jueves, febrero 26, 2009

El último de los Noriega

Acababa de llegar del cine, agotada luego de una interminable mañana en la universidad, almuerzo en la casa de su hermano, cine y cena con Iván, y ya debía de preparar el trabajo para el día siguiente. Once y media marca el reloj. Piensa: descanso media hora, doce en punto empiezo hasta la una o una y cuarto. Se recuesta en su cama. Sopesa por unos segundos la posibilidad de ver algo de televisión pero prefiere apegarse al plan inicial. Cierra los ojos. Cosa rara esto, dice para si misma, me siento casi muerta y no puedo ni siquiera dormir un ratito. Como si el universo conspirara para verla trabajar sin descanso. O como si aquello le demostrara algo de piedad y no abandonarla a su suerte con sus pesadillas. Cuando van a terminar, piensa. Todas las noches lo mismo y ahora que en verdad quiero dormir no logro hacerlo. Quizá si dejo de pensar ayude en algo. Nada. Quizá si pienso en muchas cosas logre algo favorable. Pero qué pensar. Iván, la universidad, los nuevos profesores y las tareas infinitas que debe terminar y eso que no cuenta el trabajo de part time en el que está y no tiene nada que ver con su carrera; pensar en mi familia, en mi papá.
El velorio había pasado rápido al igual que la cremación (su padre jamás quiso un entierro, deja de joder, mujer, decía, para después que me coman las ratas y los gusanos termine sirviéndole como experimento a algún demente de por ahí, ni hablar), afortunadamente. Asistieron los amigos más cercanos de su padre y familiares de todas partes. Ella solo se mantenía apartada en un rincón con Iván como única compañía viendo a sus tías y primas dándole el pésame a su madre, que no contenía los sollozos por mucho tiempo. Para despedirlo y verlo entrar al horno su hermano fue el primero en cruzar la puerta. Tu no vayas, mamá, dijo ella, yo iré, Iván me acompañara ¿cierto? Su mamá no contesto, caminó del brazo de su hermana a esperar que salieran, gracias, Mariela, le dijo su tía. Mariela volvió el rostro antes de ingresar, las hermanas de su papá sentadas con lentes oscuros y sombrero para protegerse del calor miraban a su madre fijamente pensando, quizás, que ella era la culpable y mantenía a su hermano como un inútil. Cosa rara su partida, las escucho decir después, apenas se jubila y ya se nos va. Luego cambiaban de tema porque su mamá pasaba, sollozando, acompañada por su hermano y la novia de este. Todo bien, pregunto Iván, si quieres vamos ya no tenemos nada mas por hacer. Espérame que le de un beso a mamá. Mejor me saco esas cosas de la cabeza, piensa Mariela. Luego medita sobre su relación con Iván. Había sido difícil al comienzo, Iván solía celarla por cualquiera motivo e inclusive -motivado por un e-mail que recibió Mariela donde le decía que la quería mucho y que contaba con el para lo que necesite- se apareció sin anunciarse en la casa de sus padres y pregunto por Alejandro Noriega, de parte de quien, pregunto Flor la señora que trabaja en su casa, de el esposo de Mariela. Alejandro salio casi al instante, pero detrás de su padre que salía con cuchillo en mano a degollar al hijo de perra que se caso con mi hija sin pedirle la mano como Dios manda. Iván termino por dar un brinco hacia atrás y cubrirse como pudiera, rogándole mil perdones, todo era una equivocación, no quiso decir eso. A los pocos segundos la señora de la casa salio a tratar de controlar a su marido. Llamaron al celular de Mariela y ésta llego a los quince minutos, sonrojada, pidiendo disculpas por su enamorado, presentándolo formalmente y asegurando que no estaban casados pero que tenían planes para el futuro -esto lo dijo dándole un pequeño golpe con el codo a Iván- así fue como sus padres terminaron por aceptarlo y prometieron tratar de olvidar el incidente. Las siguientes semanas fueron las mejores. Iván le pidió disculpas a Mariela por su comportamiento y es que es demasiado inseguro y no cree que una chica tan linda pueda estar con el sin hacerle una bajeza de ese tipo. Mariela solo se le ocurrió sonreír y luego lo beso. Estuvieron planeando un viaje para vacaciones, Iván prefería a la playa y Mariela el campo por lo que estuvieron visitando, en sus tiempos libres, diferentes agencias de viaje esperando una buena propuesta. Fueron en esos días cuando Iván se apareció por el departamento de Mariela, muerto de frío y desesperado, cruzo la sala y se poso en el sofá, invítame agua por favor, pidió. Mejor te traigo una frazada, dijo ella. Hablaron durante algunas horas, Iván le contó que había tenido un problema con su padre, se insultaron casi le golpea, puedes creerlo, casi le pego a mi propio padre. Mariela acariciaba su rostro y no le preguntaba más porque entendía muy bien esas clases de problemas. Le dio ánimos luego se besaron e hicieron el amor por primera vez. Fue rápido pero lindo, recuerda Mariela, ambos habían tenido experiencias anteriores pero eso no quitaba que juntos era empezar de nuevo, lento primero, luego exploraban y se besaban. Iván entro en ella procurando no lastimarla, Mariela quería decirle que no era virgen solo que se callo por respeto a la ocasión, todo debía ser perfecto y en cierto punto lo fue.
