miércoles, enero 19, 2011

Madame Anita


A Ana Campos con la esperanza que, por más que lo intente, nunca deje de escribir.
“Madame Anita”


Nunca es tarde para leer a escritores de tamaño talento como la pluma de Ana Campos –autora intelectual y única culpable del gran blog “Madame Milagros”-, escritora que no solo ha sabido cautivar a sus lectores con esa prosa prodigiosa, aguda y directa sino también por los temas de diferente índole que aborda, mismos que puede estar pasando usted, ella o yo. Y es que “Madame Milagros” es un espacio para cualquiera: el vecino, el hermano, el cuñado, la novia o el novio celoso, el abuelito o el padre, la madrastra y hasta la tía Ruperta, esa de nariz puntiaguda y lengua ponzoñosa. Un espacio de fácil acceso donde la comodidad se encuentra en cualquier rincón, donde puedes sentirte como en casa –o mejor que en ella-, tomar una cocacolita, unos piqueos saladitos y a ver qué onda. Un espacio libre de la opresión con una escritora que no tiene el menor reparo de caer bien o mal, que escribe solo para estar bien consigo misma, para ser libre; una escritora que tiene la voluntad narrativa de escribir lo que otros temen; una pluma como muy pocas, bendecida con el arte.


Era domingo y había pactado una entrevista con Ana. Para variar, y lo digo con pena, se me había hecho tarde. Tenía la computadora a punto de explotar de tanto virus y solo quedaba correr a la primera cabina que encontrara. La tarea era casi quimérica pues los domingos abren después del mediodía y aun eran las diez de la mañana. Por suerte, encontré una abierta.
Ana estaba, como bien lo había sospechado, con cierto miedo, por cierto, pues suele pasar que al final se arrepienten o no tiene tiempo, en línea, esperándome. Discúlpame, le dije, digitando a velocidad, corrí y corrí y no había cabinas abiertas y mi ordenador está malogradisimo. Esto, al parecer, a mi nueva amiga literaria no le importaba pues conversaba como si nada hubiera pasado. Entablamos distintos temas antes de entrar en materia. Noté en ella un cierto interés en conocer mis ideas y pensamientos, cosa que agradezco ya que siempre es agradable que se interesen por uno y romper esa barrera del entrevistado y el entrevistador. Al final, pregunté: no quiero robarte más tiempo, ¿arrancamos?... Como tú quieras, contestó. Ana, los entrevistadores estamos sujetos a los caprichos de las entrevistadas, aquí se hace lo que tu demandes. Arrancamos, entonces, digitó al instante.


-¿Cuándo descubriste que tenías la habilidad o la inquietud para escribir?


Desde colegio. En secundaria, a los 15 años, tuve un profesor de literatura que nos hacía escribir historias, cuentos, relatos, mini novelas y le gustaba bastante lo que escribía. Luego comencé con otro blog que tenía en el 2006, y me gustó más por la retroalimentación que tuve con otros lectores y escritores, incluso con personajes de mi ciudad que para mí eran de lo mejor, eran músicos. Encontré una forma de desahogo, una forma de expresar mis sentimientos, mis pensamientos, ordenar ideas, etc.


-Mario Vargas Llosa dice que escribir es una forma de combatir la infelicidad...


Sí, de alguna manera lo entiendo y lo asimilé en su momento de esa forma. Siempre que he escrito en mi blog ha sido como una catarsis emocional. Es como un diario personal. Por darte un ejemplo, el post del “chico del jersey azul’” tiene su significado. Incluso algunas tienen como una dedicatoria.

-En qué momento o circunstancias de tu vida decidiste emprender la difícil tarea de hacer nacer un blog ¿Qué fue lo que te inspiró?


Inspirarme, nada. Te digo la verdad, si lees el primer post de bienvenida, te darás cuenta la carga emocional que traía en ese entonces. Estaba en un momento crítico de mi vida, con una tristeza profunda que me ahondaba. No lo catalogaría como depresión, esas son palabras mayores. Pero definitivamente estaba muy mal y quería sacar todo eso de mí. Decidí escribir. Y como con el tiempo sanan las heridas pues los post siguientes tuvieron matices que ni yo me esperaba. Tuve visitas nuevas, comentarios que me hicieron reflexionar, reír, llorar. Además que gané muchos amigos, virtuales, pero al fin y al cabo los quiero ya y mucho.


