miércoles, mayo 14, 2014

Introducción a las manías I




Soy un hombre simple de gustos simples: no me gustan las discotecas, ni los lugares con muchas personas. Prefiero una taza de café, un buen libro o una interesante conversación; un cigarro y, si se la situación es propicia, y tengo buena suerte, ver una película en la televisión. Estas actividades, dicho sea de paso, no me han generado una larga lista de amigos en Facebook, ni tantos ‘Me gusta’ en mi muro con los que pueda presumir.  Valgan verdades, nadie quiere mucho a un amigo cibernético. También tiene sus ventajas: así como carezco de amigos, carezco -¿o padezco?- de enemigos. Insisto: nadie puede amar a un chico que sólo aparece en momentos, ni mucho menos odiarlo. Visto así, tal vez mi firme idea de mantenerme siempre de incógnita, tras bambalinas, no sea tan malo como se piense.

Tengo la firme idea que no hay nadie que pretenda ir por el mundo ocultando sus manías (salvo que su manía sea asesinar personas, o cometer delitos a diestra y siniestra).  Y es que somos víctimas de aquella sensación arbitraria y esquizofrénica que a menudo nos impulsa y/u obliga a actuar de acuerdo a sus mandatos.  La voluntad humana suele ser insuficiente para negarse a ello. Nos sometemos, simplemente, a los que nos diga.

Por ello, no me sorprende ver en las redes sociales a tantas señoritas rendir pleitesía a caballeros con los pelos parados y sonrisas angelicales. Son sus ídolos. Y una de las manías más comunes de nosotros, los homo sapiens, es crear ídolos, saltar hasta desfallecer, y cantar como loquillos detrás de ellos. El desmayo, las lágrimas, las obsesiones escalofriantes, sólo son parte del paquete.  Hacemos todo y de todo para hacerle saber al ídolo –y al mundo- nuestra admiración. No importa si ello implica hacer largas colas en los conciertos, o pedir prestado para comprar el último álbum discográfico, o portarnos bien toda la semana para que papá y mamá nos de permiso para visitar el hotel donde se hospedan. Todo es valido cuando se trata de demostrar aprecio.

Ahí no queda la cosa. Una de las manías más recurrentes es el arte del buen vestir. ¡Ay, vamos! No se pongan así. No me digan que nunca han mirado con cierto recelo al fulano de la otra calle sólo porque no supo combinar las zapatillas con la polera, o el saco con el pantalón. No me digan que nunca se han detenido a pensar qué ropa es la adecuada para tal o cual situación o acontecimiento.  Hasta para ir a la panadería nos detenemos a revisar qué indumentaria es la adecuada. No digo que esté mal. Tampoco digo que esté bien. Sólo lo digo porque no se puede hablar de manías si no se reconoce como una el hecho de querer siempre vernos bien (exageradamente bien. Tan bien que tal vez podamos encontrar a nuestra media naranja en la esquina menos pensada) Pocos están libres de esta manía. No me lo pueden negar.

Existen distintas clases de manías. Mencionaré algunas:

- Complejo fotografus maniaticum

Mamá es un claro ejemplo. Ella al momento de tomar fotos no cree en nadie: no le importa si te agarró mal parado, con el ceño fruncido, o con legañas. Es típico de ella correr a su cuenta en Facebook  y colgar las fotos.



-Estado telefunus imperictivum

Hace poco asistí a una reunión. Fue una difícil decisión. Pero si quería seguir conservando el amor de mi familia, y de mi novia, no me quedaba de otra. En fin. La reunión fue amena, me sentí como pez en el agua, porque además de una música agradable, unos cuantos cigarros, casi nadie se percató de mi presencia –o de cualquier otra-. Todos estaban muy concentrados en sus teléfonos. La música y los bocaditos habían pasado a segundo plano: todos se concentraron en las imágenes que le devolvían sus pantallas último modelo.  En algunas ocasiones dejaban sus equipos a un lado para ir al baño o para tomar algo de la mesa. Al parecer, la fiesta era dentro de sus equipos. Por supuesto, yo no estaba invitado ahí.



-Bellísima maximan

Aunque es muy parecida a una manía que ya mencioné, este estado tiene una sutil pero brutal diferencia: obsesión por la belleza ajena.  En la televisión, revistas de moda, redes sociales, hay una corriente extraña de idealizar la belleza física del modelo de turno. Vemos bíceps bien formados, cuerpos con curvas increíbles, caras que parecen talladas por artistas plásticos, y músculos tan grandes que uno se ve al espejo y no sabe si maldecir a la vida o a sus padres por haber nacido tan enclenque o tan feo. Entonces, admiro lo que no me pertenece. Es más, ya no quiero ser yo sino él o ella.



-Amiguis amiguitum

Todo se vale en el mundo de la popularidad. Inclusive hacerse conocido mediante escándalos o por amigos de amigos de amigos que conocimos en años inmemorables. Queremos resaltar, cueste lo que cueste. Que hablen de nosotros. Mal o bien, es lo que queremos.



Con esto llegamos al final de la primera parte de mi ‘filosófica’ introducción a las manías. No me voy sin prometerles que, cueste lo que cueste, regresaré la próxima semana con más.
           
Saludos.
  

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