Rosa:
Cuando termine de leer "Donde se suponía no habría amor" pensé: no es suficiente para demostrarle que te gusta, idiota. Como siempre, terminas un relato y ya sientes que no vale la pena. Tal vez a Rosa no le guste. Piensas: mejor lo borro, empezaré de nuevo; sin embargo, te da flojera. Cierras la pagina y te olvidas de todo hasta el día en donde, las menos en los bolsillos, le dices que terminaste la historia, espero te guste.
Rosa no sabe si creerte porque ha tenido problemas en el amor y porque eres un pendejo, Alex, se te nota, además eres menor que yo y nada que ver con niños que aun huelen a pañales - esto no es textual, pero eso entendiste o eso quisiste entender- . Pero te importa un pito si ella no te cree porque te gusta -porque me gustas, Rosa- y te dices vamos con todo.
Rosa, siempre tan recelosa y linda, sonríe apenas con tu ocurrencia; prefiere hablar de otros temas y tu prefieres mirar sus labios y esperar que te de una chance para besarla. Eres un mujeriego. Casi puedes escuchar sus pensamientos. Ríes en silencio, muerdes tus uñas, muerdes tu labio inferior, hablas tratando de escucharte como todo un hombre -de repente de esa forma no piense que eres tan menor- y te dices dale, róbale un beso que es ahora o nunca. Decides, al final, no hacerlo porque te da mucha vergüenza ser rechazado -y ser aceptado, valgan verdades-. Le dices hasta luego y no sabes de ella hasta unos días después. Acabas de decidir conquistarla. Hora de escribir poemas, novelitas, y esas cosas por las que las mujeres -y algunos hombres- suspiran y lloran y aman y hacen el amor y... bueno, ya saben.
Rosa no sabe si creerte porque ha tenido problemas en el amor y porque eres un pendejo, Alex, se te nota, además eres menor que yo y nada que ver con niños que aun huelen a pañales - esto no es textual, pero eso entendiste o eso quisiste entender- . Pero te importa un pito si ella no te cree porque te gusta -porque me gustas, Rosa- y te dices vamos con todo.
Rosa, siempre tan recelosa y linda, sonríe apenas con tu ocurrencia; prefiere hablar de otros temas y tu prefieres mirar sus labios y esperar que te de una chance para besarla. Eres un mujeriego. Casi puedes escuchar sus pensamientos. Ríes en silencio, muerdes tus uñas, muerdes tu labio inferior, hablas tratando de escucharte como todo un hombre -de repente de esa forma no piense que eres tan menor- y te dices dale, róbale un beso que es ahora o nunca. Decides, al final, no hacerlo porque te da mucha vergüenza ser rechazado -y ser aceptado, valgan verdades-. Le dices hasta luego y no sabes de ella hasta unos días después. Acabas de decidir conquistarla. Hora de escribir poemas, novelitas, y esas cosas por las que las mujeres -y algunos hombres- suspiran y lloran y aman y hacen el amor y... bueno, ya saben.
Valeria:
Las personas que más me leen - y las puedo contar con los dedos- me aseguraron hace poco que me gusta escribir mucho sobre mujeres que pasaron por mi vida. Aseguran que a todas las amo y con todas me quiero quedar. Debo reconocer, señores y señoras, tienen toda la razón: amo a Valeria como la primera vez que la vi correr los cien metros planos en las olimpiadas de Carmelitas. Quedo en un injusto tercer puesto. La conocía en el salón de clases, apenas cursábamos segundo de secundaria, pero en esa oportunidad, a diferencia de las otras, iba con el polo del buzo del colegio que parecía quedarle pequeño y ello aumentaba favorablemente el tamaño de su busto, además si tomábamos en cuenta que a pesar de sus casi recién cumplidos catorce años su cuerpo se iba formando delicada y delineadamente bien. La recuerdo delgada. La recuerdo siempre sonriente y deportiva. La recuerdo dueña de un humor agudo y fino, espontánea y divertida, carismática, lista para vivir sin miedo en todo momento. La recuerdo trompearse con quien se atreviera a llamarla flaca -o buzo como la llamaban junto a sus amigas porque, según aseguraban, el trío eran unos buzos andantes- y me recuerdo sentado junto a Jean Marco comiendo galletas y hablando de la "U" mientras mis entrañas se retorcían de la rabia y sin embargo, trataba de no salir a defenderla por el bien de mis amigas y el bien de mi enclenque cuerpo. Y Valeria, valgan verdades, no necesitó ayuda esa vez ni ninguna de las veces ya que ella era más que suficiente para defenderse de los idiotas que la molestaban. De esta forma la recuerdo: alta de figura curvilínea y mirada fija y penetrante, segura de si y dispuesta a amar porque Valeria, aunque estuviera enojada toda la mañana, siempre tenia tiempo para enamorarse y amar a ese hijo de puta con la pasión que yo no me creía capaz -hasta que la vi correr en las olimpiadas- ni siquiera en mis mejores historias, malhaya sea.