-Y es que escribir nos brinda más de una satisfacción, aunque cueste mucho hacerlo. Yo tengo este dilema: me cuesta mucho escribir de forma fluida ¿te pasa lo mismo?


Es relativo. Hay semanas que puedo escribir incluso dos veces al día, de pronto se me vienen ideas muy locas. Pero hay días que tengo una sequía intelectual increíble, así que voy alternando: digamos si se me ocurren ideas, las escribo en borrador y cuando no tengo mucho que escribir saco esos borradores, dándoles una pulida y publicándolos.

-¿Por qué madame milagros?


Tenía que ser mi nombre, Madame Octavia, como una canción de mi grupo favorito Octavia (rock alternativo Boliviano) pero decidí cambiar por Milagros, porque fue un milagro el que quiera volver a escribir, y porque además leía en aquel momento un libro "El milagro en los andes".


-“Madame Milagros” es una muestra clara que escribir tiene muchos matices, formas y estilos. Cada entrada publicada es muy diferente a la anterior puesto que abordas temas de diferente especie. Es esto planeado o, como muchos otros blogueros, dejas solo que fluya.


No tengo determinados días para categorías predeterminadas. Pero si tengo en la mente muy en claro grupos grandes de temas que me gusta abarcar. Por ejemplo, a veces me gusta los chistes, a veces reflexionar sobre frases (esto más que todo por mi incursión en Twitter donde publico frases en los jueves filosóficos), otras veces me gusta contar historias, otras canciones, otras me gusta comentar sobre películas, sobre temas de medicina, etc.


-En tu post "cuando nos proponemos" dejas mencionado un tema de suma importancia que este mes ocupa tú tiempo. Sin embargo, no mencionas cual es.


Pocos de mis lectores saben que me fui a Madrid, para realizar un postgrado en mi vida profesional, razón por la cual este mes estoy muy ocupada.


“Soy una caja de pandora”



Ana es una entrevistada soñada. Respondió con facilidad mis preguntas y nunca se hizo problemas si eran fáciles, difíciles o comprometedoras. Sabía que tenía el control de la situación. La tarde era suya.

Ana Campos nació el 17 de febrero en La Paz, Bolivia, tiene 26 años y es médico de profesión. Estudió en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Tiene un diplomado en Diabetología. Se mudó a Madrid para realizar un postgrado para su carrera. Es escritora, a su humilde entender, aficionada, cosa que nadie le cree, le gusta el café y el color azul, es amante del arte, la música y dueña de una de las sonrisas más bonitas que se ha visto por este espacio. Ana es una escritora de sangre, aquellas que nacieron con las letras en las venas, y quienes, por más que corran o se escondan, están condenadas a escribir por el resto de sus vidas. Su prosa es arte al igual que su voluntad narrativa para abordar todos los temas, para hacernos sonreír o llorar o sufrir con una facilidad digna de envidiar y desear, para transportarnos a distintos mundos, para hacer de la vida un poco menos fea, menos complicada. Ella es una mujer perfecta, no evito pensar.

-Mucho se sabe sobre la narrativa de la creadora de “Madame Milagros”, pero poco de Ana Campos. ¿Quién es ella?


Es una paceña de 26 años, un mujer tranquila. No sé que más decirte puesto que no hablo mucho de mí misma. No me hago mucho marketing (risas).


-Además de la medicina y de escribir, tiene otras pasiones.


La música y viajar. Me fascina la música, sin ella no puedo vivir. Escucho de todo, menos el reggaetón; y también me gustan los peces, razón por la cual tengo un acuario. Tengo, además, un perrito llamado Yorky. Me gusta el cine y leer. Bueno… me fascinan muchas cosas, soy como una caja de pandora.


-Se puede entender, entonces, que más allá de las aventuras propias que nos brindan los cuentos llevas una vida muy tranquila.


Si, en su momento corrí mucho en mi vida, y creo que hace tiempo desaceleré y ahora llevo el ritmo que debo, quiero y tengo que llevar, sobre todo.

-De jóvenes todos pisamos el acelerador...


Claro, a veces es necesario tocar fondo.

-Entonces, médico de profesión, escritora, amante del cine, la música y el café, con tantas actividades no debe quedar tiempo para el amor.


