sábado, noviembre 23, 2013

El idiota



Escucho en tus labios una melodía que parece música y solo es poesía: 'te amo'. 

Estamos solo los dos, sentados en el sillón de la sala de tu casa. Me das un tierno beso en los labios y luego sumerges tus cansados ojos negros en las imágenes que el televisor nos devuelve. 

Te abrazo por la espalda para que tu cuerpo repose sobre el mío. Entonces solo somos tú, yo, el sillón y el televisor.

Pero yo ya no quiero estar ahí.

Tal vez quiera viajar a un mundo que no logres comprender, recorrer sus calles y plazas en busca de eso que llaman lucidez y madurez. Tal vez quiera aprender de las formas y los matices, y a ser valiente cuando la valentía necesite de mí y nunca al revés. Tal vez  busque un escape o un camino, o tal vez una vida que no se parezca a la mía; una vida que te sorprenda, que consiga enamorarte en verdad y en mentira; tal vez una vida que se parezca a la tuya sin ser tuya; tal vez una vida que grite en demasía historias que en mi vida no podría contarte sin caer en la mentira. Tal vez sea eso o solo los miedos a demonios que no me han dejado. O no lo sé.

Te abrazo más fuerte y tu solo sonríes.

Caigo en la pena de no tener el valor para pedirte que me mires porque hay algo que tengo que decirte. Aunque sé que haciéndolo te perdería. Sé que hablando besaría la estupidez y la soberbia, pues sé que mi verdad es una verdad de vanidad. Sé que al final sonaría a lamentos y no a verdades en medio de mentiras.  Lo sé y por eso miro contigo las ficciones que las imágenes nos imponen, ignorando los sollozos que se asoman presurosos a mi alma, deteniendo las lagrimas que podrían obligarte a separarte de mi, a romper sin lamentos ese momento mágico de paz y silencio, a tener que obligarme a regresar al mundo donde vives para buscar en palabras una razón real y convincente que pueda satisfacer tu curiosidad, a tener que abrir algo más que mi corazón solo por temor a asustarte, lastimarte o confundirte. Sé que callándome aseguro tu amor. Sé que con tu amor volveré verdades mis mentiras.

Y sé que soy un idiota.

Pero ser un idiota no ha sido una labor fácil, ni siquiera con el talento innato que tengo para serlo. Ser un idiota me volvió escritor en años de soledad y rebeldía. Ser un idiota se volvió una constante en mis días. Ser un idiota se volvió una mascara capaz de protegerme del exterior, de esos humanos que señalan con el índice creyéndose dueños de la verdad y los sueños, asegurando que su camino es el camino del  progreso  y el éxito.  Ser un idiota me protegió cuando más lo necesitaba. Y siendo un idiota tropecé una y otra vez para luego levantarme más rápido y más fuerte.  Siendo un idiota aprendí a sonreírles a otros idiotas, a aplaudir sus ánimos para la patanería y la discordia, a convivir con el resto para no sucumbir en la agonía que es la soledad. Siéndolo  sobreviví en el mundo donde vives.  Y siéndolo me enamoré de ti.

Sé que buscas palabras y confesiones que te ayuden a entender a los idiotas como yo. Pero no existen tales palabras, o alguna confesión capaz de satisfacer tu mente. Todo lo que fui y soy lo has descubierto,  porque  me desnudaste sin darme chance a protegerme, porque te aseguraste de conocerme bien, porque procuraste buscar los detalles en cada una de las frases que te decía o que te escribía, porque me llevaste a tu mundo sin temor de descubrir pronto el mío, porque me diste la confianza para ser quien soy cuando lo que soy no es más que estas líneas.  

Me volviste sabio y reflexivo. Me obligaste a creer en mí sin pedírmelo. Me enseñaste el camino a la felicidad sin sentirme merecedor de ir por ese lado. Me llevaste de la mano a conocer las verdades de la vida, y con eso las verdades del amor. Fuiste y eres la primera vez en todas las maravillosas experiencias que tu mundo puede ofrecerme. Y tal vez sea por eso que busco mentiras que puedan enamorarte un poco más de lo que ya estás.

No me he dado cuenta pero te estoy mirando.

De mi mente se borró el tiempo que llevo haciéndolo.

De pronto, vuelves la vista y preguntas:

‘¿Sucede algo?’

Mi respuesta, ahora lo sabes, es una mentira:

‘Nada. Solo te estaba mirando.’

Sin decir otra palabra, devuelves tu atención al televisor. 

miércoles, noviembre 13, 2013

Felicidad





A Vivian, porque todas mis letras son suyas



En el amanecer del primer día del mes, la princesa se acerca sigilosamente a su ventana.

‘Ha llegado el momento’, piensa.

Corre las cortinas, busca un cepillo y arregla su cabello mientras detiene la mirada en el horizonte. 

Ya no tiene miedo. El temor que el día anterior se había apoderado de su cuerpo se acaba de ir dejando paso al optimismo que representa buscar una nueva vida.

¿Cómo podría tener miedo si esta vez el amor estaba de su lado?, ¿cómo retroceder si la vida le estaba dando la oportunidad de volver a creer, de dejar de someterse a los caprichos del mundo?, ¿cómo hacerlo si el universo le regalaba mil alternativas, mil formas nuevas de vivir?

Había llegado su momento.

La princesa respira hondo.

Una sonrisa, de pronto, se dibuja en su rostro.

El tiempo estaba cerca. Esta vez su corazón no la traicionaría, y sus piernas responderían por fin a los mandatos de su alma.

Deja el cepillo a un lado. Regresa sobre sus pasos para buscar bajo la cama una maleta que estuvo preparando las últimas dos noches. Lleva lo indispensable para sobrevivir.

Al final, había entendido que la felicidad no consistía en los bienes materiales que los ‘bien intencionados’ le ofrecían con afán, ni siquiera en el pobre recuerdo de una ilusión que jamás se cumpliría, ni en un momento de lujo o en la admiración de los demás. La felicidad consistía en cumplir con amor, humildad y optimismo aquellos pequeños sueños que solo en el fondo de su alma se proyectaban. Hasta el silencio más largo, luego de una amena conversación, era un episodio de felicidad. Hasta un tierno abrazo en el día más soleado o la noche más oscura, significaba felicidad.

La felicidad estaba en los detalles, en la acción más pequeña de bondad, en la sonrisa sincera de un niño; y en el grito espontaneo de amor.

La princesa entendió que lo mejor de la vida no viene de las cosas más grandes sino de las pequeñas que se dan por amor, por amistad; por ese único sentimiento libre y desinteresado.

Por ello, la princesa regresa a la ventana.

El sol empieza a salir y se escuchan ya el primer canto de los pájaros. 

Detiene su mirada en el celeste del paisaje, mientras unos finos rayos de luz acarician suavemente sus mejillas y una silueta masculina se dibuja en el horizonte.

