domingo, junio 29, 2014

Marcha por la igualdad (LGBTI)



El sábado 28 de junio se celebró en el mundo el ‘Día del Orgullo Gay’. Perú, como en años anteriores, no fue ajeno a esta fecha.

Con pancartas, color, música y alegría, al promediar las 4 de la tarde, empezó la caminata desde el mítico ‘Campo de Marte’ hasta la ‘Plaza San Martin’ en el Centro de Lima, donde se había preparado un escenario para que diversos artistas (cantantes, grupos de rock, bailarines) cerraran con broche de oro las festividades.








El reclamo para una acción más activa, y real, del estado en favor de aquellas personas que son víctimas de acciones de odio, fue una constante. No se puede tolerar en una sociedad moderna a aquellos que, sintiéndose ‘dueños de la moral’, continúan agrediendo, insultando y menospreciando a seres humanos cuya única ‘culpa’, por llamarlo de alguna manera, es amar (así es: amar)  a su mismo género. Es obligación de los estados proteger a todos los habitantes, sin distinción de género, de raza, de política, de religión, y de preferencia sexual.






En el Perú, todos los proyectos de ley que se han discutido sobre el caso (unión civil, penalización para los actos de odio, etc.) han quedado sólo en papel y tinta. Con argumentos descabellados y trasnochados como ‘la protección a la familia real’, la ‘verdadera religión’,  ‘la moral’, se ha pasado por alto una realidad que con el paso de los días sólo se vuelve más evidente: el homosexualismo. En todos los tiempos, y en todos los países del mundo, en menor y mayor grado, se han visto más y más personas mostrando su verdadera preferencia sexual. Pensar que esto no es así, o, lo que es más ingenuo aún, que esto no debe ser así, no sólo es regresar a los años en donde la humanidad era sometida por una iglesia intransigente y violenta, sino cerrar los ojos a la única enseñanza que rescato de su principal profeta (Jesús): el amor a los demás.






No nos podemos llamar ‘civilizados’ si no abrimos nuestra mente a la diversidad que el mundo ofrece.






Mucho he leído sobre comparaciones entre la ley de la ‘Unión Civil’ (entiéndase, por favor, ‘Unión Civil’ como una protección legal en derechos y deberes, vienes mancomunados, etc,  para dos personas que, ni usted, ni yo, ni nadie puede evitar, deciden compartir su vida juntos) y la ley a favor de la marihuana (ambos ilegales aún en la mayoría de países en el mundo).  Hallar un símil, más allá que ambos son ilegales, es buscarle tres pies al gato. El amor (entiéndase amor en su real dimensión) no es similar al consumo dañino y tóxico de la marihuana. Podemos prevenir al niño y adolescente sobre los males que esta droga genera, y hasta evitar que la consuma, pero nunca podremos impedir que dos seres humanos se amen sin medidas, sin tapujos, sin temores.




Hace trece años se viene realizando en el Perú esta marcha, y en su primera edición se desataron muchos conflictos con la policía, sólo por la intolerancia del gobierno de turno. Hoy, la marcha es muy organizada, y se proyecta a seguir creciendo.

Tal vez muchos de los que el sábado marcharon para reclamar sus derechos, para sentirse libres y para gritarle al mundo que no son menos que nadie, nunca vean concretada aquello por lo que luchan. Pero algún día, esos niños y adolescentes que hoy ven en televisión e internet todo lo que pasa con el mundo, o los que inclusive salen a las marchas, conseguirán realizar el cambio real que necesita una sociedad moderna. Mientras tanto, que la lucha continúe.





Les dejo una frase, que en particular le encuentro mucho sentido, del filósofo alemán Georg Christoph Lichtenberg: ‘todo el mal de este mundo se lo debemos al respeto, a menudo exagerado, por las antiguas leyes, las antiguas costumbres y la antigua religión.’      

miércoles, junio 25, 2014

Un ángel




-¿Qué Hacemos aquí, pue?

-Si bajas la voz podrás saberlo.

-¿Cómo?

-Silencio te digo.

Oculto entre los arbustos, Julián miraba expectante lo que sucedería. Su hermano le había dicho que nunca sería el mismo luego de ver lo que él había descubierto de casualidad. Era de noche.  Las mejores cosas del día suelen suceder en las noches, dicen en el pueblo, y el hermano de Julián, tan pegado a esta creencia, como a todas las que se contaban, había convencido a su hermano para salir de casa, burlando la seguridad de papá y mamá.