Segundo, tercero, cuarto de secundaria paso tan rápido, creció y dejo atrás la niña que le pegaba a sus compañeros para volverse una mujer atractiva, dueña de una inteligencia desafiante y fina ironía. Yo, en cambio, me quede en los quince y aun me escondía para fumar un cigarro a la salida del colegio hablando con Jean Marco -amigo y hermano- de fútbol o chicas o de nuestras respectivas enamoradas. Ah claro, ambos teníamos y las queríamos a nuestra forma así como Valeria lo hacia con los suyos y mientras yo, aunque no se diera cuenta, la buscaba con la mirada por si me viera besando a la mía para así de un gran salto alejarme a darle las buenas tardes a Valeria y sus inseparables amigas. Pero el loco -Jean Marco- estaba a mi lado y no mi enamorada pero si Valeria cruzaba la calle a pocos metros y nos alzaba el brazo en señal de despedida. No fuimos del todo amigos. Hablamos lo suficiente y la escuche atento cuando me lo pidió. Nunca le dije que me gustaba hasta hace unos meses en donde le confesé ser su eterno enamorado y ella me confeso me daría una tremenda paliza si me viera. Le preguntaba cómo esta y si vio a alguien del salón. Me contó estar esperando la señal de un huevon, Alex, que nada de nada y yo ni hablar doy el primer paso. Le dije se olvide de ese huevon y se venga conmigo a vivir que pronto seré millonario pero ella, siempre tan escéptica, me dijo ni cagando. Entonces trato de ocultar una sonrisa porque mucha vergüenza me vean reír de esa forma y le escribo me tengo que ir porque muero de hambre y ella se despide. Prometo, antes de irme, regresar a Barranco para invitarla al cine o a tomar un café o a lo que quiera y luego cierro la pagina, conciente que, maldita sea, no iré porque me quede en los quince años.
Rosmery:
"Somos responsables de todo menos de nuestros sueños", leía en purgatorio de Tomás Eloy Martínez y lo cito ahora porque Rosmery es todo, absolutamente todo, pero más que nada es un sueño. Un sueño en el que vago por las calles, las manos en los bolsillos, buscando lo que a unos pasos, tras la puerta de qauella casa celeste, espera pero decidido no ir y tocar porque no sabría que decirle y no me atrevo a pensar si tomara mi gesto como un acto canallesco y que, a decir verdad, no está tan lejos de la realidad teniendo en cuenta que alguna vez trate de tener algo con su amiga y ahora -no repentinamente- busco conquistarla con mis galanterías de poeta frustrado y escritor precoz. Por eso decido no hacerlo y sigo de frente volviendo el rostro cada tanto para ver si sale a la ventana a esperar al amor de su vida. La imagino haciéndolo y sonrío viendo su rostro perplejo al encontrarme frente suyo y no la persona que esperaba. Entonces le canto, toco guitarra, le digo cásate conmigo porque me gustas y te amo y ese amor que dices es para toda tu vida no lo es porque yo estoy aquí y lo que yo te ofrezco -en un arranque de sinceridad- no es para toda la vida pero si eternamente ya que -créanlo, señores- se ama más cuando no se tiene a la persona a su costado. De esa forma, Rosmery, Nyu querida, seria tuyo y tu serias mía hasta el final de los tiempos. Pero Nyu -como la voy a llamar de ahora en adelante por petición suya- duda de mis palabras y entra a su casa. Despierto de súbito. Mis sueños son tan sinceros como crueles. Concluyo Nyu es una quimera hermosa y me prometo no enamorarla nunca porque no se merece que un odiota patán como yo ande detrás suyo. Acabo de cumplir mi palabra, Nyu, querida.
