A Vivian, porque todas mis letras son suyas
En el amanecer
del primer día del mes, la princesa se acerca sigilosamente a su ventana.
‘Ha llegado el
momento’, piensa.
Corre las
cortinas, busca un cepillo y arregla su cabello mientras detiene la mirada en
el horizonte.
Ya no tiene miedo. El temor que el día anterior se había
apoderado de su cuerpo se acaba de ir dejando paso al optimismo que representa
buscar una nueva vida.
¿Cómo podría tener
miedo si esta vez el amor estaba de su lado?, ¿cómo retroceder si la vida le
estaba dando la oportunidad de volver a creer, de dejar de someterse a los
caprichos del mundo?, ¿cómo hacerlo si el universo le regalaba mil
alternativas, mil formas nuevas de vivir?
Había llegado su
momento.
La princesa
respira hondo.
Una sonrisa, de pronto, se dibuja en su rostro.
El tiempo estaba
cerca. Esta vez su corazón no la traicionaría, y sus piernas responderían por
fin a los mandatos de su alma.
Deja el cepillo
a un lado. Regresa sobre sus pasos para buscar bajo la cama una maleta que
estuvo preparando las últimas dos noches. Lleva lo indispensable para
sobrevivir.
Al final, había
entendido que la felicidad no consistía en los bienes materiales que los ‘bien
intencionados’ le ofrecían con afán, ni siquiera en el pobre recuerdo de una
ilusión que jamás se cumpliría, ni en un momento de lujo o en la admiración de
los demás. La felicidad consistía en cumplir con amor, humildad y optimismo
aquellos pequeños sueños que solo en el fondo de su alma se proyectaban. Hasta
el silencio más largo, luego de una amena conversación, era un episodio de
felicidad. Hasta un tierno abrazo en el día más soleado o la noche más oscura,
significaba felicidad.
La felicidad
estaba en los detalles, en la acción más pequeña de bondad, en la sonrisa
sincera de un niño; y en el grito espontaneo de amor.
La princesa
entendió que lo mejor de la vida no viene de las cosas más grandes sino de las
pequeñas que se dan por amor, por amistad; por ese único sentimiento libre y
desinteresado.
Por ello, la
princesa regresa a la ventana.
El sol empieza a
salir y se escuchan ya el primer canto de los pájaros.
Detiene su
mirada en el celeste del paisaje, mientras unos finos rayos de luz acarician
suavemente sus mejillas y una silueta masculina se dibuja en el horizonte.
‘Ha llegado’, piensa. Piensa: ‘El camino recién comienza.’
1 comentario:
Gracias por todo lo que haces ... Incluyendo las maravillosas historias, poemas y cartas <3
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