‘Ha llegado’, piensa. Piensa: ‘El camino recién  comienza.’     
  

domingo, octubre 27, 2013

Danza de medianoche



El viento ululaba entre las rocas. La copa de los viejos arboles se inclinaban, ligeramente, al compás de la danza de medianoche; cubrían los cielos, la luz de la luna y aprisionaban a los visitantes sendero abajo, sendero arriba. 

Lanz corría delante de Jhon y al lado de Alen. Pero Alen, sin embargo, no estaba convencida si su amigo seguía cerca o si los gemidos de agotamiento venían de Lanz.

Alen  solo pensaba en salir del bosque, en vivir, aunque fuera solo un día más. Y Lanz procuraba dar ánimos,  apelar a la calma y el raciocinio, darle menos importancia a sus agotadas piernas y seguir el camino hasta encontrar la salida. Pero Jhon había enloquecido: daba gritos de desesperación,  pidiendo por su vida, confesándose aterrado, desesperado y solo. Pero sus suplicas no eran escuchadas ni por sus amigos ni por 'La cosa' que iba tras sus cabezas. 

El sendero  los llevó, en picada y a grandes pasos, directo al puente. Solo debían cruzarlo y esperar que alguien los encontrase en aquel bosque maldecido. Seguro que en estos momentos alguien los estaría extrañando en algún rincón del pueblo, olvidando sus días de malhechores; sin embargo, solo era una ilusión.
Primero Alen luego Lanz y, por ultimo, Jhon, cruzaron el puente despacio, procurando que las viejas cuerdas no sedan ante el peso de los cuerpos y el miedo.

De pronto, un chillido ensordecedor, de un pájaro gigante o una bestia, se hizo dueño del espacio.  Pronunciaba palabras ininteligibles pero que sonaban a suplica y piedad.

 Entonces Jhon  abrazó la cuerda del lado derecho y arrodillándose pidió ser abandonado. No se movería por nada del mundo:  Si de todas formas moriría en breve prefería hacerlo de una vez, cuando su terror se mostraba en toda magnitud, cuando aun tenía fuerzas para abrazar algo.

Lanz retrocedió. Por más que trató de levantarlo, de darle esperanzas, de convencerlo que aun quedaba una salida y que si se apuraban “La cosa” no podría encontrarlos, no lo logró.

‘Váyanse’,  sollozaba.

‘Se hace tarde, Lanz. Vayámonos de una vez’, dijo Alen. 

Uno sabia que no volvería a ver su amigo, que estaba condenado y no por 'La cosa' o cualquier otra criatura del bosque sino por él mismo.

Sabiendo esto se hizo de pie una vez más, caminó y salió del puente, penetró entre los arboles y no volvió la cabeza hasta que oyó el grito de muerte de su amigo: supo que estaba muerto.

¿Acaso no se terminaría nunca?

El sol parecía que nunca saldría. Sus piernas evitaban responder  al mandato del cerebro, preferían seguir, haciéndolos caer en ocasiones, porque en cualquier momento saldrían del infierno y respirarían el aire de la libertad y la vida, y esta aventura solo formaría parte de un recuerdo doloroso que solo el tiempo y la dicha curaría.

Hasta ese momento seguiría atrapado junto a Alen.

El camino desaparecía, lo siguiente eran rocas y rastros de sangre, cuerpos de hombres decapitados. 

Bajaron la velocidad.

Llovía. 

Llovía y no era agua, era sangre.

Alen quiso averiguarlo. De pronto, ahogó un grito.

‘Qué pasa’, inquirió Lanz. Sin esperar respuesta miró por donde lo hacia su amiga: hombres, mujeres, niños, colgados de las piernas, despojados de sus ropas, dejando caer lo último de sus vidas.

Habían caído, quizá, en la guarida de 'La cosa' o de cualquier otra bestia. No tardarían en ser los siguientes si no apuraban el paso.

Sigilosos, entonces, fueron por el lado derecho: unos metros después movieron las piernas de nuevo y siguieron, esta vez, la ruta de sus impulsos, a donde les llevase el pánico y las ansias de vida,  ahuyentando insectos, pájaros y lo que fuera que se les cruce.

No hablaron, solo fueron consecuentes con sus impulsos.

Se sabían perdidos.

Si 'La cosa' no terminaba con ellos lo haría el hambre o la desesperación.  Y como todo ya estaba perdido solo decidieron no detenerse.

’Rumbo a la muerte voy’, pensaban,’ a la siguiente aventura, a la próxima vida.’

Sus próximas vidas los llevaron al pie de un barranco, donde una pendiente los regresaba al río y al principio de todo.  Hubieran regresado si 'La cosa' no manifestaba su presencia con aquel grito sofocante, con aquellas palabras de suplica.

Ahora las oían: ¡Ayúdenme!, ¡No se vayan!, ¡Por dios, vamos a morir!, ¡NOOOO!, ¡AUXILIOOO!

No regresarían.

Inclinaron sus cuerpos y trataron de descender. Su nueva idea solo les duró, a lo mucho, medio segundo, pues fueron paralizados con el paso del frío viento y cinco halcones que volaban en forma de triangulo y encima de cada uno iba un hombre con capa negra, ballestas cargadas y cascos en forma de pájaro.
Volvieron a tierra: pidieron ayuda y no fueron escuchados.

Alzaron la voz pero no fueron considerados. Los halcones volaban en círculos, mientras los hombres miraban el horizonte y se comunicaban entre ellos mediante señas.  Y por más que alzaron la voz todo lo que les fue posible seguían siendo ignorados.

A continuación, el último paso de 'La cosa' fue escuchado a sus espaldas.

No volvieron la cabeza, se dejaron llevar por la muerte mientras veían como llegaban más halcones con hombres encima, y ya en tierra el sonido de las espadas al rozar se hacían dueños del momento.

 Entendieron que sus ruegos no serian atendidos: la guerra había llegado a la 'Montaña del Silencio', donde reina 'La cosa'  y el espíritu de los guerreros caídos de N’oc-naut.



martes, octubre 08, 2013

Gula



La gula, del latíngluttire.



‘El exceso no nos lleva a la muerte’, le dijo el hombre al anciano, ‘el silencio, sí; la negación y la autodestrucción son los caminos más rápidos.

‘Muchos sucumben en el camino a la aceptación, pecando de soberbia y engañando a sus pobres mentes que el problema no es problema y que la solución llegará por arte de magia o en la siguiente esquina, como si en los paraderos dios se ocultara para regalarles dinero o un consejo o algo que puedan entender con facilidad.

‘Pobres mentes perdidas y retorcidas.