Nyu llego a mi casa hace tres años en compañía de Johan y Milagros. Su mirada tímida, su discreta ternura, su sonrisa sincera y andar tímido hicieron me fijara en ella y no en su amiga. Milagros, su amiga, debo reconocer, despertaba en mí un sentimiento de fortaleza pues me sentía fuerte y grande cuando andaba con ella y la escuchaba hablarme de música y del colegio, luego cubría con mi brazo su cuerpo mientras Nyu andaba frente a nosotros platicando a gusto con Johan. Poco a poco milagros llego a interesarme con más fuerza dejando a Rosmery como un "alguna vez paso por mi cabeza" o "creo me gusto unos minutos". Era tierna y cuanto más conocía a Milagros menos me interesaba Nyu. Eso estaba bien, me dije, es la forma correcta no te pueden atraer ambas porque son amigas. Si, pero que amigas para más lindas carajo. Y otro carajo por el tiempo que paso sin darme cuenta. En poco tiempo deje atrás los dieciocho años y Milagros salio de mi mente a una velocidad incomprensible -solo para mi, ya que ella lo entendió tan rápido como que se hizo enamorada de otro chico- y eso significaba también que Nyu pertenecería a mi pasado o de eso estaba seguro. Y porque nunca se está completamente seguro Nyu me hablo y me pidió mi número y yo el suyo y luego, ese mismo día, me mando mensajes de texto y le conteste con timbradas. Mantuvimos una relación cordial y una cierta distancia por respeto al pasado. Pronto lo informal dejo paso a la formalidad volviéndonos amigos en serio. Yo como amigo intentaría ser uno pasable. Nyu, siempre tan linda, me demostró que ella como amiga es perfecta abriéndome su corazón y hablándome de sus problemas; intentaba comprenderla, le decía estoy contigo, no te preocupes bonita, somos amigos y no dejare te pase nada. Nyu lloraba y yo con ella porque su dolor era el mío y pensaba la amo pero ella dale y dale con su problema sin solución -esas fueron sus palabras- pero debía ser atento, comportarme bien, escucharla, amarla en silencio, de esa forma, quizá, entraría de a pocos en su vida y -solo con ayuda del tiempo, señores- llegaría a ser parte de su corazón. Todo un sueño.
Sandra:
Te estuve esperando y nunca llegaste. Mire el reloj impaciente: dos menos cuarto; cuarenta minutos de retrazo. Lleve ambas manos a la cara y busque alguna legaña rebelde o un pelo fuera de sitio o algo en mi rostro y cabello que tenga un defecto porque seguro algo de eso había sido el culpable; tal vez Sandra me vio de lejos y dijo que feo, mejor me voy, por eso odiaba a mis padres por hacerme tan feo y cabezón con cara de imbecil y me odie por no ganar más dinero para comprarme ropa fina y de marca ya que, estaba convencido, había sido también la causa de su rechazo. Mire de nuevo el reloj y camine, avergonzado, Sandra, hacia la esquina para luego cruzar la pista y seguir a la derecha rumbo a lo que seria mi segunda tienda del día, Sandra. No quería la gente me viera. Apretaba mi celular pidiendo a cualquier fuerza superior te diera el valor para llamarme y decirme lo siento, Alexander, no llegare porque se murió mi gato o mi perro o me rompí la uña o un examen sorpresa o lo que sea que me haga sentir menos feo, cursi, ridículo, imbecil, tarado, de lo que ya me sentía, Sandra querida. Llegue a casa tarde en la noche con un cigarro entre los dedos. No hable con nadie y cuando entre a Internet me dijiste lo siento tanto, discúlpame, pero otro día si y yo te dije te disculpo. No te mentía Sandra, te disculpe porque sé no tienes la culpa de ser tan linda e inteligente y de vivir tan lejos de mi casa y de ser de la "clase elite limeña", no tienes la culpa de ser tan buena conmigo y decirme que aceptabas la cita cuando, seguramente, en tu memoria quedaba el cuerpo enclenque, orejas grandes, de un muchacho que, aun no lo llegas a comprender, fue enamorado de tu prima. Te disculpe en ese momento y te disculpo ahora, Sandra.
