sábado, agosto 29, 2009

una anecdota con el escritor


Se celebraba en Lima la decimotercera feria internacional del libro (FIL) para lo cual tenia como país invitado a Chile, donde escritores como Jorge Edwards, Gonzalo Rojas, Pablo Simonetti, Pedro Lemebel, visitarían nuestro país. Había planeado toda la semana, junto a unos cuantos compañeros de la academia, darnos una vuelta para ver qué onda, qué hay de nuevo, y cuan bajo en realidad estaban los costos de los libros. Tenía la esperanza de terminar esa noche con Purgatorio de Tomás Eloy Martínez, gracias a la vehemente recomendación de una amiga, entre mis manos. Empero, bajo motivos que no debo -ni quiero porque no tienen nada de interesantes- escribir en este post, me cancelaron. Ahora qué hago, carajo, me dije. Podría ir solo, no hay problema; tengo dieciocho años y sé perfectamente conducirme a cualquier lado. Si, voy solo.

-A donde vas solo- inquirió David, arqueando una ceja.

-A la FIL.

-donde?

-A la feria internacional del libro. Nadie quiere ir conmigo... a menos que tú... Está bien, no me hagas caras. En fin, de repente le digo a mi mamá.

-Dile a Lucero.

-...

-Te va a decir que si.

-Cómo puedes asegurarlo.

-Le gustas, pues, es obvio.

-Uhmm... yo tengo mis dudas.

-Tu rollo, hermano, si no quieres hacerme caso.

Las semanas pasan muy rápido cuando se sopesa una alternativa con mucho cuidado. En cuanto despiertas ves que ya solo queda un domingo para cumplirlo y, maldita sea, aun no tienes a nadie con quien ir. Le diré, pensé. Pensé: y si me dice que nones; me voy de cara. Bueno, Alex, una ralla más al tigre. Respiré hondo, cerré el cuaderno y: Lucero, qué vas a hacer el domingo. Nada, por qué. Miró mi media sonrisa casi sin expresión alguna, como si le diera igual que le diga me salve de una muerte segura o si quisiera casarse conmigo. Acompáñame, a continuación mostré todos los dientes, me pregunté si me vería tan estupido como me sentía. A donde, preguntó. Mirando el celeste de sus ojos, su melena negra, oleada, y larga, le dije a la FIL. No tuve que explicarle qué es porque, como de costumbre, estaba totalmente informada. Ya, okey. Entonces enrojecí. Volvió su mirada a un libro que tenía sobre su carpeta. El domingo al medio día, en la puerta de la academia. Asintió con la cabeza.

Entonces ya estaba todo planeado. Me encontraría con Lucero, tomaríamos dos carros hasta la feria, a pagar la entradas, ver los libros, comprar un par, regresar y listo. No podía ser más fácil ni más entretenido. Casi tan fácil y entretenido como mirar este programa de televisión donde, dos conductores, uno con barda poblada y el otro con una muy poblada, anunciaban, entre risas, una entrevista que hizo uno de ellos en Chile a un escritor, Pedro Lemebel, quien daría una conferencia en la FIL. La entrevista no fue más de diez minutos. El escritor, en voz muy baja, cigarrillo en mano -toda la entrevista la pasó fumando-, se declaraba peruano de corazón; Chabuca Granda, cebiche bien picante, pisco sour, terminaron siendo el tema de fondo. Comentaban sus novelas y premios. Luego de la nota, invitaron al televidente a visitar la feria del libro y domingo siete y media de la noche estaría abriendo la conferencia para el señor Lemebel. Quizá no lo dijo, tal vez no lo escuché, pero, en definitiva, no tenía claro en cual auditorio los encontraría. No obstante, me encontraba entusiasmado en presenciar aquel acontecimiento. Así se lo hice saber a Lucero, quien compartió mi felicidad y me recomendó pedirle un autógrafo, para que lo tengas de recuerdo. No lo sé, le decía mientras bajábamos del autobús y caminábamos hasta la feria. Es temprano, demos una vuelta, sugerí. Hablamos de la feria, de literatura, de hombres, mujeres, adolescentes, amor, odio, hasta que, ni más faltaba, la hora iba en contra nuestra. Me sentía muy a gusto con ella; le hubiera propuesto no entrar y seguir hablando, no sé, en un parque, en este centro comercial, donde fuera, pero era demasiado tarde pues dábamos nuestros primeros pasos dentro de la FIL.

Me recordó a los circos que había visitado de niño, solo porque era una carpa grande, de color azul marino, con una puerta enorme donde te reciben con globos y propagandas. Módulos de todas las editoriales y librerías y universidades. Auditorios improvisados con nombres de personajes ilustres (Ricardo Palma, José Maria Arguedas...); personas pululando por aquí y por allá, niños gritando nombres de libros y escritores, estudiantes con pelo largo y pantalones ajustados, mujeres elegantes y hombres embutidos en Christian Dior o Armani. Lucero posando sus ojos celestes en los libros de autoayuda y filosofía. Yo leyendo la contraportada de novelas de autores con nombres impronunciables, larguísimos. Nosotros visitando de un sitio a otro hasta que, por azar del destino, caímos en una larga fila con señoras de la tercera -o cuarta, Lucero. Oye, no hables esas cosas, te van a escuchar- y ancianos de más o menos la misma edad. Vamos a ver que hay. Hicimos la cola. Entramos. Seguro este es el auditorio donde se presentará Pedro Lemebel, le dije a Lucero. Quien es tu escritor favorito, preguntó. No lo sé, tengo muchos; no puedo pensar en uno en particular. Peruano. Mario Vargas Llosa, de lejos, de lejísimos. Yo he leído "La ciudad y los perros", me contó. Es una muy conocida. Aunque esto no le resta merito. De pronto, seis hombres ingresaron al estrado, se pararon en fila, les alcanzaron instrumentos y micrófonos. Tango, dijo Lucero, evocando sus años en Buenos Aires mientras yo veía como arrugaba los labios, se acomodaba el cabello. Nos sentamos en la parte lateral y vimos el show. Salieron bailarines; cantaron, las señoras ancianas gozaron con esas canciones de 1900 y 1920 y aplaudían, eufóricas, cual adolescentes en concierto de rock. Por mi parte la pasaba genial con la compañía de mi amiga. Me preguntaba si era cierto lo que David había asegurado al principio de la semana. Quería rodear mi brazo sobre sus hombros, ignorar el temor al rechazo, olvidar que soy un idiota por tomarla como última opción cuando, en realidad, ella no es la última opción de nadie sino, por el contrario, la primera para cualquiera. Quería pedirle disculpas, decirle que por favor deje de sonreír tanto porque, estaba convencido, terminaría lanzándome sobre sus labios. Si, eso quería. Deseaba besarla, malhaya sea, besarla y que fuera mía, aunque solo sea un momento efímero.


El show terminó y salimos del auditorio. Daban las seis de la tarde y era hora de estar alertas para entrar una vez más, porque nos habían sacado so pretexto de limpieza. Revisamos unas cuantas librerías y departimos sobre la importancia de la lectura.

