jueves, agosto 28, 2014

La señorita Ortega



Solo una fotografía ha quedado grabada en mi memoria de aquellos días donde tres o cuatro carpetas de colegio me separaban de la señorita Ortega. Y esta fotografía, ennegrecida por los años y las derrotas, es el único alimento nostálgico que ingiero poco antes de conocer a la muerte. No, no es una imagen alegre o triste o confusa, es más bien de una situación común, de un hecho tan simple y sencillo que podría pasar por aburrido, pero tan intensa como los recuerdos que guardamos de un abrazo o una larga charla con algún ser querido. La imagen va más o menos así:

La señorita Ortega (la vejez me hizo olvidar su nombre y es lo que más lamento) era para el salón de clases lo mismo que las alegrías para el bienestar saludable del cuerpo. Llevaba siempre en el cabello un listón amarillo amarrado a su cola de caballo, una falda que le quedaba por debajo de las rodillas, unos zapatos de charol y una sonrisa sincera.

Una visita a su prima, compañera nuestra en el aula, en alguna de las actuaciones que el colegio realizó, bastó para que el año que siguiera se incorporara emocionada con nosotros. Solía decir que le había gustado mucho el grupo y que las instalaciones eran muy parecidas a las que se veían en las telenovelas mexicanas. Cierto esto o no, la señorita Ortega nos acompañaba ya y valía pues la pena cualquier semejanza con las telenovelas mexicanas, argentinas o coreanas.

No sé si yo la noté desde el primer instante. Pero poco importa en realidad esto pues el hecho resaltante es que en un momento dado volví la vista desde mi pupitre y la vi sentada escribiendo, tal vez la clase de la profesora o un poema o una canción de José José, en su cuaderno; y esa visión de su sonrisa dirigida al cuaderno, de su cabello recogido y el listón amarillo fueron para mí la expresión máxima de belleza. Descubrir que existía, entonces, fue como si recibiera un golpe directo en la cara, obligándome así a despertar de un largo sueño mientras que por la ventana mas próxima todas las ideas que antes tenía sobre la vida son lanzadas sin piedad. No exagero si les aseguro que todo en este mundo perdió su forma y dejó de tener sentido.

'Señorita Ortega', escuché de pronto.

Era la maestra.

Asustado, regresé la cabeza a la pizarra pensando que yo había sido descubierto mirando a la chica nueva y que aquel 'señorita Ortega' era en realidad 'joven Alejandro'. Descubrir, sin embargo, que no había sido así no me hizo sentir mejor puesto que la que sería amonestada era la chica que acababa de remecer todo mi mundo.

'Preste atención a la pizarra... ¿o prefiere venir a mi lado a explicar la lección conmigo?', le dijo la maestra, 'usted es nueva y no querrá ganarse una visita a la dirección'

Se escuchó en el salón algunas risitas ahogadas. Y para estos desconsiderados la maestra tuvo otra amenaza: 'Silencio o los mando también con la señorita Ortega a la dirección'

'Disculpe, profesora', dijo en respuesta la señorita Ortega.

'Disculpe, profesora', pensé, repitiendo sus palabras. Así se escuchaba su voz. Así era el sonido maravilloso de la felicidad, del amor. Así debían de sonar las campanas del cielo anunciando la llegada de una buena alma. Ese tenía que ser el sonido de la vida, de las cosas maravillosas y eternas que nos aguardan para procurarnos felicidad. Escuchando esa voz debía llegar a anciano, y cerrar para siempre los ojos con esa palabrita: 'profesora'. No me cabía la menor duda.

'Joven Alejandro...', escuché por ahí. 'Joven Alejandro, mire también usted la pizarra...'

Era ella, la maestra, despertándome de la visión de mis últimos días. Mi atención se había centrado nuevamente en la señorita Ortega. Alarmado pedí disculpas no sin antes mirar a mi compañera por última vez.
La señorita Ortega, sabiendo que me habían llamado la atención por estar mirándola, me regaló aquella mañana una mirada, la misma que acompañó con esa sonrisa que tanto recuerdo.

Ahí termina mi visión de la fotografía. No hay nada más. La señorita Ortega fue tanto mi amiga como la fue del grupo, y al finalizar el año escolar otro colegio le recordó aun más a las telenovelas mexicanas que no dudó un segundo en cambiarse.


La recuerdo más ahora porque la muerte no es más que la culminación de una vida; y mi vida fue muchas cosas pero más que nada fue la prolongación constante de ese primer encuentro con el amor, de ese primer instante de felicidad completa.

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