sábado, julio 24, 2010

Mute


Si bajas un poco la voz y tratas de agudizar el oído podrás escuchar el grito de pena de Mayra, la de los cabellos rizados, la de la mirada perdida, y la mujer más bella y malvada que he conocido en 35 años de miserable, pero no lamentable, vida.


Mayra estaba loca. Loca hasta los cojones. Solía preguntarme incansablemente si me sentía bien o si quería ir al baño -al principio, como es de esperar, pensaba que se refería a algún gesto estúpido o demente de mi parte, pero no-. Luego que negaba con la cabeza y seguía con el helado de vainilla y chispitas de chocolate Mayra preguntaba por la salud de mi abuela, de mi madre y, por ultimo, y sin despreciarlo, por Fidodido, mi perrito lame pies y lame bocas. Una vez saciada su pregunta miraba fijamente el vacío pensando en quien sabe cuantas vulgaridades para continuar con la conversación que nos había llevado hasta ese lugar de la avenida La Marina.


Su rizada cabellera, donde caían finas y delicadas ondas, eran de un castaño oscuro. Tan atractivo como perturbador pues siempre necesitaba averiguar si ya le había dejado de ver el pelo. Disculpame, Mayrita. No te preocupes, solo me pongo nerviosa. Mil perdones, Mayrita. Me irrita tu extrema caballerosidad. No volverá a pasar, Mayrita.


Su tez canela, sus labios rosados, sus ojos almendrados, su curvilíneo cuerpo -que producía en mi una especie de escozor crónico en la parte baja del cuerpo, ahí donde mamá no quería que me rascara con afán-, su inteligencia, sus ánimos por la lectura, su sonrisa angelical, su manos tiernas y delicadas, su cuerpo de nuevo, sus pechos, sus... sus...


Mayra era perfecta. Y no me importaba casi que estuviera loca. Es más, la encontraba atractiva por ese motivo.


Sin embargo, no todo era perfecto. O, mejor dicho, no todo era como esperaba que fuera. Mayra con el paso de los años se volvió mi amante. Hacíamos el amor en todos los rincones de su casa -su favorita era en el cuarto de su abuelita; cuando ella dormía y soltaba eructos nos encargábamos de escabullirnos y hacer el amor sin soltar gemido alguno-. Y no es exagerado mencionar que ambos fuimos la primera experiencia sexual del otro. ¡Bah!, importa una mierda si era lo correcto o no: gozábamos desmesuradamente presionar nuestros cuerpos con fiereza y pasión.


A pesar de los encuentros sexuales y del gran cariño que sentíamos mutuamente nunca mantuvimos una relación de novios formales. Ocasionalmente Mayrita me presentaba a su galán de turno y pellizcaba mi trasero cuando el pobre tipo se encontraba distraido -o distraida, si era el caso que yo le presentara alguna, cosa que pasaba muy poco porque yo vivía con la esperanza de pertenecer a su vida más de unas cuantas horas y no precisamente como el amigo sexual que Mayra esperaba que fuera-. Salíamos al cine, a la disco, a la biblioteca, a la playa, al centro comercial, y a todo lugar donde ella tuviera bien de llevarme y presentarme -yo era un ignorante completo sobre los mejores lugares de Lima y ella una erudita en la materia-. Eramos los mejores amigos aputamadrados que en la puta vida se podrá encontrar. Y tirabamos o follabamos o copulabamos o cachabamos como los adultos que deseábamos ser y como los adultos lujuriosos y arrechos que llegamos a ser con el paso de los años.


Un noche mi amiga sexual, y secretamente amor platónico, me comunicó que se iría a España porque un tío -y estaba practicando desde ya el acento- se la estaba llevando para trabajar de cajera en un supermercado. Lloré. Lloré como una niña rogándole por la virgencita y por todos los santos que sería millonario y que no había necesidad de irse tan lejos a follar con un tío desconocido -solo lo conocía por Internet y cámara web- ya que yo le daría todo lo que necesitase, Mayrita, mi amor. No soy tu amor, me dijo, y me voy. Yo voy contigo. A toma' por el culo, tío, me voy porque me voy, vale. Vale, Mayrita.


Y así mi amiga sexual se fue a Madrid y no supe de ella hasta hace unas semanas: casi diez años después.


Tomaba café en el viejo restaurante de la avenida La Mar en Miraflores cuando yo iba en el no menos viejo Volkswagen rojo que me compré al año de su partida -y que conseguí en gran precio por estar muy descontinuado-. Frené en seco. Estacioné el auto y corrí a su encuentro.