Ahora, habiéndose encontrado ya en el sitio donde ocurriría el milagro, ambos se ocultaban para no ser descubiertos.  El único sonido claro era el del las aves nocturnas que acudían al llamado de la luna a esas horas, silbando con felicidad la música de la oscuridad, de la soledad, envolviendo el ambiente con magia y eternidad.

Julián, que amaba las historias de magia, miraba asustado y maravillado todo lo que la naturaleza le regalaba. Sentirse dentro de un cuento era una experiencia, después de todo, asfixiante, perturbadora, y, a su vez, encantadora.

-¿Qué debo ver, hermano?

-Que se calle pues, que la espantará.

-A quien, pue…

No recibió respuesta. En cambio, sí, el dedo índice de su hermano puesto en sus labios. Julián, entonces, buscó con los ojos qué era eso que su hermano tenía tanto miedo espantar. Lo único que llegaba a ver era a las aves ocultas, a las ramas de los árboles mecerse en un vaivén acompasado y frenético por el furioso viento de otoño, a la tierra sacudirse por los camiones que pasaban a lo lejos llenos de tomates, papas, cebollas o piel de vicuña. A lo lejos, o a lo cerca, quizá, estaba muy oscuro para saberlo, el reflejo de una laguna vibraba al contacto con las estrellas. Las estrellas, incontables ellas, brillaban en el cielo, sintiéndose, ¿por qué no?, dueñas del mundo. Y él, Julián, preciso es decirlo, sólo pensaba en regresar  a casa, o ver de una vez eso que su hermano le había jurado que no olvidaría para volver a su vida normal.

Al paso de los segundos lo siguió el paso de los minutos; y con el paso de los minutos su angustia crecía cada vez más.

Sin resistirlo ya, le dijo a su hermano:

-Ya me voy. Papá nos descubrirá y será nuestro fin pue.

-No seas tonto, Julián. ¡Mira!... Eh, no. No hagamos bulla. Shhh…

Julián dirigió su atención hacia donde su hermano  le señalaba. En la orilla del lago, ahí donde empieza (o termina) el agua, una figura se arrastraba hacia afuera. Julián pensó que se trataba de un animal y estuvo a punto de recriminar a su hermano por hacerlo salir de casa, y arriesgarlo a que lo castiguen de paso, si no fuera porque aquella figura poco a poco perdía su estado animal, poniéndose de pie y colocando cada hueso de su cuerpo en su lugar, desde las piernas, la pelvis, la columna, la cabeza… Y, mirando al cielo, se alejaba flotando hacia la luna, hacia las estrellas, dejando en su camino una luz amarilla y blanca, la misma que se esparcía entre la tierra, las plantas, los árboles, las aves.

-¿Qué era eso, hermanito?

-No sé, Julián. Un ángel, tal vez.

-Tengo miedo, hermano.

-No seas tonto, a los ángeles no hay que tenerles miedo. Vayamos a casa.

-¿Y si regresa?

-Regresará.

-¿Cómo lo sabes?


 -Porque aquí está su casa.         

miércoles, junio 18, 2014

El once ideal




No negaré que desde muy pequeño el fútbol se volvió en mí un vicio irrefrenable. No había mañana en el colegio, a la hora del recreo, que no corriera con el balón de turno –a veces era una circunferencia real; otras una botella de plástico, una lata o un balón hecho de papel de cuaderno adheridos con cinta adhesiva para que no se desasiera a la hora de patearla-  para ocupar la ’canchita’ antes que los mayores se apoderaran de ella. Jugar al fútbol ahí le daba un sentido a las largas horas que pasaba –o pasábamos, mis compañeros compartían esta idea- en clase. Nunca supe si fui verdaderamente bueno, sólo sé que jugar al deporte rey me hacia sentir libre, completo, feliz.

El primer recuerdo que tengo sobre el fútbol es un grito eufórico de papá: la ‘U’ había anotado un gol de los pies del capitán Roberto Martínez.

‘’Ese es la ‘U’, hijo. Ese es tu equipo.’

Entonces no sabía muy bien de lo que trataba. Me entretuve viendo a 20 hombres -sin contar a los arqueros, obviamente- corriendo detrás de una pelota. Me pareció extraño ver como papá saltaba del sillón de cuando en cuando, dando indicaciones y soltando un par de lisuras por algo que, al parecer, no había salido como esperaba.

Al entrar a la primaria, todas mis dudas se disiparon. En la hora de educación física, el profesor armó un par de equipos con los chicos y nos hizo jugar con un balón que llevaba sujeto a su brazo. Mis compañeros me animaron a patear la pelota al arco rival. Para llegar lo más cerca que fuera posible había que dar pases con el pie a la persona más cercana. Así comprendí lo más importante del deporte: hay que meter el balón en el otro arco.

