viernes, diciembre 02, 2011


La primera vez que cogí un arma tenía dieciocho años. Disparé, sin dudar, en la parte superior de su vientre. Recuerdo con asco la sangre de aquel hombre que me había acosado desde que recuerdo. Parecía asustado, incapaz de comprender cómo había llegado hasta esa situación, por qué la misma pistola con la que había asustado y herido a otros ahora se volvía en su contra. No lo dejé pensar. La siguiente bala fue a parar directo a su cabeza. Entonces, todo había acabado para él.

Regresé a casa orgullosa de haber mostrado piedad al final. Hasta ese día planeé cada movimiento, cada palabra. No tendría misericordia. O sí, tal vez. Le mostraría la misma piedad que él tenía para mí. Luego de verlo retorcerse de dolor, suplicando vivir, llorando la desdicha de saberse inofensivo y solo y débil e incapaz de salir airoso de aquel triste destino; solo cuando ruegue por morir, por irse de este mundo, le daría el tiro de gracia. ¡Bum!, maldecido. De esa manera, mi orgullo e infancia perdida a manos de él sería en algo enmendada. Quedaría solo quienes conspiraron su acercamiento. Todos se irían al infierno.
Ahora, luego de tantos años, pienso que no valió la pena perder el tiempo planeando lo inevitable. Hubiera muerto algunos años antes, cuando acababa de entrar a la adolescencia. Supe desde el principio, de alguna manera, lo que pasaría. Mamá me había dejado en Lima a merced de su hermana por irse a México a conseguir una vida que nunca logró, a un futuro que solo quedó como un curioso sueño y que terminó siendo una pesadilla. Nunca pregunté cómo, por supuesto. Pero su hermana no paraba de llorar en el teléfono la triste vida que llevaba Mamá en el DF, a manos de un hombre que la maltrataba, quizá, o que le era infiel o que la explotaba. Solo cuando mamá me dijo que cruzaría la frontera supe que no la volvería a ver.

-Ya vez, bonita- me dijo - tu mamá se fue y ya no volverá. Pero viviremos juntos. Será divertido.

Le creí, no regresaría.

La hermana de mamá desapareció una tarde de invierno, dos semanas después de mi cumpleaños número diez. Su hijo me aseguró que iba a pasar una pequeña temporada en casa de su prima en Arequipa, que regresaría en unos meses y que él me cuidaría. Fue la sonrisa que me devolvió la que me hizo pensar que no sería cierto. Al igual que mamá, su hermana no regresaría. Qué se podía esperar de una mujer que albergaba a un hijo de más de treinta años, sin esposo ni nada interesante que ofrecerle a nadie. El inevitable destino de la soledad que había heredado de su madre y que mamá, su hermana, la marcaron a tal punto que era incapaz de buscar algún acompañante. Pero no a su hijo. Él tenía la certeza que a falta de capacidad de retener a una mujer a su lado bien estaba su pequeña primera para enseñarle las bajezas del ser humano. Por ello, no se avergonzaba en salir desnudo a la sala, de llevar mujeres a emborracharse, de tratarme como su empleada y juguetear con mis prendas mientras se tocaba creyendo que no lo veía. Llevaba a sus amigos, se drogaban y disparaban al aire. A veces llegaba tan ebrio y malherido que se ensañaba conmigo. De repente veía en mi rostro a los causantes de sus heridas, y a pesar que me obligaba a curarlo no dejaba de gritarme y golpearme. Le reclamaba, por supuesto, pero me hacía recordar que él pagaba las cuentas, que era suya, su mujer, su empleada, que mejor me callara porque terminaría muerta como mamá, en un desierto, putita. Mi único consuelo era imaginar a mamá llegando para llevarme a cruzar la frontera.

Nunca lo hizo.

A los doce, simplemente empeoró. Sus manos, su cuerpo, su anatomía sobre la mía. Era real lo que vivía, era una pesadilla y no podía despertar. Corre, me decía, grita, haz algo. Una y otra y otra vez, y lloraba y no, por favor, vete, déjame ir, y seguía sobre mí haciéndome asquerosamente suya. No hablaba. El paso de los años me enseñó a callar, a vivir con sonrisas en el colegio, a irme con quien encontrara, a vivir intensamente. Sabía que al llegar a casa él me esperaría para empezar todo de nuevo. Lo odiaba. Odiaba su existencia. Pero era adicta al dolor pues su arma tentaba mis intenciones, podía cogerla y disparar y no lo hacia.

A los diecisiete años decidí irme definitivamente. Fue con Manuel, el hermano de una compañera. Era mucho mayor que yo. Vivir con él y dejar el colegio parecía la única decisión importante y acertada que había tomado en mi vida. Sin embargo, Manuel, sabiéndose dueño de mí, abusó de eso comportándose todo el tiempo como el salvaje que siempre supe que era.

Una noche, dejé de perder el tiempo. Salí de casa y fui a buscarlo. Parecía dichoso de verme. Le pedí perdón, le aseguré que lo extrañaba. Me dejó entrar a su cuarto, se quitó la ropa, gemía en silencio. Entonces, aquella pistola que reposaba siempre cargada, por si las dudas, decía, sobre la mesa de noche de su madre me mostró el camino. La cogí y disparé.

Al llegar a casa, Manuel me esperaba con una correa, amenazándome de lejos. Sin pensarlo, disparé de nuevo.

La vida es una broma, al final. No he dejado de matar. Y escribo esto como una confesión sincera puesto que a pesar que he dejado muertos regados en muchos lados la policía nunca a adivinado que yo he sido. Y es una broma ya que estoy sola como mamá, como su hermana y como mi primo.

sábado, noviembre 26, 2011


A mitad del camino vi a un hombre de pantalón plomo, saco y camisa negra. Iba apurado. Entre su brazo derecho llevaba sujeto un maletín verde militar. No me detuve a pensar el por qué de tamaña curiosidad puesto que concentré toda mi atención en su cabello: todo hacia atrás, casi cano, sostenía un sombrero, de esos que solo se ven en las películas que nunca vemos pero que no dejan de hablar nuestros abuelos, en la mano libre; extrañamente se lo ponía y sacaba continuamente para arreglarse el peinado que nadie se supone que vería. Era mestizo, ojos negros y nariz aguileña. Imaginé, por un instante, que aquel peculiar estilo se debía a algún oficio tradicional, de esos que los turistas pagan mucho, imaginando encontrar allí una muestra clara de nuestras tradiciones. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para descubrir la verdad.

-Oiga, muchacho, avance que está interrumpiendo el paso - escuché detrás. Volví la mirada, molesto pues me arrancaba de súbito de un buen tema para el blog.

-Disculpe.

La verdad era que el hombre desaparecía de mi vista. A lo lejos cruzaba la calle, esquivando impertérrito los peligrosos autobuses y motocicletas que cruzan la avenida Caminos del Inca a esa hora de la tarde. Ni cagando, pensé, ese guey o es un proxeneta o uno de esos artistas plásticos de las novelas. No lo seguiría, claro, no lo hago nunca. No obstante, era intrigante.

-Necesito un cigarro - hablé.

Sin pretenderlo, supongo, fui hacía su dirección, mentándoles la madre a los chóferes y motociclistas que tocaban sus claxon. Carajo, huevas, la preferencia la tiene el peatón. Estúpida fue mi reacción cuando encontré al hombre en el misma bodega: Este... Ehh... quiero cigarros, doña.

La doña atendía las austeras exigencias del proxeneta retro, ignorando descaradamente que mi cajetilla de cigarros Hamilton valía más que el keke de chocolate y caramelos Halls que el tipo pedía.

Lo miraba extrañado. Algo en él me parecía conocido. Tal vez era la presencia de papá que trataba de ubicar en aquel, ahora que lo notaba bien, anciano. Sí estaba seguro que el tipo me recordaba mucho a mi visión de la vejez: canas, misterio, sabiduría, pericia para ganarme la atención de las bodegueras. Quien podría asegurarme que dentro de su maletín no contenía un manuscrito de alguna novela que haya tratado en vano terminar. Nadie. Nadie lo conocía. Era un extraño en la tienda y en la vida de todos. Era un anciano señor comprando Keke de chocolate y comiendo un buen bocado sin temor y rencores. No era nadie a nuestros ojos. Tal vez, solo tal vez... en alguna parte alguien lo vería con mayor cariño. O de repente era papá recordándome que aún existen motivos para escribir, escribir y seguir escribiendo; para soñar, volar, cantar, amar y creer que lo único imposible en esta vida sería dejar de quererlo, de necesitarlo. Cómo saberlo. Qué más daba ya.

-Ahora si, Joven, en qué lo puedo ayudar.

-Eh... un keke, por favor, pero que sea de chocolate.

viernes, noviembre 18, 2011

En el infierno


En el infierno.

Puede verlos, ahí, sentados en aquella roca, disfrutando de la luna y sus estrellas, disfrutando entre besos y caricias de la eternidad que no escogieron vivir, pero que se apodera con angustia y pasión de sus cuerpos haciéndolos invencibles, inmortales. Puede verlos más no los escucha, más no los siente ni los interrumpe. Puede verlos y esto lo hiere, lo lastima y sin saber bien por qué o cómo lo debilita.

