
Fantasma no está muerto; está borracho, drogado y violado. Solo que se encuentra tan inconsciente que ni él mismo sabe si vive o no. Y, en realidad, pudo terminar peor si no fuera porque es un tipo duro: tan duro como un espartano, tan ágil y poderoso como Aquiles y más listo que cualquier dios griego. Lo malo, y él lo sabe, es su pasión por la adrenalina y los juegos de mesa. Pasión que terminó por mandarlo al abismo y casi matarlo –como pueden ver-. Aun así, no puedo irme sin contarles su historia. A ver como sale.
Fantasma es blanco, muy blanco. Por ahí dicen que los hay más blancos que él, pero el pobre había tenido la mala suerte de pasar sus días en un pueblo de mestizos. Y escribo “mala suerte” no porque él fuera superior –no me voy nunca con racismos-, sino por la palidez, por las cejas rojizas y ojos celestitos, celestitos, como el color del cielo en primavera y el pelo dorado, dorado, como el sol en verano, y tan flaco que casi podían verse los huesos. Y ¡ay! que daba miedo verlo de noche. Una vez mi amá me contó que casi se queda ahí nomás, tirada en medio de la plaza, porque fantasma pasó corriendo, desnudo, chillando como loco, con las manos sobre la cabeza, y cuando vio a mamá, zaz, que le dice “boo”; y mamá, tan fuerte como la conocemos, lo persiguió por todo el pueblo y menos mal que no lo agarró porque le cortaba las pelotas, lo juro por la virgen.
Pero fantasma era rápido, no les digo. Y era rápido en todo sentido: creció primero, tuvo novia antes que todo el grupo, fumó primero, probó marihuana aun antes que yo sepa que era esa hierbita verduzca, tiró a los doce años con una de veinte, se masturbó en primer año, y esas cosas. Los chicos de la clase aseguraban que se debía por su palidez, que era tan blanco que atraía a las mujeres que solo conocían carne mestiza. Otros especulaban con que era un vampiro, y que por eso nunca salía al sol, aunque los padres de fantasma, casi tan blancos como él, decían que le hacia daño, pero nadie le creía, y por ser vampiro poseía a las mujeres con su atracción diabólica. Por mi parte no le prestaba atención. Me importaba un cuerno si no jugaba al futbol con nosotros o si prefería tirar con las profesoras antes que ir al rio a nadar. Estaba loco y debía tener cuidado con eso. Y vaya que loco estaba el pobre, un loco del carajo y de la san puta. Un loco pinga loca y blanco, blanco, y pajero, pajero, y precoz para las cuestiones del amor.
Loco así como lo sabíamos, terminó secundaria con altas calificaciones. Según él había estudiado toda la noche, pero nadie le creía de nuevo. Y por más que dale y dale con que había estudiado y se quedaría toda su vida a vivir en este pueblito y que se casaría con Judith Alexandra el siguiente año, nadie obedecía. Ni yo, claro está. Aunque conmigo era más sincero. Me decía que estaba tan acostumbrado a este lugar que ya para qué irse, si de todas formas nadie esperaría por él en ninguna parte. Y yo lo escuchaba y bebía pisco con Kanú y esperaba termine de hablar para pedirle ayuda con Marita y sonreía y el sol ya se metía. Pero no era malo. Era bueno. Un loco bueno del carajo capaz de ayudar a un tonto como yo a conquistar a una loca como Marita Fernanda Julieta Del Castillo con sus medias sonrisas de gringuito europeo. Tan gringuito que Marita supo reconocerlo desde el principio y supo escucharlo y supo acompañarlo hasta donde yo estaba y supo hablarme con cariño y supo chupármela esa noche en casa de fantasma. Pero fantasma dormía con Judith en su cuarto y sus padres no estaban porque se encontraban de vacaciones en Lima, por eso no oía mis gemidos de loca profunda producto de las mordidas que daba mi acompañante y por eso no se enteró que terminé por manchar su sofá con semen y baba.
No fuimos amigos. Conocidos, a duras penas. Fingíamos serlo delante las chicas que nos conseguíamos, pero luego cada quien iba por su parte. Un par de años después nuestras aventuras se volvieron monótonas y aburridas, y nos despedimos con un abrazo. Yo viajé a Lima a postular a San Marcos y fantasma se quedó en el pueblo, en casa de sus padres.
No supe nada de mi amigo en todo ese tiempo. Cuando regresé me contaron, por partes y en dosis pequeñas, algunas cosas.