Perdona por usar tu nombre en esta lista que no es más que un homenaje a aquellas mujeres maravillosas que tuvieron la mala suerte de cruzase en mi vida y sin darse cuenta colaboraron con lo que soy ahora. Son las culpables de lo que soy, Sandra, y por eso las amo y por eso te amo, Sany, porque siempre supiste que palabras decirme cuando me sentía derrotado sin siquiera empezar la pelea. Me diste las mejores conversaciones que recuerdo y me conquistaste con tus poemas y tus historias de amor. Me enamore de tu melodiosa voz y tu cuerpo perfectamente delineado, una obra maestra, bendiciones a tus padres, y porque me leías constantemente y me decías sigue escribiendo, Alexander, tu puedes y no te rindas. Te autonombraste mi fan número uno mientras yo, en mi fuero interno, me autonombre tu eterno enamorado. Me dijiste eres un chico muy inteligente y sensible y yo pensé soy sensible porque tu lo eres, Sandra, pero te dije gracias luego te pedí leyeras mi nueva historia. Me regalaste tardes maravillosas en donde, en medio de la tertulia, me sumergía en el país de las maravillas junto con Alicia y tu foto, mirando a la cámara y mostrando todos los dientes. Me llamabas y me decías encontrémonos y yo no podía porque estaba trabajando, entonces me decías todo esta bien pero no era cierto porque en la noche estabas apartada, casi ni conversabas. Quedamos un día. Te espere, nunca llegaste. Me odie y te odie y renegué de todo y todos pero todo y todos no tenían la culpa, Sandra. Nadie la tiene. Tu menos. Formas parte especial en mi vida y espero nunca salgas aunque -duela escribirlo- no vuelva a ver jamás aquella sonrisa que me enamoro, aun teniendo enamorada, de ti.
¿...?:
Y te veía caminar en mí delante sin poder evitar que mis ojos curiosos recorrieran lujuriosos tu cuerpo de adolescente. Cabello largo y oleado, andar fino y elegante como de princesa. Ibas sin percatarte del joven uniformado de pelo corto y mochila al hombro que te amaba sin siquiera conocer tu rostro. Entonces tus pasos se hicieron más lentos obligando a los míos a reducir la velocidad con la finalidad de prolongar al máximo ese momento. Sacaste tus llaves y la introdujiste en la cerradura no sin antes volver tu rostro blanco hacia el tipo con cara de huevon que te miraba boquiabierto. Lo miraste un par de segundos y luego entraste rápido porque qué se abra creído para desnudarme de esa forma con sus ojos, pervertido. El tipo se fue pensando en ti y tu entraste pensando en quien sabe que. El tiempo paso y lo viste de nuevo pero estabas acompañada por tu enamorado así que le diste un largo beso en los labios para así demostrarle al tipo que tu nada de que ver con feos y descarados. El chico se fue triste. Sopeso durante muchas semanas hablarte pero al final, tímido, pusilánime, decidió verte de lejos. Así paso y no supiste nunca de él aunque él siempre estuvo vigilando tus pasos. Eres un sueño para el chico, por ello no te habla y cuando te das cuenta de su presencia desvía la mirada, sonrojado, creyendo que esa es la única forma de desaparecer de la tierra aunque sea unos segundos -lo que dura pasar frente a tu casa-.