Con el paso de los años, mi juego fue mejorando. La experiencia me enseñó a crear jugadas, a mirar al frente antes de patear, a buscar la ayuda del jugador de mi equipo que estuviera más cerca. El fútbol no era una eterna persecución del balón, sino un encuentro que había que planear, que definir con inteligencia, con camaradería, con pundonor y coraje. Cada gota de sudor volvía las piernas más pesadas, la respiración más dolorosa, pero esto sólo servía como adrenalina para continuar, para luchar.

Mi lección más importante llegó en el 98, año del mundial en Francia. En el colegio se hablaba todos los días sobre los últimos acontecimientos, sobre el posible ganador de la copa. Hasta el profesor de matemáticas compartía de vez en cuando sus apreciaciones. En casa, papá también especulaba.

Como yo era mucho de jugar fútbol mas no verlo, no tuve mayor alcance que lo que se comentaba.
No fue hasta la final disputada el domingo 12 de Julio en el  Stade De France de Saint-Denis, que pude ver un encuentro oficial de alta categoría. Lo que descubrí ahí me maravilló. Todos en casa –y tal vez en el continente, o por lo menos en Sudamérica- apoyaban a Brasil. ‘Nos conviene’, decían en las calles. Cómo dudar de la capacidad imbatible de un seleccionado cuyos jugadores eran nada mas y nada menos que autenticas leyendas vivientes: Ronaldo, Rivaldo, Denilson, Bebeto, Cafú, Roberto Carlos, mientras que en Francia, si bien tenían grandes figuras como Barthez, Karembeu, Lizarazu, Thuram, la mayor esperanza caía en Zinedine Zidane.

Pero la realidad nos cayó como un balde de agua fría. Zidane, con un cabezazo, producto por un tiro de esquina, a los 27’ de iniciado el encuentro, ponía en ventaja a Francia.

En casa, papá, mamá, unos tíos y amigos, gritaron furiosos.  

‘Esto es momentáneo’,  decían.

‘Ahora Ronaldo hará de las suyas.’

No fue así. Con un pálido Brasil, Francia se hacia con el partido. Su ventaja se alargó gracias a otro gol de cabeza de Zidane a los 45’.

Para el segundo tiempo Brasil salió a ‘matar’. Pero los franceses supieron mantener el marcador.
En el minuto 68 expulsan a Desailly de Francia por una segunda tarjeta amarilla. Era el momento de Brasil.
Los remates llegaban, y la lucha seguía. Sin embargo, los números no cambiaban. Sobre el final, el mediocampista Emmanuel Petit ponía el 3-0 a favor de Francia, sentenciando así el encuentro y pasando a la historia por ser campeones del mundo por primera vez.

Las molestias fueron colectivas. En casa, parecían no creer lo que había pasado.

‘El fútbol es así’, dijo papá.

Entonces, entendí lo que quería decir: el fútbol no se rige por certezas sino por probabilidades. La vida es un poco de eso: tenemos la certeza que moriremos algún día y nada más. Todo lo que viene en el camino es una probabilidad de las acciones que realicemos, de las decisiones que tomemos. Nunca nada está dicho, siempre se puede pelear hasta el pitazo final.            

miércoles, junio 11, 2014

La encomienda del Karshtaj



¿Resolvería el misterio? ¿Llegaría a tiempo? ¿La fortuna le sonreiría esta vez? No había tiempo para reflexionar sobre ello. Cerró los ojos, respiró hondo, y, antes que el rugido del dragón se apoderara del espacio y con él el fuego insondable de sus fauces, dio un salto hacia la pendiente. Mientras se deslizaba, la tierra se alzaba al contacto con su cuerpo, llenando el aire de polvo, de carroña, haciendo correr a los animales refugiados bajo ella. Sólo tenía una oportunidad para escapar.

Cuando llegó al sendero, pisó firme, volvió la cabeza, la bestia no lo había descubierto. Esta certeza lleno su espíritu de calma. Después de todo, llegaría a tiempo. Sin esperar más, corrió por el camino. El Karshtaj le había dicho claramente que siguiera la ruta sur hacia las orillas del lago Andante, en el fondo del agua, escondida bajo la estatua del héroe caído,  encontraría el ‘Prisma Sagrado’.

‘Los sabios lo escondieron de los hombres y las bestias, con un conjuro muy antiguo. Sólo el elegido podría hallarla, vencer a la quimera y librar estas tierras de los tormentos que estamos sometidos’, le había dicho.