‘Pobres idiotas pusilánimes incapaces de ver más allá de sus narices achatadas o respingadas.  Ni siquiera sus trajes finos o zapatillas de marca con nombres en ingles o francés o japonés podrán salvarlos de la ira de sus negaciones. No les servirá en ese infierno que hayan aprendido a comer con cuchillo en restaurantes caros, o que aprobaran cursos en el extranjero materias que a las personas normales les interesa dos o tres carajos estudiar porque al final en el fuego eterno todos somos carne y pellejo. 
  
‘Pobres aquellos que se limitan a los celos del amor y la ambición, y que ignoran escandalosamente la importancia de un fuerte abrazo o una buena comida.

‘Pobres humanos sonrientes ante la pobreza mental del tipejo que soltó una palabra que ni siquiera el más vulgar de su barrio conoce.  Pobres aquellos que sabiendo que son ignorantes persisten en su ignorancia. Pobres los que la celebran y los que se sienten bien consigo mismo ante este hecho como si hacerlo fuera un merito personal, una menta cumplida o un piropo bien mandado.

‘Pobres aquellos que han permitido que sus pasiones controlaran sus mentes. Pobres pasiones injustificadas que son esclavos clandestinos de seres pasionales, y  que no pueden huir sin dejar lo peor de si mismos en las calles. Pobres calles creadas por estos seres que solo se dedican a etiquetarlo todo y señalarlo todo, como si limitando un pedazo de tierra o creando círculos mezquinos pueden detener la evolución de la especie. Pobre especie y pobres especímenes.

‘Pobres.

‘Pero no me mire de esa manera, anciano. Su paso por este mundo llegó a su fin. Recuérdeles mas bien a sus dioses el error que cometieron mandándolo a este mundo y a esta muerte. Recuérdeles que le creó altares y grupos con el afán de entrar en sus paraísos. Recuérdeles los dibujos que crearon en cuadros y paredes enormes para consolarse de nuestra propia soledad. Dígales que le tuvo miedo a todo porque todo estaba bajo sus controles. Recuérdeles que estudió y trabajó para vivir la dignidad de sus ambiciones en casas cuyos precios se vio obligado a pagar. Recuérdeles que sacrificó todo para conseguirlo. Pídales por favor no reírse mucho cuando le pregunte cual es la verdad que buscamos los caminantes. Y no se limite a bajar la cabeza porque no regresará con eso  a la forma que es ahora.  

‘Cambie esa cara, pues, anciano.


‘Disfrute conmigo de esta comida y no piense en la bala que acabo de atravesar por su cabeza. Ignore que ensució mi fino piso, o que evacuó sus comidas antes de suspirar por última vez. 

'Pronto llegará la empleada para limpiar este desastre. 

'Aprovechemos el tiempo que nos queda para seguir compartiendo conocimientos. Y hable algo mientras saboreo un poco de vino ¿o es que la muerte también lo ha dejado mudo? Alégrese  que sus deudas ya hayan sido pagadas, y que hambre y sueño y miedo no volverá a sentir.’  

sábado, agosto 24, 2013

No bailo, gracias.




Efectivamente, nací con dos pies izquierdos. No es una confesión, ojo.  Es una declaración sincera, como la que hacemos por amor o por presión. Y qué importa si me insisten por ahí que de pequeño movía los pies como trompo al son de la rumba. No me acuerdo de eso, al fin y al cabo. Supongo que ya superé el trauma. Además, las personas que me conocen saben muy bien que no me gusta bailar.

Como todo en mi vida –o casi todo-, no ha sido una decisión tomada a la ligera. Me costó unos  años aceptar que talento para la expresión corporal y movimientos de caderas circulares no tengo ni tendré. Aceptarlo no fue tarea fácil. Pero en el camino de aquel doloroso descubrimiento de ‘negación’, primero,  ‘resignación’, segundo, y ‘aceptación’,  tercero y finalmente último, encontré distintas personas optimistas y alegronas que no dudaron ni por un instante en introducirme en la titánica y esplendorosa materia de ser bailarín de  reuniones y discotecas. La misión principal era no quedar mal en las fiestas. 

Sin embargo, pocos minutos pasaron para que dejaran de lado esa loca tarea. 'Eres un caso perdido', terminaron por decir. 

Creo que con Amelia, mi hermana, la cosa fue distinta. La recuerdo levantándome un sábado muy temprano en la mañana para pedirme que la acompañe hasta la sala porque me enseñaría a bailar aunque sea lo último que haga en su vida.

-No me gusta bailar- le había dicho.

 -Cuando eras más pequeño bailabas mucho y hasta en tu colegio sales en las actuaciones a bailar. Estrella dice que no lo haces mal.

- Estrella está loca y ya no soy un niño- sentencié, impertérrito.

De poco o nada me sirvió. Cuando Amelia estaba convencida de algo no había poder en el mundo que la hiciera echarse para atrás. Entonces, resignado ya a vivir una clase de baile intensivo con mi hermana, la acompañé hasta la mitad de la sala.

Escogió una salsa.

 Me paró frente a ella y me pidió que la siguiera.

 Con el ‘un, dos’ y ‘un, dos’ no me fue nada mal. Amelia sonreía ampliamente. Tal vez si lo estaba logrando. Era razonable que muy en el fondo yo tuviera cierta pasta de bailarín puesto que toda mi familia se divertía durante horas  y horas moviéndose al ritmo de la salsa de Héctor Lavoe, y las exageraciones de ciertos salseros que aparecían a diario en las radios y programas de televisión.

Yo también sonreí.  

-¿Y con esto podré conquistar a las chicas? – le pregunté.

-Por supuesto.

Mi mundo se desmoronó cuando me dijo que era momento de moverme. Con los ‘más lento’ y los ‘sigue el ritmo’ perdí la paciencia. No me sentía cómodo con tanto estrés. Por un lado era la esperanza de conquistar corazones con pasos de baile inigualables, hacer feliz a mi hermana y cumplir con su reto; y por otro el estrés que tanta presión junta me provocaba. Al final, tiré la toalla. ‘Yo no he nacido para esto’, le grité.
Amelia, mi hermana, como ya lo mencioné antes, no es de las personas que suelen tirar la toalla a la primera. Ella tenía un afán extraño de convertirme en un chico con visiones artísticas. Por eso me convenció a aprender ballet y danza contemporánea. Para ese momento yo seguía clases de actuación y circo. Todo recomendado por ella, claro. Y hasta me había presentado en un par de casting en Miraflores para ver si tenía suerte en la televisión. No negaré que salir al escenario a representar un personaje me alegraba sobremanera, pero bailar con mallas muy ajustadas y zapatitos extraños era el colmo de toda exageración. Era el ejercicio máximo de la libertad que solía tener mi hermana sobre mí. Al menos Amelia participaba conmigo en el taller. Aunque esto no era garantía de masculinidad.

Fueron meses dolorosos.