No voy a empezar con el mismo estilo antes leído ya que no tengo una historia con ella y, como se pueden haber dado cuenta, ni siquiera conozco su nombre. Ella no conoce nada de mi ni yo de ella. Ella tiene enamorado y pasea con él de la mano delante de uno y otro -como posiblemente lo haga más de la mitad de esta lista-, no sabe la admiro de lejos. Nuestros encuentros son efímeros y lo más cercano que estuve de su piel fue cuando, parados frente a una bodega, le indique con un gesto pida ella primero. Ella usa lentes y tiene melena larga, sigue en el colegio y viste bien y a la moda. Ella sabe cuando la estoy mirando, sigue su camino o entra en su casa para evitar el posible inconveniente de que yo vaya y me presente. Ignora no seria capaz y si en caso me atreviese no sabría que decir. Por consiguiente es bueno se esconda de mi. La quiero por eso, porque, sospecha o está segura, yo no sabría que decirle y quiere evitar el papelón. Gracias, desconocida. Gracias, además, porque ahora sé muy bien lo que es amar y no tener ni siquiera el placer de hablar con esa persona. Era la única manera de conocer el amor: a la distancia y sin nadie a la vista.
Cintia:
Cintia o Cinthia o Cynthia o Cinthya o como sea es parte importante e imprescindible en este día. He dedicado post anteriores a ella (léase "La diosa que se hizo llamar Shinfua", "Con las disculpas de Neruda", "Las mujeres que me gustan") y he escrito diferentes historias y poemas que nunca vieron la luz por ser o muy bien malas o muy bien cursis. Cintia o vasito, como la llamo desde que tengo memoria, entro a mi vida para nunca más irse. En aquel tiempo yo era un adolescente confundido en el mundo con ciertas aspiraciones. Asistía constantemente a conciertos punk donde la encontraba junto a sus inseparables amigas y su inseparable hermano y su inseparable enamorado. Me dedicaba a mirarla esperanzado en recibir una señal, aquella que nunca llego, para acercarme y prometerle fidelidad y amor eterno -que para estos momentos muchos deben de dudar si es cierto o no- pero vasito no se dejaba convencer. Conocerla fue una tarea difícil como lo fue intervenir en sus días para formar parte de sus pensamientos. Creo, en verdad, nunca haberlo logrado. Estoy convencido que para vasito signifique un amigo fiel e incondicional que terminaba siendo una carga ya que mis galanterías tomaban extremos insospechados, inenarrables, dejándola la mayoría de las veces avergonzada y sonrojada. Vivimos diferentes experiencias. Brindamos juntos por el amor y la amistad. Festejamos cumpleaños, tocadas, despedidas y demás, ambos. La ame gritándolo a los cuatro vientos y llore sus amores fracasados así como celebre sus alegrías. La quise egoísta y apasionadamente -como debe de ser- y no acepte haberla perdido aun viéndola dichosa con otro. Fui su amigo y ella mi amiga. Fue mis rabias y alegrías. Fuimos... bueno, está demás decirlo, todo y, sobre todo, absolutamente nada. Te amo.
¿...?:
Y te veía caminar en mí delante sin poder evitar que mis ojos curiosos recorrieran lujuriosos tu cuerpo de adolescente. Cabello largo y oleado, andar fino y elegante como de princesa. Ibas sin percatarte del joven uniformado de pelo corto y mochila al hombro que te amaba sin siquiera conocer tu rostro. Entonces tus pasos se hicieron más lentos obligando a los míos a reducir la velocidad con la finalidad de prolongar al máximo ese momento. Sacaste tus llaves y la introdujiste en la cerradura no sin antes volver tu rostro blanco hacia el tipo con cara de huevon que te miraba boquiabierto. Lo miraste un par de segundos y luego entraste rápido porque qué se abra creído para desnudarme de esa forma con sus ojos, pervertido. El tipo se fue pensando en ti y tu entraste pensando en quien sabe que. El tiempo paso y lo viste de nuevo pero estabas acompañada por tu enamorado así que le diste un largo beso en los labios para así demostrarle al tipo que tu nada de que ver con feos y descarados. El chico se fue triste. Sopeso durante muchas semanas hablarte pero al final, tímido, pusilánime, decidió verte de lejos. Así paso y no supiste nunca de él aunque él siempre estuvo vigilando tus pasos. Eres un sueño para el chico, por ello no te habla y cuando te das cuenta de su presencia desvía la mirada, sonrojado, creyendo que esa es la única forma de desaparecer de la tierra aunque sea unos segundos -lo que dura pasar frente a tu casa-.
