lunes, octubre 06, 2008

Amelia, Estrella me está molestando

Amelia, Estrella me está molestando. Salí corriendo de la habitación, sollozando porque la pesada de mi hermana no dejaba de pellizcar mis inflamados cachetes. Estás enamorado de la gordita, estás enamorado de la gordita, repetía sin parar. Aún cuando me encontraba corriendo por toda la casa, llamando a mi hermana mayor, escuchaba sus carcajadas.

- ¿Qué pasa?- preguntó Amelia, mi hermana mayor, con una leve sonrisa en los labios. Al parecer, disfrutaba mi malestar.

- Estrella me está molestando – le dije. Estaba triste porque esa morenita hermana mía no quería dejar de molestarme con una niña del colegio. Amelia me pidió, de la mejor manera que pudo, me vaya a jugar porque en cualquier momento llega mi mamá, Alex.

Con ocho años ¿Quién no se va a sonrojar cuando tu hermana te molesta con esos temas? 'Estás enamorado de la gordita, estás enamorado de la gordita', no paraba de decir. Y tú del negro, contestaba. Entonces entrabamos en una interminable discusión. Solo Amelia era capaz de callarnos (a menudo eran con amenazas o patadas en la canilla) antes que llegue mi mamá. Ojala traiga chocolate con maní, decía.


Mamá trajo chocolate con maní esa noche, y muchas noches más, pero siempre y cuando estemos bañados, con la pijama puesta y metidos en la cama como unos angelitos. 

- Ya no soy una niña- se quejaba Amelia

Efectivamente, ya no era una niña. O por lo menos no los fines de semana. De lunes a viernes solo quería serlo en las noches, para cuando mami nos sorprendía con chocolate con maní, uno para cada uno. 
Estrella, por otro lado, Estrella… Estrella… ¿qué podría esribir de ella? 

Estrella creció más rápido que todos, a pesar de ser la segunda, y tres años menor que la primera, ya para sus catorce años me confesaba sus aventuras amorosas. ¿Con él estuviste? ¿Con él también? Pero la perdonaba cuando la veía, en las aburridas reuniones familiares, bailar cual danzante árabe: moviendo sus caderas al ritmo de la música, maravillando a su paso, haciendo sentir orgullosos a sus padres y tíos de lo buen bailarina que les resultó. Por eso la perdoné. 

Por eso la perdoné de muchas cosas, también, verbigracia, en mi cumpleaños número quince prometió vestirme de 'pies a cabeza', estuve esperando el día con mucho afán porque había visto unas zapatillas preciosas y un polo que estaba seguro si me lo ponía conquistaría a todas las chicas de quinto de secundaria, incluida un par de profesoras. Un día antes de mi cumpleaños, me comunicó que no podía hacerlo 

-¿Entonces? -  pregunté - ¿de pies a cadera? ¿De cadera a cabeza? 

- Solo un short para que pases el verano y unas zapatillas. 

La odié. En la fiesta de navidad, al verla bailar salsa con un primo, la volví a perdonar. Me encanta verla bailar.


A quien también me encantaba ver bailar es a Amelia, sobre todo cuando intentaba, con una paciencia digna de elogiar, enseñarme un paso de salsa o merengue, que es lo más fácil, decía. En este caso ella me perdonaba, mejor dedícate a leer, decía. 

Por eso, de tanto leer y leer, terminé siendo dos pies izquierdos en la pista de baile, lo que me generó cierto rechazo entre las señoritas danzarinas que intentaba ligarme.

Los años fueron pasando. Dejamos de ser los tres hermanos cochinitos, espanta niñeras, que debían de bañarse bien para cuando mamá llegue de trabajar, a ser tres hermanos grandes con proyectos, amores, penas y alegrías. Crecimos, como dijo una vez mi mamá, crecimos sin darnos cuenta, crecimos muy rápido. Pronto dejó de ser los cumpleaños con payasos, chicha morada, mazamorra y pastel de chocolate para pasar a las fiestas con luces, cerveza y cigarros Hamilton. Y yo no podía sentirme más contento con esas dos mujeres hermosas, enseñándome a bailar, prometiendo jamás dejarme solo, sollozando porque su hermanito menor estaba creciendo también y pronto terminaría secundaria, entraría a la universidad y lograría todos sus proyectos. Yo sollozaba también pues mi morena, Estrella, y la manena, Amelia, se habían vuelto viejas y no paraban de recordarme que yo también me estaba haciendo viejo. 