Suena el celular.
- Hola- dice Mariela.
- Soy Iván. Puedo ir a tu casa. Si, okey ya sé debes presentar un trabajo para mañana. Solo un rato luego me iré.
-Bueno ven. Eso si, Iván, no voy a cambiar de decisión es demasiado importante para mi.
- No, no, primero debes escucharme, okey, bueno nos vemos en media hora. Chau bonita. Dejo el celular a un lado.
Pasamos el fin de semana en mi departamento, le contó Mariela a Amelia, una tarde en la universidad, bebían gaseosa mientras intercambiaban apuntes. Su amiga inquirió sobre qué cosas podían haber hecho los dos encerrados un fin de semana en su departamento, luego mostro todos los dientes en señal de joda. No es eso, dijo Mariela, por lo menos no fue a cada rato. Amelia arqueó una ceja. Escuchamos música, continuó, vimos películas y cocinamos de todo. Así fue como decidimos pasar una parte de nuestras vacaciones, sin más que eso y sabes una cosa, me gustó. Amelia no le dijo nada y solo se limitó a mirar los papeles.
Iván no era del todo creativo referente a sus citas, recuerda Mariela, por lo que más de una vez ella misma debía poner manos a la obra y enseñarle un par de lugares divertidos. Prefiero ir a un lugar tranquilo y conversar un rato, decía Iván, no te preocupes, me gusta ver como te diviertes y eso también me divierte. Terminaban en una discoteca bailando hasta muy entrada la noche y luego se iban al departamento de Mariela, hacían el amor, unas horas después Iván le llevaba el desayuno a la cama, un beso y me tengo que ir a trabajar. Unas cuantas veces iban a su casa de Iván, vivía aún con sus padres, pasaba todo un día en la compañía de sus suegros (afortunadamente no tiene hermanos, piensa) luego a comer o al cine. Solían discutir muy poco, solo lo necesario para quererse más, confiesa Mariela, y cuando lo hacían generalmente era por discrepancias políticas o ideológicas.
El tema de los celos había quedado atrás. Mariela por su cuenta procuraba no hacerlo, solo lo miraba fijamente cuando éste le contaba las aventuras de sus amigos y sobre todo de Felipe, su amigo y compañero de siempre, que ahora ya acababa la universidad y tenia un muy buen trabajo en una firma de abogados en San Isidro mientras él continuaba matándose en el palacio de justicia, si no fuera por mis padres no sé donde estaría ahora, dijo. Regresando al tema de los celos, se soluciono rápido con una promesa mutua: si desconfiamos el uno del otro nos lo diremos, luego de un salud con cerveza fueron al departamento de Mariela e hicieron el amor en el sofá. Días después Amelia marca el numero de su amiga para comunicarle que ya tienen trabajo, no te creo mentirosa, en una empresa importadora de artículos para bebes y que su labor seria muy simple, irían a los supermercados a mirar si todos los artículos estás exhibidos y nada mas. Mariela medito unos segundos. No seas agua fiesta, Mari, mi primo nos recomendó y es part time y la paga no es para nada rechazable y no vamos a hacer mucho que digamos, no sé si me entiendes, dale di que si. Si, dijo. Esto ocurrió un sábado por lo que ya para el lunes, nueve en punto de la mañana, se presentaron elegantes a unas oficinas en la avenida Javier Prado. La recepcionista llamo a alguien por teléfono, unos minutos después caminaban hacia una oficina mas o menos grande y mas o menos elegante, piensa Mariela, eso no importa, lo importante es que solo necesitaron presentar sus curriculum y casi de inmediato se vieron en capacitación, luego de tres horas iban rumbo a su primer día de trabajo en un conocido supermercado limeño, suerte Mari, suerte Amelia. Iván recibió la noticia con cierto recelo, le admitió que prefería un trabajo de acuerdo a lo que estaba estudiando -no sé, en algún sitio deben estar necesitando estudiantes de periodismo- Mariela le dio un beso en los labios y le replico diciendo que eso mismo estaba haciendo desde hace poco pero que no le alcanza para nada y pedirle dinero a su padre, ni hablar. A tu hermano, dijo Iván. Mariela le acaricio la mejilla con la mano y luego fueron al cine Aviación en Javier Prado, comieron pizza y mañana debo de levantarme temprano, Iván, me dejas en mi casa.