Mira, el año pasado el amor me jugó muy mal, y, la verdad, estoy en un año sabático. Las heridas sanaron, pero aún no he encontrado una persona que me llene, que me respete, que me valore. Así que si llega bien, y si no llega pues también bien. Hubo un momento en mi vida que pensé en quedarme solterona, te digo la verdad por tanta infidelidad, tantos problemas en los matrimonios actuales que la verdad deja mucho que desear. Incluso hasta pensé en un futuro llegar a adoptar un niño.


-Pero siempre hay pretendientes...


(Risas) Claro, si hay, es un tema tortuoso en mi vida. Yo creo que no tengo suerte en el amor.

-Tal vez esperas demasiado de un hombre.


Mira que casi siempre no espero nada, pero siempre terminan por arruinarlo todo.

-¿Has estado enamorada?


Si, el ser humano no sería nada sin el amor.


Para finalizar: Bolivia, España y otras cosas.



El tiempo, para variar, fue mi peor enemigo. La entrevista transcurrió a una velocidad imprevista y tuve que comprender al instante que era demasiado tarde para seguir robándole espacio a mi nueva amiga. Ana, aunque no lo confesaba, debía tener muchas cosas que hacer. Era menester, ergo, ir terminando.


-¿Qué tal tu estadía en Madrid?, ¿vives sola?


Fenomenal. Sí, vivo sola, en un piso con una señora española con la que comparto el piso. Pasé navidad con ella y su familia, tuve la suerte de ser invitada a compartir la cena con ellos. La pasé fenomenal, los hijos de la señora son unas personas muy atentas, carismáticas, alegres. La pasé muy bien. Y en año nuevo ni que decir, con unos amigos bolivianos. Hasta el momento he disfrutado mucho de estar acá, acostumbrándome, por ejemplo, al metro, a la comida, al clima.


-España y Europa en general es cuna de grandes escritores. Hay quienes aseguran que uno no puede ser escritor de verdad sin antes pisar parís, por ejemplo, o la propia España.


Definitivamente, hay tanto de donde uno se puede inspirar, tanto de lo que uno se puede nutrir. Esas ideas que divagan en el cerebro. El mismo entorno te ayuda a ello.


-Dejando de lado las diferencias obvias entre España, específicamente, y Latinoamérica, o Bolivia, en tu caso, qué es lo que rescatas de ambas culturas.


Creo todavía pronto poder sacar una conclusión. A grandes rasgos te diría que Bolivia, al igual que otros países latinoamericanos, carece de cierta tecnología, nivel cultural y organización como estado, observando el país en el que me encuentro. Pero claro, la civilización de acá es mucho más antigua; no es excusa pero en parte quisiera ver de aquí a un tiempo, por ejemplo, el metro en mi ciudad, un nivel de salud con un seguro universal en mi país. Pero para todo ello, se debe evolucionar. Sin ir muy lejos, para tratar una enfermedad acá en los hospitales lo tienen todo a mano, tomógrafos, radiólogos, laboratorios, hasta lo genético, en mi país si no es con dinero de por medio muy pocos tienen acceso a esos exámenes complementarios. Es decir, diferencias hay muchas, a todo nivel, obviamente cada país tiene sus propios problemas.


-A tu forma de ver cuál es el principal problema en tu país.


La raíz del problema es la idiosincrasia del boliviano. Lo que noté en los gobiernos es que siempre tratan de pisarse los unos a los otros, en vez de unirse para sacar al país adelante. Sea quien sea el gobernante en turno, siempre habrá otro que está peleando y así no se puede trabajar, ni avanzar. Y eso lo ves en el trabajo, en el mercado, en todo lado. Muy pocas veces he tenido la suerte de encontrarme con bolivianos que realmente quieran progresar. Es una realidad que hay que aceptarla.


-El problema radica, entonces, en la mentalidad, digamos, mediocre de la población y en el abuso de los altos mandos. Para cambiar una nación se tiene que empezar con los niños para evitar estos errores.


Exacto. Por la mediocridad del pueblo es que subieron de presidente a Evo, ¿y qué hizo? Nada, los defraudó, solo se dedicó a pisotear a la oposición y a arruinar al país. Habrá hecho algunos cambios que si me parecieron positivos, pero es mínimo. Bolivia no avanza, yo lo veo así. De muestra un botón, lo que publiqué hace semanas donde casi lo bajan de presidente, tuvo que derogar el decreto que lanzó en plena navidad porque la población se enardeció y fue contra él, le dio miedo a Evo y dio marcha atrás.