Entonces, angustiado y confundido, vuelve sus pasos bordeando a la pareja, y mientras se pierde entre las sombras y ahoga cada ruido que pueda interrumpir el momento los ve pararse y alejarse sendero abajo, a la velocidad que solo la desesperación por la carne puede producir.

Debe dejarlos, olvidarlos, olvidarla, que hagan con su amor lo que deseen, que se amen cuantas veces quieran, que no le presten atención a su inquietud, que no lo miren, que no lo sientan. Debe hacerlo. Debe controlar sus impulsos. Debe respirar y esperar que el amanecer se haga dueño de las cosas. Debe y no puede. Puede y por eso corre, por eso solloza en silencio los lamentos de un hombre enamorado.

Y corre bordeando el bosque y observando el camino de los amantes, que tomados de la mano sincronizan el andar de sus pasos, espantando al tiempo. Entonces ellos pretenden no darse cuenta de su presencia, para salvarlo de la vergüenza. Siguen por el sendero, ansiosos por encontrar el final de éste y por fin unir sus cuerpos. Y mientras él ahoga sus sentimientos y controla el hambre, ellos se detienen, miran el mar desde esa distancia y regresan sus ojos al barranco, luego a ellos y a sus labios y a sus cuerpos.

Aquí me quedo, piensa. No veré más.

Pero es inevitable perderse la belleza que a continuación ilumina la oscura noche.

Los amantes susurran sus nombres, entregándose al ritmo de sus instintos, desnudándose con la velocidad y pasión de los amores fugaces, admirando sus figuras delineadas y curvadas; y besándose hasta el ultimo rincón visible e invisible son presas ya del deseo. Ella se detiene, viendo, quizás, el futuro, ¿es acaso la presencia del desconocido la que la impide ser amada?

No, no había forma.

Él no lo percibe y continúa con la lengua el camino al sexo de su chica, deslizándola, con suavidad, desde el cuello, la barbilla, los labios. La respiración se le corta mientras dibuja el cuerpo de su amante ocasional con las manos, y recorre con lujuria y entusiasmo sus pezones sonrojados, erectos de placer. Entonces, algo en su pecho cobra vida de nuevo y pretende escaparse de él, matándolo en aquel efímero momento de dicha.

Mientras tanto, el desconocido ve como los amantes descubren sus cuerpos, como la chica lo complace penetrando entre sus labios su sexo firme y erguido.

De pronto se toca, se despoja de esos molestos pantalones y busca la satisfacción en si mismo.

Ella, ahora de pie, le da la espalda al varón y espera que éste entre rápido, sin palabras, sin nada romántico o erótico por decir porque comprende que cada silaba que pronuncie solo malograría el momento. Y cuando él se hace con ella la luna y sus estrellas se maravillan ante tanta belleza y le ordenan al cielo que llore eternamente la unión de sus cuerpos. Pero el desconocido no lo ve, los amantes tampoco. No parecen reaccionar ante la admiración natural de la tierra.

De súbito, los rayos destruyen las rocas, y la lluvia moja sus cuerpos desnudos y ahogan sus gritos de placer. Ahora son uno. Y ahora yacen detenidos en el infierno junto al desconocido, que suelta el último grito antes que la vida salga por aquel orificio y caiga en picada al mar y se lleve consigo el amor que le quedaba, antes que la única alegría terminase de dolerle.


jueves, noviembre 10, 2011

Cierra los ojos


Empieza el monologo interior.

El final está cerca, después de todo, piensa. Piensa: ¿acaso lo imaginaste de esa manera?

Nunca has sido buena para las fantasías. Preferiste encerrarte en la forzosa realidad, sin esperar milagros y luchando por simplemente vivir. No soñaste. Jamás perdiste el tiempo. Lo invertiste, en cambio. Sin embargo, fueron pocos los resultados obtenidos. La vida es así. Viviste derecho. Creciste sin problemas. No fumabas, no tomabas. Apenas salías. Fuiste hija, esposa, madre, amiga, aceptando los defectos del mundo y sin protestar ante las injusticias. Pensabas: Dios se encargará; él, que todo lo ve, hará justicia. No trabajaste. Para qué si lo tenías todo, si con un plato con comida y un techo donde dormir para ti y tus hijos era suficiente. Todo sería así para siempre.

Mentira.

No obstante, eras feliz.

Sí. Piensas: era dichosa con la vida que había escogido. Amando a mi esposo e hijo, recibiendo el amor que solían darme cuando todo les iba bien. Todo parecía perfecto.

Mentira.

Sin embargo, piensas, lo creíste de esa manera.

Pero todo se perdió.

Cierra los ojos, entonces.

A pesar del cariño puesto en la inmediata realidad y las suplicas porque nunca cambie todo fue distinto una mañana como todas las mañanas vividas. El despertador, la ducha, el desayuno, los buenos deseos y la bendición. No imaginaste, como siempre, torpe y estúpida, incapaz de creer en esos instintos que solo las mujeres tienen y que las personas llaman 'sexto sentido' , que algo malo iba a pasar. Torpe y estúpida. Tu alegría se te iba por esa puerta de madera y la dejabas ir. ¡No! ¿Por qué no lo sentiste? ¿En qué estabas pensando con felices por siempre? por qué no entendiste que 'para siempre' es mucho tiempo, que tiempo es lo que menos te queda.

¡No!

Se iban. Uno por uno. Hasta la tarde, mamá, recuerdas. Me vas a recoger, no mamá, recuerdas. Piensas: sí, tesoro. Que tengas buen día, amor. Un beso. Cierras la maldita puerta.

Corre, por Dios. Aún debes de tener tiempo.

Adiós, mamá.

La distancia, el brazo de tu pequeño estirándose para despedirse, la sonrisa tímida de tu esposo, las maldita ventana y la maldita cortina cerrándose. Las personas a lo lejos, ocultando con sus burdas siluetas las de tu familia.

Tu familia, quizá, a unas cuadras, esperando el autobús.

El autobús.

Su hijo hablando de la cena de mamá. Tu esposo escuchándolo, pensando, tal vez, que bonita es mi familia, mi mujer y mi hijo.

Una curva. La carretera. Pronto el siguiente paradero llegaría y todo sería como siempre.

No pasó nada. Todo es un sueño, piensas.

No. No, carajo. No lo es. Mala madre. Mala, mala, mil veces mala y maldita.
La carretera. El conductor no lo ve. ¡Ahí, voltea! No lo hace, nunca lo hizo. El autobús choca. Una, dos, tres vueltas de campana. Muchos heridos. Tu familia está muerta.

¡NO! ¡Ayudenlos, aun viven!

¡Mamí!...

¡NOOO...!

-Ay, por Dios, deja de chillar tanto, que despiertas a los demás.

¡Ayudenlos! ¡Viven! Los puedo ver... Ahí están, mire. Vea, se lo suplico.

-Como carajo razonar con una loca. Cierra los ojos y no jodas más.

Si, cierra los ojos. Piensa: ciérralos para regresar a casa.

jueves, noviembre 03, 2011

A los amigos que perdí

Empiezo esta carta como todo en mi vida: dudoso, temeroso a los caprichos del destino y a mi propio rechazo, sabiendo que tal vez haya otra opción pero que soy demasiado cobarde o muy perezoso para buscarla. Y es que ser quien soy suele ser el más aguerrido y terco de mis enemigos.

Jamás he sido un buen amigo, lo sé. Olvido los cumpleaños. Nunca llamo. No busco a nadie ni pretendo caerle bien a alguien. La soledad me parecía buena amante. La oscuridad de mi cuarto, la música a todo volumen, escribiendo poemas o historias que me ilusionaban con un mundo menos feo y aburrido, con un Alexander diferente en cualquier café parisino, me recordaban el vacío que me obligue a vivir. Qué curioso, al final: lo mismo que me obligó a alejarme es lo que me impulsa a escribir esta carta.

Sin embargo, esto no se trata de mí. Es para aquellos valientes que acompañaron mis días en el silencio vehemente que me obligué tener. Para los campeones que combatieron conmigo épicas batallas, quienes sonrieron espontáneamente cuando volvía de entre los muertos, quienes perdonaron mi ausencia con un cigarro o dos. Y aunque seguramente es estúpido escribirlo, para los cojonudos que me echaron ánimos ahí cuando menos escribía, cuando nunca publicaba.

Conocí a muchas personas de todos lados. Muchos de ellos ignoraban mis inquietudes literarias. Andábamos largos caminos sin enterarse que dentro de aquella maleta marrón que adornaba con elegancia mi look rockero guardaba alguna novela que por las noches lograba arrebatarme un suspiro o una que otra carcajada. Y no tenía que enterarse ni yo que contarle. Simplemente eramos caminantes, viajeros errantes en busca de cigarros y un poco de cobijo. Una vez bifurcado el sendero optaba yo por ir lejos de mi acompañante, allá donde el sol no quema ni el frío hace doler los huesos. Por fin distante de todos. Solo una vez más. Desdichado.

Y así fue siempre. Hasta Erika. Valiente regreso de aquella niña de ojos grandes y negros que no sabía hablarme de Vargas Llosa pero que disfrutaba conmigo de los Poemas de Martín Galas. Grande su retorno. Y bendita sea, pues esa niña que supo crecer y volverse una mujer maravillosa tuvo la simpática ocurrencia de no alejarse de mí nunca más. Y gracias por ello.