Mira su reloj: doce menos cuarto. Iván no tarda en llegar, piensa, será mejor que me levante. No quería hacerlo. Le daba nauseas. Prefiero estar recostada otro poco. Su celular sonaba. No, no era eso, o, mejor dicho solo lo hacia en su mente. Hola, contesta, como estas mamá. Marielita, hija, estoy muy preocupada por tu padre. No se escuchaba nada solo murmullos a lo lejos. Hola, mamá estás ahí? mamá... qué pasa con papá, mamá. Mariela, soy Alejandro, crees que puedas pasar por la casa. Qué paso, dime. Acá te explico. Colgó.
Mejor me levanto, piensa, si es importante quiero estar al menos arreglada. Piensa: pero que dices, si hace poco estuviste con él.
Hola, Iván, soy Mariela, crees que me puedas acompañar a la casa de mi padres, no lo sé, creo que si es importante, aunque mejor no, yo te llamo, si, chau, te quiero. Había tomado el primer taxi que vio, a Lince por favor. No quiso esperar el vuelto, bajo del mismo y corrió a tocar el timbre. Su familia -por lo menos Alejandro y su mamá- estaban en la sala conversando muy bajo casi en susurros. Mariela vio los ojos de su mamá, rojos y llenos de lágrimas. Está mal muy mal. Le vino la taquicardia, cuenta Alejandro. Le dije que se cuidara, solloza su madre, sabia que en las reuniones con sus amigos no le interesaba su salud, oh Dios, ayúdame y ayúdalo, Jesús. Se animaron pensando que eso le pasaba a muchas personas de su edad y que solo debía de cuidarse de ahora en adelante, todo estaba en sus manos. Mariela le contó al día siguiente todo a Iván, quien solo la escuchaba y en ocasiones besaba su mejilla o limpiaba sus lagrimas con su índice. Después de todo si quería a su padre.
Tocan la puerta.
-Pasa- dice Mariela- siéntate. Necesito un café, no quieres uno.
-No creo que debas tomar café, puede hacerte daño- dice Iván.
Mariela suelta una risotada.
- Resulta que ahora si te importa lo que me pueda pasar...
Vivieron días difíciles con el tema de su padre. Mariela estaba convencida que el ya no quería seguir viviendo. Obviamente jamás se lo confeso a su madre. Hablaba con él lo necesario y éste siempre terminaba regañando por su estilo de vida y por ese enamorado pelucón que tiene, no creo que llegue a ninguna parte. Por lo que Mariela terminaba tragando saliva y casi azotando la puerta. Trata mejor a tu padre, le decía su mamá, esta mal el pobre. Nunca cambió, piensa, jamás. Pero lo intentó. Una tarde paso a almorzar. No había nadie, solo Flor y su padre. Mariela subió a darle un beso y decirle que tenía cosas por hacer y mejor dejaba para el día siguiente el almuerzo. Papá se negó, piensa, quería que me quede toda la tarde con él y eso hice. Hablamos desde política hasta fútbol (siempre le intereso mucho ese tema, solo lo conversaba con Alejandro) por ultimo dijo ese muchacho Iván, creo es su nombre, no parece del todo malo. No quiero que termines mal, Mariela, eres tan bonita que cualquier cojudo va a querer tenerte, serás fuerte verdad, me alegro hija, me alegro mucho. Dos semanas después papá murió de un paro cardiaco mientras se duchaba. Mariela permanecía callada mirando el ataúd de su padre, recordando su vida con él, lo dichosa que había sido al irse de su casa, lo triste que era cuando niña lo veía sufrir por su familia. Había tenido problemas con sus hermanas, una herencia que a él no le interesaba pero debía intervenir, conciliador, así no permitir a sus hermanas matarse con eso. Le había tenido miedo, si, no obstante era feliz porque lo amaba, lo ama. Por eso quiere llorar pero no puede, su mamá no puede verla así. Sale con la excusa de comprarse un cigarro, Iván la acompaña. Un cigarro por favor, gracias. Termina de prenderlo. Mi papá, le dice a Iván, nos dijo que no se debe de llorar a los ancianos al morirse porque ya hicieron su vida bien o mal pero vivieron, en cambio cuando se va un joven a ese si es para llorar eternamente...si papá, tienes razón, pero como duele. Iván la abraza. Comprende que solo se preocupaba por ella. Piensa Mariela, pudo haber hecho más, mucho más por él y nada...ahora solloza en brazos del hombre a quien ama por la perdida de otro hombre que siempre la amó y está completamente segura siempre amará.
