Eran sus miedos, vagando en la distancia,
luchando batallas perdidas, mirando sin ver caricias ocultas en canciones
eternas.
Era la distancia, su distancia, ese color gris
como la ciudad en invierno, cruzando senderos bifurcados, llorando paso a paso,
soñando.
Era esa ventana, tan alta, extraña, poderosa,
envuelta en el fuego insondable de las promesas incumplidas.
Era el silencio, maldita sea.
Era el paso del tiempo, la soledad, el frío,
la indiferencia.
Eran los gritos, la impotencia, la carencia de
resultados, el vaivén de sin sabores, el odio al camino recorrido, a las horas
perdidas, a los sueños desechos.
Era su amor, en gotas, en verdades que son
mentiras, y en mentiras que parecen verdaderas.
Era el camino de regreso, tal vez, si en la
puerta, abriéndose, una figura no se deslizaba con una sonrisa llena de
promesas.
Era ella, recibiéndome, aceptándome aquella
noche, pareciendo divertida con mi visita nocturna.
Era ella a quien buscaba, a quien amaba, en ese
invierno, en esa Lima de grises colores, envuelta en lluvia temerosa, en gritos
en silencio de amores perdidos y sueños encontrados.
Era el sueño, de nuevo, y los miedos, la
distancia, la ventana, el silencio, los gritos, el amor, el camino de regreso,
lo que viví ese año, hace tanto y que parece tan poco.
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