Luego vino el blog y los amigos del mundo. Supieron recibirme, leerme con paciencia. Supieron tolerar las huidas y aguardar las promesas. Fueron mis amigos distantes. Vino uno y otro. Ocurrencia tras ocurrencia. Poemas, historias, entrevistas, charlas, bromas, novelas inconclusas, un 'Ahora q hago?' y un 'Ébano y Marfil'; con una Casa de Papel, Respirando del aire y Enamorándose de Marco, de la vida, de los años, de la Hada y La Pluma Roja. De los entrañables, los indomables. De las Chicas de los viernes. De los Cuentos de princesas. De los amigos y enemigos. De las personas Sin arlequín y los cuentos de ultratumba de Fail. Luego las Orgías Casuales. Los amigos desconocidos. Los conocidos. Los 'por conocer'. De todos. De nadie. De Madame Milagros. Caray, de todos. A esos amigos que perdí, y que aún sigo llorando.

Gracias por seguir soportandome en la distancia, en el silencio, en los recuerdos. Sin duda, cultivar este blog ha sido la menos dolorosa y más satisfactoria de mis experiencias.

Saludos cordiales.

Alexander López.



sábado, julio 30, 2011

harry y yo (I)

Tengo sinceras intenciones de continuar este post, o, mejor dicho, empezarlo. El título es ciertamente sugerente y la lectura del mismo se presta a interpretaciones equivocadas. En fin.

Dejo este vídeo como muestra de mis pretensiones y las disculpas del caso a quien se sienta copiado o plagiado -y se debe sentir. Con justa razón. La idea de publicar sin hacerlo se la robé a él-
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jueves, junio 16, 2011

Sr. Presidente II y III



A mamá, papá, el punk, Mariela, Daniela y todos aquellos que hicieron de la politica un tema más.




II



En el año 2001, cuando esperaba con ansias el estreno oficial de Harry Potter y La Piedra Filosofal y danzaba al ritmo de la Tekno Cumbia y las Toadas en las fiestas que era raramente invitado, el ex presidente Alberto Fujimori había huido a Japón luego del destape que significó los ‘Vladivideos’ y el carga montón de denuncias contra los derechos humanos y abuso de poder que caía sobre sus hombros y la de todos los Fujimoristas. Había ganado las elecciones del 2000 mientras que en el Perú reinaba el caos producto de distintas marchas que proclamaban el abuso que el gobierno de Fujimori había perpetrado, entre ellas la presidencia de forma ilícita. Sin embargo, la verdad era más pesada. Entonces, su hija, Keiko Fujimori, optó por dar la cara y esperar que las cosas siguieran su rumbo. Efectivamente, así fue. El congreso eligió, seguido de varias horas de reunión, a Valentín Paniagua como presidente hasta que las elecciones nacionales se volvieran a realizar.
Alejandro Toledo, autor de ‘La marcha de los Cuatro Suyos’ –invocando de esta manera el recuerdo de los bravos incas que dominaron una vez la gran parte del territorio Suramericano-, ganó las elecciones frente a, aunque no lo crean, Alan García. Así es, señores, el mismo que fugó a Europa una vez que las papas quemaban, que se llevó quien sabe cuantos millones, que nos dejó la taza de inflación más alta de la historia republicana, quien –a mi no, claro, aun no nacía, pero a mis padres si- nos había dejado con colas para todo –había colas para comprar hasta caramelos, colas hasta en las colas-. El Perú, sabio, le dio la espalda aunque dejando entender que la tercera era la vencida.
Para el año 2002, con doce años, mi primera chica y mi primer año en la secundaria, Alejandro Toledo gobernaba, mal que mal, la economía a media caña pero en potencia que su antecesor le había heredado. En el transcurso de su regimen, incontables denuncias aparecieron contra el mandatario blanquirojo. Aun recuerdo, con simpatía, a Jaime Bayly pronunciándose de manera afiebrada en el caso ‘Zarai’ –en resumidas cuentas, acusaban al jefe de estado de no reconocer a su hija. Pasados varios meses de dimes y diretes reconoció su legítima paternidad. Entonces fundaron varios asentamientos humanos con el nombre de la entonces niña Zarai y quien sabe cuantos comedores populares y vasos de leche-. Si otro escándalo debo mencionar es la toma de una comisaria en Andahuaylas, comandados por el etnocaserista Antauro Humala y dirigido desde Seul por su hermano, como él mismo confesó a viva voz, el ahora electo presidente, Ollanta Humala, donde se cobraron la vida de oficiales mediocremente armados. Humala ya venia anunciando la revuelta desde su pasquín ‘Ollanta’. Recuerdo, a titulo personal, ver desde la ventana del autobús que me traía y me llevaba al colegio donde estudiaba en Barranco a reservistas anunciando mediante megáfonos, vestidos de militares y con mochilas que parecían soportar mucho peso, el pasquín y la conciencia popular que los peruanos debíamos tener frente al ‘imperialismo excluyente y autoritario de los lacayos de Bush hijo’.



III

En el año 2006, mientras invertía todo mi tiempo y esfuerzo leyendo novelas de autores con apellidos impronunciables y otros tantos del ámbito local como los bravos del Boom Latinoamericano e iba a conciertos de Punk y miraba los partidos de la ‘U’ con papá, finalizaba el gobierno de Alejandro Toledo. Las elecciones se mostraban un tanto particulares. En la pelea Lourdes Flores, Alan García y Ollanta Humala se sacaban los trapitos al aire. Recuerdo a papá defendiendo la posición de Lourdes Flores e incentivando a sus conocidos a que votaran por ella y no por el ‘caradura de García’. Demás estaba comentar acerca de Humala, estaba convencido que ninguna persona que se aprecie de cordura regalaría su voto a un hombre vinculado estrechamente con el gobierno de Hugo Chávez y que, inclusive, justificaba las atrocidades cometidas por Sendero Luminoso. Aunque, ciertamente, el rollo nacionalista y justicia popular cobraba fuerza en las zonas más alejadas del territorio nacional. Papá contestaba: esos siempre le dan la contra a todo, espera que Humala gane para que veas como vuelven a quejarse. Lo cierto era que Ollanta subía en las encuestas mientras que García y Flores mantenían una cierta ventaja. Nadie esperaba que un hombre con tan poca habilidad para pensar lo que dice avanzara tanto en tan poco tiempo. Al final de la primera vuelta, Humala se encontraba como favorito para ganar las elecciones mientras que la lucha, voto a voto, entre Lourdes Flores y Alan García le ponía los nervios de punta a propios y extraños.
El final de los acontecimientos era predecible: el Perú seria lo suficientemente cojudo como para darle la chance a García de gobernar por segunda vez pero no tanto para permitir que Humala radicalice el estado como Chávez y su jefecito cubano Fidel. Somos miopes pero no ciegos, caray.
Entonces, 2011. A la par que trabajo poco más de diez horas al día, trato de mantener un blog, leo a duras penas en las combis que me trasladan por la carretera desde Puente Nuevo a Puente Atocongo, las horas de almuerzo, y otro poco en casa, y busco mantener feliz a Erika y no pelearme con mamá, Keiko Fujimori –elegida cinco años antes como congresista por una inmensa mayoría. Actividades que, si mi memoria no me falla, que suele hacerlo para ser sincero, no han sido destacadas. Por lo menos no recuerdo una buena. Estoy convencido que el común de la población piensa igual que yo, pues de lo contrario la hubieran elegido como la primera mujer presidente del Perú- y Ollanta Humala combatieron con todas sus armas la posibilidad de ocupar la casa de Pizarro. Resultado: imagínense pues. De los demás, excepción de Castañeda, Toledo, si otra vez, y PPK no hay mucho que decir, pasaron con más pena que gloria por esta campaña electorera.
Alan García, vale mencionar, termina su mandato sin mucho que resaltar pero tampoco por condenar. Quizá el conflicto en Bagua o las protestas que hace poco se suscitaron en Puno por parte de una comunidad Aymara contra la concesión minera en la zona, en ambos casos impulsados por ‘lideres’ de carácter radical que le buscan excusas a todo para golpear y gritar, demuestran una clara incapacidad del estado por unificar el país y demostrar los avances económicos que ciertamente han obtenido.

Me permito un paréntesis, señores, para condenar los mencionados acontecimientos. El salvajismo es propio de mentes intransigentes que no comparten o comprenden la importancia del dialogo, que buscan poder a la fuerza, que apoyan campañas viles y rastreras para condenar a su país a un autoritarismo propio de países retrogradas, que se quedaron en la edad media o se creen justicieros populares. Condeno todo acto de guerra y abuso. El país, créanlo, sigue creciendo, lo percibo, lo veo.
Ahora, 15 de junio, 6:07 de la tarde, momento que escribo estas afiebradas líneas Ollanta Humala, electo presidente, se prepara para recibir la banda a poco más de un mes. No voté por él. Aun considero que es culpable de más de la mitad de abusos que se le imputa. Estoy seguro que no llevara al país a ninguna parte, que con probabilidad buscará la manera de jugar las cartas a su favor para preservarse en el gobierno por muchos años más de lo que se espera, que Chávez entrará y saldrá y hará cuanto quiera en nuestro territorio como lo hace con otros países. Si es cierto que financió la campaña del ahora electo presidente nos espera una larga pelea por la libertad y la democracia. Desde aquí ofrezco mi voz por conseguir lo que por años hemos estado buscando: paz, justicia y desarrollo.
Dicho esto, sin embargo, ruego a Dios y a mi padre, que desde el cielo vela por mi familia y por mi, que esté equivocado. Deseo, en verdad, por primera vez en mi vida, que todo no salga como lo pienso, por el bien de los peruanos y de todos.

viernes, junio 10, 2011

Sr. Presidente I

A todos a quienes le debo tanto. Y a los que no.

