
Ahí voy, una vez más, a paso lento y mirada perdida, a casa, a la computadora, al blog y a la primera salida que encuentre. Y no es que esta noche sea diferente a las demás, vivo acostumbrado al certero golpe de la nostalgia extrema; solo significa que hoy tengo el valor de escribirlo y a ver qué pasa.
Nunca fui un buen amigo, mis intereses radicaban en cuanto podría aprender o divertirme esa persona, y una vez consumida a totalidad aquel recurso tomaba la primera ruta al escape dedicándome, entonces, al siguiente paso, sin preguntar, sin decir adiós, sin que los años y lo vivido valiera algo. Posiblemente los culpables sean la inseguridad y el compromiso. Sin embargo, qué amigo que se aprecie de serlo podría buscar algún compromiso mayor que el simple hecho de permanecer a tu lado y divertirte como tal, como un compañero, un hermano; acaso en mi cabeza autodestructiva reinaba la idea de que a varios años de amistad estaba obligado a volverlo padrino de mis hijos, de mi boda, e integrarlo a la familia como lo había hecho a mi vida. Hay cosas que no puedo responderme, solo señalarme con el índice como el puto amigo que nunca fui, que dejó atrás a sus camaradas de guerras y amores, que no volvió por casa para tomar el ultimo vinito de la noche, el ultimo cigarrito y luego a dormir, que olvidó cuando la ira y el temor le consumía en las noches de desamor, y que éste, un buen amigo, estuvo para el ¡salud! de cumpleaños y el abrazo de medianoche en la soledad de adolescente.
Los nombres no importan, son muchos, además. Importan en la memoria del escritor que supo aprender todo que estaba obligado a aprender. Y seguramente ahora gozan de otras amistades. Y ya pasaron la página. Y ya las aventuras vividas son solo una sonrisa en mitad de un brindis, cuando repentinamente los asalta la nostalgia y se preguntan ¿Dónde estará ese huevón? ¿Qué será de su vida? y vuelven a lo suyo. Y ese huevón, esa vida, ese escritor, ese muchacho, recorre el camino aferrándose a la idea de volver a llamarlos para recordar lo casi olvidado pero siendo consciente que solo en su imaginación habita la idea pues nunca, léanlo bien, sería capaz de marcar el teléfono, el doble clic en el MSN, el mensaje de texto, el mail deseándole feliz cumpleaños. No lo haría. Y no lo haría no por ser malo, sino porque comprende que él se alejó y ahora ellos respiran de forma diferente y que sus vidas no volverán a ser abiertas para ese amigo.
¡Ay!, maldita nostalgia...
Nunca fui un buen amigo, mis intereses radicaban en cuanto podría aprender o divertirme esa persona, y una vez consumida a totalidad aquel recurso tomaba la primera ruta al escape dedicándome, entonces, al siguiente paso, sin preguntar, sin decir adiós, sin que los años y lo vivido valiera algo. Posiblemente los culpables sean la inseguridad y el compromiso. Sin embargo, qué amigo que se aprecie de serlo podría buscar algún compromiso mayor que el simple hecho de permanecer a tu lado y divertirte como tal, como un compañero, un hermano; acaso en mi cabeza autodestructiva reinaba la idea de que a varios años de amistad estaba obligado a volverlo padrino de mis hijos, de mi boda, e integrarlo a la familia como lo había hecho a mi vida. Hay cosas que no puedo responderme, solo señalarme con el índice como el puto amigo que nunca fui, que dejó atrás a sus camaradas de guerras y amores, que no volvió por casa para tomar el ultimo vinito de la noche, el ultimo cigarrito y luego a dormir, que olvidó cuando la ira y el temor le consumía en las noches de desamor, y que éste, un buen amigo, estuvo para el ¡salud! de cumpleaños y el abrazo de medianoche en la soledad de adolescente.
Los nombres no importan, son muchos, además. Importan en la memoria del escritor que supo aprender todo que estaba obligado a aprender. Y seguramente ahora gozan de otras amistades. Y ya pasaron la página. Y ya las aventuras vividas son solo una sonrisa en mitad de un brindis, cuando repentinamente los asalta la nostalgia y se preguntan ¿Dónde estará ese huevón? ¿Qué será de su vida? y vuelven a lo suyo. Y ese huevón, esa vida, ese escritor, ese muchacho, recorre el camino aferrándose a la idea de volver a llamarlos para recordar lo casi olvidado pero siendo consciente que solo en su imaginación habita la idea pues nunca, léanlo bien, sería capaz de marcar el teléfono, el doble clic en el MSN, el mensaje de texto, el mail deseándole feliz cumpleaños. No lo haría. Y no lo haría no por ser malo, sino porque comprende que él se alejó y ahora ellos respiran de forma diferente y que sus vidas no volverán a ser abiertas para ese amigo.
¡Ay!, maldita nostalgia...