-Quiero ser escritor- le confesé.
-Y qué tal escribes.

-Pésimo.

-Debes practicar.

-Lo intento pero no mejoro, soy malísimo. Algún día te enseñaré unas historias y algunos poemitas que tengo por ahí tirado. No me critiques tan mal, por favor.

Seis y media, daba el reloj. Encontramos la cola del mismo auditorio. Esta vez, para nuestra sorpresa, era el doble de larga. Las persona, en una arranque de locura, insultaban por lo bajo por lo extensa que era. Va a quedar pequeño, dijo un hombre. Delante nuestro cuatro estudiantes universitarios platicaban animados. Yo, por mi cuenta, prefería estar atento a lo gestos mi interlocutora, haber si de esa manera, al menos, me daba una señal más clara. Si te gusto, me decía, tendrás que evitar mi mirada. Empero, mantenía sus ojos puestos en los míos. Pasó media hora. No avanzaba. Disculpe, señor, me dijo una chica, esta es la cola para Mario Vargas Llosa. No supe contestarle. Si, señorita, contestó alguien detrás. ¿Qué?, miré a Lucero. Vargas Llosa... Las personas seguían llegando y la fila aumentaba mas no avanzábamos. Estuvo firmando autógrafos, dijeron a unos pasos. Va a presentar su última novela. No sabia si creerlo. Mi intención había sido escuchar a Lemebel, sin embargo, lo que es el destino, me había traído al escritor. Sudaba frío. Las piernas me temblaban. Lucero me hizo notar lo contenta que estaba por conocerlo. Le hice notar, balbuceando, lo nervioso que eso me ponía y lo estupido que me sentía por no saber que el escritor, Mario Vargas Llosa, respiraba el mismo aire cargado y sofocante que yo. Los minutos se iban junto con la paciencia de los asistentes quienes, esta vez, subían la cabeza, se preguntaban entre ellos qué carajo pasa. A mi amiga le molestaba, según pude notar, esperar demasiado tiempo. Quería decirle no te impacientes, ya entraremos, pero, valgan verdades, el fastidio era el mismo para mi. De pronto, increíblemente, avanzamos.


-Por fin- exclamaron por ahí. Avanzábamos: uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos y luego a esperar diez minutos. Una vez más: uno, dos, tres, cuatro, a seguir esperando otros diez minutos más. Y, a dos metros de la entrada, un policía la cerró. No hay espacio. Entonces las pifias, los silbidos: no es posible, caramba, llevamos esperando dos horas y no puede ser que nos hagan esto; es un abuso, gritó un señor a mis espaldas, llamen a la prensa, que filmen este atropello, carijo. Si, si, que lo hagan, dije, muy despacio, casi para mi. Ay, te pasas, dijo Lucero, si quieres hablar, hazlo. No soy tan valiente, Lucero. Una vez más el señor: no están cojudeando desde hace rato, no hay derecho. Una señora llegó con libros del escritor en dos bolsas grandes y trató de animar a la masa embravecida que, a fuerza de gritos y, si era posible, patadas, deseaban escuchar al autor de "Conversación en La Catedral". Señores, el espacio es reducido; están haciendo todo el esfuerzo. Más silbidos, más gritos. No era justo, me dije, no nos pueden dejar esperando. La puerta abrió de nuevo. Lo logramos, me alegré. Estábamos dentro. El ambiente había cambiado; ahora las cámaras, una mesa puesta con un mantel blanco y un podio a su lado. Nos mandaron detrás, donde, hasta hace unos minutos, se ubicaba el siguiente auditorio. Las sillas se colocaron en dirección a la mesa. Nos sentamos en la primera fila a, quizá, siete u ocho metros de donde, en unos minutos, Vargas Llosa se sentaría.



Alonso Cueto, Edgard Saba, Fernando de Szyszlo, acompañaron al escritor en aquella noche inolvidable. El pelo corto y blanco, mirada profunda y voz pausada, lista; hablaba sobre literatura y la importancia que debe darle un país a ese maravilloso mundo, de la juventud, de la amistad, de los años, de la vida. Era él. Era Mario Vargas Llosa. Inteligente, perspicaz, astuto. Y no me pidan que ofrezca mis disculpas por no ser imparcial y dejarme llevar por mis emociones. Me salgo de contexto y no me arrepiento de ello. Y, por más que me esfuerce, nunca podré describir lo que pasaba en ese momento por mi cabeza. Me sentí más escritor, menos rechazado, más inteligente. Quise ser como él. Quise ser yo quien lo presente. Deseé, no exagero, con todas mis fuerzas, por un minuto, un segundo, la mitad de bueno de lo que es.


Salimos de la feria internacional del libro con las mentes llenas de información, de detalles que, hasta hace unos instantes, ignorábamos. Amé a aquella mujer que iba a mi lado porque había compartido conmigo una gran experiencia. En un rato, lo juro por dios, le diré me que gusta y que sea mi enamorada, pensé.


El frío viento nos recibió como un fuerte golpe en el rostro. Me sobé los ojos. Bordeamos la feria. Pedro Lemebel y el presentador firmaban autógrafos y hablaban, con una enorme sonrisa, con las personas. Me salí con la mía, dije. Por qué, preguntó Lucero. Acabo de conocer a Pedro Lemebel.

miércoles, agosto 26, 2009

los tres conventos



Mauricio me esperaba fuera de la iglesia, fumando un cigarrillo, impaciente pues, una vez más, había incumplido con mi sacrosanta palabra: llegaré temprano, lo juro por dios. Corría serpenteando entre las personas que pululaban a esa hora de la tarde en jirón de la unión; les pedía disculpas o contestaba los insultos que vomitaban de sus bocas con olor a helado de vainilla, pizza, y quien sabe que más. Disculpa mi tardanza, compare, le dije. No me sorprende, contesta. Le pido una pitada de su cigarrillo y le pregunto, a continuación, por qué demonios me había citado frente a esta iglesia justo en este lugar tan lleno de personas, de niños pidiendo limosna, de turistas gringos y ancianos con bastones. Me voy a casar, me recuerda. Lo sé, aclaro, pero eso no es justificación para que me hagas esto. Si, pero Gerald quiere que sea religioso. Frunzo el ceño y espero que mi amigo vuelva a hablar.

-Es su ilusión.

-Qué ilusión.

-Vestirse de blanco.

Suelto una carcajada. Está embarazada, digo, eso debió haberlo pensado hace muchos años. Mi amigo no quiere contestarme, vuelve el rostro y me dice: entramos. Imposible, yo no me apunto a un lugar como ese. No te vas a quemar, bromea. Ja ja, que hilarante. Madura de una vez, Alex, de una vez por todas. Que maduren los viejos, yo tengo diecinueve años. Trato de convencerlo que ni hablar en ese lugar, sin embargo Mauricio logra persuadirme y hacerme entrar. Una señora nos bloquea el camino con su cuerpo en esa gran puerta de madera diciéndonos es tarde, vamos a cerrar, jóvenes. He venido a hablar con el cura, dice mi amigo, me voy a casar. Vamos a cerrar, repite la vieja beata con expresión aburrida, como si esa palabra lo repitiera unas mil veces al día. Al final retrocedemos y dejamos que se salga con la suya. Te lo dije, le digo, no me quieren en esos lugares. Vamos al otro. Cual, inquiero. Santo domingo, contesta. Es un convento. No importa, está abierto. Dale. Seguimos dos cuadras hacia abajo, por jirón de la unión, luego doblamos a la derecha rumbo a nuestro próximo destino.