No todo fue felicidad, si hubiera sido así no seria digno de escribir. Nos peleábamos por todo: la presa de pollo más grande, la taza más bonita, a quien le compran mejores zapatillas; 'yo quiero una bicicleta igual a la de Amelia', 'a tu hijito lo engríes más que a nosotras'. Inclusive, nos peleábamos porque no peleamos una semana entera ¿Cómo que ya es hora no?, sugería Amelia. Si pues, acordábamos. Entonces, Amelia cogía la almohada más grande y con un golpe certero hacia gritar de rabia a Estrella, que ni corta ni perezosa agarraba una y arremetía contra su hermana mayor en pos de la venganza. Cuando, de pronto, una alcanzaba a tocarme. Ahora si que arde Troya, rugía. Si que ardió Troya esa tarde. Ardió Troya muchas tardes más solo hasta que Amelia comunicó a la familia que se iría a Argentina.

Amelia se va a Argentina. Mi hermana mayor se va a Argentina para cumplir sus objetivos, me decía a cada momento, tratando de no doblarme de pena porque en diecisiete años lo más lejos que la tuve fue cuando se marchó de campamento al sur. No lo creí hasta que Amelia me enseñó su pasaporte. Mañana compro mi pasaje, me dijo. Quise abrazarla y decirle que la extrañaría mucho, pero no lo hice, y me arrepiento de ello. Le pregunté a Estrella cómo se sentía al respecto: está bien que se vaya, es para su futuro. Luego no hablamos del tema. Ambos sentíamos su ausencia, aun cuando todavía no se marchaba, pues éramos conscientes que no la veríamos por varios años. Tendría que acostumbrarme a conversar por teléfono, ya no estaría para cuando me sienta triste, en los peores momentos de mis relaciones amorosas. Solo estaría Estrella, y ella me miraba, prometiendo en su mente, quizá, que no me dejaría solo. 


El miércoles siguiente, un verdadero día de miércoles, Amelia se fue. Y Ahora mi mamá me abraza, solloza, yo con ella pues Amelia está lejos. Veo a Estrella abrazada de Margarita, mi prima, sollozando igual. 

Comprendí que no habría más cebiche los domingos, que la distancia abriría un hueco grande y profundo entre nosotros y solo la comunicación constante podría hacerlo pequeño. Quedaba en mi memoria lo años vividos y la alegría de los años por vivir. Aquel sollozo se transformó en alegría. Mi hermana estará bien y yo también y Estrella también porque hemos pasado miles de cosas juntos y porque nos seguimos adorando como en los días en los que esperábamos el chocolate con maní de mamá. Solo me quedaba subir en el taxi, cruzar mis dedos para que mi hermana llegue bien a Buenos Aires y pronto me mande las zapatillas John foos que le pedí y sé que me gustaran muchísimo.

