jueves, enero 08, 2009

N'oc-naut

Encontré al fauno a mitad del sendero, pocos metros de que este se bifurque, rascaba el oscuro pelaje de su barbilla con desesperación mientras caminaba en círculos y pronunciaba palabras en un idioma desconocido y que a mis oidos sonaba como a silbidos y gruñidos. Vacile un par de segundos antes de preguntar si había logrado encontrarla. Silencio, estoy pensando, me dijo. No me atreví a contradecirlo. Su aspecto era intimidante: alto, con patas casi tan grandes como un animal, la parte superior era de un humano pero llevaba cortes por todo el pecho y en la cara una línea cruzaba su ojo derecho desde la mejilla hasta su cabello. Los faunos eran conocidos como criaturas pacificas, solo atacaban al sentirse amenazados; no obstante, aquel era diferente. En su mano izquierda tenia sujetada con fuerza su arco, a penas le quedaban unas cuantas flechas colgadas a su espalda. Al fin hablo: vamos, no podemos esperar. Recogió su arma y caminó unos metros para seguir por el lado derecho del sendero. Sentí miedo y excitación, no me era indiferente la posibilidad de morir antes que el sol se oculte.

Estábamos solos. Anny, desaparecida. Farqui, muerto. Lanz, preso en algún lugar del castillo. Merle, herida, oculta en el bosque, esperando, quizá, el momento oportuno para salir. A los pocos minutos, el fauno, se detuvo: queda poco tiempo, es mejor que te saques la ropa que llevas. Lo mire asombrado, un segundo después comprendí: de acuerdo. Si quería permanecer vivo debía despojarme de la única cosa que podría delatarme, no era capaz de arruinar el plan. Comencé con la armadura metálica que cubría mi pecho luego la parte inferior de mi vestimenta quedándome solo con unos pantalones hechos de lana. Eso es todo, inquirí. Tus armas, déjalo. Desenvaine mi espada, recordando las duras batallas que nos había tocado vivir, luego un daga colgada a mi cinturón. El siguió caminando, trate de averiguar si de verdad dejaríamos todo tirado por ahí para lo que contesto que no había problema por eso, ya vendrán a recogerlo. ¿Qué quería decir?, parecía leer mi mente pues se me adelanto: no intentes saber lo que pronto sucederá, podrías enloquecer.

El camino continuaba con una ligera inclinación, sentí como mis piernas se movían sin dificultad alguna mientras el frío viento acariciaba mi rostro, sacudía mi cabello y me daba fuerzas. Vi a mi acompañante delante de mí, ensimismado, gruñendo a penas. Trate de adivinar sus pensamientos. Algo escondía, estaba seguro que la tarea no nos resultaría del todo fácil y que el fauno se traía algo entre manos, no auguraba nada bueno. No importaba. Debíamos de rescatar a Lanz, antes que le den muerte, y para eso solo tendríamos que cruzar aquellas murallas gigantescas, recorrer la ciudad sagrada, cruzar la inmensa estatua del halcón, adentrarnos al castillo, buscar la celda y escapar antes que se den cuenta de nuestra presencia. En teoría, fácil. De pronto, el fauno se detuvo. Qué sucede, inquirí. Llegamos, me dijo, volviendo el rostro arañado hacia mí. Un chispazo de adrenalina y miedo invadió mi cuerpo. Solo fue cuestión de segundos, cuando seguimos caminando, para ver las murallas que cubrían la ciudad. Las historias eran verdaderas: una impresionante confección de rocas gigantes, apiladas una a una, como si hubieran sido talladas especialmente para cuidar lo que adentro guardaba. Conforme avanzaba logre divisar la cima, puse mi mano derecha en la frente para bloquear los rayos del sol así poder distinguir a los soldados que resguardaban la puerta. Ten cuidado con lo que miras, me dijo el fauno, no vayas a pasar como un extranjero. Forcé una sonrisa, entendiendo a la perfección su ironía.