Eran estiramientos inhumanos y saltos imposibles…  ¿Cómo una persona podía someterse a tanto dolor y disfrutar con ello? El mundo estaba loco, definitivamente; y lo peor de todo es que mi hermanita me hacia participe de tamaño sufrimiento. Un par de conquistas no podía valer tanto, joder. Digamos, no soy muy guapo ni particularmente entretenido pero a esto… Amelia había enloquecido.
Afortunadamente pude salir airoso –y completo- del trance.

Con el tiempo llegó el Punk Rock a mi vida. En los conciertos y ‘pogos’ encontré la fuerza que buscaba para escapar a las metrallas de críticas –y miradas despiadadas - que solían darme en las fiestas por mi negación rotunda a mover un solo pie en la pista de baile.   Fue en ese mundo oscuro que escapé de lo sicodélico y ‘normal’.  Pasé al instante de ser el ‘antisocial’ y ‘aburrido’ para convertirme en el ‘chico punk’ de la familia. Olvidé mi etapa de saltitos y mallas y dejé paso a los cabellos largos y correas con púas. Al fin todo encajaba.

En esas anduve, si me permiten mencionarlo, hasta la maravillosa llegada de una señorita de sonrisa eterna y mirada soñadora que no suele pedirme que baile con ella pero que veo como vive plenamente cuando se sabe reina de la pista. No me ha insistido intentarlo frente al mundo,  pero si que probemos en privado pequeñas sesiones de entrenamiento. Me gusta decirle que si porque sé que con eso la haré feliz. No importa ya cuanto me niegue a aceptarlo: bailar esta en mi presente y en mi futuro. A ver cómo me va pues…


     

domingo, agosto 18, 2013

Escribir de nuevo



A Vivian, por ese 'te quiero' que suele decirme al final de cada conversación.  
  

Escribo con la esperanza de volver más cortas las horas, de no tener que depender de la voluntad del tiempo –enemigo caprichoso del amor real-, de ese paso lento e indiferente que suelen ser los días, las semanas, los años. Escribo para no desfallecer en la espera, para no dejarme llevar por la desesperación de ir a verla, para permitir que el amor fluya tan libre y espontaneo como cuando éramos niños en busca del sentido del amor. 

Escribo para no raptarla, para no llevarla a la fuerza a mi mundo de libros y ficciones, de Rock N’ Roll y cabellos multicolores, de largas caminatas e interminables charlas. 

Escribo para no aburrirla con mis problemas, con ese conflicto eterno que me atormenta y que suele enfrentarse día a día a la ciudad gris que suele ser Lima –pero que ella le ha dado un nuevo color-. 

Escribo con la esperanza que lea esta carta y consiga así robarle una sonrisa o dos -de repente con eso llegue más rápido a su corazón-. 

Escribo porque es lo único que me da valor para confesar mis sentimientos. Escribo porque soy un cobarde redomado, incapaz de gritarle al mundo mi amor.

Escribo porque escribir es más fácil, más seguro, menos doloroso pero no menos intenso ni menos sincero.  

Escribo porque así me dicta el alma, las entrañas, el corazón. 

Escribo por ella y para ella. 

Escribo en la soledad de mis pensamientos evocando la euforia de sus besos, sus caricias, sus sueños y alegrías. Y escribo, aunque esto suene ya repetitivo, para amarla sin medidas, sin control. 

Escribo, entonces, para hacer las cosas bien.

 Mis dedos digitan presurosos los recuerdos que terminaron por conquistarme aquella noche inesperada, buscando una forma simple de contar lo vivido. Pero es en vano.  Supongo que nada es más complejo que hablar de ella. Y nada es más simple que quererla.  Y mientras las ideas vuelan sin control y adquieren vida propia, y ya no soy más dueño de ellas,  una parte de mí se detiene en su inagotable energía y en esas vueltas que suele dar una y otra vez mientras se hace dueña de la pista de baile. No me invita a bailar porque sabe que no lo haré. 

‘Son los años que pasé en conciertos y subterráneos’, suelo decirle a modo de explicación.

Ella, tan bella y comprensible, solo sostiene mi mano y sonríe ampliamente asegurando que eso no es problema porque se encargará de enseñarme a bailar.  Entonces  soy feliz por su ocurrencia. 

‘Buena suerte’, termino por decirle.

Verla moverse, sin embargo, con esa libertad propia de un pez en el agua, esa superioridad natural que solo tienen los que nacieron para maravillar al mundo y volver con eso nuestro efímero paso por la tierra menos desagradable, menos tormentoso, menos aburrido, me hace irreversiblemente dichoso.

Tal vez por eso no hago más que rendirme a los encantos que esta nueva pasión ha traído a mi vida, a esa ilusión que había jurando no volver a sentir, a ese mágico sueño de caballeros y princesas, de cuentos de hadas y rescates valientes a las torres más altas. O tal vez sea su profunda inteligencia, o esa maravillosa manía que tiene de hacerme reír todo el tiempo, o esa vida que suele darle a la vida, o ese no sé qué en su sonrisa que me tiene soñando con un universo solo para nosotros. 

Tal vez sea la mañana, que hoy se muestra inesperadamente soleada. O esos recuerdos que divagan una otra vez en mi cabeza y que me obligan a escribir.  O no lo sé. Y ya no importa porque la vida es nuestra y la vamos a vivir con la misma esperanza de antes, de ahora, de siempre.  

lunes, agosto 05, 2013

PaLaBrAs PuNzOcOrTaNtEs (I)


Sé que no  pudiste estar conmigo no porque no querías sino porque no podías acompañarme. No creas que son un reproche o un berrinche. En realidad ya dejé de quejarme de todo. Ahora busco resolver. Pero no te mentiré: la caída ha sido dura. Sin embargo, no estuve solo. Sucede que quería que estuvieras a mi lado. Eso es todo.

-Estoy a tu lado.

No me hubiera importado que te quedaras callado viéndome sufrir. Que solo hablaras para pedirme que tome los problemas ‘deportivamente’ –para tomar las cosas de manera deportiva siempre fuiste un experto. Inclusive cuando decidí abandonarme a la inseguridad y a la desdicha me diste la seguridad,  la calma y los ánimos para nunca rendirme-. Tal vez hubieras asegurado que la vida puede parecer una mierda, pero que ese no es motivo suficiente para sufrir; y ‘ser feliz debe ser tu única preocupación’. Seguro terminarías la lección del día diciéndome que me ponga las pilas. Y yo no te haría caso.

-Debes ponerte las pilas. Los años siguen pasando.

Creo que en verdad no dirías nada. O supongo que es lo que me hubiera  gustado escuchar de ti en  estos momentos. Ya no tiene importancia. O no lo sé. Es culpa de esa gran imaginación que dicen que tengo.

-¿Por qué estás llorando?

Mamá me contó que te preguntó una vez si fuiste feliz en tu vida. ‘Yo siempre he sido feliz’, fue tu respuesta.