No voy a empezar con el mismo estilo antes leído ya que no tengo una historia con ella y, como se pueden haber dado cuenta, ni siquiera conozco su nombre. Ella no conoce nada de mi ni yo de ella. Ella tiene enamorado y pasea con él de la mano delante de uno y otro -como posiblemente lo haga más de la mitad de esta lista-, no sabe la admiro de lejos. Nuestros encuentros son efímeros y lo más cercano que estuve de su piel fue cuando, parados frente a una bodega, le indique con un gesto pida ella primero. Ella usa lentes y tiene melena larga, sigue en el colegio y viste bien y a la moda. Ella sabe cuando la estoy mirando, sigue su camino o entra en su casa para evitar el posible inconveniente de que yo vaya y me presente. Ignora no seria capaz y si en caso me atreviese no sabría que decir. Por consiguiente es bueno se esconda de mi. La quiero por eso, porque, sospecha o está segura, yo no sabría que decirle y quiere evitar el papelón. Gracias, desconocida. Gracias, además, porque ahora sé muy bien lo que es amar y no tener ni siquiera el placer de hablar con esa persona. Era la única manera de conocer el amor: a la distancia y sin nadie a la vista.
Cintia:
Cintia o Cinthia o Cynthia o Cinthya o como sea es parte importante e imprescindible en este día. He dedicado post anteriores a ella (léase "La diosa que se hizo llamar Shinfua", "Con las disculpas de Neruda", "Las mujeres que me gustan") y he escrito diferentes historias y poemas que nunca vieron la luz por ser o muy bien malas o muy bien cursis. Cintia o vasito, como la llamo desde que tengo memoria, entro a mi vida para nunca más irse. En aquel tiempo yo era un adolescente confundido en el mundo con ciertas aspiraciones. Asistía constantemente a conciertos punk donde la encontraba junto a sus inseparables amigas y su inseparable hermano y su inseparable enamorado. Me dedicaba a mirarla esperanzado en recibir una señal, aquella que nunca llego, para acercarme y prometerle fidelidad y amor eterno -que para estos momentos muchos deben de dudar si es cierto o no- pero vasito no se dejaba convencer. Conocerla fue una tarea difícil como lo fue intervenir en sus días para formar parte de sus pensamientos. Creo, en verdad, nunca haberlo logrado. Estoy convencido que para vasito signifique un amigo fiel e incondicional que terminaba siendo una carga ya que mis galanterías tomaban extremos insospechados, inenarrables, dejándola la mayoría de las veces avergonzada y sonrojada. Vivimos diferentes experiencias. Brindamos juntos por el amor y la amistad. Festejamos cumpleaños, tocadas, despedidas y demás, ambos. La ame gritándolo a los cuatro vientos y llore sus amores fracasados así como celebre sus alegrías. La quise egoísta y apasionadamente -como debe de ser- y no acepte haberla perdido aun viéndola dichosa con otro. Fui su amigo y ella mi amiga. Fue mis rabias y alegrías. Fuimos... bueno, está demás decirlo, todo y, sobre todo, absolutamente nada. Te amo.
Giuliana:
Sentado frente al ordenador sopese por mucho tiempo añadirla a la lista, no porque no me guste si no porque Giuliana merece una para ella sola -y con eso no menosprecio a las demás, creo deje claro hasta el momento lo que significan para mi- y que no sea narrada por mi sino por un verdadero escritor, por uno con clase, con arte, no como yo que juego a serlo terminando siempre con el rostro estampado en el pavimento -no literalmente, claro-. Pues Giuliana es parte de lo que me inspira, de ese no sé qué que me obliga a contar historias. Ella me alienta a seguir, Giuliana, querida. Ella es de las que quieren sin querer por eso te besan tímida y sinceramente y yo soy de los que aman simplemente. Es por eso que ambos no nos entendíamos y por eso, también, no despegábamos nuestros cuerpos porque el simple hecho de sentirnos un centímetro lejos el uno con el otro nos hacia sufrir, nos hería en el alma. Giuliana me amaba en ese momento, sin querer, y lo hacia maravillosamente sin importarle que yo lo hiciera torpe y desesperadamente. Giuliana solo necesita timbrarme para que yo salga de donde esté a darle el alcance. Ella me dice estoy en Nueva Zelanda, ven por favor, y yo voy nadando solo para retenerla entre mis brazos. Es de las que se callan cuando le haces promesas de amor, eso la vuelve inteligente y sabia y a mi un idiota sin remedio. Giuliana es de las que cuando necesitan algo simplemente lo consiguen. Logró convencerme en ver la misma película dos veces esa misma semana y romper la alcancía para invitarle una bruselina de lúcuma. Logró robarme una sonrisa cuando de repente alcanzaba mis labios con los suyos. Éramos felices. Yo lo era, al menos. Giuliana supo conocerme y yo no supe quererla.