-Solo escúchame un minuto, Mariela- dice Iván
-por algo te deje pasar ¿no?
Mamá vivió con la compañía de Alejandro, Flor y mis visitas diarias a la hora de almuerzo o cena por unos meses, piensa, luego decidió irse a pasar unas semanas a casa de sus hermanas en Trujillo. Regresare pronto, les dijo, cambiar de aires me hará muy bien. No lo contaba pero sabíamos que lloraba todas las noches por la ausencia de papá, y, para ser sinceras, yo también. Flor se quedo a cargo de todo mientras regresaba de su viaje.
Al cabo de unos días Alejandro timbro a su hermana para comunicarle que iría a vivir con su novia a un departamento en Jesús María - a cinco minutos de la casa, Mariela- y que tenían planes de boda. Quiero ser padre, le confeso, siento pasar los años y creo estar en la posibilidad de mantener a un hijo; mañana iremos al doctor para ver ese asunto. Alejandro le contó cuantas veces habían intentado procrear -omitiendo lo que debía de omitir- y en vano. Mariela, por su parte, le dio ánimos, todo saldrá bien, feo. A la semana recibió un e-mail de su hermano: No puedo hacerlo, decía en el correo, soy estéril. Llámame. Salieron a tomar un café. Escuchó atentamente su conversación e intentó darle ánimos diciéndole que por supuesto le debe de doler pero en estos tiempos eso no es mucho problema y ponerse en manos del doctor para ello era lo mejor por hacer. Al final lo despidió dándole un beso en la mejilla: el próximo martes voy a tu casa para almorzar ¿puedo? Solo si llevas un buen vino que acompañe los espaguetis, Marielita.
- Te quiero mucho- empieza Iván- por eso quiero lo mejor para tí. Y sabes, Mariela, lo mejor para ti es lo mejor para mi.
- Deja la charlatanería.
- De acuerdo. Debemos hacer lo correcto.
La relación con Iván iba bien. En los últimos días se veían solo lo suficiente pues los exámenes de ambos acababan de comenzar por lo que estudiar era su única preocupación. Una noche, de esas a las que no obedecemos a la razón, se encontraron en el parque municipal de Barranco. Iván iba con Felipe y Mariela telefoneo a Amelia para que pudieran hacerse mutua compañía con el amigo de su enamorado. Decidieron ir a una Púb en Miraflores. Es lo que necesito por tanto estudio caracho, había dicho Amelia. Ella es de las mías, si señora, respondió Felipe. Ambos se miraron unos segundos sin decirse nada, luego Felipe le pregunto que como iba y Amelia le contó con lujos y detalles el dificilísimo examen que enfrento por la tarde. Por su parte, Iván y Mariela, caminaban a Miraflores de la mano hablando de asuntos sin importancia pero emanando cariño y ternura a su paso. Al llegar pidieron unas cervezas, brindaron a la salud de la inconciencia estudiantil, luego bailaron unas piezas. Mariela se encontraba muy animada -trató de no recordar a su padre, tarea imposible, ni el absurdo luto de un año que le había impuesto su madre; de todas formas el duelo se lleva por dentro ¿no?- intentaba despejar su mente y no pensar en los exámenes de la siguiente semana. Dos horas después pasaron por una tienda a comprar más cerveza, Mariela ofreció su departamento para estar ahí tranquilos, solo no hagan demasiada bulla, les dijo. Eso es imposible amiga, dijo Amelia, mira como está Felipe, ese es un niño la verdad. Felipe bailaba un vals de quinceañera en medio de la vereda, cogia con firmeza a su pareja imaginaria e intentaba besarla, en vano al parecer pues lo intentaba una y otra vez. Iván festejaba la ocurrencia de su amigo con risotadas y palmadas, sigue, le decía, ya lo conseguirás. Pararon un taxi en la avenida Larco. Una vez dentro del departamento abrieron unas latas de cerveza y guardaron las demás en la nevera. Necesito ir al baño un segundo, dijo Iván. Mariela casi podía escuchar el sonido del agua correr por el lavabo, se preguntaba como se sentía, era extraño verlos así de mareados, como si antes hubieran tomado; imposible, seguro se habría dado cuenta. Ya no importaba porque Iván salió del baño, abrió una lata y bebió un gran sorbo. Colocaron un disco de rock en ingles en el equipo de sonido a medio volumen, prendieron cigarros y brindaron por ningún tema en especial. Pasaron toda la noche y la mitad de la madrugada conversando y bailando -después de las primeras latas decidieron escuchar algo de salsa- Iván no era un buen bailarín por lo que Mariela debía de adecuarse a su estilo. Por otro lado, Amelia y Felipe conversaban de lo más alegres en la improvisada pista de baile. Ahora regreso, dijo Mariela. Entro a su cuarto. Prendió la luz de su baño personal y abrió el grifo del lavabo. Se sentía mareada pero contenta. Valía la pena todo en ese día. Iván llego a los pocos segundos, toco la puerta, pidió entrar. Mariela le abrió y lo hizo pasar preguntándole que era lo que pasaba. No contesto. Miraron sus ojos unos segundos - para Mariela fueron horas- luego se besaron. Iván se aferro a sus labios presionando su rostro con el de suyo, acariciando su cintura, pegándose a ella.