-Siempre he sido feliz.

Yo creo que la felicidad está en aquellos momentos –por lo general breves- de alegría y optimismo. Creo que se puede encontrar en la sonrisa sincera de un niño, y en un largo silencio luego de una amena conversación.  En el tierno abrazo de un amor perdido, o de uno encontrado.  Se puede hallar en la cómplice mirada de unos ojos negros y soñadores. Y yo la podría encontrar tomando una taza de café o fumando un cigarro. O en el rock.

-¿’Pan francés’?

Porque aun amo el rock. Recuerdas que me decías ‘pan francés’  por mi fascinación a la música Punk.  Y me pedías que no caminara con los cabellos alborotados y sin peinar. Que las zapatillas sucias no se veían bien.  Que me preocupara solo en estudiar. Que yo era tu hijo y tu mi padre,  y siempre estarías a mi lado. ¿Recuerdas que lo prometiste?  

-Nunca me he ido.

Pero es una promesa que no puedes cumplir. Así como no cumpliste en llevarme al estadio a ver jugar a la ‘U’. Tuve que ir solo.  Y en esas experiencias en la tribuna rugí con odio mi impotencia. Y grité más fuerte para que me escucharas cantarle al equipo de tus amores. Y volví una y otra y otra vez la cabeza buscándote en la multitud. Pero no estabas.  Y solo los años me enseñaron a entenderte. Y ese equipo se volvió mi equipo. Y ese amor se volvió mi amor.
-…

No pienses que te reprocho. De todas formas, ya no puedes escucharme.

-No llores. No te voy a dejar.  

¿Cómo pudiste haberte ido?,  ¿por qué me dejaste solo, y con toda esta carga? , ¿Por qué no cumpliste con tu promesa?  

-…


Juro que te perdonaría todo esto si volvieras.  Pero creo que ya no importa. Es una noche fría. Iré a dormir.

miércoles, julio 17, 2013

Lujuria



A Vivian Sanchez Chumbe, por su complicidad en cada una de estas líneas. 



Lujuria: del latín luxus: 'abundancia', 'exuberancia'.



Tus labios acariciándome, encerrando en tu aroma los años de vida que me quedan.
Cerrando lentamente los ojos mientras  juegas al juego de la pasión, del deseo, del amor.
Viviendo la confusión asfixiante de las caricias que me regalas cuando me deseas;  y esa mirada que fijabas en mí, que me llevan al cielo y al infierno.  Nuestros corazones palpitando al compás de tus besos. Y tus besos al ritmo de la desesperación, del temor al tiempo y a las limitaciones del cuerpo.

Amándote en silencio.

Me recibes complaciente sobre tu cuerpo mientras cuento las veces que cediste a mis historias de hombre enamorado,  a los mensajes de texto llenos de poemas subidos de tono que dejaba en tu celular y que jamás respondiste -No sé si en el  fondo lo odiaste. Pero no podías controlar  la pasión que desbordaba - Tal vez me amaste esa noche y escapaste al amanecer. No dejabas que te hablara de amor por temor a sentir lo mismo. O no lo sé. De repente era  la sensación de amar por un momento, de entregar tu vida al efímero acto de complacer, que te llevaron a ir y venir por los senderos de mi vida.

Ahora es tu cuerpo hablando por ti, besando mi pecho y bajando lentamente por mi vientre.  Son tus suaves dedos los que bajan el cierre de mi pantalón, los que lo desabotonan, los que me lo quitan y luego acarician con bondad y dulzura mi sexo descubierto. Son esos mismos dedos que desnudan tu cuerpo mientras una media sonrisa se dibuja en tu rostro. Es eso caliente y húmedo que me haces sentir ahí, antes de pedirme que haga lo mismo contigo, que me devuelve el orgullo perdido, que me da la satisfacción de sentirme amado y complacido; y la seguridad que la vida puede ser muy cabrona pero que contigo nada puede salir mal.
Y no me importa si se termina rápido porque lo único que en verdad me interesa es que puedas ser feliz.

Sé que lo estás cuando te escucho gemir en silencio, estirando en cruz tus manos para jalar la sabana;  tocando luego con una mi cabeza mientras la otra, quizás, se acomoda en tu frente.

 Sé que lo eres pues tus piernas no han dejado de moverse, de abrirse para juntarse de nuevo.

 Sé que de alguna manera soy cómplice de tu momentánea felicidad.

 Sé que no lo dirás y eso ya no importa.

De pronto, estiro la cabeza: tienes los ojos cerrados.

Termino por quitarme la camisa.

No es necesario que abras los ojos para contarme tu día, pienso. De qué valdría en este momento. De qué valdría en cualquier otro momento.

Me estiro hacia tu anatomía para penetrarla como otras veces.  Como lo esperaba, estás dispuesta.

Me dejas entrar. 

Entonces muevo rítmicamente la pelvis sintiendo tu interior entre mis piernas. Entonces, ya no soy dueño del momento.

Entonces, me entrego a ti. 

Y quiero que llenar mis oídos con tus experiencias. Y  quiero que te rías de mis bromas. Y quiero que sepas que si me entrego a este momento es para no dejarlo ir. Y quiero confesarte que tenerte entre mis manos es la ruta más segura a la muerte, que haciéndolo es la única manera posible de vivir una vez muerto, que ya no me importa nada más en este momento.

Sé que esto es nuevo para ti, que estas acostumbrada a llevar el control, que esperas que yo esté al lado del teléfono solo para contestar tus llamadas pero que no confiese nunca que las aguardé con el corazón en la mano. 

Sé que no me perdonarías que te las contara.

Sé que no lo haré.

Sé que amarte una o dos veces a la semana es mejor a que huyas de mí y nunca más vuelva a verte.

Sé que te amo.

Sé que me deseas.

Sé que quiero ser parte de tu vida.

Sé que no quieres compromisos.

Sé que estar en este instante contigo es eterno.

Sé que no lo merezco.

Y, sobre todo, sé que el final está cerca porque mi cuerpo me lo dice. Y sé que te decepcionaré. Pero siempre habrá otra oportunidad pues tú, aunque no lo sepas admitir, me amas con la misma pasión y locura que yo a ti. 

martes, julio 09, 2013

El sueño de un ángel


Luego de una larga batalla contra si mismo, el ángel regresó por el camino más oscuro. No iba solo. Con él andaban sus sueños más optimistas, sus mejores historias, sus penas más grandes. Cerca el ‘bum bum bum’ de los tambores seguían rugiendo con fiereza. Había abandonado el campo de batalla una vez el último de sus enemigos cayó sobre sus pies.  No agitó las alas para alzarse junto a sus compañeros sobrevivientes, tampoco silbó el canto de pena por la vida de los suyos. Simplemente corrió. Corrió fuerte y lejos. Lo hizo por miedo. No quería seguir una guerra que había perdido sentido. No quería luchar contra nadie porque nadie era culpable que algunos los mandaran a matar, a defender ideas que no compartían, a conseguir la falsa gloria de la muerte. En el fondo de su alma sentía  que había sido creado por amor y para el amor. La guerra, entonces, aunque escondiera sentimientos de paz y libertad, no tenía sentido.