Sus padres murieron en un accidente de transito cuando regresaban al pueblo, se desbarrancó el bus interprovincial y de ellos solo quedaron pedazos regados por el campo. Fantasma no lloraba en publico, pero Judith les contaba que lo hacia siempre, y cuando terminaban de hacer el amor. Con el dinero de la herencia decidió no trabajar ni estudiar y vivir en austeridad hasta que la muerte le llegue. Se sumergió en su casita. Se refugió en el alcohol y las drogas. Se volvió más loco y más pálido. Y, para seguir con los rumores, solo salía de noche y a comprar comida y drogas y alcohol y preservativos. Regresaba corriendo a casa y antes de abrir la puerta se desasía de toda la ropa y gritaba palabras sin sentido –o el suficiente para que lo entendiese su novia y él-. Todas las tardes se iba al rio, se perdía en el camino y desaparecía mientras era arrastrado por la corriente.
Los primeros años, según cuentan las malas lenguas, y las buenas, y las que no hablan nunca, su rutina fue esa. El problema llegó la noche donde Judith terminó su relación, porque fantasma se negaba a trabajar y bañarse y casarse y hacer algo por su vida. Mi amigo no soportó la idea de saberse sin ella: la persiguió por todo el pueblo hasta la casa de Judith, rogándole a viva voz que lo perdonase, que se bañaría y que buscaría un trabajo, pero ella estaba agotada de tantas promesas, y fantasma enloqueció y cogió una piedra y le dijo que si no regresaban se mataría. Hazlo, le dijo. Y como fantasma no es de los que acostumbran a romper una promesa, se golpeó con la piedra en la cabeza y paró al hospital regional por una temporada muy prolongada, entre la vida y la muerte, y terminó por gastarse todo el dinero de su herencia en medicinas y en pagar el internamiento. Nadie lo entendía –tampoco nadie se acercaba a preguntarle por qué tanta locura- y dejaban que haga y deshaga con su vida como le viniera en gana, al fin y al cabo solo era un albino con nariz grande y cuerpo delgado. Y esa delgadez siguió empeorando, al extremo que se especulaba por el pueblo que andaba metido en cosas peores, que seguro vendía drogas y traficaba con los terroristas. De alguna manera tenía que ganarse la vida, hermano, me decían cuando trataba de ubicar sus pasos. Y esa era la manera de fantasma, un loco del carajo y pinga loca como solo él lo sabía. Una manera enferma y que producía admiración en las jovencitas - que él concretaba montándoselas en su casa aunque ellas anduvieran de escolares o de hábito, recién saliditas de la confirmación-.
Los rumores sobre su vínculo con el narcotráfico sonaron con más fuerza cuando el gordo Martin anduvo preguntando por su paradero. Como es de conocimiento popular, el gordo Martin no se iba con tonterías, él proveía a sus vendedores una cantidad generosa de marihuana y pasta básica de cocaína y esperaba el pago de forma puntual. Decían que fantasma se había consumido toda su mercadería y que por eso no tenía dinero para pagarle; su vida estaba en juego y eso mi amigo lo ignoraba o pretendía ignorar o simplemente le importaba tres pepinos ya vivir o morir en manos de ese gordo seboso y con grasa en las manos y el sobaco.
Lo buscaron, llamaron, indagaron y nada de nada. Quizá se fue del pueblo, murmuraban. Tal vez se murió, lo mataron los narcos. Nadie lo sabía. Solo fantasma. Y hasta ese momento fantasma había actuado, de manera sorpresiva, con la cordura suficiente para nunca más volver al pueblo. Sin embargo, esa cordura le duró un año. De repente pensaba que el gordo era olvidadizo y dejaría pasar su deuda. Cuan equivocado estaba mi pobre amigo. Y no vino a saberlo hasta que lo encontraron, borracho y drogado, en un escaño del parque, terminando su último porrito, y el gordo y sus amigos lo agarraron y se lo llevaron al rio. No tengo dinero, pero si hierbita, quieren, les decía en todo el camino. Cállate, fantasma de mierda, eran sus respuestas; ahora sabrás que no debes meterte en cosas de grandes, blanquiñoso.
Lo violaron, pegaron, humillaron. Fantasma desapareció todo el día siguiente. Lo encontramos esta noche con un amigo. Decidimos ir a buscarlo: estaba en casa, casi muerto, con el culo roto y lleno de sangre. Pobre fantasma. Pobre loco.