Al maestro Cortázar
Una taza de café, un cigarro, y mucho
silencio, era lo que hacia falta para empezar a leer la novela que María, su
novia, le había recomendado con tanto afán. Por fortuna esa noche no había
nadie en casa, y nunca le faltaba cigarros, así que el único problema era ir a
la cocina, poner a hervir el agua y preparar algo de café.
-¡Bah! Preparar café nunca es problema.
Mientras esperaba que el agua hirviera prendió
la televisión. Para variar, no había nada bueno, sólo programas de competencia,
algunos noticieros, y una novela coreana
de los 90’s y que en su momento fue tan vista que hasta le había ganado en
sintonía a las mexicanas. Pasaba por los mismos canales una y otra vez sin
detenerse mucho tiempo en ninguno. Odiaba la programación nacional y no se
atrevía a buscar algo en el cable por temor a encontrar algo que le llamara más
la atención y entonces María estaría muy decepcionada de él. ‘Las mujeres y sus
cosas’, pensó.
-Luego dicen que uno no hace nada por ellas.
Si leer no es una muestra de amor pues no sé qué es…
Listo por fin el café, se acomodó en el sofá.
Sacó de su mochila la novela, la miró por el anverso y el reverso, se detuvo un
momento en los comentarios sobre ella, en la biografía del autor –licenciado en
letras de la Universidad de San Marcos, profesor de blah blah blah, con tres
novelas y un libro de cuentos en su haber y blah blah blah-, revisó cuántas
páginas tendría que leer -446: ¡asu!-, leyó el último párrafo, luego el primero
-¿será suficiente con eso?-, se preguntó en qué momento prendería el cigarro,
y, por último: ‘’todo lo que uno hace por amor, caray…’
-Leer es tan fastidioso… ¿Y si espero que
hagan la película?
Seguro, por supuesto, que la película
demoraría en salir –si es que sale- y que su novia se sentiría muy ofendida si
no leía al menos el primer capitulo decidió dejar de lado el tedio que desde ya
lo aburría como una ostra, prendió el cigarro, se juró nunca más permitir que
algo así le volviera a pasar, y empezó con la lectura.
La primera página le resultó digerible. En la
segunda comprendió que el protagonista estaba muy chiflado y que seguro la
brillante novela que su novia le había obligado a leer era de esas de amores
prohibidos y finales felices. En la tercera, un pequeño dolor en la coronilla
de su cabeza le hizo pensar que terminar el primer capitulo sería más difícil
de lo planeado. Para la cuarta página el cigarro se había terminado. En la
quinta, el protagonista le hizo creer que tal vez no estaba tan loco como
parecía y que sus palabras de cursi enamorado era parte de un ardid
publicitario. En la sexta las típicas frases cliché. En la séptima el café se
había enfriado; y en la octava las piernas le pesaban para ir a preparar otra
taza.
-¿Al tipo este le pesarán también las piernas?
Parece un capo del complot, no creo que sus piernas sea su mayor preocupación.
¿O lo era? Pero cómo saberlo si se volvía víctima
de sus pasos, de sus amores, de sus expectativas y de sus sueños. Cómo
sentenciar una historia si esta acaba de empezar. Cómo si con el paso de las
horas su angustia crecía, si la espera se volvía insoportable, si la había
amado durante tanto tiempo. No podía y no debía. Era necesario seguir en la
búsqueda, esperar otro poco. Y mientras su sonrisa se congelaba con el frío
viento de invierno, y las personas iban y venían sin detenerse, mirándolo de
reojo, burlándose quizá de su inocencia, de sus eternas ganas de perder y
seguir perdiendo, de las cartas de amor que le había enviado todo el mes,
diciéndole que podría esperar toda la vida si fuera necesario, o de la promesa
que ella le había hecho de llegar puntual a la cita porque se había dado cuenta
de algo y que no podía contárselo hasta que sea el momento preciso.
¿Era el momento preciso? ¿Lo era? Tenia que
serlo. Aquel era el momento que él había esperado toda su vida. Aquel era el
día en donde sus sueños tomarían la forma de aquella chica, y dejarían de serlo
para volverse realidades, para volverse besos, caricias, susurros de amor en
atardeceres de primavera, en parques enormes y canciones eternas. No podía
dudarlo. Ella llegaría para amarlo como en sus historias, y entonces se
escribiría una que llevaría a las lagrimas, que haría gritar de emoción y
saltar de alegría.
Y así pasaban los minutos, y con los minutos
las horas y con las horas la calma, y con la calma la desesperación. Entonces
su sonrisa terminó por congelarse, por terminar con sus ilusiones. Y a pesar
del tiempo transcurrido ella no llegaba.
Pero llegaría, estaba seguro.
No de pronto pero si pronto se hizo de noche,
muy de noche, las piernas le dolían y el
frío le hacía doler los huesos. Había pues que resignarse, que dejarla ir. Y es
que esa mujer nunca le había pertenecido. Puede que una sonrisa haya sido de
él, y tal vez una mirada o dos pero nada más.
Resignado entonces, regresó a casa. Mientras
abría la puerta una ligera esperanza golpeó con fiereza su pesimismo, volvió la
mirada y nada.
´Mi amor nunca fue nada para ella.’
Volvió a mirar para estar seguro que ella en
verdad no lo esperaba. La buscó a sus espaldas, en su sala, en su cuarto, en el baño y la cocina; y nada.
Preparó café, prendió un cigarro y se sentó en su sofá para leer un poco con la
esperanza que en la literatura encontraría un poco de consuelo, un poco de paz,
un poco de sabiduría.
Entonces el chico pasó una página y otra y otra, y así, preso de la historia, terminó el primer capitulo, el segundo, el tercero y la novela.
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