Él era el elegido. Al menos de eso lo habían convencido.

Con la noche llegó la lluvia y el frio. Cruzó los brazos pegándose lo más que pudiera a sus pieles. Sentía sobre su cabeza las miradas atentas de los habitantes del bosque. En algún lugar, aquellos seres se escondían, aguardando, quizá, que él estuviera desprevenido para atacar. Sobre su espalda acarició el mango de su espada. Un paso le seguía al otro. Tal vez hubiera sido prudente acampar, preparar una fogata, buscar algo para comer, pero su intuición lo alertaba a continuar. No podía estar desprevenido, desarmado. El silencio, el silbido del viento entre las rocas, la impaciencia se apoderaba de su ser.

De pronto, ‘¡crach!’, el sonido de una rama contra el suelo resonó a su espalda. Sabiendo lo que lo aguardaba, miró hacia atrás: el bosque dibujaba un camino, y el ‘¡Pum! ¡Pum!’ de los pasos del dragón se hizo dueño del silencio. No sintió más frio. Aquella bestia lo había alcanzado. Por un segundo, que a él le pareció eterno, sus ojos se vieron frente a frente con su cazador. Sin esperar más, blandió su espada.

‘¡No correré más!’, gritó.

La respuesta del dragón fue un soplido cargado de fuego y veneno. El guerrero, se hizo a un lado esquivando la humarada. Su enemigo volvió de nuevo al ataque, pero esta vez la carga fue mayor. Ante esto, tuvo que correr hacia su derecha, adentrándose a la espesura del bosque. Corrió llamando a su enemigo, incitándolo que abriera más el camino, mientras los animalillos huían espantados de la escena, mientras la noche se tornaba amarilla y roja por la luz de los arboles al arder. El trayecto del guerrero fue en línea recta, luego en zigzag, esquivando los escupitajos ponzoñosos del dragón. Bajó la velocidad, miró de nuevo hacia su enemigo, se detuvo en seco y regresó sobre sus pasos con su espada de forma horizontal, cortando el aire, se acercó hasta donde el dragón y, con un tajo certero, dañó a su rival en su pata derecha.  El rugido de ira del dragón fue ensordecedor. El guerrero, aprovechando que la bestia se encontraba desconcentrado en el dolor, se subió a un árbol cercano, el único que se mantenía en pie. Sobre una rama, y estando ahora más alto que la bestia, colocó su espada sobre su cabeza.

‘Eres mío’, le dijo.

Entonces, de un salto hacia su enemigo, el guerrero…

-¡Tomás! Tomás, cariño.

-¡Mamá!

-Baja de ahí, tesoro, que te puedes romper algo. Ven y abre tus cuadernos que tienes que estudiar. Aún no has leído el libro que te mandó tu profesor de literatura.

-Pero mamá, el dragón…

-Qué dragón ni ocho cuartos, ven de una vez.

-Pero el Karshtaj me dijo que…

-¿Quién?

-El Karshtaj, el último sabio de la aldea…

-Ven de una vez, no me hagas ir por ti. 

-Ahí voy.


El dragón esperaría un poco más. Habían otros misterios que debía resolver antes de salvar a la aldea y vencer a la bestia.     

miércoles, junio 04, 2014

Eran...



Eran sus miedos, vagando en la distancia, luchando batallas perdidas, mirando sin ver caricias ocultas en canciones eternas.

Era la distancia, su distancia, ese color gris como la ciudad en invierno, cruzando senderos bifurcados, llorando paso a paso, soñando.

Era esa ventana, tan alta, extraña, poderosa, envuelta en el fuego insondable de las promesas incumplidas.

Era el silencio, maldita sea.

Era el paso del tiempo, la soledad, el frío, la indiferencia.

Eran los gritos, la impotencia, la carencia de resultados, el vaivén de sin sabores, el odio al camino recorrido, a las horas perdidas, a los sueños desechos.

Era su amor, en gotas, en verdades que son mentiras, y en mentiras que parecen verdaderas.

Era el camino de regreso, tal vez, si en la puerta, abriéndose, una figura no se deslizaba con una sonrisa llena de promesas.

Era ella, recibiéndome, aceptándome aquella noche, pareciendo divertida con mi visita nocturna.

Era ella a quien buscaba, a quien amaba, en ese invierno, en esa Lima de grises colores, envuelta en lluvia temerosa, en gritos en silencio de amores perdidos y sueños encontrados.

Era el sueño, de nuevo, y los miedos, la distancia, la ventana, el silencio, los gritos, el amor, el camino de regreso, lo que viví ese año, hace tanto y que parece tan poco.