- Las puertas están cerradas, regrese al amanecer- sonó una voz gruesa detrás de la entrada. Habíamos llegado hasta la puerta principal. Hice un cálculo mental y me di con la sorpresa que aquella puerta sobrepasaba los diez metros tanto en ancho como en largo; sin embargo, aquella altura no llegaba a alcanzar la de las paredes. Venimos del norte, dijo el fauno, somos amigos para la comunidad. Hubo un silencio sepulcral que solo fue roto por el sonido de la cerradura. Retrocede, me dijo el fauno. La puerta pareció partirse, una línea horizontal del tamaño del fauno rompía el grueso pedazo de madera. Creí que algo andaba mal. Me sorprendí al ver como una línea vertical, justo donde acababa la anterior, dibujaba la puerta, esta se abrió.

- Sabia que eras tú- salio un hombre bajo, corpulento, con voz gruesa y de apariencia poco intimidante. Lo abrazó como pudo y tuvo que estirarse para coger con las dos manos la del fauno.

- Y aun así me dejaste parado unos segundos. Venga, te presento a Alen.

- Nunca lo he visto por aquí.

- Es la primera vez que visita la capital. No le prestes atención a su mirada perdida- hablaron unos minutos sobre lo alegres que estaban de verse, luego el hombre se callo y dijo en voz baja, casi para si mismo: existen problemas, los faunos ya no son tan bien recibidos en estos lugares, mejor ándate. Escuche la respiración repentinamente agitada de mi acompañante. No pueden negarme la entrada, he sido su aliado incondicional durante toda la guerra. Si, se apresuro a decir el hombre, pero hay rumores de que los faunos se volvieron a nuestra contra y ahora trabajan para Bardak. No te permito esto, rugió el fauno, somos tan leales ahora como lo fuimos hace siglos, familias enteras han muerto luchando por su guerra. El hombre agacho la mirada, dio un paso al costado: adelante, dijo.

No nos llevo mas de uno cuantos minutos para ingresar al fin a la ciudad, recorrer las casas, hechas de adobe, ver a los niños jugar y las mujeres conversar entre si, me producían una especie de nostalgia. Todo era tan pacifico, tan noble. En mi cabeza no daba con la creencia de que aquel pueblo era el despiadado, que había matado a los de mi raza y que pretendían apoderarse de la tierra de los hombres. No quería creer lo que me habían enseñado en mi primer día de entrenamiento: mátenlos a todos, porque ellos harán lo mismo con ustedes, no tienen piedad ni por los niños ni por los ancianos. Veía a mis compañeros y compañeras, rugir de la ira, jurando pronto acabar con esa amenaza. Hoy todo era diferente. Sentí ira conmigo y con los que iniciaron esta absurda guerra; sin embargo, la imagen de mi familia muerta a manos de sus soldados carcomía mis entrañas. Respire hondo y pregunte: donde esta el castillo. Pronto lo veras, contesto el fauno, ahora, camina derecho y no mires como si tuvieras miedo. Era impresionante la forma como intuía mis sentimientos. Esto acabara antes de lo que imaginas, aseguró. Doblamos a la izquierda y fuimos de frente hasta cruzar la alameda con la estatua del halcón, tan maravillosa como todo el lugar.

Conforme nos acercábamos menos lograba ver por completo el monumento, siempre debía ver de abajo para arriba o viceversa. Lo vez, me dijo el fauno, sacándome de mi ensimismamiento. Señalaba con su índice un castillo a los lejos. La idea de saber lo grande que era, me producía escalofríos. Ni un ejército podría ser capaz de penetrar esos muros o, peor aun, llegar hasta aquel castillo. Como entraremos, pregunte. Yo, por la puerta y tu, ya lo sabrás. Era imposible pensar que aquello seria cierto, entrar por la puerta para rescatar a Lanz, me parecía una idea descabellada, irreal. Por otro lado, el hecho de estar ahí ya era descabellado y lo era aun peor caminar por sus calles y plazas con un enemigo. El fauno había mentido bien para ingresar. Su pueblo se había rebelado en secreto. Solo los enanos seguían leales a Naut. Cuando nos acercamos más, sentí un vacio en el estomago, a pesar de que el viento había dejado de soplar. Es hora, dijo el fauno. Como, quise saber, por donde voy. El fauno se detuvo, iba a preguntar que pasaba cuando volví el rostro por donde veníamos: todo fue completo silencio. En cuestión de segundos el caos reino: sonaron las campanas de alerta y los soldados gritaban a las cuevas, a buen recaudo, nos atacan. De súbito sentí el ruido de los caballos correr mientras los hombres que iban montados hacían tocar un cuerno, y este, en conjunto con las campanas provocaban mas terror que ayuda. Las puertas del castillo se abrieron.

