martes, febrero 24, 2009

Monólogo uno. Alejandro.


No puedo mover mi cuerpo. Escucho el sonido de los carros al pasar y a las personas murmurar. Algunos de ellos -en su mayoría mujeres- gritan auxilio y piden no acercarse. No logro comprender que pasa hasta ver el rostro de una mujer adulta, preguntándome mí nombre, todo esta bien, hijito, dice, ya viene la ambulancia, hijito. Soy yo. Toda esa gente en corro me mira. Pero si eres estupido, Alejandro, claro que te miran. Estás tirado en medio de la pista. No puedo sentir nada, ni dolor, ni angustia, ni pena, nada. Lo lógico seria por lo menos quedar inconciente; sin embargo, la vida seguía comportándose arbitrariamente conmigo solo para verme sufrir otra vez. Deja esas cosas, Alejandro, estás algo viejo para eso. Intento hablar, decirle a la señora que estoy bien y que no ha sido nada grave, pero la voz no me sale. Sigo tirado, muerto en vida. Es una pesadilla, no me puede estar pasando esto, no maldita sea, no.


Casi puedo escuchar los sollozos de mi madre, llorando sobre mi cuerpo que yace inconciente en la cama de un hospital. Abro mis ojos y todos están ahí: mi mamá, mi papá y mis hermanas. Sonríe, estoy vivo, no he muerto. Escucho las promesas de papá sobre una mejor vida para todos nosotros, pronto me recuperare y todo seguirá siendo como antes, y mucho mejor, hijo. Mis hermanas solo me miran, unas cuantas veces acarician mi cabeza diciéndome lo felices que están de verme bien mientras mamá me besa las manos. Pronto salgo del hospital. Escribo en mi blog sobre ese episodio dramático, logro una mediana aceptación entre los lectores más exigentes de mi lista. Termino la universidad, encuentro el amor, me caso, tengo hijos, escribo hasta anciano y muero como siempre soñé hacerlo: sentado en un sofá leyendo un libro mientras fumo un cigarrillo y tomo una buena taza de café. De súbito, despierto, ahora veo otras personas en mi entorno, tratan de consolar mi agonía. Como todo en mi vida, no puedo decir nada. Nunca dije nada. Nunca insinué absolutamente nada. Decía ser libre porque decirlo se siente y se escucha bien, sin embargo estuve atrapado en medio de mi timidez y mis inseguridades. Ahora mismo no sé exactamente lo que hago, pero estoy bien. Y cuando por fin me doy esa oportunidad, estoy tirado en medio de la pista al borde la muerte.

Estoy al borde la muerte.

Tengo miedo.