-Casarte es la peor idea que puedes haber tenido- le digo para pasar el tiempo mientras andamos. Le pido un cigarro y espero me conteste.

-Esperamos un hijo.

-Oh, cierto, un buen punto para matrisuicidarse en estas épocas llenas de pastillas del día siguiente, condones, y eso.

-Me ama

-Otro buen punto.

-La amo, compare.

-No te pongas romántico- le pido, dándole una larga pitada a mi cigarrillo-. Lo que no entiendo, Mauricio, es por qué religioso.

-Quiere salir de blanco. La verdad, ahora que lo pienso, no tengo la menor idea. El matrimonio religioso termina siendo, en muchos casos, solo una formalidad, una obligación impuesta por los padres de nuestros padres que, al final de los casos, solo trae gastos y sin sabores.

-Bien dicho- digo- pienso lo mismo.

Cruzamos, esta vez, la calle para ingresar al convento. Efectivamente, se encuentra abierto. Un par de personas rezan, separadas el una a la otra, frente a una cruz de, tal vez, tres o cuatro metros, donde un hombre, lleno de heridas, ensangrentado y un taparrabos blanco, yace crucificado con la cabeza gacha y el pelo sobre el cuerpo; a su lado la escultura de una mujer, a quien idéntico como la virgen María, tiene las manos en señal de oración, mira el cielo y parece observa la llegada de algo o alguien. Las iglesias siempre me dieron miedo, le confieso a mi amigo. Qué hablas. No lo vez: tan callado, tan doloroso, tan deprimente. No entiendo. Se supone, digo, es un lugar para hallar paz, pero yo me perturbo, me impaciento, me encuentro acorralado, quiero huir. Deja de hablar tantas estupideces y acompáñame a preguntarle a ese señor. Nos acercamos donde un hombre con estomago prominente y estatura promedio, lleva una sotana blanca. Yo te espero, le digo a Mauricio. Lo veo acercarse. Me quedo en la entrada que divide la sala, donde está la cruz y demás pinturas y esculturas, y un pasadizo que lleva directo a la parte posterior del convento donde, imagino, están los curas, las monjas, o lo que sea que habite este lugar tan tétrico. Mi amigo parece entusiasmado con lo que escucha porque vuelve el rostro de vez en cuanto, me guiña un ojo, y luego le sonríe a su interlocutor. Quiero entender su alegría pero no puedo, me es imposible. Escojo, derrotado, salir del convento. Fuera trato de respirar un poco. El olor a incienso, los turistas con mochilas de casi su tamaño, mujeres repartiendo propagandas y estampitas que, una vez en mano ajena, cobran con fastidiosa insistencia. Me ofrecen. No, gracias, soy agnóstico. La mujer me mira y parece pensar: hijo del demonio, ateo de porquería. Quiero decirle tu vieja lo será, pero mi amigo sale y me dice vamos, vamos, por aquí, rápido.

Debo de estar volviéndome loco, orate de remate, porque corro detrás de Mauricio sin preguntarle por qué carajo me hace sudar cuando acabo de bañarme, tengo la ropa limpia. Lo siento, lo escucho decir cuando golpea, de casualidad, a las personas. Volteamos a la izquierda en la primera esquina y seguimos de frente. Es muy tarde para dar marcha atrás. Eso sabe Mauricio, por eso no regresa la cabeza para ver si sigo con él o si ya me fui. Maldita sea, quiero irme. De pronto, una avenida se muestra a nuestros ojos; escucho a los carros pasar a toda velocidad y a las policías de transito tocando su silbato una y otra y otra vez mientras que peatones suicidas corren en pos de llegar al otro lado. Frente una iglesia. La gente está rayada, le digo a mi amigo; él sigue corriendo, mira fugazmente cuan lejos se encuentra el próximo carro, se aventura y cruza. Estoy obligado a seguirle los pasos. Quiero hacer lo mismo y un autobús me alerta que está cerca, paro un segundo y corro pero otro logra ganarme y, si no me detengo a tiempo, pasa por mis narices; la policía grita a mi espalda, no hago caso y sigo corriendo para darle el alcance a Mauricio -me la vas a pagar, cabrón-. Entonces, sin prestarle atención a nada ni nadie, logro pasar la avenida. Volteo la cabeza: oye, hijo de puta, me dice un hombre, quieres morir o qué. Le voy a contestar pero Mauricio ya está dentro del convento buscando a quien sabe quien, así pues prefiero ir a por él.


La reja de la entrada sigue abierta; puedo contar con los dedos la cantidad de personas que visitan, en ese momento, este lugar. Hay dos entradas: una lleva a una capilla, o pequeña iglesia; la otra, es, donde se supone, vivió muchos años santa Rosa de Lima. Yo, a decir verdad, me mantengo escéptico. Elijo la segunda entrada porque es la única que se mantiene abierta. Camino rápido e ingreso. Unos niños, a pocos metros, les piden a sus padres lo ayuden a tirar sus cartas a un poso. El ambiente está cargado. Casi nadie habla. Veo puestos de recuerdos en la parte lateral, un pedazo de tronco exhibido a mi derecha donde reza una leyenda, una historia o una anécdota; me aburre leer lo que no me gusta, me digo, excusándome por mi falta de interés. Doy unos pasos. Mauricio no está en ninguna parte. Sigo de frente: una habitación con una puerta de madera y una ventana abierta, es lo primero que me recibe. Dicen fue ahí donde dormía. Trato de no prestarle atención, busco a Mauricio; donde andas, malhaya sea, en cual puto hueco te metiste, carajo. De súbito recuerdo: estamos en la era digital. Saco mi celular y marco su número: donde estás. Espérame un segundo. En qué parte, te voy a buscar, le digo. No, no, no puedo hablar ahora. Contesta, por un demonio, insisto. Dentro de la capilla, espérame en uno de los bancos; luego nos vemos. Enfadado cuelgo el teléfono. Salgo de aquel ambiente para entrar a uno mucho peor, más callado, aburrido, deprimente. Qué piensas, me digo, esto es arte; la época de la colonia, los santos, los virreyes, la esclavitud, los españoles. Si, mucha razón. Por supuesto que si. Sigo con la lista: las batallas en pos de la libertad, tupac amaru, san martín... La santa inquisición, me interrumpo, en un arranque de locura. Entro a la capilla, me siento en una de las bancas y, las manos cruzadas, sigo reflexionando: la santa inquisición que cometía genocidio en nombre de dios todopoderoso, amén por eso, con sus sacerdotes panzones gracias a la siembra de los esclavos negros que traían de África; las hermanitas de los santos conventos, que papa lindo las tenga en su santa gloria, y que, seguramente, fornicaban con esos calvos en nonbre de nuestro señor jesucristo. Dios, digo no, cometiste un error -horror- hacernos libres de todo, hasta de matar, de violar, de dañar. No pienses esas cosas, Alexander, mira que te puede castigar. ¿Cómo? Te quita lo que más quieres. Quiero mi ordenador. No, no. Entonces. A tus padres. Muy buen punto. Procedo a disculparme: oh, señor, he pecado, discúlpame, no me quites a mis padres que no tienen la culpa que haberme traído al mundo en el siglo xxi donde, quiéranlo o no, vemos con claridad las injusticias que cometieron en nombre tuyo. Sé, señor, eres mejor que eso; no me pidas, eso si, retire mis palabras. Okey, acabo de disculparme. Y a todo esto, donde demonios -perdón por la palabra, señor- se metió Mauricio.