A Vuelo de Hada, Madame Milagros y Erika.


Cuando nací, el 14 de diciembre de 1989, finalizaba el primer gobierno del entonces delgado y alocado presidente Alan García. La inflación había alcanzado cifras no solo preocupantes sino también escandalosas, el terror en las calles producido por Sendero Luminoso, los 'coche bombas', las larguísimas colas para conseguir pan o leche y un larguísimo etcétera era el día a día de los peruanos ochenteros. Se creía que el Perú tardaría muchos años para recuperarse. No estaban equivocados.


En el 1990, cuando aun andaba con baberos y pedía mi sacrosanta alimentación láctea con señas y llantos imparables, Alberto Fujimori, luego de una aguerrida campaña electoral contra, para mi criterio, el mejor narrador que el Perú ha tenido la fortuna de ver nacer, Mario Vargas Llosa, llego al sillón de Pizarro. Como era de esperarse -supongo. Improbable saber algo que no se vivió. Y los adultos no paran de recordarme que no comprendo porque era muy pequeño para saber lo que pasaba. Esta pequeña observación se la deberían hacer llegar a Discovery y a History y a los historiadores que se la pasan hablando de épocas que no vieron y por consiguiente imposible de comprender- se instauro una batalla frontal contra el terrorismo. Fujimori hizo justo lo que se espera de un político promedio: no cumplir con lo prometido. Instauro una dictadura con un autogolpe de estado en 1992 con la finalidad de expulsar a las sabandijas que ocupaban una curul entonces. Se consiguió el objetivo a cambio de muchas vidas y maltratos. Le dio un rumbo distinto al país, mismo que aun ahora se mantiene vigente pero con ligeras modificaciones.

En 1995, cuando mamá me llevaba de la mano al jardín de niños mientras jugaba con Donatello, mi Tortuga Ninja favorita, Fujimori decidió joder todo lo bueno que había hecho prefiriendo perpetuarse en la presidencia cinco añitos más, y eso es todo, eh. Desde ese momento una serie de abusos de poder, violencia y atropello a los medios de comunicación, se hicieron con el país. Efectivamente, ya no teníamos a Sendero matandonos a diestra y siniestra, ni colas pero en su lugar estábamos comandados por un chinito casi tanto o más loco que Alan García a sus treinta. Aun busca convencernos que él no sabía nada acerca de las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta. Cómo diría un buen amigo argentino: no me hinchés las pelotas, boludo.

En el año 2000 Fujimori pensó -y esto también lo supongo. No quiero ofender a los adultos que leen discretamente mi blog-: cinco añitos más y ahí termina la cosa. No imaginó que hacerse el ciego tanto tiempo lo volvería miope por lo menos. Y su farsa del 'Baile del chino, chino, chino' no duraría mucho tiempo -aunque la publicidad pagada por el estado para dicha campaña no fue tan mala. Yo mismo moví las caderas con un par de chicocas con esa cumbia pegajosa-, pues los 'Vladivideos' de su asesor Vladimiro Montesinos pagando fuertes cantidades de dinero a diferentes políticos del medio y personajes públicos para realizar una actividad, obviamente, ilícita o mal intencionada -aun nos seguimos preguntando por que fue tan tarado de gravar sus sesiones. Seguramente era un actor en potencia o un psicópata para mantener un registro de algo ilegal. Cosas del Orinoco- iniciaron el destape que ya se esperaba.

Y yo espero continuarla...

sábado, mayo 28, 2011

El Ausente



Es un amigo que a pocos -por no decir nadie. Mamá siempre dice que exagerar se ve muy mal- le gustaría tener. Uno con quien puedes tomarte una cerveza sábados y domingos de doce de la tarde a seis, puesto que no tolera el licor si al menos no ve la luz del día. Es un amigo que sabe reír, llorar y gritar, pero que no ríe, llora o grita si no tiene un cigarro entre los dedos o una buen motivo para hacerlo. Es un amigo de curiosidades, digamos, subidas de tono. Aunque muy perezoso para cumplirselas. Es un amigo, no está demás repetirlo, como a pocos -o nadie- le gustaría tener.


Este amigo escribió hace casi dos meses un post peligroso, de esos que uno no sabe como van a reaccionar los que lo leen, al que se le escapa perro, pericote y gato. Lo hizo con pereza, para ver qué pasaba y sin detenerse a pensar los resultados que daría. Estaba muy distraido para reparar en consecuencias. Nunca le fue muy bien con la reflexión y el autoanalisis (http://ahoraqhago.blogspot.com/2011/03/se-busca-empleo.html). En fin. Ahora, algunas semanas después, pasó lo inevitable: consiguió trabajo. Mejor dicho, se lo consiguieron.


El amigo nunca supo como ser un buen amigo. Cuando lo quería intentar fracasaba. Sintió que escribiendo conseguiría la calidad de amistad que suelen tener sus atribulados personajes, que ganaría dinero con sus poemas y sus historias, que terminaría su novela para venderla a alguna editorial o presentarla en concursos o fotocopiar el manuscrito para regalarlo por internet y en los autobuses. Lo que fuera que sea necesario para nunca dejar de escribir. De esa manera seria feliz y por ende sus familiares mas cercanos. En cuanto al dinero, ¡bah!, como escribió Jaime Bayly en una reunión que tuvo con Alan Garcia -flamante presidente perucho-, la plata llega sola.


Empero, parece que ser el amigo que pocos o nadie quiere es peor de lo que imaginó pues le consiguieron trabajo para mantener sus gatos, ayudar a su mamá, sacar a pasear a su novia, invitarle un helado a sus hermanas, comprar cigarros, y a ver si logra algo con su vida que ya está muy viejo. Es por esto, entre algunas otra, que el peor de los amigos no encuentra tiempo para escribir, leer a sus afiebrados amigos bloggers, terminar su novela y ser feliz.


Veremos que le depara el futuro.


Cambio y fuera.

lunes, mayo 09, 2011

La historia de hoy


La historia de hoy no es una historia, es un recuerdo, una recreación de lo que alguna vez vi. No se parece en lo más mínimo a un homenaje, tampoco pretende romper esquemas y faltarle el respeto a aquellos artistas que entregan su vida para rescatar o resaltar belleza en imágenes. Solo es lo que recuerdo.

Imaginen un espacio en blanco, donde más allá de la nada sigue perpetuándose el vacio. Véanse ahí. Están solos. ¿Descubrirían, quizá, que la vida que han llevado hasta entonces no ha sido para nada malo o complicado o solitario comparado con ese mar infinito de soledad, de silencio? Yo si. Yo temblaría. De hecho, yo temblé. Sacudía mi cuerpo con la fiereza de quien se sabe perdido, de quien no tiene escapatoria, y que, por más que intentes sofocarte, no tienes la más mínima posibilidad de morir. No hay hambre, ni sed. No hay fotos o recuerdos. Lo que sabes es que tuviste algo, lloraste, y te lamentaste, pero ahora no tienes nada, ni siquiera lagrimas en los ojos o una excusa para maldecir puesto que de tu memoria se borró cómo y por qué llegaste hasta ahí. Así me sentí. Terrorífico, ¿verdad? Claro que si.

Veamos, seguimos en miedo de nada sin sentir, valga la redundancia, nada. De pronto, y esto no lo comprendes pero te aferras a él como un hijo a un padre cuando teme al monstruo detrás de ropero, el color blanco pierde su tonalidad cegadora y hasta parece que algo de luz pretende proyectar. En tu mente no existe recuerdo alguno de algo parecido a eso, pero algo muy al fondo en ti se detiene a sentir una ligera nostalgia, como si la luz fuera un recurso divino creado para beneficio y deleite de alguien o algo en particular. Como el blanco ya no lo es, se perdió como esencia, entre amarillo y gris explotan. ¡Cuidado!, agachen la cabeza que los colores no miden hacia donde se dirigen, simplemente explotan. ¡Dios!, una mancha amarilla acaba de rozar tu brazo. Desaparece en cuanto hace contacto con tu cuerpo. Piensas que tal vez no eres muy puro para asimilar los colores. De repente soy invisible, te dices tratando de consolarte. Si lo eres, nadie lo sabe. Pero lo que si es una certeza es que ahora los colores toman forma y llaman a más colores. ¡Mira eso!, amigo, amiga, ¿seria el cielo? ¿Qué es eso que se dibuja sobre tu cabeza? ¿Son nubes lo que vez? ¡Si!, lo son. Lo recuerdas. Por supuesto, algo así no se olvidaría nunca… ¿Quién podría olvidar algo tan maravilloso como el inmenso cielo y sus inseparables nubes?