-Hace poco nos sorprendiste con una entrada bastante optimista, en ella describías ciertos rasgos que identifican a un paceño. Estás orgullosa, más allá de los problemas que suceden, de haber nacido en Bolivia.


Pero claro, amo mi hermosa Bolivia, mi tierra es muy bella, y siempre estaré orgullosa de decir que soy Boliviana. Adoro mis costumbres, mis platos típicos, mi jerga, adoro todo de mi Bolivia. Por eso me duele los actos y obras de estos gobernantes canallas que tenemos, pero eso de la política es un tema para pelear, como decía mi abuela: no hay que hablar de política, de fútbol, ni de religión si uno no quiere buscarse problemas.


-No puedo irme sin hacerte la pregunta de rigor: has pensado en dedicarte solo a la literatura.

Cuando tenía 15 años, sí, pero luego vinieron las responsabilidades, mi carrera. Al final lo deje como un hobby.



Siempre es grato conocer a personas de la calidad de Ana –o Anita Campos, como me gusta decirle-, mi nueva amiga, mi nueva confidente y colega literaria. Por ello es que apenado escribí que era muy tarde ya, que no quería robarle más tiempo del que disponía, que muchas gracias por su tiempo y que la entrevista había estado maravillosa, que es una mujer como muy pocas y que le deseo todo lo mejor.


¡Rayos!, el problema de entrevistar a personas tan listas como Ana es que sueles darte cuenta que, como diría el gran Ciro Alegría, el mundo es aun más ancho y ajeno de lo que quisiéramos.

lunes, enero 10, 2011


-"Hubo una vez una niña como cualquier otra: melena larga, ojos grandes y acaramelados, nariz respingada y porte imponente. De acuerdo, tan parecida a cualquier otra no era. Al menos ella, Alessandra, pensaba en si misma como una niña normal con una vida normal. Papá y mamá de estatura promedio, en un trabajo como cualquier otro. Dos hermanos mayores tan común y corrientes que hasta asusta pensar en ellos -mismos que, como cualquier otro, le hacían la vida difícil-. Y aunque estaba cansada de nunca encontrar sus juguetes porque ellos lo escondían o mirar los mismos programas de televisión a las mismas horas o ir al mismo colegio y tener los mismos amigos y soportar la agobiante rutina de hacer lo mismo todos los días, ella estaba feliz y, sobre todo, acostumbrada. Era mejor seguir una rutina y no perderse en la complicada labor de pensar qué hacer con el tiempo que tiene. Era mejor ver telenovelas con mamá y jugar con muñecas que tardaba en encontrar, escuchar a papá quejarse porque la plata nunca le alcanza, ver llorar a sus hermanos por otro granito o por alguna chica que prefería ignorarlos a salir con ellos, que torturarse pensando en cómo seria la vida sin ellos. Hasta en esto, pensaba, era muy normal.

"Si alguna diferencia con otras niñas tenia era su desenfrenada pasión por los cuentos y la poesía. Con a penas once años ya había devorado poemarios enteros de autores que ni ustedes ni yo conocemos. Sus padres, por supuesto, la felicitaban cuando recitaba alguna poesía en la cena o en reuniones familiares. Por ese motivo, poco o nada le importaba que sus hermanos señalaran su pasión por los poemas y los cuentos como una idiotez sin sentido. Decía: si no les gusta leer, mal por ustedes.

"Aunque fascinante fue la niñez de Alessandra no es la historia que hoy escucharan. Esto va un poco más allá.

"Comienza una tarde cualquiera en casa de tía Clarita. La familia entera se había reunido -tíos, sobrinos, primos, cuñados, consuegros, suegros, yernos, nueras, los tíos de los tíos y los primos de los primos...- para celebrar el cumpleaños número ciento tres del bis abuelo Pedro Salazar. Era un acontecimiento histórico. Habían asistido invitados de todas partes de Lima y provincias. Por supuesto, los más ancianos eran hijos de los amigos ya fenecidos del bis abuelo Pedro Salazar, mientras que los más jóvenes nietos o bis nietos de algún amigo del anciano. Estaba la prensa: diarios locales, nacionales e internacionales y algunos noticieros que decían que pasarían parte de la fiesta en vivo y en directo. Quizá por este motivo o porque toda la concurrencia tendría algo que contar por siempre es que los presentes habían ido con sus mejores ropajes, incluyendo Alessandra - con un vestido entero de color rosado sujetado a la cintura de la niña por un laso lila; un moño que hacia juego con el vestido y zapatos de charol- y toda su familia.