-Alex- escucho de pronto.

-Hey, donde estabas.

-Lo siento, si no corría no encontraba al sacerdote.

-En fin, te van a casar o no.

-Tengo que traer algunos documentos, pagar otras cosas, reservar algo, uff...

-Eso quiere decir: estás estupidamente loco, compañero, pero admiro tus cojones para querer hacerlo en estos tiempos.

-Gracias. Te veo diferente.

-Acabo de reconciliarme con dios.

-¿De verdad?.

-No. Te miento. Seguimos llevando la misma rivalidad. Es que, Mauricio, mi mente me dice que nunca lo voy a comprender. O, tal vez, a quien nunca voy a entender es a los humanos.

-Te entiendo.

-Es porque eres un alíen.

Ahora tengo huir porque mi amigo me pisa los talones y si me alcanza seguro termino muerto.

Fue una visita educativa desde algunos puntos. No creo en la iglesia, no creo en la biblia; sopeso la posibilidad de creer en dios. Estuve muchos años en diferentes congregaciones (cristianas, mormonas, evangélicas, católicas) y solo descubrí dos cosas: no me voy bien hablando con él, y, esto es muy cierto, las cristianas tiran más y mejor que las católicas. Amén.

lunes, agosto 10, 2009

Si quería correr lo hacia y ya…


Había perdido la cuenta de la cantidad de carros que pululaban a esa hora de la mañana porque, sin pretenderlo, se entretuvo mirando a una mujer con un bebe cargado en un brazo y una niña sosteniendo la otra mano esperando el semáforo cambie de color para poder cruzar la pista. La niña mantenía fuertemente contra su cuerpo una muñeca, demostrándole, seguramente, a su madre que ella era capaz también de cuidar de alguien. Sus ojos se mantenían fijos en la escena. Cuando los carros se detuvieron la mujer apresuró el paso obligando a la niña correr para igualarla, sin soltar nunca su muñeca, y esquivando una y otra vez a las demás personas que intentaban cruzar esa enorme avenida, mientras un policía en medio de la pista controlaba el transito de los autos. Sentado en el balcón de aquel edificio el niño se preguntaba quien es el que manda en esa situación, o el policía o el semáforo, pero en realidad no importa demasiado, se dijo. Siguió con la mirada el recorrido de la madre y sus hijos, pronto desaparecieron de su vista y cuando quiso recordar en qué número iba ya era demasiado tarde. Al día siguiente seguro tendría mejor suerte. Dio un salto cayendo de pie sobre la acera. Le gustaba caminar cuando no tenia nada por hacer. Qué piensas, si nunca tienes nada para hacer. De todas formas era reconfortante tomar aire fresco y mirar a la gente envuelta en mil cosas y problemas. Hablan por celular o en voz muy alta, como para que todo el mundo escuchase sus preocupaciones, o en muy baja para que nadie, ni siquiera su interlocutor, lo supieran. Extraña y a la vez interesante la forma de actuar de los humanos, por eso le fascinaba seguirlos para ver su comportamiento. Sin embargo, hoy no era un buen momento para ello, sus ánimos no estaban del todo bien, por eso prefería pasear un rato y luego ya pensaría como solucionar el resto.

El sol, siempre tan impredecible, como bien lo sabía, salió al mediodía. Caminar en un tiempo como éste le resultaba agradable. La cuidad se veía iluminada y hasta el humor de las personas cambiaba por lo que salían a pasear o a tomar un helado o a la playa o a lo que sea; el calor obliga a salir de casa, piensa, los obliga a buscar algo en las calles, no como el frío que retiene, entristece. El niño seguía su camino imaginándose recostado sobre la arena y disfrutando del día, comiendo helados y bañándose en el mar para refrescar el cuerpo y con la compañía de su familia. Era una de sus fantasías favoritas. Tal vez, si lo deseaba con todas sus fuerzas, se haga realidad. Cerró sus ojos: quiero respirar para tener familia y bañarme en el mar. Cuando los abrió no había pasado nada excepto un automóvil que atravesó su forma humana interrumpiendo la concentración. Arqueo una ceja. Era una vieja costumbre aquella de estar parado en medio de la pista deseando algún imposible y un carro lo despertase del sueño. Detuvo su mirada en el vehiculo por unos segundos luego movió las piernas mientras otros carros pasaban entre él ignorando su presencia. Aquello lo hacia sentir muy mal. Había oído muchas veces a hombres pidiendo a Dios morir, desaparecer de este mundo, pero Dios nunca los escuchaba, no le prestaba atención a sus suplicas, o de repente si pero las dejaba pasar porque comprende la importancia de la vida así como el niño la comprendía; sin embargo, Dios tampoco escuchaba sus oraciones y permitía que vaya por el mundo sin rumbo fijo y solo, eso, sobre todo solo. De súbito se detuvo para mirar el cielo, le fascinaba ver las nubes cuando pensaba en Dios. Había escuchado hablar de él unos años atrás cuando quiso comprender el por qué de su existencia

-Donde está, mami- preguntó una niña en aquella ocasión. El niño echado en el gras escuchaba atento la conversación.

-De quien hablas, hija. -Dios, ma -Él esta en el cielo, mirándonos, cuidando a tu papi y a tus hermanos y a mí.

-Y a la abuela también...

-A todos, mi amor. Entonces el niño vio las nubes y se pregunto en que parte del cielo exactamente vivía. La respuesta le llego al instante.

-El vive en todas partes, mi chiquita.

No sabia si creer en sus palabras y aunque le hubiera gustado comprobarlo nunca se había atrevido. Ahora necesitaba una respuesta. Iría a buscarlo. Flexionó las piernas para darse impulso. Mientras el ruido de la ciudad se alejaba volvió el rostro y la vio pequeña al igual que sus habitantes. Todo era distinto desde esa altura, lo sabia muy bien, pero aun así le sorprendía la belleza que se reflejaba ante sus ojos. Voló sobre el cielo llamando al supuesto creador pero nunca lo encontró. No podía darse por vencido, su única esperanza era ese hombre todo poderoso al que todos idolatran y buscan ayuda o consejo o fuerzas y al que dicen siempre es bondadoso con todos, sin excepción. La noche reemplazo el brillo del sol como sus ánimos y esperanzas. Su único consuelo era ver a la poderosa luna siempre tan hermosa, nadie la conocía ni comprendía como él, tan solitaria y tan radiante, tan bella y tan sabia, quien fuera que la haya creado fue la mejor de sus ideas. Volvió a tierra pero no quiso pisarla así que se echo en la rama de un árbol para contemplar la luna y tratar de hablar un poco con ella.