- Ve hasta el río- dijo el fauno, señalando una pequeña explanada de agua que se debía cruzar en un puente para llegar al castillo- nada dos metros de profundidad, encontraras un conducto, ese lleva dentro del castillo y aquellas escaleras a las mazmorras, busca a Lanz y salgan con vida- quise preguntar ¿y tu? pero una vez mas se me anticipó- yo entrare por la puerta, ve. Corrí sin pensar exactamente hacia donde, esquivando a los cientos de soldados que salían de la puerta del castillo, provistos de armas. Si creen pasar las murallas de la ciudad sagrada, decían a gritos, verán que muerte les espera. En cuanto calcule la suficiente profundidad del río para saltar, la aproveche, ignorando a los soldados, recordando los días en donde solía disfrutar de la vida, ingresando de manera limpia y sin escándalo. Mientras buceaba intentaba pensar en el fauno, que ahora seguro estaría entrando en el castillo, debía de estar loco para realizar semejante imprudencia. Luche por retener el aire y me sentí preocupado al no encontrar el conducto. Fuera se escuchaba el sonido de los caballos y de los hombres eufóricos por la batalla. Al fin pude verlo, nade con rapidez, antes de ingresar logre oír el estridente alarido de los hombres alados, eso solo significaba una cosa: habían llegado.

Salí del agua. Sacudí mi cabello unos segundos. Avance a una puerta, se mantenía semiabierta, subí las escaleras, cuidando de mi respiración para que no se muestre agitada. Llegue al límite y seguí por el corredor, mirando por todos lados, buscando una puerta que me llevase a mi compañero. Tuve que cerrar un poco los ojos hasta acostumbrarme a la poca luz. El corazón me latía con fuerza, me vi obligado a cubrir con la mano mi pecho, respirando hondo, mientras llegaba al final del corredor donde una puerta se mantenía cerrada con un hombre ahí dormido. Sopese la idea de cruzar en silencio, eso me daría una pequeña ventaja pues no se habría dado cuenta de mi presencia; no obstante, detuve mis pensamientos y solo me concentre en su espada: tendría que quitársela, nadie sabría si seriamos descubiertos, qué pasaría si fuera así, pelearía sin nada para defenderme. Me acerque al hombre, conteniendo la respiración, sentí un ligero tufillo a tabaco y vino. Aquel dormía placidamente, era imposible levantarse. Cogi el mango de su espada y conté hasta tres en mi mente: uno...dos...no pude contar más, tenía los ojos abiertos y ahora me miraba con una sonrisa burlona y escalofriante. Se puso de pie, era poco más alto que yo. Qué vienes a buscar, inquirió. No se me ocurría ninguna excusa por lo que opte por un escape rápido: me lance sobre su arma, la desenvaine con la destreza de un gran guerrero e introduje la punta en su pecho. Al verlo muerto en el suelo, empecé a correr, traspase la puerta y no tardo mucho tiempo para que me viera cara a cara con cinco carceleros y mi compañero, Lanz, yacía en el suelo, quizás muerto, dentro de un calabozo. Rugí de rabia. Coloque mi arma en ristre, no espere que me atacaran, me aventure en pos de la venganza.