jueves, octubre 02, 2008

Las mujeres que me gustan


Me gustan de todo tipo: morenas, gringas, pelirrojas, mestizas, chatas, altas, no tan chatas, no tan altas, delgadas, gordas, ni tan delgadas ni tan gordas, inteligentes, intelectuales, aplicadas, y modelos (sin ofender). Me gustan las mujeres que me hablan al oído y las que deben de gritar para hablarme. Me gustan las mujeres de calendarios, así como las de películas extranjeras (sin desprestigiar a las nacionales), es por eso que vivo enamorado de Emma Watson, por eso también tiemblo, sudo, me sonrojo, lloro, babeo, jadeo, vomito, cuando la veo con su varita mágica en Harry Potter arremeter contra los mortífagos. Jennifer Aniston, Drew Barrymore, Angelina Jolie, Naomi Watts, Pink!, Jlo, logran producir los mismos efectos en mí.
Luego de ver sus películas, videos clip, spot publicitarios, etcétera; piso tierra y recuerdo: soy un peruano de dieciocho años, sin oficio ni beneficio (por ahora), bajito y medio mongo, debo de mirar por estos lares (por ahora, también). Así pues, decido dar un paseo, previo cigarro en la mano, y meditar mis alternativas amorosas.
A Sandra (o vasito, como le gusta que la llame, y lo sé porque se sonroja cuando lo hago) la conocí hace un par de años en uno de los tantos conciertos a los que asistí. inteligente, agradable, conversadora, graciosa, fan de los animes y mangaka hasta los huesos. Salimos unas cuantas veces, siempre a los mismos lugares, conversando de música, conciertos y Asian Kung-fu generation. Luz, por otra parte, fue mi segundo amor platónico, con la diferencia que la primera me lleva varios años de edad, muchos millones de dólares y vive a unas ocho horas de lima, en avión. La primera vez que vi a Luz fue a la hora de recreo, la segunda semana de academia. Se podría decir que no hicimos clic, ni ella me amó a primera vista o platicamos una tarde soleada con vista al mar y música de fondo, todo lo contrario, era invierno y me la presentó una amiga, cansada de rogarle que lo hiciera. Bailarina, cantante, linda, rubia, ojos pardos, modelo y, además, inteligente, en pocas palabras, búscate otra Alexito.
Y así fue, días después se cruzó en mi camino Kathy. Kathy, Kathy, ay Kathy! Pitágoras, mi academia, por fin tenia un sentido y lo mejor era que platónico no seria esta vez. Iba rumbo a la sección "F" salón 403 cuando al entrar una niña, con dos colas en el cabello, vestida con un buzo verduzco tipo colegio militar, invadía mi asiento, aquel que marqué como mío el primer día de clases, revisando un cuarderno. Me acerqué, indignadísimo, dispuesto a reclamar lo que me pertenecía, le advertí de mi presencia con dos golpecitos con mi dedo índice en su hombro. Volvió su cabeza, quizá molesta por la interrupción, se encontró con el rostro enrojecido de un tipo con pelo largo y ojos marrones, disculpándose por haberla distraído de su tarea y prometiéndole no hacerlo de nuevo. Demoré, luego de conocerla, tres meses, dos semanas, cuatro días, en preguntarle si tenía enamorado y si yo podía entrar en su vida al menos dos veces por semana. Ay Alexito, las cosas que se te ocurren, me contestó. De esa manera me di cuenta que Kathy, efectivamente, estaría conmigo dos veces por semana, solo que de otra forma: como consejero en cuestiones de amor. Y esas palabras usó, malhaya sea.
Sigo de frente, por la avenida Las Flores, hasta llegar a una tienda. Entro para preguntar cuanto están los caramelos de limón. La chica que me atiende, sonriendo me contesta: diez céntimos ¿Cuántos quiere? Uno, por favor. Por ultimo agrego, mostrando mis verdaderas intenciones, podría prestarme su encendedor por favor. Cuando terminé de prender mi cigarrillo, opto por visitar un parque y sentarme un ratito para lograr meditar con tranquilidad.
Si recuerdo como conocí a cada chica que me gusta, demoraría muchas hojas más, terminaría siendo aburrido y tedioso, sobre todo para mí, más para mí, únicamente para mí, porque recordar cada detalle es para románticos y soy adolescente. A mi no me interesa si las conozco frente al mar o en un night club, me da igual. Sobre todo ahora que acabo de comprender que no soy para nada exigente referente a mujeres, o quizá sea que ellas no son para nada exigentes cuando me eligen, porque, valgan verdades, feas no son, son bellas, ajá, claro que lo son. Más bella que Paola, con su cabello largo teñido de dorado, y esa sonrisa tan grande cuando solíamos vernos, solo Cinthya, con cuerpo de modelo y cerebro de quinceañera. Me gustan de todo tipo, ya lo mencioné, sin importar donde las haya conocido o si sé que se conocen entre ellas: Paola, otra Paola, no la que mencioné antes, y Kathy, otra Kathy, amigas inseparables. Yuntas hasta la muerte, tal y como lo demuestra el hi5 de ambas, tan amigas y tan lindas, tan inteligentes y tan astutas. Lo mejor de ese dúo es que ambas saben que me gustan las dos y me perdonan por ello. De igual manera, y lo suelto al paso, con las hermanas Allison y Sheyla -Bocato di cadinali!