Pero de que me quejo si siempre tuve miedo. Como la vez en que postular a aquel concurso de dramaturgia significaría, quizás, mi primer paso importante para ganarme un nombre como escritor. O la vez donde Andrea me persuadió para formalizar nuestra relación, confesar lo nuestro sin miedos y sin mentiras, y yo salí corriendo, pocos días después termine lo nuestro, cuatro días más, tenía sexo con otra chica pensando en ella. Si siempre has sido un cobarde. Debería estar acostumbrado al miedo. Allison, una muy buena amiga, y muy buena amante, me dijo una vez que mi problema es que no quiero sentar cabeza, prefiero la libertad sobre todas las cosas. Tienes razón, le dije, tengo diecinueve años, qué esperas, pues. Luego se fue. Y lo mismo paso con Janeth, Elizabeth, Katia, Cielo, en fin. Solo debían de dar un motivo para sentir alguna clase de compromiso y al instante huía. Por eso decidí seguir solo, disfrutar de la vida y acostarme con quien pudiera. Mierda, es casi gracioso, "acostarme con quien pudiera"; si fuiste un tímido sin remedio. Las veces en las que tuviste buen sexo fue cuando casi te caías de borracho - si el alcohol no era suficiente ayuda para las desinhibiciones, no se me ocurre que- y en su mayoría ellas te lo pedían. Después de eso ibas a Internet a buscar algo. Al poco tiempo, derrotado, buscabas alguna página pornográfica luego a correr a tu casa y masturbarte de cólera e impotencia. Por qué coño lo hacían parecer tan fácil. Comprendiste, Alejandro, que no naciste para dártelas de semental así que decidiste esperar una oportunidad. Leías, eso si, leías mucho y por mucho tiempo. Te gustaba escribir y no dejaste de fantasear una vida de escritor exitoso, firmando autógrafos y ganando premios. No dejabas de mirar a las mujeres atractivas que veías por las calles y pensabas, maldita sea, porque demonios no me miran si me gusta leer y soy escritor y por un demonio no soy tan feo. Pasaban, sin mirarte, sin siquiera percatarse que tú las idolatrabas, las deseaba, y se iban con la arrogancia de quien se sabe atractiva. Querías tener clase, por ello la camisa Armani y la deuda -con tarjeta de crédito- por el terno Cristian Dior. Restaurantes caros, libros originales, anteojos de lujo y clases de charming. En fondo era el mismo. Seguías siendo tú. Sigues siendo tú.
Tenemos que llamar a su familia, dice una mujer. Hay que buscar en sus bolsillos, recomienda un hombre, casi adulto puedo notar. No, no, dice otra mujer, mejor ni tocarlo. No, no, en mis bolsillos tengo mi billetera, mi celular, llamen a mi casa, díganle a mi mamá que estoy bien. Pienso en mis padres. Quiero gritar pero no puedo. Por qué ahora debo de recordarlos. No quiero morir, no quiero que ellos me vean morir, por qué la vida seguía siendo una vil mierda conmigo, cuando me dejaría tranquilo, carajo no pido mucho. Quiero ser escritor maldita sea, quiero enamorarme maldita sea, pero no puedo ni eso, no logro querer. Quiero estudiar literatura, quiero seguir un sueño, tener hijos y enseñarles a leer, decirles que de hecho los sueños se pueden cumplir si te lo propones. Necesito vivir. Tengo miedo. Voy a morir.
No quiero morir. Me es extraño porque no siento dolor. Siento paz. Leí una vez que morir es fácil y es rápido que vivir era más difícil y más doloroso, ahora no lo sé.
Escucho una ambulancia a lo lejos. Ya falta poco. Vendrán por mí y me llevaran a un hospital. De pronto tengo frío, ya no me siento entumecido, el pecho me duele y no consigo respirar y solo pienso en que pude no haber salido de mi casa esa mañana. Corrí y así ser sincero conmigo mismo, gritarle que podíamos ser felices si nos lo proponíamos, que quizás ahora no la ame pero con mucho esfuerzo lo lograría y todo estaría bien porque yo me encargaría de ella y de sus penas, que nunca había conocido una mejor persona y que jamás me perdonaría el dejarla ir sin intentarlo. En mi trabajo no gano mucho. Buscaría otro, escribiría solo en las noches y leería solo en los carros. Obtendría un segundo empleo y cuidaríamos juntos al niño que lleva en el vientre, y que sé no es mio pero lo tendría y lo amaría y gritaría al mundo entero que es mi hijo, tendra un padre, uno con miedos e inseguridades pero mas que dispuesto a salir adelante. Solo nuestro.
No puedo respirar, ayúdenme, no puedo. Falta poco y solo pienso en mis padres.
Nunca se dirá que Alejandro fue un muy mal hijo después de todo. Trate de obedecerlos siempre. Mis cariños no fueron constantes pero suficientes en su momento. Alcé la voz muchas veces y me creí más que ellos solo porque soy inmaduro más no por rebeldía o falta de amor. Ellos me amaron y lo sé muy bien. Yo los amo, y lo saben muy bien. A mis hermanas también las amo. Dedique un espacio en mi blog hablando de ellas. Les decía que unas odiosas de lo peor, feas sin remedio, y que las quiero después de todo. Una de ellas me aconsejo no salir, un mal sueño, Alejandro, solté una sonora carcajada y salí corriendo a desnudar mis sentimientos. No estaba. Grite su nombre, pregunte a los vecinos por ella, yo la vi irse a su universidad, me dijo uno, hace poco. Corrí en su búsqueda, seguro iba rumbo al paradero, la encontraría. No mire a ambos lados, como siempre me dice mi mamá -pensando en que aun soy un niño, mira que idiota soy- y cruce la pista, lo próximo que supe es que estoy en el suelo a punto de morir.
Escucho sollozos. Es ella. Estoy bien, intento decir. No te mientas, solo intentas respirar bien. Ella llora sobre mi cuerpo y repite una y otra vez mi nombre, no te vayas, no me iré, no te vayas por favor, no lo haré chiquita. Ahora sé que no fui del todo malo. Si una chica como ella me quiere de esa forma es porque algo bueno debo de tener. No lo toques, dice una mujer. No, no, no te vayas, te necesito. Morir es mi último paso.
Ya no tengo frío. Ya no me importa respirar. Acabo de comprenderlo. Dicen cuando uno esta cerca a la muerte logra entenderla verdaderamente. No tengo miedo. Estaré bien donde vaya. Solo espero que mis padres tengan razón y exista un Dios en los cielos, que me reciba y me deje regresar para ayudar a los que quiero. Soy sentimental al fin y al cabo, nunca lo acepte, ahora lo comprendo. Escucho el sonido de las ambulancias muy cerca, hombres bajar y sacar una camilla mientras otros se acercan a mi. Veo como la alejan más de mí. Un hombre habla con los paramédicos mientras estos se acercan aun más a mi posición. Creo que es el tipo que me atropello, ya no importa. Ya no importa porque es demasiado tarde para remordimientos. Acabo de morir.

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