El sábado 28 de junio se celebró en el mundo el ‘Día del Orgullo
Gay’. Perú, como en años anteriores, no fue ajeno a esta fecha.
Con pancartas, color, música y alegría, al promediar las 4
de la tarde, empezó la caminata desde el mítico ‘Campo de Marte’ hasta la ‘Plaza
San Martin’ en el Centro de Lima, donde se había preparado un escenario para
que diversos artistas (cantantes, grupos de rock, bailarines) cerraran con
broche de oro las festividades.
El reclamo para una acción más activa, y real, del estado en
favor de aquellas personas que son víctimas de acciones de odio, fue una
constante. No se puede tolerar en una sociedad moderna a aquellos que, sintiéndose
‘dueños de la moral’, continúan agrediendo, insultando y menospreciando a seres
humanos cuya única ‘culpa’, por llamarlo de alguna manera, es amar (así es:
amar) a su mismo género. Es obligación de
los estados proteger a todos los habitantes, sin distinción de género, de raza,
de política, de religión, y de preferencia sexual.
En el Perú, todos los proyectos de ley que se han discutido
sobre el caso (unión civil, penalización para los actos de odio, etc.) han
quedado sólo en papel y tinta. Con argumentos descabellados y trasnochados como
‘la protección a la familia real’, la ‘verdadera religión’, ‘la moral’, se ha pasado por alto una realidad
que con el paso de los días sólo se vuelve más evidente: el homosexualismo. En
todos los tiempos, y en todos los países del mundo, en menor y mayor grado, se
han visto más y más personas mostrando su verdadera preferencia sexual. Pensar
que esto no es así, o, lo que es más ingenuo aún, que esto no debe ser así, no sólo
es regresar a los años en donde la humanidad era sometida por una iglesia
intransigente y violenta, sino cerrar los ojos a la única enseñanza que rescato
de su principal profeta (Jesús): el amor a los demás.
No nos podemos llamar ‘civilizados’ si no abrimos nuestra
mente a la diversidad que el mundo ofrece.
Mucho he leído sobre comparaciones entre la ley de la ‘Unión
Civil’ (entiéndase, por favor, ‘Unión Civil’ como una protección legal en
derechos y deberes, vienes mancomunados, etc, para dos personas que, ni usted, ni yo, ni
nadie puede evitar, deciden compartir su vida juntos) y la ley a favor de la
marihuana (ambos ilegales aún en la mayoría de países en el mundo). Hallar un símil, más allá que ambos son
ilegales, es buscarle tres pies al gato. El amor (entiéndase amor en su real dimensión)
no es similar al consumo dañino y tóxico de la marihuana. Podemos prevenir al
niño y adolescente sobre los males que esta droga genera, y hasta evitar que la
consuma, pero nunca podremos impedir que dos seres humanos se amen sin medidas,
sin tapujos, sin temores.
Hace trece años se viene realizando en el Perú esta marcha,
y en su primera edición se desataron muchos conflictos con la policía, sólo por
la intolerancia del gobierno de turno. Hoy, la marcha es muy organizada, y se
proyecta a seguir creciendo.
Tal vez muchos de los que el sábado marcharon para reclamar
sus derechos, para sentirse libres y para gritarle al mundo que no son menos
que nadie, nunca vean concretada aquello por lo que luchan. Pero algún día,
esos niños y adolescentes que hoy ven en televisión e internet todo lo que pasa
con el mundo, o los que inclusive salen a las marchas, conseguirán realizar el
cambio real que necesita una sociedad moderna. Mientras tanto, que la lucha continúe.
Les dejo una frase, que en particular le
encuentro mucho sentido, del filósofo alemán Georg Christoph Lichtenberg: ‘todo
el mal de este mundo se lo debemos al respeto, a menudo exagerado, por las
antiguas leyes, las antiguas costumbres y la antigua religión.’