Protegido por la noche,  y corriendo entre los viejos arboles de aquel bosque, trataba de ocultarse de la mirada acusadora de la luna. Pronto se darían cuenta que había huido y vendrían a buscarlo para que presentara sus motivos frente a los grandes.  Pero no me llevarían con facilidad, se dijo. No sería participe de sus guerras ni sus buenas intenciones. No daría muerte a nadie más. Por ello se internó en la espesura del bosque, ahí donde lo prohíben los ancianos y donde los niños de todas las eras y especies han temido; ahí donde ni la guerra más cruel ni la causa más justa llegarían.

Cortaba una a una las ramas que impedían su paso, sin importar que lastimaran sus alas,  y esquivaba a los animales nocturnos que lo veían con recelo mientras se preguntaban, quizá, cómo aquel ser extraordinario había caído tan bajo, cómo había decidido abandonar su eternidad para acompañarlos en la decadencia perpetua,  cómo podía si en el infinito todo le era permitido y todo le era concedido.De pronto empezaron a agitarse, moviéndose de sus sitios para cruzar por su camino, para espantarlo, para hacerle saber sus odios, sus dudas. Chillaban con voces incompresibles.  Pero el ángel los ignoraba tratando de concentrarse en la tarea de hallar el lugar ideal para sanar sus heridas. 

- Una cueva o la copa de un árbol - les dijo - déjenme que solo necesito desaparecer.

No le importaba ni el frío ni las embestidas de sus enemigos porque había sido capacitado para morir.
  
Cerca de una pendiente, justo antes de comenzar a subir, el ángel notó la presencia de un gran árbol. Parecía el más longevo de sus vecinos. Sus ramas se estiraban hacia el cielo en todo lo largo como débiles brazos. El viento silbaba entre sus hojas, levantando un ligero olor a dulce, meciendo su forma de un lado para el otro con la delicadeza de un danzante al amar. Se quedó mirando su baile por unos momentos, preguntándose qué melodía estaría sonando en el silencio, qué lograba crear tamaña belleza, qué situación podría llevarla a mostrarse con esa paz. Quiso acercarse a preguntarle pero temió su rechazo. 

Decidió solo mirarla moverse eternamente en el juego de sus alegrías ocultas, sin entender cómo se podía encontrar orden en el caos, sin preguntarle cual era la formula para coexistir en armonía en un ambiente tan deprimente y hostil como el suyo, cómo podía ser feliz amando al viento y la luna sin temores si había sido destinado a la oscuridad, al frío, a la pena. Cómo podía luchar en medio de todo y en medio de nada. Cómo ser feliz cuando las situaciones no dejan de cambiar, cuando los sueños parecen irse de sus manos, cuando se cansa de luchar una guerra de pocos, cuando detesta ver un hermano caer por el fuego enemigo, cuando sus energías se debilitan ante la adversidad de la indiferencia, ante la fatalidad de la paz y el amor, ante la decadencia del ser, ante la mediocridad de los mediocres y el constante sabor a ambición a costa del hermano, del prójimo, del ser. Por qué luchar y ser feliz como aquel poderoso árbol cuando se luchó y se ganó y eso supo a derrota. Cómo continuar con la búsqueda si ya todo parece perdido.

Quería preguntarle todo  esto y más, quería suplicarle un espacio a su lado, quería pedirle que al menos lo dejara soñar el largo sueño de la muerte, sintiendo su aroma a dulce y vida, siendo acariciado por un instante por la sabiduría de sus acciones. Quería aprender su lección. Quería llorar a gritos. Quería pero sus compañeros de optimismo y odio no le permitían.


El ángel continuó la marcha siendo ya solo un hombre, sabiendo que pronto sería cazado por sus hermanos y llevado a confrontar sus propios temores.  
             

martes, julio 02, 2013

La chica que me gusta


Ocurre que las circunstancias se oscurecen, cambian y parecen volar sin sentido. Ocurre que una mirada puede poner tu mundo de cabeza, y entonces las decisiones que te enseña a tomar parecen no coincidir con tu forma de vivir. Ocurre, quizá, que descubres que tu mismo no te conocías, que el sacrificio que inevitablemente cediste no vale tanto la pena. Ocurre que una sonrisa, acompañada de un largo silencio, puede llegar a ilusionarte, a enamorarte, a hacerte pensar que la noche, por más oscura y fría, llega a su fin. Ocurre que esa mirada, esa sonrisa, esas palabras te devuelven la vida. Ocurre, entonces, que vuelves a respirar.

La chica que me gusta no tiene nombre, no sabe reír si no tiene un motivo, no sabe amar con egoísmo, pero sus ojos brillan cuando recuerda esa sensación. La chica que me gusta no sabe como parar de hablar, de contar sus experiencias, de enredarse con sus palabras. La chica que me gusta está llena de vida, de alegría, de euforia. Ella no teme ensuciarse las manos, y es amante de los jeans y las zapatillas, los perfumes y el arte, la música hippie y las noches largas. No le teme a nada. Ella sonríe cuando trato de filosofar y perdona con bondad esa curiosa insinuación que acostumbro darle.

La chica que me gusta habla de su pasado. Parece huir sin hacerlo. Yo le digo que no puede ni debe, que pensar es los buenos momentos y recordar el por qué del final conseguirá que comience de nuevo, que ya lo peor ha pasado, que arrepentirse de lo vivido es en vano, que es una importante lección, que, ¡por el amor de dios!, no se rinda en el intento. Y mientras trato de convencerla que su única obligación es ser feliz , sus ojos brillan por unas lagrimas que parecen querer salir; y yo quiero abrazarla, decirle que todo estará bien, que estoy a su lado, que la entiendo porque también he pasado lo mismo, que no esta sola, que me tiene a mi para lo que necesite. Pero la chica que me gusta cambia de tema y eso ya no importa, y yo pienso que así es mejor, que tenerla a mi lado es suficiente.