"Este acontecimiento confundía la cómoda rutina de la pequeña. Le era fastidioso saberse rodeada de tanta gente que no conocía, que los reporteros y fotógrafos y camarografos se acercaran cada dos minutos a donde su bis abuelo y que no la dejaran darle el respectivo y rutinario beso en la frente. O era el acoso de los hombres de prensa o era el toqueteo a sus cachetitos o el saludo de rigor o que su mamá repita que todo había sido gracias al apoyo de la familia entera y amigos del abuelo, que viva eternamente, o el gracias o el de nada o el buenas tardes, que Alessandra no soportó mas y exigió regresar a casa fingiendo un repentino dolor de estomago -y fingir le sacó más de sus casillas. Cosa rara, por cierto, la mente de una niña-. Cariño, le dijo su mamá, ahora te doy algo para que se te pase. Su papá contestó: debe ser la cantidad de personas, no está acostumbrada a estos trotes, mujer. ¡Bingo!, pensó Alessandra. Entonces papá la llevó dentro de la casa y la dejó con sus primos más pequeños, quienes estaban jugando a los policías y ladrones o algo por estilo, pensó ella.

"Alessandra, cinco minutos después, se aburrió. Por qué no había traído un ejemplar de sus cuentos favoritos. Tenía la edad de las personitas que jugaban ahí y a las que a menudo llegaban sus madres a darles de comer o preguntarles si estaban bien, pero no se sentía igual a ellos. Sentía que pertenecía a otro lugar, a otro mundo o a otra familia. Se sentía tan sola rodeada de tanta gente extraña. Solo quería regresar a casa y vivir la acostumbrada vida que tenía, leer o escribir poemas y jugar con su única muñeca a lo que sea que fuera menos rudo y peligroso. Era un asunto de supervivencia. En esta habitación acabaria muerta o sin un ojo. ¡Ay!, Dios, ya uno se había lastimado y ahora no paraba de llorar. Era hora de emprender la retirada.

"La casa era más grande de lo que recordaba. Mejor aún, sería fácil ocultarse hasta que mamá llegara a salvarla de esos pequeños vándalos que gritan y lloran y luego se pegan entre ellos. Recorrió cada una de las habitaciones: cerradas. Al parecer los dueños de casa no confiaban ni en su propia familia. Sabia decisión, le diría a mamá en cuanto la viera. Caminó por todo el segundo nivel. Nada. De pronto, percató que una habitación se encontraba junta. Se acercó y dio una miradita para ver que onda, por si alguien estaba dentro. Nadie.

"Grande fue la sorpresa que se llevó cuando descubrió al bis abuelo Pedro Salazar echado en posición fetal en la cama. Qué extraño, no lo había visto subir. El pobre bis abuelo debe haberse cansado de tanto trote. Lo comprendía. Por ello, se acercó para darle un beso en la frente.

"Reconozco ese beso, dijo el anciano. ¡Ay!, ahogó un grito Alessandra. Abuelito... ¿estás bien? Disculpa... No pida disculpas, niña, le dijo el anciano. Alessandra se sintió extrañamente cómoda al lado del hombre que no le exigía disculpas por molestarlo. Era alentador la idea de sentir que no le debía nada a nadie. Esto la conmovió. El anciano, por su parte, aunque se encontraba despierto no movía su cuerpo de aquella extraña posición. No se asuste, le pidió su abuelo, así me duele menos las piernas. La edad es malvada, niña, sentenció. Mejor me voy, abuelito. Si es su deseo irse, aunque hasta hace unos momentos no paraba de correr. Yo...

"Se calló. Afuera la bulla a causa de la celebración se hacía más intensa.
"-Usted no diga nada, niña. No es bueno hablar cuando no se sabe que decir.

"A Alessandra le pareció que el anciano era menos anciano de lo que ella misma pensaba.

"-Escapabas, verdad, niña - Alessandra de pronto enrojeció -. No se sienta mal, niña. Yo también escapé. Hay personas ahí que me saludan y dicen conocerme cuando yo no los conozco ni en pelea de perros, carijo. Qué se han creido esos calzonudos, espera que encuentre mi cinturón.

"La niña sonrió.

"-Al menos hay sentido del humor en ese carita. Si nadie te divierte, entonces estamos patas arribas. Si nada le hace reír para qué vivir.