- Esto es nuevo para mí- dice Iván -necesito tiempo para analizarlo. Si lo pensamos mejor quizá podamos arreglarlo...
Hicimos el amor en mi baño, piensa, sin importarnos que Felipe y Amelia estuvieran en la otra habitación. O de repente eran ellos los que no querían vernos tan rápido, seguro preferían estar solos lo máximo posible. Fue rápido. Terminamos casi al instante; sin embargo, no recuerdo una mejor a aquella.
-Qué quieres decir con eso- dice Mariela
Paso todo el domingo sin salir de su departamento. Cuando se levanto a las once de la mañana, sus amigos ya se habían ido, Iván dormía en un rincón de su cama, sin moverse y en posición fetal como si tratara de no incomodarla en lo más mínimo. Tomaron desayuno juntos y luego su enamorado le dio un beso y se fue. El lunes rindió su examen mejor de lo esperado. Por alguna razón se sentía animada aunque con nauseas y un poco débil. Salio al medio día directo a su trabajo, presento sus informes, luego a la avenida La Marina a empezar sus labores. La tarde le pareció eterna. Te sientes bien, le pregunto una compañera, estas pálida. Mariela no contesto, entro por la puerta que lleva a la trastienda, subió las escaleras, al baño de mujeres y vomito su almuerzo y quizá todos los almuerzos de toda su vida. A los pocos minutos llegaron para auxiliarla. Venían dos encargados de tienda y el jefe del área de textiles. Le dieron agua y un poco de alcohol para que pueda oler, haber si con eso te pasa. Hicieron que se siente en la sala de descanso de los empleados. A los pocos minutos se sentía mejor, pero decidieron que mejor era que se vaya a su casa a descansar, le recomendaron visitar a un medico lo antes posible. Mariela asintió con la cabeza. Al día siguiente comento con Amelia su estado. No estarás embarazada, le dijo. Mariela rió. Era mejor asegurarse a vivir con la incertidumbre. Si tal vez lo consulta con su mamá pueda tener una idea clara...no, no, en estos tiempos eso es innecesario. Por un lado estaba el hecho de su retrazo menstrual, aunque eso no significaba nada pues desde siempre había sufrido de eso, y por otro la impotencia de no saber lo que ocurre en su cuerpo, como si fuera una niña que debe gritar ayuda cuando la situación se le fue de las manos. Era hora de visitar a un doctor.
-Quiero decir que mereces lo mejor del mundo- dice Iván
-Ay, por Dios, que ridículo. Deja las cursilerías, Iván, se directo- Vio su rostro. Iván no le miraba a los ojos. Seguro se sentía avergonzado y no era para menos, merece el dolor que siente en estos momentos.