-Mayrita.


Mayra sonrió, me invitó a sentar a su lado y todo pasó como si nunca se hubiera ido. Llevaba unos meses de haber regresado. No se había casado ni tenía hijos. El hombre con el que se fue resulto ser un pegalon que la había obligado a someterse a la más bajas pasiones. Había tenido muchos novios desde entonces, trabajado todo lo que podía trabajar y ganado todo el dinero que yo le había prometido pero que, lo sabía muy bien, no hubiera podido ganar. Había amado y odiado. Había hecho mil cosas y había pasado la mejor etapa de su vida.


-Tú, a qué te dedicas.

-Soy escritor.

-Joder, tío, poeta resultaste.


Bueno yo le dije escritor pero Mayrita quiso pensar en mi como un poeta y yo quien demonios era para quitarle la ilusión.


La lleve a mi departamento en Barranco preguntándole previamente si tenía algún lugar donde la extrañarían -obviamente yo pensaba en sus padres y hermanos-. No. Te quedas conmigo, pregunté, asustado. Si, contestó.


La noche me pareció muy corta. Hablamos de todo y de todos. Lloramos juntos los años perdidos y copulamos como antaño en el viejo sofá que había heredado de mi tía abuela Julieta cinco años atrás. Creí resucitar, regresar del reino de Hades directo al paraíso desconocido. Creí que los años no habían pasado y que ahora tocaba ser realmente dichoso junto a la mujer de la que estuve siempre enamorado y que no pude olvidar por más puta o modelo que tomtase. Deseé el mundo se detenga para así vivir eternamente ese mágico momento, acaso el mejor de mi vida, acaso el más maravilloso.


Sin embargo, Mayrita, el amor de mi vida, tenía otros planes. Cuando abrí los ojos ya no estaba. Una nota descansaba sobre la mesita de noche: "Gracias por la hospitalidad y los ahorros. Un beso en la polla".


¿Un beso en la polla?... !Que me parta un maldito rayo¡, !Había sido timado por segunda vez en mi vida! Mayra solo quería darle besos a mi polla y regresar a España con el botín ganado, a seguir dándose la vida de lujo de la que estaba acostumbrada y de la que jamás podría salir. Era el imbécil más imbécil que el mundo jamás a parido.

Corrí. La busqué en cuanto lugar conocía. Pregunté por ella a sus padres y hermanos. Regresé al restaurante. Lloré frente al mar. Era un hombre traicionado y ella una mujer muerta -si en caso la encontraba, claro-. Entonces, y miren como es la vida de maravillosa y cruel, mi vieja amiga sexual besa pollas reía con gran alegría ante la broma de un pobre imbécil -seguro ignorando que seria víctima de un asalto a mano armada por esa mala mujer que alguna vez amé-.

!Hey¡, rugí. Mayra de pronto perdió su color. Oh, qué gusto verte, dijo alzando los brazos para ser abrazada. A cambio recibió una bofetada. Imbécil, gritó el tipo que la acompañaba. Te hago un favor, huevón, dije, preocupado porque mi colega entendiera el mensaje. No obstante, parecía enamorado de la mujer que fue mi mujer solo una noche antes. Por ello, y esto lo lamento tanto, tuve que despacharlo atravesándole la cabeza con dos certeros disparos, y, para evitar a los chismosos e intrusos, proseguí con el amor de mi vida con dos más en el pecho, justo donde separaba el escote sus bustos.

Afortunadamente logré escapar y ahora vivo feliz en Mar del Plata. Ya no escribo. Pero cuando recuerdo a Mayrita, mi ex amiga sexual, no evito una erección ni tampoco dedicarme unos minutos a la prosa.






miércoles, julio 21, 2010

Monstruo


Llora, maricón. Llora por ser el monstruo que juraste, maldita sea, nunca ser y que ahora solloza mirándote a través del espejo. Llora para que la gente sepa que los hombres también lo hacen-en muchos casos, inclusive más que las mujeres-. Llora y quejate y golpea la pared y el suelo y jalate los cabellos y vuelve a llorar. Llora, maricón, que el amor de tu vida lo hace por tu culpa. Y no dejes de hacerlo aunque sepas que tus lágrimas no solucionaran nada pues ya las palabras están dichas y las acciones todavía duelen en el alma.


