lunes, mayo 31, 2010

Verte sangrar

Acabo de regresar. Es medianoche. Una tenue luz me recibe con recelo y desesperanza cuando cruzo, lento, muy lento, la pieza que por años fue nuestra, solo nuestra. Pero hoy, viernes 4 de junio, es más tuya que mía, y mas de él que tuya, y más de ese amor clandestino y maldito que nuestro: tan puro y real que terminó siendo un sueño.

Es medianoche e ingreso a la pieza. Ahí yaces: echada, boca abajo, completamente desnuda, con el brazo derecho sobre el pecho de tu amante. Veo heridas, huelo a muerte, traición y sexo. Dibujo tu cuerpo con la impotencia de mi mirada mientras me pregunto cómo fue que olvidaste que me amabas, cuándo decidiste enamorarte de otro si yo te había entregado  mi vida y te había amado de verdad.

Te veo y pienso, mientras saco del ropero la cámara digital que compramos en año nuevo... ¿La recuerdas?  

Tomo una y otra y otra fotografía para que quede grabado eternamente la mentira más grande que había sido nuestro amor y nuestra vida juntos.





Entonces, en medio de un suspiro, retiro una a una cada prenda que tuviste la delicadeza de regalarme. Y una vez desnudo en cuerpo y alma y mente y rabia y sentimientos, le hago el amor a tu inerte cuerpo y termino dentro en ese escalofriante grito de placer y dolor.

Y entonces las últimas fotos, la cámara en la mesita de noche, una vida que no viviría por tus mentiras y tus traiciones. Y sollozo en silencio, como me enseñó papá, para que, luego de recordar la bala que atravesó tu cabeza y la de tu amante y ensució irreversiblemente nuestro juego de cama, las heridas no duelan más y acabe por siempre con mi dolor.

Entonces la muerte. Entonces tus ojos y los míos encontrándose en el infierno donde, fíjate la ironía, viviríamos juntos por siempre.
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viernes, mayo 14, 2010

Epifania

Se escondía detrás del árbol más grande, cuando aquella noche sin estrellas golpeaba con furia la conciencia del escritor. Se escondía entre las sombras, acariciando la nostalgia. Y lloraba en silencio el tiempo perdido en lamentos y frustraciones. Se escondía estando enamorado. Se escondía porque era un cobarde.

Cansado ya de esconderse y sollozar, desprende sus brazos del fuerte leño para buscar desesperado la salida de aquel bosque. No comprende que quizá sea demasiado tarde. No piensa
y solo corre.

Corre el escritor sendero abajo, yendo contracorriente y esquivando las rocas y los animales que en su camino se atraviesan. Corre sin llorar ni gritar. Corre a la vida -a una distinta a la que conocía-, sintiéndose derrotado, sin darse cuenta le había ganado la partida al infierno.

El sendero se bifurca a varios metros de distancia. "¿Cual es el camino correcto?". Derecha o izquierda... Izquierda o derecha... ¿Qué destino seguir si se acostumbró a permanecer oculto tras las sombras del gran árbol?, No debía pensar, no debía detenerse a averiguar cuál sería la elección correcta. Había vivido siempre sospechando que lo lógico y razonable era refugiarse en un solo lugar, escribiendo mañana, tarde y noche, sin siquiera importarle lo que el mundo le ofrecía. Por ello, el escritor no se detendría a meditar un buen destino: solo correría y que la muerte se haga con él antes que la noche termine por consumir el resto de sus energías.