-. Me gustan, también, las que dejaron de ser adolescentes varios años atrás y ahora solo les queda cabeza para su universidad o sus hijos o su esposo o su trabajo o todo a la misma vez, por lo que yo quedo en ultimo plano, un ultimo plano dispuesto a satisfacer sus bajas pasiones (previa bofetada, claro) dispuesto a amarlas con pasión, lujuria, y al siguiente día: si te vi, no me acuerdo. ¿Yo? ¿Contigo? jamás. En los momentos donde mi imaginación no da para tanto, recurro a las menos mayores, por así decirlo, por no decir quinceañeras o menores, no tanto obviamente, verbigracia, Tabatha y sus catorce años. Tabatha... hasta me cuesta hablar de ella, no por mala experiencia, ni buena experiencia, si no porque no hubo ninguna experiencia, solo unas cuantas miradas de dos cómplices de algún crimen pasional. Giulianna, con quince años, tres meses, y nosecuantas semanas, linda de pie a cabeza, de hito en hito, lista como ninguna de su edad, perfecta. No crean que me gustan solo las que he visto, no señores, están mis amores del Messenger: Sandra (malahya sea que me gusten tantas con el mismo nombre) estudiante de medicina, participó en Lima Teens, instruida y aplicada y, para colmo, peruana. Pamela, blanca con un cabello impresionante, lo sé porque así me lo contó, le gusta mi forma de ser y por eso se ganó un puesto especial en este ranking. Podría mencionar más: María, Venezuela; Silvana, República Dominicana; Laura, Uruguay; Vanessa, Chile; Angie, España. Están, también, con las que nunca llegué a tratar. Cómo no mencionar a "la chica de la casa de la esquina de mi amigo" bellísima! Y, por lo que me contaban, inteligente, mucho para tí, chato. O "la que atiende en el internet los miércoles y los viernes" , si hubo una época en la cual me volví adicto al internet fue por aquella. Aun recuerdo las palabras que compartíamos: Yo, una cabina por favor y Ella, la número cinco (o las que estuvieran libres en ese momento) ¿cuánto tiempo? , y Yo, media hora, y Ella, de acuerdo. A veces departíamos lo siguiente: ¿va a alquilar más? y Yo, si media hora más. Así también está "la del costado del chifa", o "aquella que siempre para con el short negro" o las que siempre veía en los conciertos pero que nunca me atreví a siquiera pedirles la hora.
Al llegar al parque, reflexiono bien. Mejor me voy a mi casa, no tengo nada que hacer por acá. Definitivamente la caminata no me había ayudado en nada.
Cómo olvidar a las profesoras, si por mi primera miss de ingles, en primer año de secundaria, llagaba al colegio bien bañadito y con los zapatos lustrados. O aquella profesora que me inspiró a escribir, que Dios le de todo lo que desee, miss Luisella Cassinelli, viviré amándote por siempre. O mi otra miss de ingles, en tercer año de secundaria ¿por qué las miss de ingles tienen que ser jóvenes y bonitas?, mi eterno agradecimiento a los directores que las contratan; veintidós años, soltera, de mi tamaño y, además, se paga la universidad con lo que trabaja, todo un sueño. Por ultimo, y no menos importante, las madres de mis amigos (y no me pidan nombres, me gusta mi carita tal y como está) ¿por ultimo dije? Quise decir, penúltimo. Todavía están las hermanas de los amigos; las primas de los amigos de mis primos; las amigas de mis amigas; las amigas de mis primas; las amigas de mis hermanas: Lynn, perfecta para mí, solo tiene un defecto: ser la mejor amiga de mi hermana. Están las amigas de mis sobrinas; las tías de mis amigos; las tías de mis amigas; las tías de los amigos de mis primos; las amigas de mis padres; y un larguísimo etcétera, etcétera. Ahora, regresando a las mamas de mis amigos, ahora que lo pienso bien, mejor lo dejo ahí nomas.
Llego a mi casa, con hambre, sed y cansancio. Mi papá me sorprende con una taza de arroz con leche (no creo que lo halla traído para mí, pero igual me lo da) Busco un asiento, acomodo mis posaderas, me llevo una cucharada de arroz con leche a la boca y, por ultimo, me dispongo a ver Victoria, mi novela favorita.