Quisiste ignorar al monstruo que bajo tu pecho se ocultaba. Pretendiste no ver las señales, y albergaste, cándido y estúpido, la esperanza que dormiría bajo tus mandatos. Viviste un año tras otro riéndote de las insolencias del destino y prometiendo no volver la cabeza sobre tus pasos para jamas pensar en el final. Pero te equivocaste.


-Callate- gritas, monstruo.


Sus sollozos penetran por tus oídos y golpean una y otra vez.


-Callate que no te he hecho nada.


Y mientras improvisas una buena razón y pretendes disculparte por el error cometido ella se reduce con el cuerpo y oculta la cabeza entre las piernas para que, de esa manera, no pueda oír más tus lamentaciones de bárbaro arrepentido.


Y bárbaro como eres sabes llorar.


Estás acabado, monstruo. Estás muerto en vida, imbécil. No te quedara nada, maricón. Y lo errores cometidos hoy harán eco mañana.


Por qué no le haces un favor al mundo y terminas ya con tu existencia.



Nota del autor:
La locura me va bien -me gusta en realidad serlo la mayor parte del día-, pero debemos tener en cuenta que no todo lo redactado en este blog son hechos palpables o reales.
Un abrazo.

jueves, julio 15, 2010

El loco (segunda parte, version extendida)


¡Puta madre cómo pasan los años!, ya no puedo ni tocar mis rodillas, exclamó Nelly Alejandra Carrera de los Reyes, vecina, amiga, compañera y muy buena cocinera, hace poco más de dos semanas.

A doña Nelly nunca le discuto nada. Tiene más de ochenta años y sabe muy bien como usar la escoba para vencer cualquier disputa verbal. Además, siempre tengo pereza de recordarle que Juan Pablo II falleció y ya no es necesario tener el cabello bien recortado, señora, eso es del siglo pasado, porque ahora los jovenes se paran el pelo o dejan que caiga por sus hombros. Silencio, explota doña Nelly, muchacho hazme caso y verás como Erikita que amará más. Como usted diga, doña Nelly.

Doña Nelly no solo es anciana, anda ademas bastante desactualizada. Es enfermizo verla barrer la acera de su casa con esas escobas antiguas -de las que usa la bruja del 71 en el chavo del ocho-, tarareando como puede una melodia de lo más extraña, que me deja al final la piel de gallina. Sin embargo, asi loquita como es y así escurridizo como logro ser, presto atención a sus palabras cuando logra interponerse en mi camino. Un joven tan buen mozo como tu, muchacho, no debería correr como loquito, hay tanto loco por ahi..., me dice. No se preocupe, doña Nelly, soy cinturón negro. Que bien, muchacho, le queda perfecto con sus zapatos. Hasta luego, señora. Que Dios, la virgen y todos los santos me lo acompañen, joven.

No hay noche en la que llegue de trabajar y no la vea, desde la ventana de su casa, cocinando o barriendo el patio. No hay oportunidad que pierda mi amigable vecina en recordarme que soy joven y que debo de aprovecharlo porque el tiempo pasa muy rapido, jovencito, no pierdas oportunidades. No hay día en el que no quiera estrangular a mi vecina. No hay noche, tarde o mañana en que no me de consejos o me recuerde que estos son otros tiempos y que en su epoca las cosas eran distintas, muy distintas, muchacho.


Qué tiene que ver todo esto con el titulo del post: pues nada, absolutamente nada; me recordó que hay locos de toda clase y toda índole vagando por ahí, asi como yo, sin saber donde detenerse exactamente. Doña Nelly me recuerda la vejez que quisiera tener: una donde no sepa qué año ni qué día es, ni tener consciencia de los politicos corruptos o si subió el dolar o si faltan cuatro meses para el estreno de Harry Potter o si me quedo mal el último corte o si esto o si aquello o si san puta madre. Me recordó que los años pasan muy rápido, que sin darme cuenta hoy soy más adulto que ayer. Me recordó por qué coño me canso demasiado cuando troto levemente para alcanzar el omnibus -o tal vez sea consecuencia de la incalculable cantidad de cigarrillos que he fumado en cinco años, y que ahora intento dejar-. Me recordó que amo a Erika. Me recordó que debo vivir cien o docientos años solo por ella y para ella.

Caray, doña Nelly, las cosas que uno medita cuando el almuerzo ha estado tan bueno como este.

sábado, julio 10, 2010

El regreso del 666


Hace menos de una semana me tome un tiempo -no muy prolongado, vale mencionar- para leer algunos blogs conocidos. Como era de esperarse deposité, humildemente, mi apreciación sobre el texto ahí compartido.

