domingo, agosto 18, 2013

Escribir de nuevo



A Vivian, por ese 'te quiero' que suele decirme al final de cada conversación.  
  

Escribo con la esperanza de volver más cortas las horas, de no tener que depender de la voluntad del tiempo –enemigo caprichoso del amor real-, de ese paso lento e indiferente que suelen ser los días, las semanas, los años. Escribo para no desfallecer en la espera, para no dejarme llevar por la desesperación de ir a verla, para permitir que el amor fluya tan libre y espontaneo como cuando éramos niños en busca del sentido del amor. 

Escribo para no raptarla, para no llevarla a la fuerza a mi mundo de libros y ficciones, de Rock N’ Roll y cabellos multicolores, de largas caminatas e interminables charlas. 

Escribo para no aburrirla con mis problemas, con ese conflicto eterno que me atormenta y que suele enfrentarse día a día a la ciudad gris que suele ser Lima –pero que ella le ha dado un nuevo color-. 

Escribo con la esperanza que lea esta carta y consiga así robarle una sonrisa o dos -de repente con eso llegue más rápido a su corazón-. 

Escribo porque es lo único que me da valor para confesar mis sentimientos. Escribo porque soy un cobarde redomado, incapaz de gritarle al mundo mi amor.

Escribo porque escribir es más fácil, más seguro, menos doloroso pero no menos intenso ni menos sincero.  

Escribo porque así me dicta el alma, las entrañas, el corazón. 

Escribo por ella y para ella. 

Escribo en la soledad de mis pensamientos evocando la euforia de sus besos, sus caricias, sus sueños y alegrías. Y escribo, aunque esto suene ya repetitivo, para amarla sin medidas, sin control. 

Escribo, entonces, para hacer las cosas bien.

 Mis dedos digitan presurosos los recuerdos que terminaron por conquistarme aquella noche inesperada, buscando una forma simple de contar lo vivido. Pero es en vano.  Supongo que nada es más complejo que hablar de ella. Y nada es más simple que quererla.  Y mientras las ideas vuelan sin control y adquieren vida propia, y ya no soy más dueño de ellas,  una parte de mí se detiene en su inagotable energía y en esas vueltas que suele dar una y otra vez mientras se hace dueña de la pista de baile. No me invita a bailar porque sabe que no lo haré. 

‘Son los años que pasé en conciertos y subterráneos’, suelo decirle a modo de explicación.

Ella, tan bella y comprensible, solo sostiene mi mano y sonríe ampliamente asegurando que eso no es problema porque se encargará de enseñarme a bailar.  Entonces  soy feliz por su ocurrencia. 

‘Buena suerte’, termino por decirle.

Verla moverse, sin embargo, con esa libertad propia de un pez en el agua, esa superioridad natural que solo tienen los que nacieron para maravillar al mundo y volver con eso nuestro efímero paso por la tierra menos desagradable, menos tormentoso, menos aburrido, me hace irreversiblemente dichoso.

Tal vez por eso no hago más que rendirme a los encantos que esta nueva pasión ha traído a mi vida, a esa ilusión que había jurando no volver a sentir, a ese mágico sueño de caballeros y princesas, de cuentos de hadas y rescates valientes a las torres más altas. O tal vez sea su profunda inteligencia, o esa maravillosa manía que tiene de hacerme reír todo el tiempo, o esa vida que suele darle a la vida, o ese no sé qué en su sonrisa que me tiene soñando con un universo solo para nosotros. 

Tal vez sea la mañana, que hoy se muestra inesperadamente soleada. O esos recuerdos que divagan una otra vez en mi cabeza y que me obligan a escribir.  O no lo sé. Y ya no importa porque la vida es nuestra y la vamos a vivir con la misma esperanza de antes, de ahora, de siempre.  

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