-No veas hacia abajo, amigo, amiga. No te lo aconsejo. No lo hagas. ¡NO!
Nuestros temores son realidad: estamos volando. O no, estamos cayendo. Agárrense. ¿Pero de qué? No lo sé. ¡Wow! el frio viento sacude nuestras melenas al descender, y las manos hacia el cielo para que por favor nos recoja, no nos abandone. Caemos y caemos y parece que no hay fondo pero eso no es lo peor sino que acabamos de recordar el temor, la sensación de perdida, el sabernos prontos a la muerte. Y la muerte va a llegar pero aun no porque ya no estás cayendo. La caída te dolió pero estas vivo y eso es lo que cuenta. ¿Qué? ¿No me entendiste? ¿Cree usted que lo pueda repetir? Estás vivo. Cierto. Estamos vivos. Mientras haya vida hay esperanza y mientras más dura sea la caída seguiré viviendo.

La imagen no termina ahí. El suelo es rígido. Son rocas. Las rocas están cubiertas por una gruesa capa de polvo blanco. ¿Es nieve? Uhmm… Si no lo es no se me ocurre que podría ser. El suelo, de súbito, baila a nuestros pies. Ya estás listo para lo que venga. Yo, claro, no lo estaba. Pero ustedes no son yo y yo no soy ustedes y eso es muy bueno, saben, no les gustaría ser yo. Eso no viene al caso. Lo que si es que ahora la roca se sacude con más intensidad y ¡Dios mío!, no elevamos. Regresamos al cielo pero no volamos sino la piedra está creciendo y con ella otras piedras a menor altura y otras a mayor. Ya no es plano sino escalonado. Dejó su uniformidad y hasta los colores se mezclaron formando una media tarde de primavera. Pero tienes frio porque lo acabas de recordar. Decides no seguir parado y corres. Corre rápido, eso si, ya que detrás de ti viene una rueda gigante que pretende aplastarte. No sabes cómo se formó, de donde vino, si tú no hiciste nada. Pero te toca enfrentarla. Ella más rápida. No puedes. Te va a alcanzar. Tírate a un lado. No la enfrentes. Te dices que no, que tu puedes. Sigues corriendo, esquivando baches, levantándote rápidamente cuando te caes, a los arboles que de pronto crecen en tu camino. No vez cuan hermoso es. No piensas si te puedes trepar en uno de ellos para escapar. Te crees autosuficiente. Luchas. No pides ayuda. Sobreviviste una vez por qué pedirías ayuda ahora. Ni hablar. Sin embargo, tu vanidad es tu perdición. La bola te golpea, te arrastra con ella. Cuantas vueltas das, eh. Una y otra y otra vez y miras esporádicamente como de los arboles crecen flores y de las flores colores y de los colores formas, las mismas que vuelvan hacia el cielo. Del suelo se abren algunas grietas, de ella brota agua. Sigues rodando. Del suelo salen animales, quienes te miran recelosos pues aplastas su mundo con esa bola gigante que llevas contigo.


Sin saber cómo ni por qué, la bola se detiene. Miras con cuidado: la rama de un árbol acaba de detenerla. Le agradeces y te vas. A unos metros una cabaña. Te acercas. Recuerdas el hambre, la necesidad de calentarte. Recuerdas que hay quienes se preocuparon por ti. Ya no quieres estar sola. Lloras. Lloras odiando la soledad que deseaste, comprobando que no puedes hacerlo todo solo. Entonces, corres. Entras en la cabaña: tres personas comen rodeando una mesa, en ella distintas formas se exhiben, sabes que deben ser muy apetitosas. Las personas te miran. La mujer se pone de pie, te da un beso en la mejilla y, con ternura, te dice: te esperábamos para comer.

Eso fue lo que vi. Bueno, más o menos.

sábado, abril 23, 2011

Mundo Surreal





Mis amigos más cercanos conocen muy bien mi fanatismo por el cine y la música. Saben que tengo una colección personal de distintos géneros cinematográficos y musicales. Aunque, claro, como buen melómano que se respeta, tengo mis favoritos. En orden colocaría al Rock –en cualquier rama: punk, hardcore, alternativo…-, Reggae y, por último, Pop. En el caso del celuloide las de acción se ubicarían en la cima de mis preferencias. Cabe mencionar que existe discrepancia entre algunos cinéfilos que señalan que el género de acción es uno solo y es estúpido meterlos en el mismo saco con las entregas de corte Épico o Western. Dicho esto, una película en especial superó mis expectativas alcanzando un alto nivel en ambas ambiciones, por llamarlo de alguna manera. Estoy hablando de la recientemente estrenada 'Sucker Punch: mundo surreal'.

No solo por la genialidad de sus realizadores, comandados por Zack Snyder, quien antes nos había traído '300' y, para mi criterio el mejor film de superhéroes, 'Watchmen', sino por el impecable trabajo visual que nos entregan, llevándonos a un mundo, efectivamente, surreal donde la imaginación y la lucha constante en pos de la libertad juegan un papel transcendental. Sucker Punch nos conduce a no solo una sino dos y tres realidades paralelas que confabulan en conjunto para realizar la soñada tarea de cumplir con las ambiciones. Entonces vemos a una Emily
Browning –con el papel de la protagonista Baby Doll- luchando contra dragones, orcos, soldados zombies y demás criaturas fantásticas en ese tercer mundo que obliga a cobrar vida para sobrevivir a su segunda realidad: un prostíbulo en que es obligada a participar como bailarina. Sin embargo, como ya lo había señalado, es el segundo y tercer mundo creado por la mente de Baby Doll, apodada así al introducirse en aquellas realidades, como escape alterno a la primera realidad: ella en un manicomio. Luchando, por lo tanto, con tres mundos coexistiendo nuestra heroína encuentra la única manera de sobrevivir al caos: nunca rindiéndose.

En Sucker Punch vemos rostros conocidos y actuaciones que aprueban por encima de las expectativas. Pero es, para mi criterio, la intervención de Vanessa Hudgens la gran sorpresa del film. En su papel logra desprenderse por completo de la tierna y dulce Gabriella Montez del film de Disney ‘High School Musical’ para abrirle campo a la sensual y aguerrida Blondie. La vemos no solo repartiendo golpes, sablazos y matando con armas de última generación al buen estilo de Milla Jovovich y su eterna Alice de ‘Resident Evil’ a diestra y siniestra, sino también ese crecimiento actoral que sus fans –ahora ya no menores- han estado esperando. Vanessa, sin duda alguna, dejó a la adolescente para ser la atractiva mujer en la que se ha convertido.




(Gabriella Montez)

(Blondie)



Mención aparte merecen las inseparables compañeras de Baby Doll y Blondie, Sweet Pea – Abbie Cornish-, Rocket– Jena Malone – y Amber– Jaime Chung -, por el importante papel que juegan a lo largo de la entrega y esas escenas de acción y drama en las que sus personajes logran toda nuestra atención.

Así como la trama y la propuesta visual que ofrece la película es espectacular, la música ocupa un cargo igual de importante. Es más, Baby Doll consigue transportarse a ese tercer mundo de guerra y libertad gracias a la influencia de la música por lo que separarla de la aventura, el drama y la pasión que desarrolla sería imposible. Todos cumplen su función. Covers de The Beatles, Roxy Music, Eurythmics, y otros artistas y temas un tanto olvidados, son adaptados a diversos estilos para lograr encajarlos conforme exija la escena.





‘Sucker Punch: Mundo Surreal’, una película imperdible, que asegura a la salida de la sala del cine el corazón latiendo a mil por hora. No se arrepentirán.

sábado, abril 16, 2011

Premio Beso de Oro

Mamá, desde pequeño, me convenció, con argumentos irrefutables, que bello soy pero que el pelo largo me hace ver la cabeza un poco más grande. Esta seguridad fue certificada por dos o tres chicas con las que salí cuando tuve edad para ir solo al cine. Mamá no estaba equivocada, después de todo. Resulta que quien se siente -y se sabe- bonito, va por la vida con una luz más radiante que quienes se sienten -y se saben- menos agraciados, menos bonitos, o sea. Ergo, iba a la escuela con la seguridad que me levantaría a cualquier niña que quisiera, a la profesora si se me antojaba, que el dilema de la edad solo seria un problema menor, una mentira de los envidiosos. Entonces las cosas en verdad se ponían fáciles. No fue hasta que cumplí dieciséis años cuando una compañera del Carmelitas, Valeria, quien, dicho sea de paso, despertaba en mí una curiosidad animal, quizá su perfume o eso que hacia con la boca con el pico de la botella cuando tomaba coca-cola, razonó: tu cabeza no concuerda con tu cuerpo. Desde entonces aprendí: "La belleza se lleva por dentro". Valeria me enseñó mucho esa mañana. Lastima, joder, cómo dolió. Gracias Madame Milagros por el premio. Aquí mi frase: "Solo consigo entender las cosas fáciles luego de que me enredo con las complicadas.", Jean Ure.

martes, abril 05, 2011

Una escritora especial



A Juana, por ser mi madre cuando más lo necesitaba.