La chica que me gusta juega con su largo cabello mientras mira de reojo a las personas pasar, mientras todas mis intenciones se concentran en sus acciones, mientras sueño despierto en un mundo solo para nosotros. Y ella mueve los labios y yo sé que algo importante me está contando pero es demasiado tarde porque ya estoy perdido, porque no encuentro la manera de regresar a la tierra mientras aquel ser maravilloso siga conmigo. Y no me avergüenzo si le digo que después de todo debe hacer las cosas que la hagan feliz, que si su felicidad está del lado más lejano del mundo es necesario recorrer el camino. No temo que se vaya de mí para siempre si con eso consigo que jamás oculte la vida que le regala a la vida. No me detengo cuando me llama amigo pues serlo es lo que me ha mantenido de pie. Y no le digo que sus llamadas a las doce de la noche fueron el abrigo que necesitaba cuando la fría soledad de la madrugada me hacía llorar. No le digo que sus mensajes de texto a cualquier hora del día, justo cuando el recuerdo de una vida pasada me lastimaba con afán, cuando sentía temor con lo que me esperaba, cuando parecía estar feliz y tranquilo pero por dentro añoraba con locura la vida que había estado llevando, aunque esa vida me estuviera matando, fueron el puente al reino de la fantasía, al camino que estuve buscando para reencontrarme, para andar eternamente en el sin miedo ni complejos ni dudas. No le digo que ocupa un espacio en mi vida. No le digo que me gusta. No le digo que gracias a ella, a su amistad,  he sobrevivido.

La chica que me gusta quiere ser mi amiga, quiere salir conmigo y que no le hable de amor porque de eso ya tuvo mucho. Y aunque al principio no consigo entender cómo puede pedírmelo comprendo que el mejor regalo que me puede dar en este momento, y en todos los demás momentos, es su amistad, es ese pequeño espacio en su vida. Entonces sonrío, llego a casa y vuelvo a renacer entre los viejos papeles para rehacer las historias, y para no abandonarlas nunca más.    

miércoles, junio 19, 2013

Sueños de verano (II)



El final estaba cerca y yo era consciente que nada podía solucionarse. Salí de mi cuarto para buscarla. Recorrí los pasillos y estancias, desesperada, hasta que llegué al desván: estaba ahí, sola, sobre un sillón antiguo que papá guardaba desde que era pequeña. Se veia bella, como antes. Me detuve en la puerta mirándola por unos momentos mientras recordaba cómo era en el momento en que la perdí. No había cambiado. Antes de acercarme busqué entre sus rasgos alguna señal de desprecio. No obtuve respuesta:  su mirada se perdía en el horizonte mientras que la mía se fijaba con fiereza y ternura en la cegadora luz que Blanca, mi amiga, irradiaba.
-Tu eres la única que me entiende, por eso no temo ahora ser poseída por la desgracia. Siempre que estés a mi lado todo estará bien. Dime, ¿cómo darle forma a la razón cuando su esencia se ha perdido? Sabes, el tiempo es traidor y manipulador de emociones y recuerdos, menos mal que nadie nos hará daño mientras estemos juntas.
'Recuerdas cuando queríamos ser mariposas y volar a lo más alto del mundo, sabiéndonos hermosas y, aunque efímeras en vida, eternas en espíritu. Hubiera sido nuestro sueño cumplido de no ser por mamá que nos agarró antes de intentarlo. Desde ese momento nos tuvo vigiladas. Decía que era peligroso, que podía hacerme daño si volaba, pero cómo podía saberlo si nunca lo había intentado. Mamá nos amaba, Blanca, solo que tenía miedo. El miedo está mal, lo sé. Dejemos de pensar en eso, solo es un recuerdo, olvidado y enterrado. 
'Deja de mirar hacia allá, Blanca, sabes que siempre seguirá pasando esa sombra que nos atormenta y nos quiere manipular con su sonrisa. Sabes que es el destino disfrazado de asesino. No lo llames. No digas nada que tal vez así no note nuestra presencia. 
 'A veces me sumerjo en mis pensamientos buscando una vida distinta. Construyo un mundo donde todos los días vivimos una aventura nueva. Los lugares que veo en él son maravillosos. Y a pesar que mantengo una lucha constante entre la realidad y la fantasía, que se desdibuja día a día ante mis ojos, me mantengo firme.
'Recuerdas las lágrimas derramadas en los años en que mami intentaba ocultarnos de los demás. Recuerdas como nosotras nos escabullimos más de una vez, entre sus piernas, para hacernos notar, y cómo papá salía a defendernos. Al final nos dejó salir. Entonces aprendimos a ver a los mayores sin que mamá se asustara.
 'Recuerdas los años que pasamos jugando a la casita, a la cocinita, a la enfermera, a ser superheroinas y a salvar a papi de los malvados que acechaban la casa todos los fines de semana y que aseguraban quererme luego que aplastaban fuertemente mis mejillas, Si aquellos señores que quisieron llevarte, Blanca querida, pero que no pudieron porque lloré tanto y tan fuerte que logré espantarlos. No permitiría que te llevaran, que me alejaran de ti. Eras mi mejor amiga.
'¡Vaya, cuantas aventuras hemos vivido!'
Pienso en ello hasta que, de pronto, mi vista se nubla, etnonces me desbordo en una incontrolable mezcla de sentimientos. Blanca parece sonreír, parece llorar. Su mirada no se mueve del horizonte, del vacío. Hace tiempo que no me habla. Creo que me ha olvidado. 

-Perdoname, por favor. Perdoname, por lo que más quieras. No quise dejarte. Si, fui debil. Pero luché por ti, solo que fueron más fuertes que yo.
De súbito, me entrego a la pena y lloro con ella, sabiendo que le hice daño por no ser normal como mami deseaba. Y en el silencio la meso mientras mi amiga parece suspirar profundamente. 
Me voy a despojar de todo aquello que me hace daño, le digo. 
Siento mi corazón acelerarse.
Sabía que era el momento de un cambio.

Cierro los ojos y los de ella.

Parece hablar en sueños, en una especie de delirio.

Observo de nuevo.

Me puse de pie sosteniendome del brazo del sillón. Caminé seis pasos hacia la ventana y lanzo a Blanca destrozando los cristales.  Allí, entonces, en el húmedo asfalto, Blanca, mi amiga, se rompe en mil pedazos.

lunes, febrero 04, 2013

Sueños de verano (I)