Cuando la vida se empeña en ser literaria si que lo consigue y mira como. Había comenzado a lloviznar. Mariela salía de su departamento abrigada apenas con una chompa de lana con cuello largo, ceñida. Salio por Pedro de Osma y camino hasta la avenida Grau, espero un colectivo le dijo que iba hasta Angamos. Cruzo el puente. Siguió de frente unas cuadras, luego a la izquierda, busco una casa de tres pisos pintada completamente con crema y rojo. Toco el timbre. Soy Mariela, señora, se encuentra Iván. Escucho pasos grandes, bajaba la escalera. Hola chiquita, vaya sorpresa, pasa para que saludes. Los padres de su enamorado se encontraban en la sala. Vio un cuadro grande de la última cena y varios pequeños de diferentes pasajes bíblicos, eran muy creyentes. Mariela les dio las buenas tardes y se excuso por llegar de esa manera, aceptó con una enorme sonrisa en los labios una taza de café que le ofreció la mamá de Iván. Hablaron por unos minutos. Anda Iván, hablo su mamá, lleva a Mariela a dar una vuelta, debe de estar aburrida con tantos viejos. Mariela sonrió, qué come que adivina suegrita, pensó. Salieron. Caminaron hasta la avenida Larco entraron en un café porque Mariela le dijo que debían conversar de algo serio. Dentro buscaron la mesa del fondo. Dime, qué pasa. Me siento rara porque no se por donde comenzar, un capuchino por favor, tú, Iván dijo igual. No me asustes y suéltalo con todas sus letras, dijo Iván. Estoy embarazada. Iván soltó una risotada, no seas graciosa que sabes lo que pienso sobre esos juegos. No lo es. Desde cuando lo sabes, inquirió Iván. Un par de días, eso no importa. Como que no importa, importa porque me has estado ocultando algo tan importante y grave y ahora qué mierda vamos a hacer. Oye, baja la voz no hagas escándalos tontos. Mariela, pero como nos pudo haber pasado eso si la ultima vez que lo hicimos fue hace tan poco y no soy un niño para pensar que tan rápido puedes embarazarte. Imbecil, insinúas algo, se enfada Mariela. No, no puede ser cierto, no podemos tenerlo; si mis padres se enteran, mierda qué haremos. Mariela no contestó. Debes abortar, dijo Iván, es lo más inteli... Mariela salía de la cafetería dejando a su enamorado silenciado por una bofetada. Indignada caminaba por la avenida Larco, pensando en lo imbecil que puede llegar a ser Iván. Escuchó su nombre a unos pasos. Quiso volver el rostro y no lo hizo pues darle una oportunidad de escucharlo le causaría más pena que rabia. Debes escucharme, pidió Iván. La cogió del hombro, volvió su cuerpo hasta donde estaba él parado. Podemos conversarlo, comenzó, de repente esos exámenes están equivocados y no tienes nada dentro, podemos pedir ayuda.
-De acuerdo- dice Iván- no niego que tu embarazo me cayó como un balde de agua fría. Estoy seguro de saber lo que busco sobre eso- tartamudeaba. Quería decirlo y no sabía como- y no pienses mal si lo llamo "eso". Mierda, vale debes de saberlo de una vez por todas.
Lo perdonaste, piensa Mariela, y le dijiste que hablarían otro día. Quisiste contarle a tu hermano pero no pudiste porque para qué hacerle más daño del que ya tiene sabiéndose estéril. En la universidad nadie lo sabe. Todo sigue igual por ahora, y lo único que buscas es el apoyo de Iván y él solo te pidió unos días para analizarlo y tú no sabes como decirle lo inmensamente feliz que eres y maldita sea él solo piensa en lo que puedan decir sus padres, es un tarado. En la noche saliste con él, no hablaron del tema sino cuando te dejo en la puerta de tu casa. No voy a decirles a mis padres, dijo Iván, debemos buscar una solución razonable. No aguantaste más y le gritaste que lo odiabas por cobarde y que jamás quieres volverlo a ver y que no importa si no quiere ser el padre porque para eso trabajas y estudias y tienes a tu hermano y a tu madre, cerraste la puerta y le pediste al portero que no lo dejara pasar por nada del mundo.
-Dilo- dice Mariela.
-Quiero que tengamos a nuestro hijo- dice Iván. Mariela vacila un segundo, era poco creíble que de la noche a la mañana haya cambiado de decisión. Iván le habla sobre lo estupido que fue y lo mucho que amara a su hijo. Voy a ser padre, sabes lo que es eso. Si, contesta Mariela. Espero que salga hombre. No sigue hablando. Mariela besa sus labios. Ya no importaba si era cierto o no, amaba al hombre que la aferraba a su cuerpo y se sabia feliz con él y el niño que lleva en su vientre. Maldita sea, piensa Mariela, cuando la vida se propone a ser literaria si que lo consigue. Luego hablaremos con mi hermano y mi mamá, después serán sus padres. Todo saldría bien porque estaban juntos. De todas formar era muy tarde para dar marcha atrás y ahora solo quedaba plantearle cara al asunto.

martes, febrero 24, 2009

Monólogo uno. Alejandro.