-No es tan fácil como piensas- dijo un hombre. El niño no le hizo caso y siguió con lo suyo, coloco sus brazos sobre la cabeza -es mejor que dejes de hablar tantas tonterías. Sabes que lo hubiera hecho. No, no. Mira... mañana mejor hablamos que ahora estoy cansado y quiero ir a dormir -el hombre alzaba la voz constantemente interrumpiendo al niño en su platica con la luna -No, Valeria, hoy no. Ya, bueno... es mejor así. Oye, deja esa niñerías que ya estas lo suficientemente grandecita -No aguantaba mas. Se sentó en la rama para esperar a que el hombre terminara su conversación. Vio el rostro cansado y el pelo desordenado del hombre, tenía una barba mal afeitada y estaba algo delgado. Mantenía aplastado a su oreja el teléfono móvil mientras escuchaba a su interlocutor que al parecer le gritaba porque lo obligaba a separarse un poco del equipo para no lastimar sus oídos. De pronto dijo adiós y colgó. Recostó su cuerpo sobre el árbol y se dejo caer de a pocos mientras ahogaba un sollozo. Cuando no pudo aguantar más rompió a llorar. El niño se quedo incrédulo ante su reacción ¿qué le pasaba? ¿Qué dolor tan grande obligaba al hombre a eso? Raras veces había visto un espectáculo como aquello. Bajó del árbol para mirar de cerca las lágrimas del hombre. Había escuchado que algunas personas las fingen para llamar la intención, pero este no era el caso porque en realidad sollozaba sentado con los brazos sobre sus rodillas y manteniendo la cabeza agachada, seguro le da vergüenza que lo vean, pensó el niño.

El niño se sentó a su lado, coloco una mano sobre su hombro. Pasaron unos minutos para que reaccionara. Se puso el hombre de pie y camino hacia la avenida pero antes debía dar la vuelta al parque porque este estaba rodeado de rejas. No puedo dejar que llegue solo hasta su casa, pensó el niño, lo acompañare para cerciorarme que está bien. Caminaron juntos en silencio. Al salir del parque el hombre cruzo la acera y siguió por la izquierda hasta llegar a una parada de buses. El niño se mantenía a prudente distancia, respetando su espacio vital, seguro quiere estar solo, se dijo. Subieron al bus y una hora después el hombre, acompañado por el niño, entro en un edificio antiguo y subió las escaleras hasta el quinto piso luego saco una llave y abrió la puerta.

-Debes ser Alejandro- dijo una mujer alta de cabello negro y ojos café, sentada en el sofá ojeando una revista le pregunto si quería que le sirva la comida de una vez, antes que se enfríe, joven.

-No, gracias. ¿A qué hora te mando Angie?

-Hace ratito acabo de llegar, joven, la señorita Angie está muy preocupada por usted. Me encargo encarecidamente lo alimentara muy bien, así que cocine pasta con salsa roja y pollo porque además me dijo es su comida favorita.

-Gracias pero no tengo hambre.

-No quiero meterme, joven, en asuntos ajenos pero creo que debería de probar bocado, no se vaya a enfermar.

-Si no quiere meterse en problemas ajenos entonces no lo haga, señora- dio unos pasos hacia su habitación pero de pronto de detuvo dio media vuelta para mirar a la mujer –sírvame, no mucho por favor- de todas formas, se dijo en su fuero interno, ella no tiene la culpa. Lo mismo había pensado el niño, por eso ahora se sentía algo disgustado con aquel hombre, Alejandro, la pobre mujer no tiene la culpa de sus problemas. El niño se quedo mirando la puerta por la que Alejandro había entrado pensando en que era hora de irse antes que se le haga tarde para... para... bueno, para nada, pero no estaba bien se quede ahí mirando una escena que no entendía; creo sería mejor acerque mi oído para saber si pasa algo malo, pensó, luego me iré. Nada. No podía escuchar algún sonido extraño o una conversación o lo que sea que le explique algo. Retrocedió un paso. Me voy, se dijo. Contó en su mente uno... dos... tres... cuatro pasos y no pudo soportar un segundo más la curiosidad y no estaba seguro si se arrepentiría de ello y no interesaba realmente porque solo quería ver si Alejandro lloraba como en el parque. Pasó la puerta corriendo para darse valor y lo hizo con tanta velocidad que no se dio cuenta ya la había atravesado y a su enfrente estaba la pared y si seguía moviéndose seguro llegaba a la otra casa, logró quedarse arrojando su cuerpo al suelo y callo de bruces sobre la alfombra; no me dolió, dijo en voz alta, al instante se tapo la boca preocupado que Alejandro lo oyera. No seas tonto, no te escucha porque no existes. No te digas eso, pensó, no te digas no existes solo porque no te ven ni te oyen ni te sienten ni le importas, de todas maneras tu si lo haces y a ti si te importa mucho sus vidas y sus penas y... ¿qué le estará pasando? Alejandro mantenía una almohada sobre su cabeza, la abrazaba con fuerza y eso le preocupó al niño, pensó se va a matar. Intento moverlo, nada. No sería capaz de lograrlo así que su ayuda tenía que ser de otra forma. Salio rumbo a la puerta principal, desde ahí podía escuchar a la mujer mover platos y el agua salir del grifo. Se dejo llevar por el sonido. La cocina era pequeña con no muchas comodidades pero si muy funcional y práctica ya que todo siempre estaba a la mano. De alguna forma tendría que advertirle. El niño alzo la voz cerca a su oído y nada, luego intento arrojar platos y ollas y vasos y lo que sea y nada de nada. Molesto corrió de nuevo a la habitación, deseó, no por primera vez pero si con todas sus fuerzas, esté vivo o que por lo menos lo escucharan, pateo la pared.

-Sucede algo, joven- alzo la voz la mujer. Una luz de esperanza ilumino el rostro del niño. Al no recibir respuesta, la mujer camino hasta la habitación de Alejandro - Alejandro, Dios mío, qué hace joven- intentó luchar con la fuerza del hombre pero era en vano, Alejandro estaba decidido. Es mentira, pensó el niño, si quisiera morir ya se hubiera matado, he visto eso muchas veces. Al fin Alejandro cedió.

-Ahora regreso- anuncio Alejandro mientras daba grandes pasos hasta la entrada.