Eran hombres viejos y débiles, no pudieron resistir mucho tiempo a mi ataque. Había pasado toda una vida en los campamentos de entrenamiento, y varios años combatiendo en esta guerra, por ende, mi destreza era superior a sus estupidos intentos por salvar sus vidas. Una vez acabada mi contienda, me agache a auxiliarlo. Aun respiraba. Lanz, despierta, dije, es hora de irnos hermano. Abrió débilmente los ojos, al verme forzó una media sonrisa, camina, compañero. Ignoramos las suplicas de los demás presos, o al menos por unos instantes, hasta que lo sostuve en pie. Los suelto si me ayudan a salir, dije. Asintieron. Busque las llaves entre lo cadáveres, una vez hallada procedí a abrir cada puerta, luego informe: deben saber que atacan N'oc-naut. Salieron con una sonrisa, era obvio que estaban seguros que de esa forma se les haría fácil huir. Vi con incredulidad la cortesía de aquellos reos, concluí en la posibilidad de que todos sean prisioneros de guerra, como Lanz. Vamos de una vez, me dijo. Camine torpemente, llevándolo con un brazo al rededor de mi cuello. Yo te ayudo, se ofreció una mujer de cabello corto y de tez morena, de lejos hubiera asegurado que era hombre. Asentí con la cabeza. Rodeo su cuello con el brazo libre de Lanz y emprendimos la marcha, eso me daba comodidad para llevar con la otra mano la espada.

Conforme fuimos avanzando, primero subiendo escaleras arriba hasta llegar a una estancia más amplia donde había una mesa y dos sillas en cada cabecera, seguro ahí cuidaba el jefe de la prisión. De pronto pregunte, casi para mi: muy pequeño para ser una prisión. Es para capturas en batalla. Nos golpean así para dar información, me dijo la mujer.

Salimos a un patio, tres puertas conducían a diferentes direcciones, no me atreví a preguntar donde. En el cielo se escucho los alaridos de los hombres alados y pude ver cruzar un par con sus flechas apuntando en algún sector de la ciudad, estaba en llamas. Escuche otro sonido, lo busque con los ojos, ahora los alados combatían con halcones del tamaño de un león, que habrían mucho sus alas en señal de amenaza. Corre, esto esta fatal, exclamó la mujer. Escogió la puerta del extremo izquierdo. Lanz recobraba la lucidez, conseguía dar pasos. Estoy bien, dijo Lanz, ya puedo ir solo. Era sorprendente lo rápido que se recuperaba. Tuvimos que cruzar otro patio, vi a unos cuantos ancianos atravesarlo custodiados por seis soldados. Estos, arremetieron en nuestra contra. Recordé la espada que llevaba en mis manos y la aliste para combatir, pensé que tendría que ser yo quien los protegiera pero mis compañeros se delataron y pelearon cuerpo a cuerpo hasta conseguir su propia arma. La mujer peleaba con una habilidad extraña, era claro darse cuenta su entrenamiento previo, lo hacia con una elegancia y finura difícil de encontrar. Por otro lado, Lanz, luchaba como podía, y cuando se hizo con una espada su gesto cambio, derribo a uno y otro sin parar, con una gran sonrisa en los labios, se sentía de nuevo vivo. Al término, dejamos a los ancianos ir, corrimos a la salida. Cruzamos el río, la ciudad estaba desierta y lejos se oía el sonido de la batalla. Sopesamos la idea de escapar por la parte posterior, pero el presentimiento de que seguro la ciudad estaba rodeada nos detuvo, entonces fue cuando recordé: el fauno, grite, el sabe como. Hice que me siguieran, seguí por la orilla del río hasta encontrar de nuevo la entrada, tenia la sospecha que el nos esperaba. No me equivoque. Antes de llegar a su lado, el fauno nos señalo con su índice el cielo: Los hombres alados arremetían con flechas bañadas en llamas contra las casas, el sonido de las campanas se silenció. No pude creerlo hasta que vi a cientos de hombres, que avanzaban como una enorme mancha, gritando al castillo, protegerlo hasta la muerte. Estaba seguro que moriría.

- Ya escucharon, entren- grito el fauno, lo quedamos mirando un segundo, incapaces de precisar lo que nos decía. Deberíamos regresar de donde acabamos de escapar, seria aquello lógico. No tuvimos tiempo para pensar. Fuimos detrás del fauno. Apreté fuerte lo dientes, sintiendo prácticamente un flecha incrustar mi espalda. Cruzamos el puente, ingresamos al trote al salón principal. El fauno nos señalo un camino, subimos por unas escaleras. Volví el rostro: los cientos de soldados defendían la entrada, muchos aguardaban dentro, con la puerta que acababa de cerrarse mientras otros rozaban nuestros hombros, dirigiéndose a la parte superior del castillo para combatir desde ahí. Afuera se escuchaba el sonido de las espadas al rozar, el grito ahogado de los que caían y el sollozo de rabia del que perdía un amigo.

