A la muchacha color lila dueña de la foto
Una fotografía pegada
en la pared de un cuarto, aquella color lila de ojos inolvidables, de sueños
inalcanzables, poseedora de luz y felicidad.
Una chica, dentro de
la foto, distante, distraída, radiante, de golpes certeros y sonrisas sinceras;
de palabras sensatas y de eterna inocencia; de discreta ternura y de labios delgados.
Un muchacho, de
quince o dieciséis, soñador a tiempo completo, escritor de cuadernos, tímido
por experiencia y amante de la imagen de la chica, de la belleza de su rostro,
de la lujuria de sus gestos.
Y ese muchacho, que va
y viene sin detenerse, mirándola por horas, sabiéndola tan alta, distante,
imposible de capturar, de enamorar.
Ese muchacho, que
suele preguntarse: ¿Qué decirle a una foto? ¿Cómo conjurar rojo pasión cuando
el lila es el color de la paz, de esas victorias que se sueñan con ser alcanzadas?
¿Cómo llegar a ella cuando te sabes tan plebeyo y ella tan princesa? ¿Cómo
tomarla entre tus brazos si el frio papel devuelve con placer la energía y el
hechizo de tan impresionante diosa? ¿Cómo no morir de a pocos si el clímax de
su amor y desamor te deja pues sin armas
y sin fuerzas?
Entonces los años
pasan y la fotografía sigue ahí; y el muchacho aprende a mirarla de reojo, a
imaginar una palabra que pueda enamorar aquella media sonrisa, aquel cerquillo negro,
aquellos colores tan llenos de todo, tan completos de magia, tan ajenos al
mundo, tan dueños del universo, de su universo y de sus días y de sus horas y
de sus sueños de adolescente, de joven, de hombre, de escritor, de padre…
El golpe de los años
llega de repente, sin anunciarse, y la distancia se abre paso entre el muchacho
y la fotografía.
'¿Te vas?', parece
querer preguntarle la imagen.
Y él, que nunca supo
como ser sincero cuando hay que serlo, no responde y sale del cuarto para nunca mas
regresar; y al cerrar la puerta comprende que una parte de sí mismo se quedará
por siempre en ese lugar, en esa fotografía, en esa chica color lila de besos
pausados y promesas eternas, en ese sueño inalcanzable y hermoso que fue su
presencia, que fue su ausencia, pero que logró atravesar paredes y hechizar con
su encanto, que lo hizo conocer el amor en los tiempos en que esta palabrita no
tenía ningún significado.
‘Adiós, amor’,
quiere decirle, pero no lo hace.
‘Adiós, amor’,
parece responder la foto.
Pero el muchacho,
lejos ya, no puede verla, y camina lentamente hacia su destino, llorando en
silencio el tiempo que perdió admirando la imagen sin poder amar a la muchacha.
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