Probablemente no hubiera decidido entrar en la batalla por ser escritor si no hubiera escuchado los interminables sermones que mamá nos daba por ir en busca de nuestros sueños, aunque estos parezcan imposibles, aunque el camino sea muy oscuro. Su voz aliento y sus ánimos por ver siempre a todos felices me dieron el coraje que se necesita para emprender la lucha, para esgrimir los sables que llegaban uno tras otro cuando leía en voz alta un poema o una historia. Sin ese ‘no te rindas’, hace tiempo hubiera dejado de intentarlo. Ahora mis ficciones estarían en algún apartado, olvidados y empolvados por el paso de los años.


Mi mamá siempre me dijo que buscara la forma de lograrlo. Por ello, hace 100 entradas, decidí crear un blog. Sabía que tiempo no me alcanzaría para publicar constantemente, para compartir todo lo que dentro de mi mente se esconde, pero que seria una alternativa al anonimato. He tenido caídas, subidas. He acertado y he fallado. Escribo desde que recuerdo. Hoy, con 21 años, presiento que recién empiezo. La lucha es diaria. Sin embargo, es tiempo de presentar a quien me inspiró, a quien nunca me abandonó, a quien me ha leído desde que escribía aventuras y travesías por el mundo y el universo para prolongar, de esa manera, los juegos que inventaba de niño. Hoy se lo dedico a mamá. Una escritora de raza que dejó sus cuadernos a un lado para ser madre, esposa y profesional. Gracias por nunca rendirte, mamá, ante las causas perdidas.

Papá yacía enfermo. Le habían detectado cáncer de páncreas en fase terminal. Los doctores nos habían asegurado que le quedaba poco más de un mes de vida. Mamá se cargó al hombro la enfermedad de papá y renunció a su trabajo y a su vida solo para cuidarlo. Papá falleció dos meses y una semana luego de las predicciones insensibles de los doctores. Le dimos calidad de vida. Lo amamos. Pero está mujer, mi madre, le dio algo más.


Dos semanas antes de la partida de papá, la entrevisté.


-¿A qué edad descubriste que tienes habilidad para escribir?

Lo descubrí desde que era una niña. Tenía trece o catorce años cuando un buen día comencé a imaginar cómo seria la vida de un personaje que creé. De ahí me di cuenta que tenia mucha fantasía. A mis compañeras de colegio les hacia poemas, acrósticos y cartas para sus enamorados.

-¿Qué es lo que te inspiraba?

Me inspiraba mucho los momentos, lo que me sucedía. No tuve una infancia muy feliz que digamos y por eso siempre me apoyé de las ficciones, me gustaba mucho hacerlo. Es mas, escribía novelas en relación a cómo me gustaría que sea mi vida.


-Era una escape, digamos, a la realidad cruel que vivías en esos tiempos.

Pienso que si. Pienso que cuando era adolescente era una persona no afortunada en el amor. Entonces, creé dentro de mi mente al hombre ideal para mí, y en base a eso les inventaba cuentos a mis amigas. Las veía tan interesadas en relación a los cuentos que les inventaba que esto me motivaba. Tenía cuadernos de esos escritos. El problema es que no los pude conservar porque los dejaba en el aula, los escondía debajo de la carpeta para que la profesora no lo viera, o entre las paredes pues las separaciones eran de madera. Me dejaba llevar por mis emociones.


-Alguna anécdota que recuerdes en especial de aquellos momentos.

Escribí una historia, a los quince años, sobre un muchacho que me gustaba mucho. Tuve la mala suerte de contarle a una compañera. Esta compañera chismosa se lo llevo al chico. Cuando le fui a reclamar me contestó bien mal que hasta me tiró una patada que me saco sangre de la pierna, y aun ahora conservo la cicatriz.


-Alguna vez escribiste una novela, lo recuerdo muy bien, puedes comentarnos acerca de esa novela.

Claro, una de las pocas novelas que las tengo en la memoria. Era algo relacionado a una canción que me gustaba mucho de Gloria Estefan, ‘Los años que me quedan’. Esta novela se basaba en una mujer enamorada de un hombre divorciado. Un día pierde el rastro de él. Con el transcurrir del tiempo lo encuentra y se da con la mala noticia que él había perdido la memoria en un accidente. Entonces trata de hacerle recordar los momentos que habían vivido juntos. A medida que iban saliendo él la va recordando. De este amor ella sale embarazada. Al principio no quería molestarlo porque en el transcurrir del tiempo que no se habían visto y en el que había perdido la memoria este había regresado con su esposa. Ella trata de asumir sola la responsabilidad, como toda madre, de su bebe. Pero el embarazo era uno de riesgo y el medico le había dicho que tenia que elegir entre su vida y la del bebe porque al nacer ella iba a perder la vida. Es por ello que lo busca, y a raíz de esto surgen una serie de eventos, una serie de cosas. Seria muy interesante que lo volviera a retomar.


-Eso significa que todavía tienes intenciones de escribir.

Por qué no. Estoy atravesando ahora un momento muy difícil y le he escrito al hombre que amo una serie de poemas.


-Como una escritora que siempre se ha dejado inspirar por los momentos difíciles o felices que ha tenido en su vida, qué podrías aconsejarle a los nuevos escritores, los mas jóvenes, por supuesto.

Pienso que los grandes escritores, los actuales escritores y los futuros escritores escriben porque es algo que les viene de adentro. Es una forma de vivir, de expresar lo que sientes, lo que tienes, sea bueno o malo. Hay tantas formas. Hasta en el suelo podrías escribir. El que es escritor va a hacerlo donde sea. El escribir es una arte, y el que es escribe es un artista. Es igual que el pintor, que el que actúa, que el que canta. No cualquiera escribe porque no todos se llenan de eso que es tan especial. En mi caso, por ejemplo, que había pasado toda mi vida escribiendo un día dejé de hacerlo. Ahora que atravieso una gran pena por mi esposo he vuelto a escribir.


-Por ahí leí una vez que escribir es como la bicicleta, puedes dejar de practicarlo por un buen tiempo pero jamás se te va a olvidar montarla.

Por supuesto que no. Todas las personas, de alguna forma, tenemos vivencias y de eso es gran parte lo que planteas en tus textos. Claro también están las fantasías, y hay muchas personas que escriben con relación a la vida de otras. Como te dije, cuando era adolescente escribía en base las vivencias de mis compañeras.


-A Laura Gallego, una escritora española, le preguntaron una vez que le aconsejaba a los nuevos escritores. Ella les dijo que lean, que hay que leer las mismas cantidades de veces que se escribe.

En el tiempo de colegio tuve una profesora de literatura que me aconsejó que lea, que me identificara con alguno de los escritores de esa época. Con quien me sentí completamente identificada fue con Adolfo Bécquer, por sus poemas. Yo soy una persona que ha estado siempre enamorada del amor, de la belleza que está en el amor.


-Y escribir es una forma clara de amar.

Exactamente. Aunque existen diferentes géneros.


-¿Por qué dejaste de escribir?

No lo se. Simplemente lo dejé. Decirte que no tuve tiempo, no creo. Quizá me faltó un poco de estimulo, o de pronto seguridad en mi misma.



La esposa, la madre y la escritora.



María Salcedo Izquierdo nació en la Maternidad de Lima en el año 1956. Creció en el emblemático distrito de Barrios Altos. Estudió secretariado ejecutivo. Trabajó, primero, como secretaria para el fondo de empleados del banco de la nación y, posteriormente, como asistente de gerencia. Tuvo a su primera hija a los 28 años. Unos años después se casó. Desde entonces ha vivido preocupada porque las personas a quien ama sean felices.


Casi no recuerdo a mamá enojada, aunque sus explosiones, con tu permiso, mamá, son de temer. Quizá sea esa latente llama de poeta y escritora la que la lleva a mostrarse ante la vida con una pasión distinta a las demás. Será que quienes tienen la sensibilidad de entender las palabras responden con mayor impulso a los estímulos. No lo sé. Solo sé que mamá se ha preocupado tanto porque seamos felices y cumplamos nuestras metas que ha terminado por perder la paciencia. De todas formas, así muestra su amor por los demás: con vehemencia.

Es de las personas viven sacrificándose por el bien común, de las anfitrionas afiebradas, que desean que todos y cada uno de sus invitados pasen una velada inolvidable, coman mucho y rían espontáneamente. Recuerdo la casa llena de familiares, de amistades, festejando entre carcajadas y gritos nada en especial, solo el hecho de vivir y gozar la vida. Recuerdo a mamá preocupándose porque todo salga bien, porque regresaran a sus casas con una sonrisa. La recuerdo viviendo feliz, luchando en las caídas, sacando adelante a su familia, dándose nunca por vencida. Creo que ese carácter fue que hizo que tuviera una buena relación con papá. Ambos eran uno.


-Antes de ser escritora eres madre, qué nos puedes decir sobre eso.

Madre es un todo. Yo siempre he pensado que el amor es tan grande e inmenso que tiene principio pero no tiene fin. Las madres estamos en esta tierra para ser los ángeles de nuestros hijos, para guiarlos, para comprenderlos. Para ser madre no se estudia, se va aprendiendo en el camino, con sus errores y sus aciertos. Una madre tiene ser todo, su confidente, su amiga. La palabra madre encierra muchas cosas.