No puedo mover mi cuerpo. Escucho el sonido de los carros al pasar y a las personas murmurar. Algunos de ellos -en su mayoría mujeres- gritan auxilio y piden no acercarse. No logro comprender que pasa hasta ver el rostro de una mujer adulta, preguntándome mí nombre, todo esta bien, hijito, dice, ya viene la ambulancia, hijito. Soy yo. Toda esa gente en corro me mira. Pero si eres estupido, Alejandro, claro que te miran. Estás tirado en medio de la pista. No puedo sentir nada, ni dolor, ni angustia, ni pena, nada. Lo lógico seria por lo menos quedar inconciente; sin embargo, la vida seguía comportándose arbitrariamente conmigo solo para verme sufrir otra vez. Deja esas cosas, Alejandro, estás algo viejo para eso. Intento hablar, decirle a la señora que estoy bien y que no ha sido nada grave, pero la voz no me sale. Sigo tirado, muerto en vida. Es una pesadilla, no me puede estar pasando esto, no maldita sea, no.


Casi puedo escuchar los sollozos de mi madre, llorando sobre mi cuerpo que yace inconciente en la cama de un hospital. Abro mis ojos y todos están ahí: mi mamá, mi papá y mis hermanas. Sonríe, estoy vivo, no he muerto. Escucho las promesas de papá sobre una mejor vida para todos nosotros, pronto me recuperare y todo seguirá siendo como antes, y mucho mejor, hijo. Mis hermanas solo me miran, unas cuantas veces acarician mi cabeza diciéndome lo felices que están de verme bien mientras mamá me besa las manos. Pronto salgo del hospital. Escribo en mi blog sobre ese episodio dramático, logro una mediana aceptación entre los lectores más exigentes de mi lista. Termino la universidad, encuentro el amor, me caso, tengo hijos, escribo hasta anciano y muero como siempre soñé hacerlo: sentado en un sofá leyendo un libro mientras fumo un cigarrillo y tomo una buena taza de café. De súbito, despierto, ahora veo otras personas en mi entorno, tratan de consolar mi agonía. Como todo en mi vida, no puedo decir nada. Nunca dije nada. Nunca insinué absolutamente nada. Decía ser libre porque decirlo se siente y se escucha bien, sin embargo estuve atrapado en medio de mi timidez y mis inseguridades. Ahora mismo no sé exactamente lo que hago, pero estoy bien. Y cuando por fin me doy esa oportunidad, estoy tirado en medio de la pista al borde la muerte.

Estoy al borde la muerte.

Tengo miedo.

Pero de que me quejo si siempre tuve miedo. Como la vez en que postular a aquel concurso de dramaturgia significaría, quizás, mi primer paso importante para ganarme un nombre como escritor. O la vez donde Andrea me persuadió para formalizar nuestra relación, confesar lo nuestro sin miedos y sin mentiras, y yo salí corriendo, pocos días después termine lo nuestro, cuatro días más, tenía sexo con otra chica pensando en ella. Si siempre has sido un cobarde. Debería estar acostumbrado al miedo. Allison, una muy buena amiga, y muy buena amante, me dijo una vez que mi problema es que no quiero sentar cabeza, prefiero la libertad sobre todas las cosas. Tienes razón, le dije, tengo diecinueve años, qué esperas, pues. Luego se fue. Y lo mismo paso con Janeth, Elizabeth, Katia, Cielo, en fin. Solo debían de dar un motivo para sentir alguna clase de compromiso y al instante huía. Por eso decidí seguir solo, disfrutar de la vida y acostarme con quien pudiera. Mierda, es casi gracioso, "acostarme con quien pudiera"; si fuiste un tímido sin remedio. Las veces en las que tuviste buen sexo fue cuando casi te caías de borracho - si el alcohol no era suficiente ayuda para las desinhibiciones, no se me ocurre que- y en su mayoría ellas te lo pedían. Después de eso ibas a Internet a buscar algo. Al poco tiempo, derrotado, buscabas alguna página pornográfica luego a correr a tu casa y masturbarte de cólera e impotencia. Por qué coño lo hacían parecer tan fácil. Comprendiste, Alejandro, que no naciste para dártelas de semental así que decidiste esperar una oportunidad. Leías, eso si, leías mucho y por mucho tiempo. Te gustaba escribir y no dejaste de fantasear una vida de escritor exitoso, firmando autógrafos y ganando premios. No dejabas de mirar a las mujeres atractivas que veías por las calles y pensabas, maldita sea, porque demonios no me miran si me gusta leer y soy escritor y por un demonio no soy tan feo. Pasaban, sin mirarte, sin siquiera percatarse que tú las idolatrabas, las deseaba, y se iban con la arrogancia de quien se sabe atractiva. Querías tener clase, por ello la camisa Armani y la deuda -con tarjeta de crédito- por el terno Cristian Dior. Restaurantes caros, libros originales, anteojos de lujo y clases de charming. En fondo era el mismo. Seguías siendo tú. Sigues siendo tú.
