bien. Tan bien que tal vez podamos encontrar a
nuestra media naranja en la esquina menos pensada) Pocos están libres de esta
manía. No me lo pueden negar.
Existen distintas clases de manías. Mencionaré
algunas:
- Complejo fotografus maniaticum
Mamá es un claro ejemplo. Ella al momento de
tomar fotos no cree en nadie: no le importa si te agarró mal parado, con el
ceño fruncido, o con legañas. Es típico de ella correr a su cuenta en
Facebook y colgar las fotos.
-Estado telefunus imperictivum
Hace poco asistí a una reunión. Fue una
difícil decisión. Pero si quería seguir conservando el amor de mi familia, y de
mi novia, no me quedaba de otra. En fin. La reunión fue amena, me sentí como
pez en el agua, porque además de una música agradable, unos cuantos cigarros,
casi nadie se percató de mi presencia –o de cualquier otra-. Todos estaban muy
concentrados en sus teléfonos. La música y los bocaditos habían pasado a
segundo plano: todos se concentraron en las imágenes que le devolvían sus
pantallas último modelo. En algunas
ocasiones dejaban sus equipos a un lado para ir al baño o para tomar algo de la
mesa. Al parecer, la fiesta era dentro de sus equipos. Por supuesto, yo no
estaba invitado ahí.
-Bellísima
maximan
Aunque es muy parecida a una manía que ya
mencioné, este estado tiene una sutil pero brutal diferencia: obsesión por la
belleza ajena. En la televisión,
revistas de moda, redes sociales, hay una corriente extraña de idealizar la
belleza física del modelo de turno. Vemos bíceps bien formados, cuerpos con
curvas increíbles, caras que parecen talladas por artistas plásticos, y
músculos tan grandes que uno se ve al espejo y no sabe si maldecir a la vida o
a sus padres por haber nacido tan enclenque o tan feo. Entonces, admiro lo que
no me pertenece. Es más, ya no quiero ser yo sino él o ella.
-Amiguis amiguitum
Todo se vale en el mundo de la popularidad.
Inclusive hacerse conocido mediante escándalos o por amigos de amigos de amigos
que conocimos en años inmemorables. Queremos resaltar, cueste lo que cueste.
Que hablen de nosotros. Mal o bien, es lo que queremos.
Con esto llegamos al final de la primera parte de mi ‘filosófica’ introducción a las manías. No me voy sin prometerles que, cueste lo que cueste, regresaré la próxima semana con más.
Saludos.
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