-¿A donde va? -no le presto atención a su pregunta y siguió su camino azotando la puerta. El niño se quedo parado en el cuarto mirando a la mujer que sollozaba en silencio y buscaba su teléfono, marcaba un numero y le anunciaba a su interlocutor que el joven Alejandro se había ido a quien sabe donde y de seguro hace una locura. El niño no se quedo para terminar de escuchar la conversación de la mujer, prefirió acompañar a Alejandro, vería hasta donde llega nada mas, el pobre sufre mucho pero ¿por qué? ¿Qué era lo que le causaba tanto dolor? acaso no podía hablarlo simplemente con algún ser querido o visitar un psicólogo o cualquier cosa en vez de huir de los demás y sobre todo de aquella mujer que por alguna razón le preocupaba al extremo su comportamiento. No era momento de reflexionar, solo quedaba permanecer de espectador, de todas formas estaba convencido que su presencia le brindaría alguna ayuda. Entonces el niño cerro los ojos: Alejandro iba en silencio, las manos en los bolsillos, por una calle solitaria mascullando un montón de palabras y cuando los abrió las imágenes de la mente del niño se materializaron, ahora el joven Alejandro seguía su camino teniendo la compañía de, digámoslo así, su ángel de la guarda.



El niño no podía oír la conversación de Alejandro por culpa de la bulla.


-Estoy bien- grito Alejandro- no crees que ya estoy muy grandecito para estos sermones, Angie, eres mi hermana o mi madre... El niño se acerco lo suficiente para escuchar. Era la voz de una mujer.

-¿donde estás?- inquirió la voz femenina.

-Distrayéndome, deberías intentarlo de vez en cuando así no te verías tan anciana. -Me tienes con el corazón en la boca, Ale, no le vuelvas hacer eso a la pobre Pilar. -¿Pilar? Oye, ya, te dejo. Te llamo mañana. Chau. Alejandro pidió una cerveza, la dejo en la barra y la contemplo por varios minutos sin prestarle atención a las parejas o grupos de amigos que bailaban y brindaban -o las dos cosas al mismo tiempo, advirtió el niño- pues prefería pensar en nada, solo mirar su vaso y no pensar. El niño se sentó al lado, coloco su cabeza sobre una mano apoyado en la barra, aburrido, era cierto que alguien podía estar pasándola peor que él. Debería de ayudar de alguna forma pero cómo hacerlo si ni siquiera conocía la razón de su congoja. Habría que mirar en sus recuerdos. No, no, sácate esas ideas de la cabeza, te sentirías mal si alguien intentara hurgar en tu memoria ¿verdad? entonces no lo hagas. Si no era eso entonces de qué manera. Alejandro reacciono dando un salto sobre su sitio, termino de beber la copa y pago dejándole una generosa propina al mesero. Salió rumbo al paradero y tomo el primer taxi. El niño se acomodo en la parte de atrás en silencio, manteniéndose a la expectativa, listo para socorrer a su nuevo amigo en cuanto lo necesite; si quiere suicidarse estaré preparado, se dijo. Bajaron frente a una casa color verde y negro. Alejandro le pidió al chofer lo esperara unos minutos, que ahora regreso a pagarle, y el niño se mantenía sentado y bien erguido con las manos en las rodillas para demostrarle al conductor que su amigo si regresaría a saldar su deuda. Alejandro regreso a los pocos minutos acompañado de una mujer de quizás veinticinco o veintiséis años, pago y luego invito a pasar a Alejandro. El niño se había quedado en el carro porque no se dieron cuenta de su presencia, para variar ¿no?, y que mas daba si era la historia de su vida solo tenía que dejar al auto irse y quedarse donde estaba. Se quedo un segundo mirando como seguía el carro su camino sin estar enterado que él había logrado lo imposible, como siempre ¿no?, para variar ¿verdad?, despierta que ahora no importas tu si no tu amigo, Alejandro, no puede estar mucho tiempo solo. Y Alejandro departía placidamente en el sofá de su amiga para sorpresa del niño que se quedo mirando a su amigo como hablaba sin detenerse delante de la chica mientras ella sonreía o le ofrecía un café o un té o lo que quisiera pero Alejandro no le hacia caso y movía sus labios diciendo nada el especial; entonces el niño comprendió que no significaba el repentino buen humor de su amigo que hubiera superado todos sus problemas si no lo hacia para olvidarse de ellos. El niño suspiro y se sentó al lado de su amigo, demostrándole que seguía a su lado y podía confiar en él pues no revelaría su secreto.

-...Creí que me volvería loco- decía Alejandro- me llamaba varias veces al día y yo no sabia como decirle que no quiero nada con ella. Debes de pensar mal de mi pero créeme resulta empalagoso la forma de actuar de esa persona. Un beso por aquí y uno por allá, un abrazo y un por qué miras tanto a esa chica y un ay, que lindo eres, y blah blah y asco realmente...

-Alejandro...- le corto su amiga. -Valeria. Ya lo sé. No me comporte muy bien por teléfono hace rato pero debes entenderme, estoy pasando por muchas cosas y tu eres una muy buena amiga para mi. Bueno eso no me da motivos para tratarte mal, lo siento mucho.

-Angie me llamó- comenzó Valeria- estaba segura que este seria el primer lugar donde vendrías. Me alegro que sea así. No digas nada, deja que termine ¿vale?, okey, mira, somos concientes que no estas pasando por un buen momento en tu vida pero no eres el primero ni el ultimo en pasar algo semejante. La verdad es que creemos deberías buscar ayuda, no se visitar un psiquiatra o irte de viaje o no sé.

-Estoy bien.

-Te queremos y...

-Estoy bien- repitió- creo que si te acepto ese café o mejor vamos a cenar algo yo... bueno... si me prestas más dinero puedo invitarte algo. Vamos mejor al banco, saco plata y listo, de pasada te pago lo que te debo- había caminado hasta la puerta, espero a su amiga avanzar para salir. No le quedaba mucho en su cuenta pero le alcanzaría para pagar algo modesto.

-Prefiero quedarme.

-No, vamos.

-Está bien.

-Fantástico -fue a su amiga y le dio un beso en la mejilla luego la llevo de la mano a la puerta. Espera, se alarmo Valeria, me olvido mis llaves -vas a ver- continuo Alejandro- no te vas a arrepentir.

