El viernes 18 de Julio se inició la 19° Feria Internacional
del Libro de Lima (FIL) en el Parque Los Próceres en el distrito de Jesús María,
y se extenderá hasta el 3 de agosto.
Este año el país invitado es Chile, por lo que se realizarán
distintos homenajes, menciones, y ventas de libros, de grandes autores del
hermano país del sur como Pablo Neruda, Isabel Allende, Nicanor Parra, Roberto
Bolaño, Gabriela Mistral. Y exposiciones de escritores como Hernán
Rivera Letelier, Claudia Apablaza, Sonia
Montecinos y Rodrigo Olavarría.
Como en anteriores
presentaciones, la FIL llega cargada de novedades, exposiciones, muestras de
arte, presentaciones de libros, homenajes y más.
Considero que en un país donde se lee poco es menester que
las entidades encargadas de fomentar esta actividad sigan realizando esta
clases de eventos. Y es importante
porque en la feria no sólo vas a ver, comprar, y leer, libros de todas las épocas,
de todas las clases, y todas las formas, sino a extender tu visión sobre el
arte y la literatura con eventos y actividades para todo público. Es una OBLIGACIÓN del estado poner al alcance
de las personas la cultura, en todas sus formas, pues sólo a través de ella se
puede crecer de manera intelectual; y sólo a través del crecimiento intelectual
conseguiremos el país que tanto reclamamos y que tan lejano vemos.
Tengo recuerdos muy vigentes sobre la FIL. La más clara que
tengo, cursando aún por la academia, es la primera feria que visité en agosto
del 2008, justo cuando aquella edición llegaba a su fin. Entonces tenía la
firme idea de aprender todo lo que pudiera sobre la literatura que se había hecho,
y que aún se seguía haciendo, en Latinoamérica (sobre todo en Perú) porque
consideraba que un escritor, o un lector, que se apreciara de ser inédito y
universal debía comenzar su búsqueda hacía la excelencia en sus raíces. De qué
me valía aprender todo sobre Stendhal y
León Tolstoi (extraordinarios escritores, por cierto. No entiendan de mí lo
contrario) si poco o nada sabía sobre Borges y Carlos Fuentes.
Mi camino hacia la literatura latinoamericana había empezado
con Julio Cortázar y Bryce Echenique (recomendación de mi profesora de lengua
en secundaria), y se había extendido en Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro. Por
mucho tiempo estuve encariñado, casi enamorado, y completamente maravillado,
con las obras que Mario Vargas Llosa había publicado hasta la fecha. ‘La Ciudad
y los Perros’, ‘Conversación en La Catedral’ y ‘La Fiesta del Chivo’,
revolucionaron mi forma de ver y entender las novelas.
Esa noche, antes de decidir con mi acompañante retirarnos
por lo avanzado de la hora, nos mezclamos en una cola porque disque se presentaría
el libro de un escritor famoso.
‘De acuerdo, vamos’, sentenciamos.
La cola iba creciendo más y más, mientras nosotros nos preguntábamos
qué escritor era ese que iba a estar. Entre susurros escuchamos hablar de Mario
Vargas Llosa. Era imposible. No podía ser él. Al entrar a la sala, que por
cierto se llenó tanto que ni una aguja podía ingresar, el escritor salió
acompañado de los infaltables Fernando de Szyszlo, Alonso Cueto y Edgar Saba.
Presentaba su nuevo libro de ensayos ‘Las guerras de este mundo’.
Escucharlo hablar de literatura fue para mí una experiencia mucho más que enriquecedora.
¿Algún día estaría ahí? ¿Algún día publicaría la cantidad de
libros que él? El camino parecía tan lejano, tan ajeno a la realidad que mi
vida presentaba. El azar o el destino me llevaron esa noche a aquella sala, a
escuchar a aquel escritor, y a soñar con una vida como escribidor de historias.
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