"-Los niños son muy rudos.

"-Y usted muy inteligente para andar con ellos, ¿verdad? Si tan inteligente para qué juega con muñeca, niña. Nada de eso. Los niños son rudos porque tienen la mitad del cerebro que las niñas, sabia usted eso o no.

"-No.

"-Ve que le digo. Sabe menos de lo que piensa y aun así se corre de los que cree que no la entiende.

"-Yo...

"-Usted es buena y alegre y amable. Y yo, niña, ¿cual es su nombre?, no importa, le daré un regalo.

"El anciano le pidió ayuda para sentarse. Abrió un pequeño cajón en su mesita de noche y de ahí sacó un libro de tapa verde. Tuvo que soplarlo para sacarle el polvo. Le dijo que le daría con la condición que no revelaría su escondite. Se echó de nuevo en la cama y a Alessandra le pareció que había envejecido muchos años en un segundo porque soltó un eructo y masticó su dentadura produciendo sonidos extraños y desagradables. Hecho, contestó al final. Entonces corrió a la sala para leerlo pero ya su mamá la esperaba para compartir el almuerzo. ¿Viste a tu abuelito?, le preguntó. No, mami. Almorzaría y volvería de nuevo a conversar con su abuelo para empezar con el libro que le había regalado. Quizá le leería una pagina o dos. Le caía bien el anciano. La única idea que le dejó un mal sabor de boca era romper con su cómoda rutina".

miércoles, enero 05, 2011


Lupita Camacho era una niña como cualquier otra, cuenta Josefina Alejandro, una noche de luna llena, hasta que...

-No, madrina- la corta Luz Marina, colocando el índice sobre sus labios -. Cuéntalo como papá lo hacía.

Josefina Alejandro ve en Luz Marina el mismo color de ojos de su hermano y esto la enternece, y aunque muchos años la separe ya de aquellas historias en la oscuridad del cuartito en Santa Anita donde vivía con mamá, papá y dos hermanos gemelos el recuerdo aun la hace sonreír.

-De acuerdo, Luz Marina.

Entonces Luz Marina aplaude y cuatro niños más la secundan en festejos, risas, saltos y canciones que Josefina Alejandro no entiende bien pero que hace dichoso ese momento.

-Vamos, tía, cuenta de una vez- dice Luis Alberto, hijo de Juan Pablo Alejandro. Josefina Alejandro mira a su sobrino: pelo ondeado, de mirada perdida y muy bajo para su edad. Le recuerda tanto a su hermano Juan Pablo cuando era un niño. Acaricia su pequeña melena mientras le dice que tenga paciencia, desesperandote nunca conseguirás nada bueno, Luis Alberto.

Josefina Alejandro siempre tuvo las cosas claras: la vida habría que tomarla con paciencia, sonriendo y esperando siempre lo mejor. Quizá por eso nunca se quejaba cuando salia a las seis de la mañana a empezar su jornada laboral limpiando las lunas de los carros en el Ovalo de Santa Anita, correr a la escuela hasta la una de la tarde para terminar ayudando a su mamá lavando ropa y vendiendo golosinas en la puerta de la universidad cerca a su casa. Así había pasado su niñez: trabajando, estudiando y cuidando a los gemelos Juan Pablo -en honor al papa de aquel entonces- y Benjamín -por ser el último en nacer, cinco minutos después que Juan Pablo, y en honor al último de los hermanos de José en la biblia-. La habían criado con estrictas normas religiosas. Su madre era una católica afiebrada al igual que su papá, quien ayudaba al padre limpiando la parroquia y cuidándola por las noches, ganaba ahí unos soles que aunque insuficiente le servía para darles de comer a su familia. A pesar que sus padres se negaban a aceptar ayuda de Josefina Alejandro ella siempre salia a la misma hora y regresaba con unos céntimos que los competía con su mamá o con sus hermanos cuando ella los rechazaba.

-Los niños se impacientan, hermana- dice Juan Pablo. Josefina Alejandro piensa: que grande está, cómo pasan los años.