Se había cansado de caminar así que decidió volar muy cerca de su amigo, escuchando la conversación y mirando muy bien a Valeria por si se traía algo entre manos. Sin embargo, ambos amigos departían alegremente. Valeria entendió que de nada le servia hablar del problema con Alejandro porque él terminaría por cortar su amistad y ahí si todo se va para abajo, además, se dijo, se ve más saludable cuando sonríe. Estaba convencida de ello porque lo conocía de muchos años, cuando ambos asistían al colegio en la misma movilidad y regresaban a sus casas juntos. En ese entonces no se dirigían la palabra hasta una tarde donde la movilidad se había demorado en llegar, Alejandro se acerco, con diez años de edad, y le pregunto si quería ir con él, Valeria asintió. Hablaron de sus respectivas profesoras, ambos cursaban diferentes grados, Valeria era la mayor por dos años, y cuando llegaron cada uno a sus hogares terminaron castigados hasta nuevo aviso. Desde entonces, unidos seguramente por el mutuo dolor del castigo, compartieron sus vidas como amigos hasta el momento, en donde Alejandro necesita de alguien o de algo que ayude a aliviar, aunque sea en algo, su pena. Y el niño prestaba atención a las palabras de su amigo y los pensamientos de Valeria, debía estar seguro si tramaba algo malo, pero ella solo le demostraba ternura y bondad. Creo que estaría bien sin mí, piensa, no me necesita ahora. Piensa: si no te necesita por qué lo sigues. De repente era el niño el que necesitaba a su nuevo amigo, de esa manera tendría algo nuevo y verdadero en su vida. Era cierto también Alejandro no conocía de la existencia de él y se conformaba con la compañía de su amiga. Si, mientras su corazón sufre y espera la próxima oportunidad de terminar lo que empezó en su casa. Ni pensarlo, se mantendría cerca hasta que su amigo se encuentre bien. Debía de ayudarlo de alguna manera pero... ¿valdría la pena? Sin darse cuenta llegaron al malecón. Valeria apoyo sus manos sobre el muro y se elevo con las puntas de sus pies para mirar mejor el mar mientras Alejandro sonreía con la ocurrencia de su amiga. Se quedaron parados, maravillados con la belleza del océano, respirando lento para disfrutar cada instante del aire frío y puro que entraba a sus pulmones, los llenaba de vida, y luego sentían que quizá era posible vivir en este mundo y seguir adelante y amar y empezar de nuevo, Valeria, sacar todo esto que llevo dentro para ser libre por primera vez en mucho tiempo. Y es posible, Alejandro, solo deséalo de verdad. Y el niño miraba con ellos el mar, creyendo igual que todo es posible cuando uno se lo propone. Y el rugido de las olas al chocar con la tierra se escuchaba a lo lejos, y todos veían como las aguas se mecían, recuperaban energías, amaban esta vida.

-Te imaginas volar- inquirió Valeria.

-De niño lo hacia todos los días.

-Sería maravilloso ¿verdad?

-Lo es- dijo el niño. Levito en su sitio mostrándoles a sus amigos lo fantástico que es pertenecer al viento.

-Si pudiera- dijo Valeria- descansaría sobre las copas de los árboles y recorrería todo el cielo.

-Yo desaparecería del mundo.

-Yo... -opino el niño- si pudiera, desearía poder desear todo lo que ustedes dicen. Sería solo un deseo, de allí estaría caminando.

-Vamos- dijo de repente Valeria.

-¿A donde?- pregunto Alejandro. Su amiga no le contesto, cogió su mano y lo llevo por el malecón hasta unas escaleras echas de rocas y tierra, fabricada seguro con el paso de los años, donde los nadadores tomaban un atajo para llegar al mar- a tocar el agua helada. Dime si no te parece genial con todo este calor- siguieron el camino, cruzaron la pista una vez en tierra y luego sus pies se hundieron en la arena. A Alejandro le molestaba sentirse lleno de arena pero lo dejaría pasar por ese día porque al parecer su amiga quería mostrarle algo importante. El niño se adelantaba corriendo varios metros señalándole a su amigo el agua y gritando ya estamos cerca, apúrense, y luego les daba el alcance para luego adelantarse diciendo ya no falta nada; sin embargo, Valeria llevaba a Alejandro a otro lugar, caminaron bordeando la orilla hasta un rompe olas, treparon las rocas y cuando llegaron a la ultima Valeria le dijo que tuviera cuidado porque resbalaban y luego lo llevo a su lado.

-De niña- comenzó- cuando salía temprano de la escuela venía aquí y me paraba donde estoy ahora. Me gustaba ver mi reflejo desde este lugar. Te das cuenta que esta parte parece un lago- Alejandro y el niño volvieron sus rostros sobre su lado derecho; efectivamente, el agua se encontraba en calma y hasta parecía que algunos peces nadaban por ahí. Alejandro recordó la vez que se fue con Giuliana de campamento a una laguna, cuando todavía eran enamorados; sintió una punzada en su pecho al recordar el rostro sonrojado de Giuliana cuando él le pidió sean esposos en medio de ese hermoso paisaje -entonces me quedaba mucho tiempo mirándome- continuo Valeria -creyendo que la única manera de ver el alma era desde este lugar.

-No creo que estés muy lejos de la verdad- aseguró Alejandro. El niño vio como su amigo pronunciaba esas palabras mientras observaba a penas sus facciones que, por causa de la poca luz, se mostraba borrosa y deteriorada. No me sorprende, pensó Alejandro, debería regresar cuando este el sol o, quizás, sea en verdad ese mi rostro. Sacudió su cabeza tratando de espantar esas ideas. Era cierto que verse desde ese lugar brindaba una cierta calma y a la vez te reflejaba la apariencia de tu alma. El niño se mantuvo a la expectativa, listo para saltar si su amigo se decidía a morir ahogado, pero Alejandro solo miraba su reflejo sin pronunciar palabras y esto lo tenía preocupado porque seguramente había caído en algún hechizo del que no podría escapar. Por si las dudas tendrían que asomarse así estaría seguro que no sucede nada malo. El niño levito solo unos centímetros y avanzó lento hasta quedar sobre el agua, creyó estar frente a un espejo pero que este le mostraba el de otra persona o... no, era él y al costado su amigo pero su amigo se veía igual y él estaba diferente; no recordaba aquellos ojos achinados y negros o ese pelo largo, la ropa era la misma, el tiempo no había pasado sobre su jersey plomo ni el corduroy azul marino y su edad parecía ser la que recordaba pero... había algo que no encajaba... ¿qué era? Sería acaso el paso de los años ¿podría ser posible? seguro si; era cierto que no se reflejaba en su apariencia de niño de once años pero si en sus conocimientos, en su madurez, digamos, ahora pensaba diferente y afrontaba el mundo de otra forma. El niño que años atrás buscaba divertirse en donde pudiera se había quedado atrás y ahora solo le quedaba el recuerdo de lo que era. Comprendió que siguió junto a Alejandro porque de esa forma se llegaría a encontrar consigo mismo y él, Alejandro, haría lo propio, pero esto no terminaba ya que su amigo aun sufría y debía saber por qué, hurgaría en sus recuerdos para ayudarlo, luego pensaría en lo que viene y, estaba completamente seguro, sería distinto hasta lo ahora vivido.