-Y a la par de escritora y madre eres esposa, ¿qué es ser esposa?

Ser esposa es ser parte de alguien más. Los esposos son dos personas que se conocen, que se casan pero que cuando forman el hogar son uno solo porque tienen que aprender a compartir todas las cosas que hacen en la casa, en la vida. El día que te casas dejas de ser dos para ser uno. Los dos están juntos y por ende van a pensar casi a la par. Y para ser esposa tienes que tener mucha comprensión. Posiblemente no hay ningún matrimonio que digan que son felices desde el primer año de casados. Muchos, tal vez, dirán que si lo fueron pero al cuarto o quinto año se separaron. Pienso que es al revés, que los primeros años del matrimonio es donde aprendes a conocer a tu pareja y él te llega a conocer. Es ahí donde las cosas se empiezan a complementar. Cuando llegas a viejo, y han compartido tanto, te das cuenta que lo amas con todas las fuerzas de tu alma, pese a muchas cosas que pudieron haber pasado. Lo importante es saber sobrellevar todo lo que viene en el matrimonio.


-¿Fuiste feliz?

Si. No puedo decir que lo he sido inmensamente, he tenido mis buenos momentos, mis malos momentos. Pero si he sido feliz.


-Si pudieras hablar de María Salcedo, qué dirías de ella.

Qué te puedo decir. Es una mujer con muchas cargas emocionales, muchos problemas, pero que siempre ha tratado de superarlos. En la vida uno cae, se sacude y sigue adelante.


-Conocemos tu etapa de niña, de madre, de esposa y de escritora. Pero no sabemos que hay en el medio…

Ha habido muchas cosas. He sido una mujer que ha amado mucho, que ha buscado siempre el príncipe azul. He sido de las que han soñado con él. Al final pienso que si lo encontré, que está a mi lado. Pero ahora está delicado de salud.



Terminé la entrevista sonriendo con las confesiones que me había dicho. Uno nunca termina de conocer a sus padres. Mamá, sin esperar, caminó al cuarto a ver a papá, si necesitaba algo. En medio de la entrevista me había parecido ver que una lágrima buscaba resbalar por su mejilla. Seguro que debía de estar enjuagándola. Amar tanto nos vuelve así. Ella es así.

Vuelve a escribir, mamá.

martes, marzo 29, 2011

Se busca empleo


Cuando decidí abandonar mi vida para dedicarme solo a escribir no pensé cuanto dinero costaría dedicarse solamente a escribir. Es decir, el gasto que implica dejar de lado un ingreso salarial para pasar a la sociedad económicamente inactiva solo por el afán esquizofrénico de ser escritor y, por ende o extensión, escribir. Muchos dirán -o pensaran, cosa que pasa con frecuencia ya que algunos pensamos lo que no escribimos o, mejor dicho, escribimos lo que no pensamos- que escritores de la talla de Vargas Llosa se dedicaron a su oficio en las madrugadas y muy temprano en las mañanas porque también debían solventar sus gastos alimenticios. Confío que en un futuro no muy lejano mi cuerpo pueda soportar de nuevo una buena dosis de cafeína, aunque no suelo ser tan optimista. Y mientras este proceso cobra fuerza, y ya los bolsillos empiezan a sentir la ausencia de billetes, no me queda de otra más que salir de casa a buscar trabajo.


Veamos, mi experiencia laboral no es una buena carta –dos años y medio de reponedor en diferentes supermercados y tiendas departamentales-. He desarrollado, también, capacitaciones a los empleados de las tiendas retail y manejado exposiciones para los clientes y ejecutivos de los supermercados. Estudié actuación, clown, danza contemporánea y circo durante cuatro años, lo que me da la experiencia y habilidad para hablar en público. Tengo la capacidad intelectual para aprender con facilidad. Empero, en realidad, el as bajo la manga es mi don natural de persuasión, mi pericia en el oscuro arte del convencimiento, mismo que fue madurando y cobrando mayor fuerza con el paso de los años y las caídas. Es este talento el que me da la seguridad de ejercer un cargo de manera eficaz. Por ello, no temo a las entrevistas, a los jefes malvados, a los retos, a los compañeros mal intencionados y a las comidas recalentadas de las cafeterías donde solía ingerir mis sacrosantos alimentos.


Siendo consciente, entonces, de los pros y los contras de mi personalidad laboral estoy seguro que algo por ahí podré encontrar. Al final ese no es el principal conflicto. Lo que me aterra en verdad es permitir que mi necesidad de ganar dinero y vivir como Dios manda aleje de mí lo progresado en cuanto a la narrativa. He venido emprendiendo – a medias, para ser sincero- la titánica tarea de ser escritor. El camino siempre es oscuro. Sin embargo, tengo la fe de ver la luz en algún momento. Los temores que antaño golpeaban ya no duelen más. Las ficciones, aunque no lleguen con facilidad, han sido cazadas, domadas por ese lado misterioso y ocurrente que llevo dentro, que a pesar de todo insiste en no abandonarse. Escribir, ergo, es lo que único de puedo hacer medianamente bien, lo único que me hace feliz sin pedir nada a cambio. Quizá sea por eso que me duele un poco buscar una alternativa económica. No lo sé. Solo sé que mis ahorros ya casi se acabaron, que las cuentas siguen llegando, que la novela aun no ve la luz y que probablemente me lleve mucho más tiempo del que imaginaba, que necesito encontrar el medio para vivir sin olvidar que existe una promesa que debo cumplir.


Se busca trabajo… ¿Alguien necesita… Uhmm… no sé, que le planche las camisas o le haga las tareas? Escucho propuestas.

miércoles, marzo 23, 2011

Tenerte


Despierta que el sueño no es eterno y las palabras pierden sentido mientras más piensas en ellas.
Camina al balcón y espera que pronto llegará. Olvida las culpas y lamentos de la última noche. Deja, princesa, que salga aquella lágrima, que conozca el mundo y sepa que la felicidad no es un regalo sino una lucha constante, un combate a diario.
Espera aunque el tiempo se prolongue, aunque la luna no se asome y las estrellas pierdan brillo. Hazlo y de esa manera sabrás que sufriste de todo y padeciste todos los males pero seguiste adelante sin importarte la crueldad y el abandono. Demuestra que sigues viviendo, que tienes alma. Y por más que no quieran verlo, dentro de ti la verdad permanecerá, princesa. Luego, cuando los años se hubieron llevado la impotencia y las lagrimas, comenzara la revancha, teniéndolo, teniéndote, princesa.

jueves, marzo 17, 2011

Lucidez



Duro como un espartano. Incapaz de volver la cabeza. Fuerte, valiente, perspicaz, sagaz, de una habilidad sobrenatural para las artes del amor y la guerra. Aprendió a dominar el miedo, a ahogar el grito en los momentos más difíciles y gritar de orgullo cuando la batalla empezara.

Supo siempre que vivir era la prueba más importante y que no sobreviviría si se dejara derrotar por la falsa simpatía de los que prometieron, a Dios, por supuesto, no irse nunca, y juntos serian invencibles.

Sonríe a la cobardía. Escupe la falsedad. Crece con el paso de las horas. Entrena cuerpo y mente. Y, espada en ristre, sale al campo de batalla a degollar cuanto enemigo se atraviese. Nadie lo detendría.

Lucidez… ¿acaso soñar lo devolvía a la infancia?

viernes, marzo 04, 2011

Sigues conmigo, Betito



Cuidame desde el cielo, Betito. Cuidame, por lo que más quieras, de los malechores, las malas rachas, los envidiosos, las viejas chismosas, los cobradores de combi y todo aquel que quiera y pueda hacerme daño. Cuidame, Betito, teniendo en cuenta que le debo muchos errores a la vida y que probablemente tenga que llorar hasta caer rendido. Cuidame desde el cielo, al lado de Dios y los ángeles, recordando que te amé como el hijo que no supo reconocer a su padre cuando debía pero que lloraba en silencio sus derrotas y sus lágrimas. Recuerda que te amo, viejo, y que aunque en silencio me aferraba a ese amor nunca dejé de sentirlo, de añorarlo, de reconocerlo. Cuidame, Betito, mi viejo del alma, mi padre adorado.

Nunca fui un buen hijo, lo admito, Betito. Quizá pude haberte escuchado un poco más, pude haberme quedado a ver el partido de la "U" contigo en vez de preferir la calle y los amigos, pude haberte abrazado y dicho que te quería cuando mareado te acercabas a mi lado a recordarme que soy tu hijo y que me quieres. Pude y no lo hice. Y no lo hice no porque no quisiera estar contigo sino por eso que los jóvenes no entendemos hasta que lo vivimos: el amor a los padres. Yo te amaba. Yo te amo. No supe decírtelo. No supe abrazarte, besarte, escucharte, contarte mis problemas, mis dudas, ir contigo a donde me llevaras. No supe ser hijo. Sin embargo, Betito, siempre me perdonaste, y, mientras el día siguiente llegaba, estabas atento a mis antojos, a mis caprichos de niño mimado, de adolescente descarriado, de hijo prodigo. Lo siento, padre. Perdoname, por favor. Perdoname por no saber estar contigo, por no comprenderte, por no escucharte, por no decirte que te amo, y, sobre todo, por esperar el último momento de tu vida para recién confesarte mi amor.