Los gemelos nunca fueron un problema. Pasaron su niñez jugando fulbito con otros niños del barrio y aprendiendo a leer y escribir. Josefina Alejandro estaba convencida que ambos serian el orgullo de la familia y por eso los educaba y les enseñaba todo lo que ella aprendía mirando a los profesores de la universidad y a las personas mayores de la parroquia. Mamá y papá era buenos padres, piensa, pero su educación fue muy mediocre. Piensa: ellos nunca hubieran podido enseñarles buenas cosas a mis hermanos.
Por la fe ciega en sus hermanos y por las ganas incontrolables que ambos fueran hombres de bien es que ella aprendió rápido a leer. Empezó con los cuentitos que enseñaban en la escuela y luego con los libros de sus amigos de otros grados. Cuando conseguía prestarse uno o dos cuentos corría a casa, prendía una vela y se los leía a sus hermanos con la esperanza que la lectura les enseñara algo positivo. Si no contaba con historias porque no le habían prestado o porque no pudo guardarse uno en su clase de lengua y literatura les leía la biblia, de forma diferente para que los gemelos pudieran aprender; y cuando no conseguía ni lo uno ni lo otro inventaba cualquier historia que se le pasara por la mente. Ella los amaba y tenia que hacer lo que fuera posible para que sean hombres de provecho.

La adolescencia de los gemelos aunque complicada como ella esperaba transcurrió casi tan rápido como su niñez. A menudo corrían donde la hermana mayor a pedir consejo o a algún préstamo para salir con una vecina. Ella sonría y luego les prestaba lo que necesitaran. A cambio de esos favores los gemelos prometían primero no pelearse entre ellos y segundo defenderla de los vándalos que pululaban por la zona y que molestaban a su hermana con silbidos y palabras irrepetibles. Y es que la Josefina está como quiere, decían los delincuentes juveniles, ignorando cualquier norma de cortesía o galantería, actuando como animales.

-En qué piensa, tía- dice Carlitos, el menor de sus sobrinos, el último hijo de Benjamín.

Piensa: Trece, catorce, quince, dieciséis años y ya no la necesitaban, y ya no corrían a abrazarla y a preguntarle si algún impresentable la estaba molestando. Ahora eran grandesitos, con ganas de vivir su propia vida y de equivorcarse por sus propios medios, de pelear sus guerras y de llorar a solas, de tenerse el uno al otro como gemelo pero tratando de olvidar la pobreza de dos padres de mediana educación y una hermana que pasa los días entre el trabajo, los libros y los estudios. Querían vivir por su cuenta.

-En nada, Carlitos- dice Josefina Alejandro-. A ver... no hagan bulla para empezar el cuento.

Cuando los gemelos se dieron cuenta que tenían una hermana y padres a quien cuidar, a papá lo estaban velando en la parroquia de la comunidad, piensa. Entonces los gemelos empezaron a trabajar y pronto los sacaron de aquel barrio de Santa Anita para llevarlos a vivir a Pueblo Libre. Juan Pablo había conseguido un trabajo en una empresa cervecera mientras que Benjamín emprendía un negocio de cabinas de internet con Pancho, su amigo del instituto. Ambos iban en ascenso.

-Madrina, pero empieza como te dije, ya- dice Luz Marina.

-Ya, hijita.

Juan Pablo fue el primero en casarse con una compañera de su trabajo mientras que Benjamín, dos años después, con la prima de ella y con un embarazo en camino. Josefina Alejandro había visto a sus hermanos irse uno por uno. Ella se quedó a cuidar a mamá porque se encontraba muy enferma. Dedicaba sus ratos libres a contarle historias a los hijos de sus compañeras de trabajo. Estaba de profesora en la escuelita de la parroquia, a petición de papá antes de morir.
Los años pasaron sin más.

Piensa: mamá murió a los meses del nacimiento de Carlitos. Un velorio sencillo. Fueron días terribles, recuerda. Recuerda: pero lo peor vino con la muerte de Benjamín, en un accidente de auto la mañana del 9 de agosto del 2010. Algunos meses lo separan de la fatal noticia. Juan Pablo no dejó de llorar, a pesar que era él el más fuerte entre ellos. Ella, Josefina Alejandro, no derramó ni una lágrima hasta que regresó del entierro. No salió de casa. Dos días después la fueron a buscar con policía y ambulancia. No pasa nada, decía, no pasa nada. Le había pasado todo. No había comido ni dormido. Rezaba todo el día y contaba historias frente a la fotografía de su hermano. Eran días dificiles. Son días dificiles. Piensa: que bueno que hoy sea navidad y pueda contar una historia. Que bueno que la famalia -o lo que queda de ella- se haya reunido. A tu nombre, Benja, querido.

-Hubo una vez una niña como cualquier otra...