Cumplía ella apenas trece años y yo diecisiete cuando aparecí en su vida. Se volvió en ese entonces una dulce obsesión. Nunca me canse de mirarla. No quise lastimarla por lo que al principio me mantenía alejado, solo siendo su amigo. Pronto esa amistad me lastimo y en la primera oportunidad le confesé mi amor, amor que aun sigue intacto después de tantos años, ella no me creyó y fue al cumplir catorce donde decidió simplemente probarme dejando sus labios desprotegidos para que lo míos la alcancen. Supo no dejarse y yo supo robarle una y otra vez besos. Supo quererme sin mirarme y yo supe quererla gritándolo a los cuatro vientos. Nunca me dejo pero yo lo hice ya que estaba cansado de vivir atrapado por el hechizo de una niña. Cuando quise perdón ella ya estaba lejos. No volvió a hacer lo mismo. Giuliana estaba muy adolorida con mi comportamiento y yo no sabia como convencerla de que me perdonara. Salimos, más adelante, al cine. Se dejaba agarrar la mano, luego un beso, luego una caricia. Al final del día decíamos adiós y no sabia de ella hasta varios meses después. Eso éramos amigos, eso somos. Ella me ama cuando esta triste y yo la amo cuando ella se siente triste. Ella me llama para decirme que quiere verme y yo le digo que la quiero y luego la beso, la abrazo, le digo nos vamos a casar algún día y ella no me cree porque sabe se lo he dicho a muchas mujeres. Giuliana se va y no se de ella. Esa sería la manera hasta que, luego de muchos años, no nos separemos jamás.
Sentado frente al ordenador sopese por mucho tiempo añadirla a la lista, no porque no me guste si no porque Giuliana merece una para ella sola -y con eso no menosprecio a las demás, creo deje claro hasta el momento lo que significan para mi- y que no sea narrada por mi sino por un verdadero escritor, por uno con clase, con arte, no como yo que juego a serlo terminando siempre con el rostro estampado en el pavimento -no literalmente, claro-. Pues Giuliana es parte de lo que me inspira, de ese no sé qué que me obliga a contar historias. Ella me alienta a seguir, Giuliana, querida. Ella es de las que quieren sin querer por eso te besan tímida y sinceramente y yo soy de los que aman simplemente. Es por eso que ambos no nos entendíamos y por eso, también, no despegábamos nuestros cuerpos porque el simple hecho de sentirnos un centímetro lejos el uno con el otro nos hacia sufrir, nos hería en el alma. Giuliana me amaba en ese momento, sin querer, y lo hacia maravillosamente sin importarle que yo lo hiciera torpe y desesperadamente. Giuliana solo necesita timbrarme para que yo salga de donde esté a darle el alcance. Ella me dice estoy en Nueva Zelanda, ven por favor, y yo voy nadando solo para retenerla entre mis brazos. Es de las que se callan cuando le haces promesas de amor, eso la vuelve inteligente y sabia y a mi un idiota sin remedio. Giuliana es de las que cuando necesitan algo simplemente lo consiguen. Logró convencerme en ver la misma película dos veces esa misma semana y romper la alcancía para invitarle una bruselina de lúcuma. Logró robarme una sonrisa cuando de repente alcanzaba mis labios con los suyos. Éramos felices. Yo lo era, al menos. Giuliana supo conocerme y yo no supe quererla.
