¿Resolvería el misterio? ¿Llegaría a tiempo?
¿La fortuna le sonreiría esta vez? No había tiempo para reflexionar sobre ello.
Cerró los ojos, respiró hondo, y, antes que el rugido del dragón se apoderara
del espacio y con él el fuego insondable de sus fauces, dio un salto hacia la
pendiente. Mientras se deslizaba, la tierra se alzaba al contacto con su
cuerpo, llenando el aire de polvo, de carroña, haciendo correr a los animales
refugiados bajo ella. Sólo tenía una oportunidad para escapar.
Cuando llegó al sendero, pisó firme, volvió la
cabeza, la bestia no lo había descubierto. Esta certeza lleno su espíritu de
calma. Después de todo, llegaría a tiempo. Sin esperar más, corrió por el
camino. El Karshtaj le había dicho claramente que siguiera la ruta sur hacia
las orillas del lago Andante, en el fondo del agua, escondida bajo la estatua
del héroe caído, encontraría el ‘Prisma
Sagrado’.
‘Los sabios lo escondieron de los hombres y
las bestias, con un conjuro muy antiguo. Sólo el elegido podría hallarla,
vencer a la quimera y librar estas tierras de los tormentos que estamos
sometidos’, le había dicho.
Él era el elegido. Al menos de eso lo habían
convencido.
Con la noche llegó la lluvia y el frio. Cruzó
los brazos pegándose lo más que pudiera a sus pieles. Sentía sobre su cabeza
las miradas atentas de los habitantes del bosque. En algún lugar, aquellos
seres se escondían, aguardando, quizá, que él estuviera desprevenido para
atacar. Sobre su espalda acarició el mango de su espada. Un paso le seguía al
otro. Tal vez hubiera sido prudente acampar, preparar una fogata, buscar algo
para comer, pero su intuición lo alertaba a continuar. No podía estar
desprevenido, desarmado. El silencio, el silbido del viento entre las rocas, la
impaciencia se apoderaba de su ser.
De pronto, ‘¡crach!’, el sonido de una rama contra el suelo resonó a su espalda.
Sabiendo lo que lo aguardaba, miró hacia atrás: el bosque dibujaba un camino, y
el ‘¡Pum! ¡Pum!’ de los pasos del
dragón se hizo dueño del silencio. No sintió más frio. Aquella bestia lo había
alcanzado. Por un segundo, que a él le pareció eterno, sus ojos se vieron
frente a frente con su cazador. Sin esperar más, blandió su espada.
‘¡No correré más!’, gritó.
La respuesta del dragón fue un soplido cargado
de fuego y veneno. El guerrero, se hizo a un lado esquivando la humarada. Su
enemigo volvió de nuevo al ataque, pero esta vez la carga fue mayor. Ante esto,
tuvo que correr hacia su derecha, adentrándose a la espesura del bosque. Corrió
llamando a su enemigo, incitándolo que abriera más el camino, mientras los
animalillos huían espantados de la escena, mientras la noche se tornaba
amarilla y roja por la luz de los arboles al arder. El trayecto del guerrero
fue en línea recta, luego en zigzag, esquivando los escupitajos ponzoñosos del
dragón. Bajó la velocidad, miró de nuevo hacia su enemigo, se detuvo en seco y
regresó sobre sus pasos con su espada de forma horizontal, cortando el aire, se
acercó hasta donde el dragón y, con un tajo certero, dañó a su rival en su pata
derecha. El rugido de ira del dragón fue
ensordecedor. El guerrero, aprovechando que la bestia se encontraba
desconcentrado en el dolor, se subió a un árbol cercano, el único que se
mantenía en pie. Sobre una rama, y estando ahora más alto que la bestia, colocó
su espada sobre su cabeza.
‘Eres mío’, le dijo.
Entonces, de un salto hacia su enemigo, el
guerrero…
-¡Tomás! Tomás, cariño.
-¡Mamá!
-Baja de ahí, tesoro, que te puedes romper
algo. Ven y abre tus cuadernos que tienes que estudiar. Aún no has leído el
libro que te mandó tu profesor de literatura.
-Pero mamá, el dragón…
-Qué dragón ni ocho cuartos, ven de una vez.
-Pero el Karshtaj me dijo que…
-¿Quién?
-El Karshtaj, el último sabio de la aldea…
-Ven de una vez, no me hagas ir por ti.
-Ahí voy.
El dragón esperaría un poco más. Habían otros
misterios que debía resolver antes de salvar a la aldea y vencer a la
bestia.
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