- Ustedes- dijo un soldado, pronto fue acompañado por una de sus compañeras. Es la hora, pensé, la muerta esta tan cerca que casi la puedo sentir. Apreté con fuerza mi espada. El fauno me lanzo una mirada amenazadora de reojo como diciendo: que ni se te ocurra. El soldado volvió a hablar: será mejor que se marchen de aquí, vayan a los refugios. Detuvo su mirada un segundo en el fauno pero luego sacudió la cabeza y siguió su camino hasta las azoteas, un segundo mas tarde la siguió su compañera. Síganme, ordeno el fauno. Nos llevo por una ancha puerta, tuvo que abrirla de par en par, era la entrada al comedor: grande, una mesa de seis metro de largo provista de finos adornos y jarrones con rosas recién cortadas (o en la mañana, al menos), pintado de dorado con rojo e iluminado finamente, trate de imaginar todas las celebraciones que de seguro de deben de haber realizado en aquel lugar.

- Para donde vamos...- inquirió Lanz, receloso - si existe un lugar donde ir es a los altos, Anny espera... -Volví el rostro a él. De que rayos hablas, intervine. Lanz estaba a punto de contestar cuando la puerta al final del comedor se abrió sola. Al fondo pude ver a un anciano sentado, en su trono de rey, sufriendo la derrota, incapaz de detener a su enemigo. Ingresamos a la misma: un salón aun más amplio que el anterior nos recibió de golpe. Olía a tabaco y a podrido, tape mi nariz por un rato. El cuerpo de dos hombres yacía inerte a un lado de la estancia. El fauno con el rey se miraron por unos segundos, luego sus ojos se volvieron a nosotros. Lanz miraba al anciano con furia, podía oír su pecho rugir. La mujer, quien encontramos en la cárcel, observaba la situación con un ligero asombro, recorría con sus ojos la habitación y acababa a sus espaldas pues, como yo, sabia que el estar ahí era peligroso.

- Se termino, rey de naut, guardián de las murallas...- empezó el fauno.

- Un rey muere en combate, asqueroso traidor- contesto, su voz era lenta, cansada.

-Estas viejo y débil, crees poder defenderte. Somos cuatro, o mejor dicho diez. Yo valgo por seis, ya lo sabes- sonrió débilmente al escuchar su propio tono de soberbia. La mujer golpeo dos veces mi hombro, avisándome de algo. Qué sucede, le dije al fin. Señalo con su índice: la entrada estaba siendo rodeada por soldados. Volví el rostro al fauno quien no parecía preocupado

-la vejez, poderoso rey de Naut, no te bendijo con humildad- continuo. Los soldados ingresaron al salón y unos bloquearon la puerta con sus cuerpos mientras que otros se colocaban en torno a nosotros con sus espadas en ristre

-¡estas acabado!- grito el fauno. Lanz camino unos pasos a mi y casi en susurros me dijo: hora de irnos, Anny debe estar cerca. Lo mire incrédulo, observando con cuidado su rostro ¿era posible lo que acababa de oír? Anny aquí pero como...

- Silencio, asqueroso traidor- rugió el rey. Su tono era fuerte y severo; sin embargo, su apariencia longeva le daba menos autoridad - alguna vez los faunos fueron recibidos en nuestra tierra como hermanos, ahora nos vuelven las espaldas, merecen el infierno. No cerrare mis ojos hasta verlos aniquilados- El fauno soltó una sonora carcajada. Los solados apretaron aun más sus espadas. Miraban con desesperación la señal de su rey para atacar, debía ser rápido para regresar a repeler lo que afuera acontecía. Por mi parte, trate de averiguar como era que Lanz estaba seguro que Anny se encontraba en el castillo. Yo vi cuando la ingresaron, contesto, estuvo en una celda muy cerca a la mía, me dijo que se había dejado atrapar para rescatarme, fue un acto tan valiente como estupido. Mis ojos se cerraron con fuerza. Era inverosímil la idea de que Anny se arriesgue de esa manera tan temeraria, siempre fue una persona prudente y acorde a la razón. Me mantuve concentrado en mis pensamientos hasta que el rey la menciono: también morirá, dijo, una traidora más... si tuviera las fuerzas yo mismo completaría el trabajo. Miro a unos de sus guardias y asintió con la cabeza. ¡NO!, rugí, lanzándome al rey. El fauno me bloqueo con una velocidad inesperada para su enorme tamaño.