Cumplía ella apenas trece años y yo diecisiete cuando aparecí en su vida. Se volvió en ese entonces una dulce obsesión. Nunca me canse de mirarla. No quise lastimarla por lo que al principio me mantenía alejado, solo siendo su amigo. Pronto esa amistad me lastimo y en la primera oportunidad le confesé mi amor, amor que aun sigue intacto después de tantos años, ella no me creyó y fue al cumplir catorce donde decidió simplemente probarme dejando sus labios desprotegidos para que lo míos la alcancen. Supo no dejarse y yo supo robarle una y otra vez besos. Supo quererme sin mirarme y yo supe quererla gritándolo a los cuatro vientos. Nunca me dejo pero yo lo hice ya que estaba cansado de vivir atrapado por el hechizo de una niña. Cuando quise perdón ella ya estaba lejos. No volvió a hacer lo mismo. Giuliana estaba muy adolorida con mi comportamiento y yo no sabia como convencerla de que me perdonara. Salimos, más adelante, al cine. Se dejaba agarrar la mano, luego un beso, luego una caricia. Al final del día decíamos adiós y no sabia de ella hasta varios meses después. Eso éramos amigos, eso somos. Ella me ama cuando esta triste y yo la amo cuando ella se siente triste. Ella me llama para decirme que quiere verme y yo le digo que la quiero y luego la beso, la abrazo, le digo nos vamos a casar algún día y ella no me cree porque sabe se lo he dicho a muchas mujeres. Giuliana se va y no se de ella. Esa sería la manera hasta que, luego de muchos años, no nos separemos jamás.
Sheyla:
Los finales, por lo general, suelen ser el comienzo de algo, y esto podría ser de algo bueno o malo. Este final en particular podría ser el comienzo de una nueva historia, no lo sé. Sheyla es el comienzo de todo, definitivamente. Lo es porque solo hace unos meses la conocí bien. Me aseguró haberme visto una tarde en casa de su amiga, pero yo no lo recordaba y me sentía un tarado por ello. Sheyla me decía si, de verdad, acuérdate, y yo nada de nada, de veras. Al final no importaba porque ya la había conocido en ese momento y ahora no la dejaría se vaya de mi memoria de nuevo. Sheyla, siempre tan perspicaz, se da cuenta de mis intenciones y huye de mi lado, se une con su hermana que, dicho sea de paso, es tan linda como ella y tan niña además. Se da cuenta la miro de lejos y me sonríe. Nuestros encuentros suelen ser efímeros pero por ello no menos importantes. Le digo bonita y pienso cuando terminas con ese y me dices que si de una vez por todas. Sheyla se ríe y se mantiene escéptica si le digo soy escritor, te dedicare una historia. Aprende con facilidad mi actitud de galán y poeta, no se deja convencer. Eso no importa mucho porque solo me preocupo en mirarla. Su sonrisa es dulce y breve. Muestra ternura en cada palabra. Dice lo que le nace del corazón y eso la hace una mujer valiosa. Sheyla conoce muy bien mis intenciones y procura ser amable ya que no quiere hacerme daño. Yo miro sus labios y trato de decirle quiero probarlos pero temo que su respuesta sea una bofetada o, lo que es peor, rechazo absoluto. Mi amiga no ignora tengo un pasado un tanto oscuro, sin embargo parece no interesarle porque igual habla conmigo sonriente, dispuesta a tratar los temas más complejos en pos de una conversación medianamente inteligente. Escucha atenta mis palabras y opina cuando siente que es necesario. Ríe con mi humor agrio e hiriente. Sheyla es sincera si me dice que esta enamorada de otro y yo lo soy cuando le digo que eso es lo peor de ella, que debería terminar definitivamente para que de esa manera encuentre a un chico mucho mejor. Entonces proso tembloroso una y otra vez indirectas de amor y mi amiga quiere no entenderlas para no arruinar nuestra amistad. La quiero sin miedos y sin hipocresías. Ella aprecia mi amistad y por el momento me es suficiente ya que Sheyla, mi amiga, solo es el comienzo de algo.
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