Amelia, Estrella me está molestando. Salí corriendo de la habitación, sollozando porque la pesada de mi hermana no dejaba de pellizcar mis inflamados cachetes. Estás enamorado de la gordita, estás enamorado de la gordita, repetía sin parar. Aún cuando me encontraba corriendo por toda la casa, llamando a mi hermana mayor, escuchaba sus carcajadas.
- ¿Qué pasa?- preguntó Amelia, mi hermana mayor, con una leve sonrisa en los labios. Al parecer, disfrutaba mi malestar.
- Estrella me está molestando – le dije. Estaba triste porque esa morenita hermana mía no quería dejar de molestarme con una niña del colegio. Amelia me pidió, de la mejor manera que pudo, me vaya a jugar porque en cualquier momento llega mi mamá, Alex.
Con ocho años ¿Quién no se va a sonrojar cuando tu hermana te molesta con esos temas? 'Estás enamorado de la gordita, estás enamorado de la gordita', no paraba de decir. Y tú del negro, contestaba. Entonces entrabamos en una interminable discusión. Solo Amelia era capaz de callarnos (a menudo eran con amenazas o patadas en la canilla) antes que llegue mi mamá. Ojala traiga chocolate con maní, decía.
Mamá trajo chocolate con maní esa noche, y muchas noches más, pero siempre y cuando estemos bañados, con la pijama puesta y metidos en la cama como unos angelitos.
- Ya no soy una niña- se quejaba Amelia.
Efectivamente, ya no era una niña. O por lo menos no los fines de semana. De lunes a viernes solo quería serlo en las noches, para cuando mami nos sorprendía con chocolate con maní, uno para cada uno.
Estrella, por otro lado, Estrella… Estrella… ¿qué podría esribir de ella?
Estrella creció más rápido que todos, a pesar de ser la segunda, y tres años menor que la primera, ya para sus catorce años me confesaba sus aventuras amorosas. ¿Con él estuviste? ¿Con él también? Pero la perdonaba cuando la veía, en las aburridas reuniones familiares, bailar cual danzante árabe: moviendo sus caderas al ritmo de la música, maravillando a su paso, haciendo sentir orgullosos a sus padres y tíos de lo buen bailarina que les resultó. Por eso la perdoné.
Por eso la perdoné de muchas cosas, también, verbigracia, en mi cumpleaños número quince prometió vestirme de 'pies a cabeza', estuve esperando el día con mucho afán porque había visto unas zapatillas preciosas y un polo que estaba seguro si me lo ponía conquistaría a todas las chicas de quinto de secundaria, incluida un par de profesoras. Un día antes de mi cumpleaños, me comunicó que no podía hacerlo
-¿Entonces? - pregunté - ¿de pies a cadera? ¿De cadera a cabeza?
- Solo un short para que pases el verano y unas zapatillas.
La odié. En la fiesta de navidad, al verla bailar salsa con un primo, la volví a perdonar. Me encanta verla bailar.
A quien también me encantaba ver bailar es a Amelia, sobre todo cuando intentaba, con una paciencia digna de elogiar, enseñarme un paso de salsa o merengue, que es lo más fácil, decía. En este caso ella me perdonaba, mejor dedícate a leer, decía.
Por eso, de tanto leer y leer, terminé siendo dos pies izquierdos en la pista de baile, lo que me generó cierto rechazo entre las señoritas danzarinas que intentaba ligarme.
Los años fueron pasando. Dejamos de ser los tres hermanos cochinitos, espanta niñeras, que debían de bañarse bien para cuando mamá llegue de trabajar, a ser tres hermanos grandes con proyectos, amores, penas y alegrías. Crecimos, como dijo una vez mi mamá, crecimos sin darnos cuenta, crecimos muy rápido. Pronto dejó de ser los cumpleaños con payasos, chicha morada, mazamorra y pastel de chocolate para pasar a las fiestas con luces, cerveza y cigarros Hamilton. Y yo no podía sentirme más contento con esas dos mujeres hermosas, enseñándome a bailar, prometiendo jamás dejarme solo, sollozando porque su hermanito menor estaba creciendo también y pronto terminaría secundaria, entraría a la universidad y lograría todos sus proyectos. Yo sollozaba también pues mi morena, Estrella, y la manena, Amelia, se habían vuelto viejas y no paraban de recordarme que yo también me estaba haciendo viejo.
No todo fue felicidad, si hubiera sido así no seria digno de escribir. Nos peleábamos por todo: la presa de pollo más grande, la taza más bonita, a quien le compran mejores zapatillas; 'yo quiero una bicicleta igual a la de Amelia', 'a tu hijito lo engríes más que a nosotras'. Inclusive, nos peleábamos porque no peleamos una semana entera ¿Cómo que ya es hora no?, sugería Amelia. Si pues, acordábamos. Entonces, Amelia cogía la almohada más grande y con un golpe certero hacia gritar de rabia a Estrella, que ni corta ni perezosa agarraba una y arremetía contra su hermana mayor en pos de la venganza. Cuando, de pronto, una alcanzaba a tocarme. Ahora si que arde Troya, rugía. Si que ardió Troya esa tarde. Ardió Troya muchas tardes más solo hasta que Amelia comunicó a la familia que se iría a Argentina.
Amelia se va a Argentina. Mi hermana mayor se va a Argentina para cumplir sus objetivos, me decía a cada momento, tratando de no doblarme de pena porque en diecisiete años lo más lejos que la tuve fue cuando se marchó de campamento al sur. No lo creí hasta que Amelia me enseñó su pasaporte. Mañana compro mi pasaje, me dijo. Quise abrazarla y decirle que la extrañaría mucho, pero no lo hice, y me arrepiento de ello. Le pregunté a Estrella cómo se sentía al respecto: está bien que se vaya, es para su futuro. Luego no hablamos del tema. Ambos sentíamos su ausencia, aun cuando todavía no se marchaba, pues éramos conscientes que no la veríamos por varios años. Tendría que acostumbrarme a conversar por teléfono, ya no estaría para cuando me sienta triste, en los peores momentos de mis relaciones amorosas. Solo estaría Estrella, y ella me miraba, prometiendo en su mente, quizá, que no me dejaría solo.
El miércoles siguiente, un verdadero día de miércoles, Amelia se fue. Y Ahora mi mamá me abraza, solloza, yo con ella pues Amelia está lejos. Veo a Estrella abrazada de Margarita, mi prima, sollozando igual.
Comprendí que no habría más cebiche los domingos, que la distancia abriría un hueco grande y profundo entre nosotros y solo la comunicación constante podría hacerlo pequeño. Quedaba en mi memoria lo años vividos y la alegría de los años por vivir. Aquel sollozo se transformó en alegría. Mi hermana estará bien y yo también y Estrella también porque hemos pasado miles de cosas juntos y porque nos seguimos adorando como en los días en los que esperábamos el chocolate con maní de mamá. Solo me quedaba subir en el taxi, cruzar mis dedos para que mi hermana llegue bien a Buenos Aires y pronto me mande las zapatillas John foos que le pedí y sé que me gustaran muchísimo.
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