Te fuiste y ahora tu ausencia pesa en nuestros hombros. Aunque me hiere saber que no volveré a verte sé que nunca dejarás de cuidarme, de estar conmigo, de amarme. Aunque no te vea te siento a mi lado, te noto en las noches, escucho tu voz y siento tu aliento diciendome: hijo, portate bien. Te siento. Te veo. Te amo, viejo, mi viejo, mi amigo, mi compañero, mi confidente.

Antes de tu partida te juré cumplir mis metas. No he escrito ni una coma en una semana entera. Hoy empiezo. Te juro, viejo, que las cumpliré. Sé que estarás ahí para aplaudirme, que serás el primero en felicitarme, en recordarme que el sueño es posible, que no está mal hacerlo.

Cuidame. Cuida a mamá, a Amelia, a Estrella, a tía Doris y a quienes te recuerdan y te extrañan.

Nos veremos algún día, Betito.

martes, febrero 15, 2011



Lima.




Casa.

No hay nada como salir de casa, eh. Piensa: si las circunstancias son favorables regreso en un año o dos. ¿Y si no? Dos o tres días. De una forma u otra la suerte está ya echada a su favor: viajará muy lejos para concretar unos negocios. Es decir, no solo escapa de la triste monotonía en la que vive desde hace poco más o poco menos de diez años, olvidandose de las combis asesinas, el tráfico de la capital, la contaminación, los borrachos del bulevar, las viejas cucufatas que se tapan la boca cuando se fuma un cigarro o le agarra las posaderas a su chica de turno, sino que, además, concretará el negocio de su vida. Una vez firmado el documento dejaría todo en Lima y correría a una ciudad menos caótica, hipócrita e infectada, una donde pueda agarrarle el culo a su chica, fumar un cigarro, meterle cuarta al Honda negro que se compró en navidad pero que no puede conducir porque su licencia ya expiró y ser quien quiera ser. Dejar la casa será el primer paso a una nueva y mejor vida, piensa.


Costa Verde.

Un amigo le dice que la ruta más rápida para llegar al aeropuerto desde su casa es por la Costa Verde, esa extensión de poca luz, de asfalto y arena que hace las veces de avenida y campo deportivo al lado de las playas limeñas, donde lo único atractivo que puedes encontrar son esporádicas discotecas, bulevares, restaurantes carisimos y decenas de autos con adolescentes borrachos o drogados o las dos cosas que fornican escondidos en las sombras de la noche o dentro de los autos. De día, recuerda, la cosa es distinta: los bañistas y surfistas que pululan son amos y señores, volviendo lo que podría ser un lindo espectáculo visual en una autentica anarquía: basura por doquier, botellas de cervezas, condones usados y arroz con pollo. Claro, se dice, eso depende de la playa y el distrito donde te ubiques. Hay caras más bonitas que otras, ¿no?.
Puede ir más rápido, le ruega al taxista. El tipo, blanco y de barba poblada, parece no escucharlo. Señor, el avión me deja, miente. Joven, no es bueno apresurarse, le contesta, por fin, con voz ronca, chupando algo de sus muelas y botandolo por la ventana. El tipo sube el volumen de la radio y cambia de velocidad. Al final parece que le hizo caso. Gracias, le dice.


Trafico.


Cuando el taxista barbudo, quien no para de cambiar de estación, decide de una buena vez apresurarse ya debe salir de la Costa Verde y tomar la ruta hacia la avenida La Marina para, posteriormente, entrar a Faucett. El camino hasta La Marina es simple, a esta hora de la noche -10 u 11, quien sabe cuando no se quiere saber nada con la hora. Aunque, por si las dudas, mira su celular por si debe seguir mintiendole al tipo- el transito está libre. Llegaré antes de lo planeado, piensa. Tomaré un café y leeré un par de revistas para matar el tiempo, se anima. Piensa: para las 2 de la mañana estaré volando rumbo a una nueva vida. Sonríe, de pronto, convencido que las cosas le saldrían, efectivamente, tal y como las había planeado. Le parece que todo se ve bien, que todos son menos feos, que hasta la luna se ve muy bella esta noche, que hasta el taxista barbudo es un tipo genial, y aunque escupa un liquido negruzco que saca de sus muelas y contamine con eso las pistas no le importa porque ya no caminará más por esas calles.
Joven..., lo interrumpe, sacándolo de su ensimismamiento. Parece que hay mucho trafico por aquí, que le parece si doblo en la siguiente para cortar camino, joven. Este gesto de confianza lo conmueve tanto que le dice que haga lo que crea conveniente, que es el profesional de las calles y que quien más podría llevarlo con velocidad en estos momentos. El tipo, mudo por sus palabras, pisa hondo y sigue la ruta planeada.
El taxi amarillo recorre con velocidad las calles desiertas de Magdalena y San Miguel hasta que cruza La Marina para tomar un atajo -este es nuevo, joven, nadie lo conoce, sabe- y se estanca por unos minutos en una intersección. Él no mira en qué intersección el taxi se atascó porque tiene la corazonada que no volverá a pasar por ese lugar -no se preocupe, ahorita pasamos-. Y pasan -ya vio-. Dos metros: una curva, y en ella un nuevo semáforo -no pasa nada, joven-. Dos minutos. Diez más -no pasa nada, joven-. El tipo saca su periódico: es de dos días atrás. Quince minutos. Avanza dos metros. Diecisiete minutos -sabe qué está pasando, señor-. Veinte minutos. Avanza unos metros y no se detiene pero él siente que caminando es más rápido -estas calles nunca son tan lentas, joven-. Otra curva y no sale del trafico -tal vez sea una protesta, joven-. Los claxon de los carros, la gente baja de los autobuses: cinco para las doce -que coño pasa, señor-. El auto avanza lentamente y cuando quiere desviarse otro se atraviesa, pero el taxista barbudo igual quiere ir por ahí y no ve el Toyota negro que va en esa misma dirección: mierda, nos chocamos, joven.

Tarde.


A priori, la situación en la que se encuentra es bastante delicada. Por un lado, el taxista barbudo se enfrasca en una batalla campal contra el anciano del Toyota negro, quien, instantes después, es secundado por una mujer embarazada -mire mi estado, nos quiere matar o qué-, una mujer de igual edad que el conductor del Toyota -es un inconsciente. Mi marido no pagara los daños- y un niño que no deja de gritar que quiere ir al baño -mami, no aguanto...mami, mami...-. A posteriori, también.
Deslizándose con la misma sutileza con la que se ha deslizado toda su vida se retira de la escena, le deja unos billetes al taxista en el asiento y, zigzagueando, serpenteando, tapándose oídos, boca y nariz, sale del trafico. Vuelve el rostro y piensa: estos hombres no salen de aquí hasta mañana. Feliz porque ha superado lo más difícil del día y porque tan lejos del aeropuerto no está, camina a una avenida más despejada para encontrar otro taxi. Afortunadamente no tiene mucho equipaje. Tiene pensado comprar ropa allá. De pronto, el celular: dime, Martín. Hermano, a qué hora llegas. No entiendo. Al final, te vine a despedir con Lucero, hombre, somos hermanos o no. Si, contesta. Ya estás en la zona de embarque o qué. Ni hablar, Martín, aun faltan dos horas para que salga el avión. Creí que salias a las dos. Si, por qué, pregunta. Son más de la una, asegura Martín. Pero que... No termina la frase, mira el celular, recuerda: mierda, cambie la hora para joder el despertador (vieja costumbre para engañarse a él mismo. Un mal día para hacerlo, piensa).

Jorge Chávez



Los hombres estamos llenos de manías, de cojudeces que para las mujeres son triviales, infantiles o poco importantes. Esas cojudeces y manías nunca son un obstáculo para ser felices. Es más, son esas cojudeces y manías las que nos mantienen con vida en este mundo con tantos hombres y pocas mujeres -aunque las estadísticas digan lo contrario-. Él hoy tenia una lección importante que aprender: cojudeces y manías solo en horario de oficina.
Había reservado su pasaje vía telefónica y depositado en la brevedad la suma estimada a una vieja amiga que trabaja en una agencia de viajes. Cuando llega al aeropuerto la chica de ojos negros y cabello recogido que amablemente atiende en la ventanilla de LAN se encuentra con un ogro que desea salir de su país aunque sea lo último que haga. Ya están abordando, señor. No le parece esto del todo cierto, pero aun así le ruega a la señorita que lo acepte, que su mamita esta muy grave, que debe irse si o si, que porfavorcito, señorita, que qué bonitos ojos tiene, va al gimnasio. Se despide, por fin, de Martín, su amigo, y Lucero, la novia de este, con un breve abrazo. Pasa migración, olvida quitarse la correa. Vuelve a pasar. Corre a zona de embarque. Es el último de la fila.

Para finalizar, avión.

Antes que recuerde que le tiene miedo a las alturas una señorita se sienta a su lado y le pregunta si los baños son cómodos pues no se siente muy bien. No espera la respuesta porque el jefe de vuelo ya anuncia que deben abrocharse los cinturones. Entonces, se abrocha, toma una pastilla, acomoda su asiento una vez el avión esta en el aire y, optimista nuevamente, piensa: próxima parada, Santiago de Chile.