- Pronto estarás con ella- aseguro el rey. Entendí que había llegado la hora, no podía hacer mas preguntas. Anny moriría de lo contrario. Empuje al fauno y corrí al rey con la espada lista para atravesar su corazón. Pude haber llegado mas lejos si tres soldados no se interponían en mi camino, golpeándome el ultimo en llegar en la cabeza. Caí de espaldas al suelo, sintiendo como la tibia sangre mojaba mi espalda. Oí el chillido de furia de Lanz. Luego el roce de espadas. No podía ver, el golpe me había aturdido, intente incorporarme de nuevo, tuve que dar dos pasos para poder sentir de nuevo mis piernas fuertes. No es nada grave, me dije, cogiendo la herida. Entonces observe como el fauno, Lanz y la mujer luchaban por sus vidas a mis espaldas mientras el rey huía reclutado por escoltas. Avance donde estaba. Apreté los puños, ya era tarde cuando me di cuenta que no tenia mi arma porque ahora debía de esquivar una y otra y otra vez el filo de los demás. No dejaría que se escape. Seguí retrocediendo hasta encontrar un objeto contundente para poder atacar. Era difícil pues dos de ellos no dejaban de intentar degollarme. Al fin encontré un jarrón, colgado en una de las columnas del castillo, lo cogí para romperla en la cabeza de uno de ellos. Cuando lo lance, logro esquivarlo pero me dio tiempo suficiente para arremeter contra el y obtener algo de ayuda: ahora su espada era mia. Solo me llevo unos momentos terminar el trabajo. Corrí lo mas rápido que me permitían mis piernas hasta el cuarto donde el rey se ocultaba. Atravesé la oscuridad que reinaba la zona con cierto recelo. Era conciente de no encontrarse solo. Cruce el ambiente, una puerta se mantenía junta, salí por ella a un corredor escasamente iluminado. No pode soportar la angustia: Anny, grite, maldito seas, dije esta vez dirigiéndome al rey, fue tu protectora. Nadie respondía. Seguí caminando, revisando una por una las puertas. Al final del camino una escalera llevaba al siguiente nivel. Anny, grite de nuevo, donde estas. Quería gritarle cuanto la quería, tenia que saberlo aunque sea de esa forma. Te amo, dije, espérame donde estas. De pronto escuche un grito ahogarse a lo lejos. Si no agachaba la cabeza la hubiera perdido. Me recibieron con una lluvia de ataques. El espacio era pequeño por el que tuve que combatir al filo de la muerte. Mi cuerpo sangró por las heridas varias veces y sentía la cabeza estallar por el golpe. Sin embargo, no podía parar. Mire a la derecha: vi los ojos verdes de Anny lagrimear por el dolor que sentía al verme así, seguía tan hermosa como la recordaba. No estaba sola. El rey se había ido y en cambio dejo varios escoltas terminar con el trabajo. Tres más se unieron a su amigo en la tarea de matarme. Había terminado. Mire a Anny con pena, una lagrima corría mi mejilla, no era lo bastante fuerte para defenderla, todo se había terminado para nosotros y lo peor era que no volvería a escuchar su voz porque permanecía tapada, de rodillas, herida. Te amo, dije, esperando que la muerte llegue.

El suelo tembló a mis pies, a los pocos segundos una flecha en llamas atravesó la ventana, posándose en las telas que ahí colgaban. Las llamas se extendieron a una velocidad insospechada. Aproveche el descuido y me abrí paso hasta Anny, derribando a uno y otro, defendiéndome como podía, bloqueando ataques y produciendo otros. Aun tenía esperanzas: mas flechas atravesaron la ventana y esta vez tuve de esquivarla para que no me alcanzara.