Giuliana iba a llegar tarde a su trabajo si no se apuraba. Trato de excusarse diciéndole a su esposo que se había quedado dormida por haber visto televisión hasta tarde cuando en verdad se sentía extrañamente agotada, pero no quería preocuparlo por nada. Alejandro no estaba convencido del todo con su relato. Arqueo una ceja y luego le dio un beso en los labios para despedirse. Giuliana salio corriendo del departamento. El niño reconoció el lugar solo por el acabado del sofá pues todo lo demás se encontraba diferente a como lo había visto hacía rato. De pronto la escena se corto entrando en una habitación oscura por unos fragmentos de segundos que para él le pareció eternos, al recobrar la lucidez Giuliana leía en el mismo sofá un libro antiguo que el niño no pudo leer el titulo porque miraba solo la puerta abierta y a Alejandro parado en la entrada mirando fijamente a su esposa, mostrando todos los dientes, luego gritando su nombre su dando brincos de alegría porque sería padre por primera vez y seguro saldría tan linda como la mamá mientras su esposa dejaba el libro a un lado para recibir con los brazos abiertos a Alejandro. Valeria me lo acaba de contar, dijo Alejandro, no te enojes con ella, sabes que no aguanta ni un secreto y este es el mejor de todos. La imagen se iba de nuevo y ahora el niño estaba en la misma habitación mirando a Alejandro conversar con Giuliana. La mujer tenía el vientre algo abultado en muestra que algunos meses habían pasado. Alejandro recostó su cabeza sobre las piernas de Giuliana y coloco su oreja lo más cerca a su vientre. No puedo oír nada, dijo, quisiera poder escucharlo de una vez o una patada o algo que me diga que está ahí dentro. Es muy pronto, hablo su esposa, no desesperes. El niño fue hasta el respaldo del sofá y se sentó, miro la escena complacido, había existido los días donde su amigo sonreía y amaba. Se puso de pie e intento salir de su mente sin existo porque al parecer aun le faltaba algo más por ver. Entonces todo se volvió oscuro y al hacerse la luz Alejandro habría la puerta, tiraba sus llaves en el sofá llamando a Giuliana. Fue al cuarto, a la cocina y al baño y su esposa no estaba en ninguna parte. Sonó su celular.

-Hola, Angie, qué pasa- dijo -estoy en mi casa- luego asintió varias veces. De súbito cayó de rodillas al suelo. El niño se alarmo y dio dos pasos hacia su amigo- donde esta. Angie, por qué no me has avisado antes. No me calles y no pienso escucharte. Voy para allá de una vez. No me pidas que me tranquilice- se hizo de pie, cogió sus llaves y salió azotando la puerta. Ahora la escena se trasladó a la calle. El niño tuvo que correr detrás de su amigo para poder alcanzarlo. Se preguntaba qué era lo que pasaba pero prefería esperar que sus recuerdos se lo revelasen. Tomó un taxi y luego todo se volvió oscuro. Angie, hermana de Alejandro, estaba sentada en la sala de espera del hospital. El ambiente triste y el silencio le producía al niño una sensación de vacío casi insoportable. Alejandro llego a los pocos segundos. Angie abrazó a su hermano y le dijo al oído no se puede hacer nada. Entonces el amigo del niño se vino abajo y ante los gritos de auxilio de su hermana.

-Acaba de fallecer- dijo Angie.

-NO- gritaron Alejandro y el niño al unísono. El niño camino hasta su amigo, se puso en cuclillas y lo abrazo. Sabía era un recuerdo y su amigo no se daría cuenta del apoyo que le daba. Ahora entendía porque sufría. Alejandro se sentó, encogió sus piernas y oculto su cabeza entre ella sollozando por Giuliana y por el hijo que jamás conocería. No preguntaría por el hombre que la había atropellado, solo se sumergiría en sus sollozos. Giuliana había muerto y ahora estaba solo y no podía hacer nada más que estar ahí, sentado, llorando por ella. Lloraba pues era lo único que podía hacer y porque llorar es lo más fácil en esos momentos. Lloraba por la mujer que se había ido y por el niño que tenía que venir pero no lo haría, lloraba porque estaba solo para siempre y porque no se había ido con ellos. Se puso de pie. Angie intentó retenerlo pero Alejandro movió su brazo para que lo deje. Bajó las escaleras del hospital y salio a la capilla, necesitaba desahogarse. Estaba abierta pero nadie se veía dentro. Aventó la puerta tras su espalda. El niño nunca olvidaría el dolor de su amigo.

-Dicen que eres santo y misericordioso- comenzó Alejandro, con cada palabra una lagrima resbalaba por su rostro, las dejaba ir y alzaba aun más la voz- dicen que curas a los corazones solitarios y les das abrigo a los que necesitan. Dicen que no distingues raza ni condición social y amas a todos porque somos tu vivo reflejo. Dicen... dicen muchas cosas pero nos haces sufrir y nos das pruebas que no deseamos. Te dicen sabio, todo poderoso, creador y eterno, pero luego pagamos caro el error de vivir donde vivimos porque nos hiciste débiles e hiciste que amemos y eso dicen te hace feliz; sin embargo nos lo quitas y luego aseguran es una prueba, dios sabe lo que hace, y te dan el pésame y te dicen todo estará bien, busca a Dios que él te ayudara, luego se van y siguen con su vida mientras sufres y tu, dios, miras desde lejos y esperas no se qué. Ahora sé es mentira. Ahora sé te importa muy poco nosotros, ahora conozco tu verdadera cara, dios. Dios, mírame, fue porque nunca asistí a la iglesia, dime, fue por no seguir los mandatos de la Biblia de los hombres. Amaba, me viste, acaso por eso merecía su muerte. Los amaba y me los has quitado- dio grandes pasos hasta el altar, miró la cruz de cerca y se arrodilló ante ella llorando -si eres al menos la mitad de bueno que dicen, regrésales la vida, o quítamela a mi y llévame con mi familia. No me dejes solo, señor, si existes, no lo hagas.

Cuando se hizo la luz de nuevo Alejandro seguía de pie mirando su reflejo ante la mirada expectante de su amiga. El niño trato de abrazar a su amigo pero comprendió que no era el momento adecuado. Valeria estiro su mano y espero a que Alejandro le diera la suya. Salieron de las rocas. Me gustaría regresar a mi niñez, dijo de pronto Valeria, donde todo era espontáneo y más sencillo. Donde el dolor era efímero y la felicidad se volvía eterna, continuo Alejandro, donde amar era en verdad puro. Donde, le corto su amiga, si tenías ganas de correr lo hacías y ya. Alejandro sonrió, apretó su mano con la de Valeria y empezó a correr junto con ella a ninguna dirección en especial, solo corrió para sentirse al fin libre de su dolor. Sabía recordaría a Giuliana para siempre y la amaría toda su vida; sin embargo, ahora respiraba mejor y todo estaría bien en algún momento. El niño fue tras ellos sonriendo por el repentino arranque de locura de su amigo, se elevo en los aires y fingió nadar como un pez en el agua mientras imaginaba sentir el aire frío y regenerador que venia del mar. Su amigo no necesitaba ayuda, si no compañía, que es algo totalmente distinto, y él estaría ahí para ayudarlo, no lo dejaría. No entendería nunca la función real del mundo, no necesitaba hacerlo, al menos no por el momento. No buscaría respuestas ahora porque por el momento todo era simple, real, si, este sentimiento era real. Siguió volando delante de sus amigos boca arriba viendo a la luna y agradeciéndole por esta noche tan hermosa y por permitir que haya estrellas. Seguiría volando hasta que sus amigos se cansen luego... bueno... Luego no importaba en estos momentos.