Al final aquella noche, junto a la cama de su madre, Santiago Barrios no desearía otra cosa más en la vida que volver a ser  niño. Fueron los años lejos de casa los que obligaron a Santiago a ser quien era. Había conseguido dinero y poder. Tenia largas historias que contar sobre su pasado. Pero nada era comparable con las interminables horas que pasaba en casa viendo a su madre tejer. Al termino que cada jornada, ella le daba un beso en la frente y lo llevaba a su cuarto a platicarle de su padre. Él nunca morirá, le decía, si es que te aferras a sus recuerdos. Entonces, Santiago cerraba los ojos para dejarse llevar por las imágenes que mamá dibujaba al hablar.
Aun era un adolescente cuando la guerra llegó a su pueblo. Tenían que enlistarse obligatoriamente los hombres con edad suficiente para combatir. Las cosas iban mal en el campo de batalla, se contaba en las calles y bares. Somos un pueblo olvidado, aseguraban algunos, nunca vendrán a buscar pan y vino a un lugar que vive con hambre y sed. Todos estaban de acuerdo con eso, aunque siempre existía la posibilidad de buscar hombres y no comida ni bebida. No estaban equivocados. Por ello, la mañana donde llegaron sobre sus caballos y rompieron las puertas de las casas para sacar a todo el mundo a la plaza central, no se sorprendieron ni recriminaron. Todos debían ser participes de la guerra. Era una cuestión de patriotismo y honor.
Santiago Barrios, como todas las mañanas, había salido a trabajar la tierra junto al señor Benjamín, su vecino, donde a cambio de unas horas de trabajo recibía como pago dos monedas de cobre, queso fresco y mantequilla  y algo de leche de cabra. Cuando le llegó la noticia que habían llegado la milicia para llevarlos a la guerra todos estaban ya en la plaza. Tu mamá te anda buscando, Santiago, le dijo Juan, el hijo menor de Benjamín. Tenia ocho años y era muy despierto y fuerte para su edad. La sacaron de su casa, se la llevan con los demás, le dijo. Sin pensarlo Santiago emprendió el camino directo al pueblo, corriendo por entre la tierra y las plantas. Al llegar todos estaban ya reunidos en filas. Habían docenas de hombres a caballo rondando por el lugar, y otros detenidos con los brazos pegados a las piernas y bien erguidos, en señal de atención. Como nadie lo había visto se escondió desde la distancia para ver qué estaba sucediendo.  
-¿Esto es todo? – preguntó un hombre alto y de uniforme. Otro de menor estatura se colocó a su lado y le dijo algo en voz  baja – De acuerdo. Todos saben a qué hemos venido.  Tengo la autoridad otorgada por su majestad de llevarlos conmigo sin dar ninguna clase de explicación. Pero no me gusta que mis hombres peleen sin saber qué defienden. – hizo un pequeño silencio, esperando alguna reacción. Las caras de los pobladores, muchas de ellas cansadas del calor y la pobreza, no expresaban más que angustia y resignación. El hombre siguió: -  Cuando peleas por salvarles la vida a tus hermanos o hermanas, lo haces con mayor interés que por la de un desconocido. Y esta guerra es también para salvar sus propias vidas.
No dijo más. Hizo una señal con los dedos  y de dos en dos fueron entrando sus hombres a seleccionar a los reclutas. Los habitantes de su pueblo estaban a acostumbrados a los golpes productos de las largas horas de trabajo en la tierra, al hambre y al calor, pero nunca fueron separados de su hogar. De pronto, esta realidad se terminaba.  Fueron las madres que suplicaron primero que no se llevaran a sus hijos, luego las hermanas y por último los ancianos. De un momento a otro reinó el caos y la tristeza. No bastó mucha presión para detener sus suplicas. Mediante golpes y empujones los separaban. Entraban y salían del tumulto llevándose consigo a otro y otro, y algunos bañados en sangre por un golpe con el mango del arma o inconscientes por prestar resistencia.  Somos un pueblo pacifico, rogaban, qué sabemos de peleas. No había respuesta. Los llantos y las lágrimas se abrió paso sobre el orden y la paz que alguna vez hubo.
Santiago estaba  temblando cuando lo encontraron escondido. Trató de correr pero eran dos hombres los que lo hallaron y lograron reducirlo sin problemas. Suéltenme  gritaba, no iré a morir como ganado. Suéltame, les digo. Mientras lo arrastraban por los brazos directo al grupo que ya habían seleccionado, Santiago escuchó su propio nombre desde una voz muy familiar
.
Era mamá, pensaría, aquella noche, luego de tantos años y tantas batallas. Era mamá que no se había movido en ningún momento, que mantenía las manos juntas orando seguramente para que huyera lejos, muy lejos, ahí donde la guerra no alcanza a los hombres porque no hay nada de valor que poseer.  Era mamá besando mis pies y mis manos, cuando dejaron despedirme. Era mamá suplicando que me suelten, que me dejen ir, que soy muy joven, que ella está sola, que papá murió en la guerra también, que por favor no me lleven. Era mamá, recordaría, mientras una sutil lágrima se derrama sobre su mejilla luego de tantos años.


jueves, enero 17, 2013

Pereza



Pereza (En latín, acedia)
''Ahora es preciso que te despereces —dijo el maestro—, pues que andando en plumas no se consigue fama, ni entre colchas''.  Dante  Alighieri en la Divina Comedia.
  

El cielo me está mirando. Es de noche, no hay estrellas. La luna ha desaparecido.

¿Alguna vez me escuchaste quejando? ¿Alguna vez fui a buscarte para pedir ayuda? Si acaso moría disfrutaba de la resurrección. Si acaso caía lloraba en silencio y seguía adelante. 

Cómo puedo entonces sentirme culpable o triste o solo si cuando salí a  buscar vida no lo hice por necesidad ni nostalgia, sino porque quería hacerlo, porque esa mañana o tarde o noche no se me ocurrió más que recordar que respiro y me tengo una deuda pendiente. Qué importa si olvidé las tareas, si las dejé de lado, si dediqué tiempo a dormir y ver animes. ¿Acaso fui a buscarte para pedir consuelo? ¿Acaso alce mi voz para que la escucharas?

No hay nadie en casa. Mamá se fue. Papá no volverá. 

Parece que estar solo esta bien.  

Un cigarro, música y mis pensamientos. 

Una copa de ron con Coca-Cola, y millones de imágenes que vuelan sobre mis ojos mientras se hacen con la ternura que sentí y perdí los años en los que enamorado anduve.

Las metas que tracé y los trabajos que acepté. Fotografías que no buscaré y llamadas que no haré  

El teléfono que no sonó.

Esa maldita dulzura clavada en el corazón. 

El rechazo. 

Las líneas que no crucé. La casa que no compraré. Los libros que nunca leeré.  Los saludos que me guardé.

Los besos que nunca di. Los viajes que viví en sueños que nunca recordaré. 

La bilis en la garganta. Las palabras que sobran. 

Los te amo que no escupí. Los años de rechazo. 

La desgana. El conformismo. La mierda al cuadrado. 

La basura que no saqué. La cama que no tendí. 

Los ejercicios que no hice. Las palabras que no dije. 

Los amigos que perdí. Las fiestas que no fui. Los abrazos que no pedí. 

La guerra que nunca combatí. Las mierdas que me guarde. El dinero que no gané. 

Los zapatos que nunca me compré. 

Las lagrimas que no deje escapar. El sexo que no tuve. 

El odio, la pereza, la transparencia y la hipocresía. La monotonía y la manía. 

Las heridas y las puñaladas. 

Mamá despidiendo a papá. Yo, debajo de la cama, golpeando el piso con la cabeza. 

Las metas que no llegué. 

La maldita noche sin la maldita luna. Y con todo, acaso alguna vez me fui a quejar contigo.