Al llegar a Anny corte sus ataduras primero y luego libere sus labios. Vamos, fue lo primero que me dijo, no se que es lo que esta pasando afuera pero vamos. Sujeté su mano y volvimos por donde vine. Antes de entrar por la puerta que nos llevaba al salón principal, Lanz, el fauno y la mujer ingresaban por ahí: vuelvan, dijo el fauno, rozando mi hombro, esto será el infierno. Anny me miro con angustia: que es lo que sucede, inquirió. No era momento de preguntas, así lo entendíamos, estaba en juego nuestra vida.

- Qué pasa, dime- me dijo Anny, sujetando con más fuerza mi mano. No puedo, mi amor, le dije. Ahora no tenía miedo de confesarle mis sentimientos. Estuve a punto de perderla, no dejaría a la timidez dominar mis emociones por esta vez

- confía en nosotros- continué - vamos a sacarte de aquí, te lo prometo. Anny me miro fijamente, dejándose llevar por mi, forzó una leve sonrisa. No podía contarle en la situación que nos encontrábamos aunque era eminente que mas temprano que tarde ella estaría al tanto de todo. El momento llego de súbito: cruzamos por los brazos de las llamas lo mas rápido posible, sintiendo nuestra piel arder por el calor, cruzamos la habitación y salimos por unas escaleras que nos llevarían directo hasta los altos del castillo. Solo teníamos que ir al aire libre para ser rescatados, aseguraba el fauno, el camino estaba desierto y desde aquella distancia casi no se sentía las consecuencias del incendio, en muy poco tiempo seguro la historia seria diferente. Llegamos al final de las escaleras, la puerta estaba abierta, salimos al trote y por primera vez en mi vida me sentía inmensamente feliz por recibir la caricia del viento.

- Se hace de noche- dijo la mujer - como rayos saldremos de aquí. Camino pocos metros hasta el borde, se apoyo en el muro y miro hacia abajo, luego a los costados. Soltó un grito ahogado. Qué viste, inquirió Lanz. La mujer no pronuncio palabra, puso su índice en sus labios en señal de silencio y nos señalo al extremo izquierdo primero y luego al derecho. Cientos de hombres con arcos y flechas cuidaban de esos flancos, no se percataron de nuestra presencia. El fauno ordeno que no hagamos bulla, pronto llegara la ayuda. De repente, tuve que tapar mis oídos por el ensordecedor chillido de los hombres alados. Una mujer venia montada en uno de ellos, eran siete, había logrado contarlos con la mirada, los alados esquivaban con singular agilidad las flechas que arremetían en su contra. Contraatacaban con las suyas propias y estas resultaban ser mas precisas. Aquí, grito la mujer, alzando ambos brazos. El fauno la fulmino con la mirada. Se percataron de nosotros y ahora estábamos agachados, esperando ayuda.

- Salten- grito el fauno, corriendo a un hombre alado, dio un brinco casi felino y callo justo en su espalda. Acomodo sus patas y desenvaino su espada, mientras la agitaba nos ordenaba a subir a los otros. Lanz fue el primero, trepo de un brinco al lomo de otro alado, eran grandes y sus alas el doble de ellos, claro que estiradas como en esta ocasión, lo siguió la mujer. Cogí la mano de Anny: vamos, tu primero, le dije. Anny miro la situación, parecía una niña que no lograba comprender la explicación de su profesor. Agache su cabeza para evitar una flecha, el hombre alado que la esperaba tuvo que alejarse para no morir.

- Dime que esta pasando- me dijo. Solo me llevo unos segundos para comprender que Anny en realidad si se había dado cuenta, pero sus ojos no daban crédito a la realidad.