Tenemos que llamar a su familia, dice una mujer. Hay que buscar en sus bolsillos, recomienda un hombre, casi adulto puedo notar. No, no, dice otra mujer, mejor ni tocarlo. No, no, en mis bolsillos tengo mi billetera, mi celular, llamen a mi casa, díganle a mi mamá que estoy bien. Pienso en mis padres. Quiero gritar pero no puedo. Por qué ahora debo de recordarlos. No quiero morir, no quiero que ellos me vean morir, por qué la vida seguía siendo una vil mierda conmigo, cuando me dejaría tranquilo, carajo no pido mucho. Quiero ser escritor maldita sea, quiero enamorarme maldita sea, pero no puedo ni eso, no logro querer. Quiero estudiar literatura, quiero seguir un sueño, tener hijos y enseñarles a leer, decirles que de hecho los sueños se pueden cumplir si te lo propones. Necesito vivir. Tengo miedo. Voy a morir.
No quiero morir. Me es extraño porque no siento dolor. Siento paz. Leí una vez que morir es fácil y es rápido que vivir era más difícil y más doloroso, ahora no lo sé.
Escucho una ambulancia a lo lejos. Ya falta poco. Vendrán por mí y me llevaran a un hospital. De pronto tengo frío, ya no me siento entumecido, el pecho me duele y no consigo respirar y solo pienso en que pude no haber salido de mi casa esa mañana. Corrí y así ser sincero conmigo mismo, gritarle que podíamos ser felices si nos lo proponíamos, que quizás ahora no la ame pero con mucho esfuerzo lo lograría y todo estaría bien porque yo me encargaría de ella y de sus penas, que nunca había conocido una mejor persona y que jamás me perdonaría el dejarla ir sin intentarlo. En mi trabajo no gano mucho. Buscaría otro, escribiría solo en las noches y leería solo en los carros. Obtendría un segundo empleo y cuidaríamos juntos al niño que lleva en el vientre, y que sé no es mio pero lo tendría y lo amaría y gritaría al mundo entero que es mi hijo, tendra un padre, uno con miedos e inseguridades pero mas que dispuesto a salir adelante. Solo nuestro.
No puedo respirar, ayúdenme, no puedo. Falta poco y solo pienso en mis padres.
Nunca se dirá que Alejandro fue un muy mal hijo después de todo. Trate de obedecerlos siempre. Mis cariños no fueron constantes pero suficientes en su momento. Alcé la voz muchas veces y me creí más que ellos solo porque soy inmaduro más no por rebeldía o falta de amor. Ellos me amaron y lo sé muy bien. Yo los amo, y lo saben muy bien. A mis hermanas también las amo. Dedique un espacio en mi blog hablando de ellas. Les decía que unas odiosas de lo peor, feas sin remedio, y que las quiero después de todo. Una de ellas me aconsejo no salir, un mal sueño, Alejandro, solté una sonora carcajada y salí corriendo a desnudar mis sentimientos. No estaba. Grite su nombre, pregunte a los vecinos por ella, yo la vi irse a su universidad, me dijo uno, hace poco. Corrí en su búsqueda, seguro iba rumbo al paradero, la encontraría. No mire a ambos lados, como siempre me dice mi mamá -pensando en que aun soy un niño, mira que idiota soy- y cruce la pista, lo próximo que supe es que estoy en el suelo a punto de morir.
Escucho sollozos. Es ella. Estoy bien, intento decir. No te mientas, solo intentas respirar bien. Ella llora sobre mi cuerpo y repite una y otra vez mi nombre, no te vayas, no me iré, no te vayas por favor, no lo haré chiquita. Ahora sé que no fui del todo malo. Si una chica como ella me quiere de esa forma es porque algo bueno debo de tener. No lo toques, dice una mujer. No, no, no te vayas, te necesito. Morir es mi último paso.
Ya no tengo frío. Ya no me importa respirar. Acabo de comprenderlo. Dicen cuando uno esta cerca a la muerte logra entenderla verdaderamente. No tengo miedo. Estaré bien donde vaya. Solo espero que mis padres tengan razón y exista un Dios en los cielos, que me reciba y me deje regresar para ayudar a los que quiero. Soy sentimental al fin y al cabo, nunca lo acepte, ahora lo comprendo. Escucho el sonido de las ambulancias muy cerca, hombres bajar y sacar una camilla mientras otros se acercan a mi. Veo como la alejan más de mí. Un hombre habla con los paramédicos mientras estos se acercan aun más a mi posición. Creo que es el tipo que me atropello, ya no importa. Ya no importa porque es demasiado tarde para remordimientos. Acabo de morir.