Pluma Roja, tan generosa como es y como ha sido siempre conmigo y con muchos otros, regreso mis felicitaciones por la generosidad que tuvo en contarnos un poco sobre su viaje a Orlando, El ligre y Tribilin, con un breve mail a los pocos minutos de ser publicado mi comentario. Me llamo la atención una afirmación: "Eso si me pregunto.... Y ahora qué hago?... el titulo de tu blog, para quien siempre sacó las papas del fuego y esta vez se le quemaron..."

Asustado y preocupado tanto por las papas como por mi distraida cabeza al no darse cuenta que algo se le estaba quemando respondí, de inmediato y sin perder tiempo en analizar el mensaje filosófico del asunto, a mi siempre querida amiga Pluma Roja. ¿Qué significa eso de las papas y del fuego y por qué justo se quemaron en mis manos y no en la de otro?.

No leí la respuesta hasta dos noches después, donde pude robarme media hora para ver qué hay de nuevo en el ciberespacio. Básicamente intentaba hacerme entrar en razón y dejarme de lamentaciones y estupideces, que ya estoy bien grandecito como para andar quejandome de todo en tercera persona o querer destruir el mundo solo porque tengo un empleo mal remunerado -no es literal, ojo, yo lo entiendo siempre a mi estilo-.

Las palabras de mi dulce amiga bloggera llegaron a lo mas hondo de mis entrañas y revolvieron con fanatismo mundialista el desayuno y almuerzo de los últimos dos días, produciendo, en consecuencia, que este peruanito se deje ya de cojudeces y empiece a escribir como manda la ley.

Okey... es hora del regreso de Satanás y toda su legión de ángeles.

-Al menos, si no llego a diablito podré pellizcar a alguien ahí donde más le duele-

Hasta más vernos.

domingo, julio 04, 2010

Aynier

Aynier mira desde la gran ventana de su apartamento como el mundo se consume entre las llamas y vuelve a revivir cual ave fénix. Mira sin pronunciar palabra alguna y sin mostrarse conocedora de tamaño secreto. Lo hace por precaución, por miedo, y, sobre todo, porque es lo único real que conoce.

El mundo se termina con la puesta del sol y nace de nuevo en la efímera salida del mismo. Cae a pedazos y cenizas una y otra vez. El grito desesperado de las personas perfora dolorosamente la cabeza de Aynier. Cierra los ojos. Se tapa los oídos. Le presta atención a los desvíos improvisados con los que juega su imaginación, tratando de no ver lo que ve y escuchar lo que escucha; sin embargo, es inevitable: las edificaciones tiemblan por unos segundos antes de ser tragadas por la cruel tierra; las aves chillan a lo lejos conforme el cielo abre sus puertas para dejar caer el fuego infinito; el mar agota energías golpeando con fiereza sobrenatural lo que alguna vez fue el limite entre sus dominios y el de los humanos. No hay piedad. Nadie respira luego de aquella noche. 
Entonces, el silencio que se prolonga mas de lo deseado.
Entonces, el final había llegado.



Aynier, que conoce de memoria el mismo libreto, sabe que la eternidad es solo una mentira y que, más temprano que tarde, todo regresa a donde debería estar.

Con la salida del sol el tiempo detiene su castigo y vuelve sobre sus pasos para convertir al mundo en el día común y corriente que todos esperan vivir.

Las sonrisas, la pena, la verdad, la mentira, la compasión, el amor, el odio, el rencor... Todo como debe estar.

Todos regresan, menos Aynier.

Y Aynier lo sabe: solo les quedan unas horas y morirán de nuevo, otras horas más para regresar del infierno.

De pronto, cansada de su castigo, corre a través del cuarto, atraviesa de un salto las finas lunas de la ventana, y deja tras de si una lluvia de cristales. Aynier termina sobre el techo del automóvil de su vecino. 

"Qué sucede", se preguntan por ahí. 
'
'Es la chica del quinto piso'', contestan otros. 

Y Aynier no ve ni escucha nada aunque las muestras de horror de los transeúntes y vecinos se hacen ensordecedoras.

Su mente vaga en la oscuridad. 

Es aquí donde quiere pertenecer. 

Sin embargo, abre los ojos. No esta muerta. Se sienta. El sol acaba de ocultarse, significado que el mundo acaba de terminar.