- Te lo diré, vamonos- suplique. La puerta de pronto se abrió, haciendo pasar a soldados uno por uno. Saque mi arma y defendí como pude nuestra vida, mirando siempre de soslayo las flechas que no dejaban de rozar. Mis amigos combatían en el aire y replegaban el ataque con gran astucia, pronto se le unieron más hombres aladados. Empero, la batalla siguió desigual pues llegaron mas halcones a defender sus tierras con enanos encima disparando flechas a diestra y siniestra, yo intentaba hacer reaccionar a Anny mediante gritos. Retrocedí dos pasos para soportar el peso de la espada de mi contrincante, resbale y me golpee con el cemento, mas hombres entraban y no tenia oportunidad desde esa posición. Fue cuando Anny reacciono. Con un golpe noqueo a mi agresor y se posesiono de su arma, cogió mi mano y me ayudo a ponerme en pie. Juntos redujimos al resto, arrojándolos por el precipicio. Es hora de saltar, grito Anny, al ver que llegaban más y más. Un hombre alado paso volando cerca y ella se aventó a sus espaldas, yo hice lo mismo con el siguiente. Esquivo las flechas, fuimos de frente para escapar dejando a los demás combatir en lo último de la pelea. Mire el pueblo: todo estaba quemado, las llamas casi rozaban nuestros pies. Volví el rostro a Anny que miraba perpleja lo que alguna vez fue su casa. Había nacido y crecido ahí, observe como las lágrimas corrían por su rostro. Pasamos muy cerca de la pelea, bordeando el castillo. Los soldados habían sido reducidos y los otros estaban a punto de tomar el recinto, se veían los cuerpos de los enanos regados por el suelo, mientras el grito de los que poco a poco eran aniquilados. De pronto, unas familias corrían a lo lejos, perseguido por tres guerreros de Bardak, al alcanzarlos mataron a los niños primero sin prestar atención a los sollozos de las mujeres. Temí lo peor. Anny rugió de rabia. Traspaso la punta de su espada por el hombre alado que ahora caía en picada. NO, grite, quien me llevaba soltó un chillido de ira. Pisamos tierra y trato de auxiliar a su amigo. Yo corrí hasta donde Anny. El fauno, Lanz, la mujer y la otra desconocida bajaron con nosotros. Anny los alcanzo con gran velocidad y acabo con ellos cortándoles el cuello y la cabeza. Váyanse, les grito a los sobrevivientes, con lagrimas en los ojos. Llegue hasta donde estaba. No podemos hacer nada, le dije. Anny rugió de rabia de nuevo. Golpeo el suelo con sus manos, sollozando.

- Suban rápido- ordeno el fauno- aquel puede llevar a dos.

- NO, NO, NO- gritaba Anny, golpeando una y otra vez el suelo. A los lejos vi a varios guerreros de Bardak observándonos. Anny los miro con furia y se hizo de pie para acabar con ellos también. La cogi por la espalda: no puedes hacer nada, repetí. Anny no me escuchaba y chillaba de impotencia e ira.

- Anny, vamonos, todo terminó- dijo la otra mujer, se acerco a nosotros. Me llevo pocos segundos reconocerla: era Merle. Como había logrado integrarse a los guerreros, en que momento se monto en el hombre alado y como sabia que estábamos atrapados en los altos del castillo. No lograba comprenderlo, solo era conciente de que en ese momento no importaba, debíamos irnos: N'oc-naut había sucumbido y Naut, perdido la guerra. Anny seguía sollozando en mis brazos. El fauno se aproximo y la privo de la lucidez con un certero golpe en la cabeza. Lo odie por aquello, pero era lo único por hacer. Trepe con ella al hombre alado más robusto y siguió su camino por el oeste. Detrás venia El fauno, Lanz, la mujer y Merle. Comprendí que el fauno había planeado aquella traición desde siempre y que nosotros solo fuimos una distracción. Aunque mi país se había hecho con la victoria, no me sentía contento. Anny sufría. La aferre a mis brazos: te amo, le susurre al oído, era conciente que no me escuchaba, no me importo. La noche estaba a punto de llegar y aun se veía los últimos rayos del sol a lo lejos. Volví el rostro y observe de lejos, por última vez, lo que había sido la ciudad del gran halcón. Respire hondo: todo saldría bien porque Anny venia conmigo. Una lagrima broto por las comisuras de mis ojos mientras me aferraba al cuerpo inconciente de la mujer que amaba.